28

Era como verse atrapada dentro de un laberinto en un parque de atracciones infernal. Cada vez que creía haber encontrado la salida, torcía una esquina y se daba de bruces con otra pared negra.

Julia miraba fijamente el espejo alargado que dominaba la sala de interrogatorios, donde se veía sentada en una silla de madera dura frente a la única mesa que había en la estancia, con su traje de luto y la palidez de su rostro que contrastaba con el negro del lino recién planchado. Veía el humo que salía de sus fosas nasales formando volutas al tiempo que se elevaba hacia el techo en una neblina azul. Veía las tres tazas de café cuyo contenido olía tan amargo como sabía, y los dos hombres en mangas de camisa, con sus respectivas placas enganchadas al bolsillo.

A modo de prueba, Julia movió los dedos, juntándolos en forma de campanario para entrelazarlos después, y vio que su reflejo hacía lo propio.

¿Qué mujer sería ella?, se preguntó. ¿A qué mujer creerían?

Julia sabía que al otro lado del vidrio había rostros que la miraban fijamente y trataban de ver más allá.

Le habían ofrecido un vaso de agua, pero no se veía capaz de tragar. El calor que hacía dentro de la sala superaba en unos cuantos grados la temperatura de confort ideal. Bajo el traje negro, Julia tenía la piel sudada y olía su propio temor. Había momentos en los que le temblaba la voz, pero trataba de dominar como podía los brotes de histerismo hasta lograr recobrar la calma.

La interrogaban con suma paciencia y tenacidad, y con una cortesía exquisita.

Señorita Summers, ¿amenazó a la señorita Benedict con matarla?

¿Sabía que había modificado su testamento, señorita Summers?

Señorita Summers, ¿fue la señorita Benedict a verla el día que fue asesinada? ¿Volvieron a discutir? ¿Perdió usted los estribos?

Por muchas respuestas que diera, ellos conseguían dar la vuelta a las preguntas para que Julia tuviera que contestar de nuevo.

Había perdido la noción del tiempo. Ya no sabía si llevaba en aquella pequeña sala sin ventanas una hora o un día entero. De vez en cuando veía que se distraía, y que tenía el pensamiento en otra parte.

Quería asegurarse de que Brandon cenara. Además, tenía que ayudarle a estudiar para un control de geografía. Mientras su mente se planteaba aquellas cuestiones sencillas de la vida cotidiana, Julia iba contestando a las preguntas.

Sí, había discutido con Eve, y en aquel momento estaba enfadada y disgustada. No, no recordaba exactamente qué le había dicho. Nunca habían hablado sobre la modificación de su testamento. No, nunca. Era posible que hubiera tocado el arma del crimen, aunque no podía afirmarlo con certeza. No, no estaba al corriente de los detalles del testamento de Eve. Sí, sí, la puerta estaba cerrada con llave cuando llegó a casa. No, no se dio cuenta de si alguien la vio después de entrar en la finca.

Repasó mentalmente una y otra vez todo lo que hizo el día del crimen, abriéndose paso con cuidado a través del laberinto mientras volvía sobre sus pasos.

Julia trató de separar la mente de su cuerpo mientras la fichaban. Miró al frente cuando se lo ordenaron y parpadeó con la luz del flash cuando le hicieron la foto para los archivos policiales. Luego se puso de perfil.

Le habían quitado las joyas, el bolso y la dignidad. Lo único a lo que podía aferrarse era al poco amor propio que le quedaba.

La llevaron a la celda donde debía esperar a que le impusieran una fianza y alguien la pagara. Homicidio, pensó con una sensación de vértigo. La acababan de fichar por homicidio en segundo grado. Había tomado un camino totalmente equivocado dentro del laberinto.

Al oír el sonido metálico de las puertas, el pánico se apoderó de ella. Estuvo a punto de gritar y, de repente, notó el sabor a sangre en su boca al morderse el labio inferior. Dios mío, no me metan ahí. No me encierren en esta jaula.

Respirando con dificultad, Julia se sentó en el borde de la litera y se agarró las rodillas con las manos. Tenía la sensación de que el aire se quedaba estancado al llegar a los barrotes de la puerta. Alguien estaba recitando una sarta de obscenidades en voz baja como si fuera la lista de la compra. Julia oía los quejidos de las yanquis y el refunfuñar de las prostitutas, además del eco incesante de los sollozos lastimeros de alguien.

Había un lavabo sujeto con tornillos a la pared situada frente a la litera, pero a Julia le daba miedo utilizarlo. Aunque las náuseas le revolvían el estómago, prefirió contener el vómito antes que agacharse sobre aquel sanitario tan sucio.

No vomitaría, ni se vendría abajo.

¿Cuánto tardaría la prensa en enterarse de todo? Imaginaba los titulares.

DETENIDA LA HIJA DE EVE BENEDICT

POR EL ASESINATO DE LA ACTRIZ

LA VENGANZA DE LA HIJA ABANDONADA

EL SECRETO QUE ACABÓ CON LA VIDA DE EVE

Julia se preguntó si Eve habría agradecido aquel tipo de publicidad, y enseguida se llevó una mano a la boca para reprimir una carcajada desenfrenada. No, ni siquiera Eve, con todas sus dotes de manipulación, con toda su destreza y habilidad para mover a su antojo a los personajes de su propio guión, podría haber previsto una ironía como aquella.

Cuando empezaron a temblarle las manos, volvió al banco para acurrucarse en el rincón. Con las piernas recogidas y las rodillas pegadas al pecho, apoyó la frente sobre ellas y cerró los ojos.

Homicidio. Aquella palabra no dejaba de dar vueltas en su cabeza. Cuando empezó a faltarle el aire, apretó los ojos con más fuerza. Tras ellos se sucedió la escena tal y como se la habían descrito en la sala de interrogatorios.

Se vio discutiendo con Eve, montando en cólera, cogiendo el reluciente atizador de metal. Y, de repente, un violento golpe en un momento de desesperación, sangre, mucha sangre, y su propio grito al ver que Eve se desplomaba a sus pies.

—Summers.

Julia alzó la cabeza de golpe. Con los ojos fuera de sí, parpadeó con furia para centrar la mirada. ¿Se habría quedado dormida? Lo único que sabía es que ahora estaba despierta, y que seguía en la celda. Pero vio la puerta abierta, y a un guardia dentro.

—Puede irse. Le han pagado la fianza.

El primer impulso de Paul al verla fue acercarse a ella corriendo y estrecharla entre sus brazos. Le bastó una sola mirada para darse cuenta de que Julia podría romperse con la fragilidad con que se rompe una cáscara de huevo en sus manos. Más que consuelo, Paul pensó que necesitaría fuerza.

—¿Vamos? —le preguntó, cogiéndola de la mano.

Julia no articuló palabra hasta que no estuvieron en la calle. Le sorprendió que aún fuera de día. A lo largo de la carretera se extendía una procesión de coches de toda la gente que regresaba a casa después de trabajar. Tan solo unas horas antes, en aquella mañana de un pálido azul cielo, habían enterrado a Eve. Y ahora estaba acusada como presunta autora de su muerte.

—¿Y Brandon?

Al verla tambalearse, Paul la cogió del brazo, pero Julia siguió caminando, como si no se hubiera dado cuenta de su propia debilidad.

—No te preocupes. CeeCee se ha hecho cargo de todo. Brandon puede quedarse en su casa, a menos que quieras ir a recogerlo.

Julia se moría por verlo, por abrazarlo, por olerlo. Pero recordó la fugaz imagen de su rostro mientras le habían dejado arreglarse. Tenía la tez pálida, unas ojeras enormes y una expresión de terror en la mirada.

—No quiero que me vea hasta que… hasta más tarde. —Confundida, se detuvo junto al coche de Paul. Qué extraño, pensó, ahora que se veía liberada, fuera ya de aquella jaula, no sabía qué hacer—. Debería… debería llamarlo. Voy a tener que explicarle todo esto… de algún modo.

Julia se tambaleó de nuevo, de modo que cuando Paul la cogió no pudo sino metería en el coche.

—Ya lo llamarás después.

—Después —repitió Julia, dejando que se le cerraran los ojos.

Al ver que no decía nada más, Paul confió en que se hubiera quedado dormida. Pero mientras conducía se fijó en el modo en que Julia dejó caer la mano sobre su regazo para luego apretarla con fuerza. Paul se había preparado para el llanto, la indignación y la ira, pero no sabía si un hombre podía prepararse para aquella muestra de peligrosa fragilidad.

Al percibir el olor del mar, Julia abrió los ojos. Se sentía drogada, como si hubiera despertado de una larga enfermedad.

—¿Adónde vamos?

—A casa.

Julia se llevó una mano a la sien, como si así pudiera mantener la realidad en su sitio.

—¿A tu casa?

—Sí. ¿Hay algún problema?

Cuando Paul se volvió hacia ella, no pudo verle la cara porque Julia había apartado la vista hacia otro lado. Al detenerse delante de la casa, pegó tal frenazo que salieron los dos disparados hacia delante y rebotaron hacia atrás. Julia ya estaba fuera del coche cuando Paul se bajó de él y cerró la puerta de un portazo.

—Si no quieres estar aquí, dime adónde quieres ir.

—No tengo a donde ir. —Con una mirada apesadumbrada, Julia se volvió hacia él—. Ni nadie a quien acudir. No pensaba que… me traerías aquí, que me quisieras ver aquí. Creen que yo la maté. —Las manos le temblaban de tal modo que se le cayó el bolso al suelo. Tras agacharse a recogerlo, no tuvo fuerzas para volver a ponerse en pie—. Creen que yo la maté —repitió.

—Julia…

Paul se acercó a ella, pero Julia retrocedió.

—No, por favor. No me toques. No podré mantener el poco amor propio que me queda si me tocas.

—Al infierno con eso —dijo Paul, cogiéndola en sus brazos.

Mientras la llevaba dentro, los primeros sollozos comenzaron a sacudir su cuerpo.

—Me han metido en una celda. No han parado de hacerme preguntas, una tras otra, y luego me han metido en una celda. Han cerrado la puerta con llave y me han dejado allí. Y no podía respirar.

Aun apretando los labios en un rictus adusto, Paul no dejó de decirle palabras tranquilizadoras en voz baja.

—Necesitas echarte un rato y descansar.

—No puedo olvidar el aspecto que tenía Eve cuando la encontré. Creen que yo le hice eso a ella. Dios mío, volverán a encerrarme allí. ¿Qué pasará con Brandon?

—No volverán a encerrarte allí. —Tras acostarla en su cama, Paul cogió el rostro de Julia entre sus manos—. No volverán a encerrarte allí, créeme.

Julia quería creerle, pero lo único que veía era aquel pequeño espacio rodeado de barrotes, y ella atrapada dentro.

—No me dejes sola, por favor —le dijo Julia, agarrándole las manos, con los ojos arrasados en lágrimas—. Tócame, por favor. —Julia acercó la boca de Paul a la suya—. Por favor.

El consuelo no era la respuesta; las palabras tranquilizadoras y las caricias suaves no podían cauterizar la herida abierta por la desesperación. Lo que necesitaba Julia era pasión, una pasión veloz y fulminante, solícita y tempestuosa. Con él podría vaciar su mente y llenar su cuerpo. Julia lo buscó a tientas, con los ojos empañados aún de susto y terror y el cuerpo arqueado contra el de Paul mientras tiraba de su ropa.

No hubo palabras entre ellos. Julia no quería palabras; hasta la más suave podría hacerle pensar. En aquel momento lo único que quería era sentir.

Paul olvidó el propósito de mitigar sus temores. No había temor alguno en aquella mujer que rodaba sobre la cama enredada a él, buscando su boca con avidez y clavándole los dedos en la carne cual dardos de placer. Contagiado por su desesperación, Paul le quitó la ropa para descubrir su cuerpo y notar el calor de su piel que vibraba sudorosa bajo sus manos, envuelta en un aroma de deseos desenfrenados y licenciosos, el aroma seductor de mujer.

Las primeras luces del atardecer iluminaban la habitación. Julia, cuyo rostro ya no se veía pálido sino encendido y lleno de vida, se colocó encima de Paul y le cogió de las muñecas para poner las manos de él sobre sus pechos. Con la cabeza echada hacia atrás, Julia enfundó su miembro hasta el fondo, notando que lo rodeaba por todas partes.

Su cuerpo se puso rígido y se estremeció al llegar al clímax. Sin despegar su mirada de la de Paul, se llevó la palma de su mano a la boca para besarla. Luego, con un llanto que era tanto de desesperación como de triunfo, lo cabalgó con rapidez y con fuerza, como si le fuera la vida en ello.

Julia durmió tranquila durante una hora de puro agotamiento. Luego la realidad comenzó a minar sus defensas, hasta que pasó del sueño a un estado de plena vigilia. Conteniendo un grito de alarma, se incorporó de golpe en la cama. Estaba segura de que se encontraría de nuevo en la celda, sola y encerrada bajo llave.

Paul se levantó de la silla donde estaba sentado, observándola, y se acercó a la cama para cogerle la mano.

—Estoy aquí.

Julia tardó un instante en recobrar el aliento.

—¿Qué hora es?

—Aún es pronto. Estaba pensando en ir abajo y preparar algo de cenar. —Paul le sujetó la barbilla antes de que Julia pudiera negar con la cabeza—. Tienes que comer.

Claro que tenía que comer… y dormir, y caminar, y respirar. Tenía que hacer todas aquellas cosas tan normales para prepararse para una vida anormal. Y había otra cosa que tenía que hacer.

—Paul, tengo que hablar con Brandon.

—¿Esta noche?

Para contener el llanto Julia apartó la mirada hacia la ventana y el rugido del mar.

—Es lo primero que debería haber hecho, pero no estaba segura de poder soportarlo. Tengo miedo de que oiga o vea algo en la tele. Tengo que explicárselo, tengo que hablar con él para que esté preparado.

—Llamaré a CeeCee. ¿Por qué no te das una buena ducha caliente y te tomas un par de aspirinas? Estaré abajo.

Julia tiró de las sábanas mientras Paul se encaminaba hacia la puerta.

—Paul… gracias. Por esto y por lo de antes.

Paul se apoyó en la jamba de la puerta, se cruzó de brazos y arqueó una ceja.

—¿Me estás dando las gracias por hacerte el amor, Jules? —preguntó divertido con aquel tono de voz suyo tan británico.

—Sí —respondió Julia incómoda, encogiéndose de hombros.

—En ese caso, supongo que debería decirte que lo he hecho encantado, querida, y que cuentes conmigo siempre que lo necesites.

Mientras lo oía bajar por la escalera, Julia estaba haciendo algo que no confiaba en ser capaz de hacer nunca más. Estaba sonriendo.

La ducha le vino bien, al igual que los pocos bocados que consiguió comer de la tortilla que Paul le sirvió. Él intuía que aquel no era momento para conversar, otra cosa que Julia tenía que agradecerle. Paul parecía entender que ella necesitaba reflexionar sobre lo que le diría a su hijo, sobre cómo contarle que su madre iba a ser acusada de homicidio.

Julia estaba caminando de un lado a otro del salón cuando oyó llegar el coche. Con las manos juntas, se volvió hacia Paul.

—Creo que sería mejor que…

—Hablaras con él a solas —concluyó Paul—. Estaré en mi despacho. No me des las gracias, Jules —dijo al verla abrir la boca—. Puede que esta vez no sea tan fácil para ti.

Mientras subía por la escalera, Paul dejó escapar un juramento en voz baja.

Mentalizada para la situación, Julia abrió la puerta. Allí estaba Brandon, con su mochila a cuestas y una amplia sonrisa en su rostro. El pequeño logró contenerse para no soltarle de golpe todo lo que había hecho aquel día, pues recordó que su madre había estado en un funeral, y vio que tenía la mirada triste.

Por detrás de Brandon CeeCee tendió una mano a Julia. Aquella muestra tácita de apoyo y confianza hizo que se le formara un nudo en la garganta.

—Necesites lo que necesites, llámame —dijo CeeCee.

—Eh… gracias por todo.

—Llámame —repitió CeeCee antes de alborotar el pelo de Brandon en un breve gesto afectuoso—. Nos vemos, colega.

—Adiós. Di a Dustin que lo veré en el colé.

—Brandon. —Dios mío, pensó Julia. Pensaba que estaba preparada, pero al ver a su hijo mirándola, con su cara candorosa y llena de confianza, se le hizo un mundo. Julia cerró la puerta tras ella y lo llevó a la terraza—. Vayamos un momento afuera.

Brandon lo sabía todo sobre la muerte. Su madre se lo había explicado al morir sus abuelos. La gente se iba y subía al cielo como los ángeles y todo eso. A veces se enfermaban mucho, o tenían un accidente. O acababan descuartizados, como los niños de la peli de Halloween que Dustin y él habían visto en vídeo a escondidas mientras todos dormían hacía un par de semanas.

No le gustaba pensar mucho en ello, pero imaginaba que su madre a volvería a hablarle de ello.

Julia seguía agarrándole de la mano con fuerza mientras su mirada se perdía en la oscuridad de la noche, donde solo se veía la espuma blanca del agua que bañaba la orilla. Las luces de la casa que tenían encendidas a la espalda permitían a Brandon ver la cara de su madre, y el modo en que el viento movía el largo salto de cama azul que llevaba puesto.

—Era una señora muy amable —comenzó a decir Brandon—. Hablaba conmigo, y me preguntaba por el colé y esas cosas. Y se reía con mis chistes. Siento que se haya muerto.

—Oh, Brandon, yo también —dijo Julia antes de respirar hondo—. Era una persona muy importante, y vas a oír un montón de cosas sobre ella, en el colé, en la tele y en la prensa.

—Dicen que era una diosa y cosas así, pero era una persona de verdad.

—Así es. Era una persona de verdad, y las personas de verdad hacen cosas, toman decisiones, cometen errores… se enamoran.

Brandon se movió intranquilo. Julia sabía que estaba en una edad en la que hablar de amor le incomodaba. En una situación normal, su reacción le habría hecho sonreír.

—Hace mucho tiempo Eve se enamoró, y tuvo un bebé. Las cosas entre ella y el hombre al que quería no salieron bien, así que tuvo que hacer lo que creyó mejor para el bebé. Hay mucha gente buena que no puede tener hijos.

—Y por eso los adoptan, como los abuelos te adoptaron a ti.

—Eso es. Yo quería mucho a tus abuelos, y ellos a mí. Y a ti. —Julia se volvió para agacharse y coger el rostro de Brandon entre sus manos—. Pero hace unos días me enteré de que el bebé que Eve había dado en adopción era yo.

Brandon no retrocedió impresionado, sino que meneó la cabeza de un lado a otro como si intentara poner las palabras de su madre en orden.

—¿Quieres decir que la señorita Benedict era tu madre de verdad?

—No, mi madre de verdad era la abuela, quien me crio, me quiso y se preocupó por mí. Pero Eve fue la mujer que me trajo al mundo, así que era mi madre biológica. —Con un suspiro, Julia pasó una mano por el pelo de su hijo—. Es decir, tu abuela biológica. Y te convertiste en una persona muy importante para ella cuando te conoció. Estaba orgullosa de ti, y sé que le habría gustado tener la oportunidad de contártelo ella misma.

Los labios de Brandon temblaron.

—Y si tú eras su hija, ¿por qué no se quedó contigo, teniendo una casa tan grande, dinero y todo eso?

—No siempre es cuestión de tener una casa grande y dinero, Brandon. Hay otros motivos, motivos más importantes para tomar una decisión como esa.

—Tú no me diste en adopción.

—No. —Julia puso su mejilla sobre la de su hijo y notó el amor que lo unía él, un amor tan fuerte e inalterable como el que sentía mientras lo llevó en su vientre—. Pero lo mejor para una persona no siempre lo es para otra. Eve hizo lo que pensó que sería lo mejor, Brandon. ¿Cómo voy a estar triste por ello cuando eso me llevó a estar con los abuelos?

Con las manos puestas sobre los hombros de su hijo, Julia se apoyó sobre los talones.

—Te cuento todo esto porque se va a hablar mucho de ello, y quiero que sepas que no tienes nada de lo que avergonzarte ni nada que lamentar. Puedes estar orgulloso de que Eve Benedict fuera tu abuela.

—A mí me caía muy bien.

—Lo sé —dijo Julia sonriendo antes de llevar a su hijo al banco que estaba construido en la misma barandilla—. Hay algo más, Brandon, y es muy duro. Necesito que seas valiente, y que pienses que todo irá bien. —Sin despegar los ojos de los de Brandon, Julia aguardó hasta estar segura de que podía decirlo con calma—. La policía cree que yo maté a Eve.

Brandon ni pestañeó. En lugar de ello se le encendió la mirada con una ira intensa, y sus labios se endurecieron.

—Eso es una estupidez.

Julia exteriorizó su alivio con una risa mientras apoyaba su mejilla en el cabello de su hijo.

—Sí, ya sé que es una estupidez.

—Pero si no eres capaz de matar ni a una araña. Eso se lo puedo decir yo a la policía.

—Al final averiguarán la verdad. Puede que tarden un tiempo, y que tenga que ir a juicio.

Brandon hundió la cara en el pecho de su madre.

—¿Cómo en el programa del juez Wapner?

Al notar que temblaba, Julia comenzó a mecerlo, como hacía con él cuando no era más que un bebé y estaba inquieto por los cólicos.

—No exactamente. Pero no quiero que te preocupes, porque al final averiguarán la verdad.

—¿Por qué no nos vamos de aquí y ya está? ¿Por qué no volvemos a casa?

—Lo haremos. Cuando se acabe todo volveremos. —Julia lo rodeó con sus brazos—. Te lo prometo.

Recluido en su habitación, hasta donde se había arrastrado para beber a solas con su malhumor, Drake se preparó para realizar una llamada. Se alegraba tanto de que aquella arpía estuviera con el agua al cuello… Nada podía complacerle más que ver a su «prima» condenada a muerte por homicidio.

Pero aun con ella fuera de juego, Paul seguía interponiéndose entre él y todo aquel dinero. Puede que no tuviera manera de impugnar el testamento para que lo revocasen, y hacerse así con la herencia para la que había trabajado.

Sin embargo, un buen jugador siempre tenía escondido un as en la manga, y Drake se había reservado aquella baza para sacarla en el momento oportuno.

Mientras bebía Absolut directamente de la botella, sonrió al oír que se establecía la comunicación.

—Soy Drake —dijo sin más preámbulos—. Tú y yo tenemos que hablar… ¿Qué por qué? Bueno, es muy sencillo. Tengo cierta información por la que seguro querrás pagarme. Como por ejemplo qué hacías husmeando en la casa de invitados y mirando las notas de mi querida prima Julia. Ah, y hay otra cuestión que a la policía puede que le interese, como el hecho de que el sistema de seguridad estuviera desconectado el día que Eve fue asesinada. ¿Que cómo lo sé? —Drake volvió a sonreír, contando ya el dinero en su mente—. Sé muchas cosas, como que Julia estaba en el jardín aquel día, y que una persona entró en la casa, donde Eve estaba esperando, y salió sola.

Drake escuchó a su interlocutor, mirando al cielo mientras sonreía. Que gusto daba tener de nuevo las riendas de la situación.

—Estoy seguro de que tienes muchos motivos, y muchas explicaciones. Puedes dárselas a la policía. O bien… puedes convencerme para que lo olvide todo. Con un cuarto de millón bastaría para convencerme. Por ahora ¿Que sea razonable? —dijo con una risa—. Pues claro que seré razonable. Te daré una semana para que reúnas el dinero. Una semana a partir de esta noche, pongamos desde la medianoche de hoy, suena tan bien decir eso. Tráemelo aquí, todo, o iré directamente al fiscal del distrito y salvaré a mi pobre prima.

Después de colgar el teléfono, Drake decidió elegir un nombre de su pequeña agenda negra. Tenía ganas de celebrarlo.

Rusty Haffner también se planteaba echar mano de su propia baza. Se había tomado gran parte de su vida como un juego de azar, y aunque el recuento final arrojaba más pérdidas que ganancias, seguía sin darse por vencido. Instigado por su padre, se había metido en los marines el día después de su graduación en el instituto. Se las había ingeniado para superar el periodo de instrucción militar, librándose por los pelos de una baja deshonrosa.

Pero había aprendido a gritar bien alto «¡A la orden, señor!», y a besar el culo a quien hiciera falta para evitar problemas.

Aquel trabajo lo tenía aburrido, y de no haber sido por el dinero lo habría dejado. Pero resultaba difícil rechazar una paga de seis de los grandes a la semana por vigilar a una mujer.

Aun así, Rusty se preguntaba ahora si no podría sacarse una buena tajada por otro lado.

Mientras se comía un yogur de arándanos a modo de tentempié nocturno, Rusty veía las noticias de las once. Ahí lo tenía todo. Julia Summers, aquella señorita con tanta clase que llevaba semanas siguiendo de cerca. Y qué fuerte descubrir que era la hija de Eve Benedict, y la primera sospechosa del asesinato de la vieja. Y, lo más importante de todo para Rusty Haffner, que iba a heredar un buen pellizco de una propiedad valorada, según se rumoreaba, en más de cincuenta millones de dólares.

Una señorita con tanta clase como Summers le estaría muy agradecida a alguien que pudiera ayudarle a salir de aquel embrollo, lo bastante agradecida para estar dispuesta a pagarle mucho más de seiscientos dólares a la semana, o tanto incluso, calculó Rusty mientras lamía la cuchara, para resolverle la vida a un hombre.

Puede que el cliente para el que trabajaba en aquel momento se cabreara lo suficiente para buscarle problemas. Pero por, dijéramos, dos millones de dólares… en metálico, ya se las arreglaría.