25

Menos de veinticuatro horas después del accidente de avión de Julia, Paul quedó en reunirse con el piloto.

Jack Brakerman llevaba trabajando para Eve más de cinco años, un empleo que había conseguido a través del propio Paul. Mientras se documentaba para escribir un libro con historias de contrabando, caos y un asesinato en pleno vuelo, Paul se había quedado impresionado ante los conocimientos y la experiencia de Jack.

Después de su primer encuentro con él, Paul tenía material suficiente para escribir dos libros y Jack Brakerman pasó de pilotar aviones de carga a dedicarse al transporte privado de pasajeros. Su primer cliente fue Eve.

Paul se reunió con él en una cafetería cercana al aeropuerto, un lugar donde el servicio era rápido, la comida grasienta y el café quemaba. La mesa era una tabla circular de conglomerado forrada con una lámina de linóleo que trataba de imitar el mármol sin lograrlo. Alguien había puesto música country en la máquina de discos y Hank Williams Jr. cantaba con aire quejumbroso sobre la mujer que le había tratado mal.

—Menudo antro, ¿eh? —Jack sacó una servilleta de papel birriosa del dispensador de metal para limpiar los cercos de líquido que habían dejado los vasos de los anteriores clientes—. No tiene muy buena pinta, pero hacen la mejor tarta de arándanos de todo el estado. ¿Quiere probarla?

—Como no.

Jack hizo señas a la camarera y le pidió lo que quería con un simple gesto, poniendo dos dedos en alto. En cuestión de minutos le sirvieron a cada uno una porción generosa de tarta y una taza humeante de café solo.

—Tienes razón —le dijo Paul tras saborear el primer bocado—. Está deliciosa.

—Llevo años viniendo a este lugar solo por la tarta. ¿Y qué? —dijo Jack, pinchando con el tenedor un trozo bien grande de tarta—. ¿Está escribiendo otro libro?

—Sí, pero esa no es la razón por la que quería hablar contigo.

Jack asintió antes de tomar un sorbo de café con gesto precavido, consciente de que podría estar lo bastante caliente o cargado para abrasarle las paredes del estómago.

—Quiere que hablemos de lo de ayer. Ya he presentado el informe. Por lo visto lo van a achacar a un fallo mecánico.

—Esa es la versión oficial. Pero ¿tú qué opinas, Jack?

—Que alguien se cargó el conducto del combustible; un trabajo fino, propio de un profesional. La verdad es que parece un fallo mecánico. Si el avión fuera de otra persona y yo mismo me encargara de inspeccionarlo, diría lo mismo. El conducto estaba tensado, de modo que tenía una fuga. Perdimos casi todo el combustible sobre las Sierra Madre.

Paul no quiso pensar en aquellas montañas ni en lo que sus picos escarpados e implacables habrían hecho con un avión que echaba chispas.

—Pero no es el avión de otra persona.

—Cierto. —Con la boca llena, Jack blandió el tenedor en el aire para dar más énfasis a sus palabras—. Y me lo conozco al milímetro, Winthrop. Entre el mecánico y yo, tenemos a ese pájaro en perfectas condiciones. No es posible que ese conducto estuviera desgastado, ni que tuviera una fuga. Alguien debió de manipularlo, alguien que sabía lo que hacía y cómo hacerlo. —Jack se metió el último pedazo de tarta en la boca y se lo tragó con una mezcla de deleite y pesar—. Eso es lo que me dice el olfato.

—Y yo me fío de tu olfato, Jack. La cuestión es qué se puede hacer al respecto. —Paul se quedó pensativo un momento. En la máquina de discos había pasado a sonar K. D. Lang, y la voz masculina y melodiosa de la cantante añadía un toque de clase a aquella lúgubre cafetería—. Cuéntame exactamente lo que hiciste ayer después de aterrizar en Sausalito.

—Eso es fácil. Estuve dando una vuelta por el aeropuerto, hablé del trabajo con unos cuantos colegas y comí con un par de pilotos. Julia me dijo que estaría de vuelta a las tres, así que aproveché para hacer todo el papeleo y revisé el plan de vuelo. Llegó justo a la hora.

—Ya —dijo Paul casi para sí mismo—. Suele ser muy puntual. ¿Puedes preguntar por ahí a ver si vieron a alguien cerca del avión?

—Ya lo he hecho. La gente no se fija mucho cuando no está pendiente de algo. —Con el ceño fruncido, Jack pasó el tenedor por el plato vacío, haciendo dibujos con las manchas de zumo morado—. Lo que me sorprende es que quienquiera que lo hiciera entendía de aviones. Podría haberlo manipulado para que cayéramos mucho más rápido, por ejemplo al cruzar la bahía, cuando no habríamos tenido a donde ir. Pero tal como lo hicieron el avión fue perdiendo combustible a un ritmo lento pero constante. ¿Me sigue?

—Dime adónde quieres ir a parar.

—Pues a que si querían matarnos, había otras muchas maneras de hacerlo y que siguiera pareciendo un accidente, lo cual me hace pensar que no querían matarnos. Las cosas podrían haber salido mal y podríamos haber acabado estrellándonos igualmente, así que puede que les importara un bledo que pasara una cosa u otra. Pero si nos hubiéramos quedado sin combustible diez o quince minutos antes, habríamos corrido mucho más peligro. Lo manipularon para que quedara suficiente combustible para que un piloto experimentado como yo pudiera salir del atolladero.

—¿Me estás diciendo que sabotearon el avión como medida de intimidación?

—No sé, amigo, pero si así fue, desde luego consiguió su objetivo. —Su rostro redondo y agradable se arrugó con una mueca—. En los últimos cinco minutos de vuelo hice tantos tratos con Dios que estoy endeudado para toda la vida. Y si yo me asuste, le aseguró que Julia se quedó blanca como la cera.

Jack miró la tarta de Paul mientras hacía señas a la camarera para pedirle más café.

—Sírvete —le ofreció Paul, empujando el plato al otro lado de la mesa.

—Gracias. Es fácil detectar cuando alguien lo pasa mal en un avión mientras trata de convencerse a sí mismo de que todo va a ir bien. A Julia se le ve que no le gusta volar, no le gusta nada, pero intenta llevarlo sin recurrir a los medios de evasión típicos, como fumar, beber o tomarse pastillas para dormir. Cuando no me quedó más remedio que ponerle al corriente de la situación, Julia se murió de miedo. Se puso tan blanca que pensé que se me desmayaría en los brazos, pero aguantó el tipo, sin gritar, sin llorar. Se limito a hablar conmigo y a hacer todo lo que le dije. Ya solo por eso es digna de admiración.

—La mía la tiene.

—Alguien quería asustarla, y lo consiguió. Ya lo creo que lo consiguió. No puedo demostrarlo, pero no me cabe la menor duda.

—Yo lo demostrare —le dijo Paul—. De eso puedes estar bien seguro.

Lyle cambió el peso del cuerpo de un pie a otro mientras esperaba en el salón de Delrickio. No le apetecía sentarse, no en presencia de aquel matón de rostro frío que vigilaba todos sus movimientos. Aunque admiraba lo bien vestido que iba. Se habría apostado la paga de un mes a que el traje negro carbón de sastre que llevaba puesto era de pura seda. Y eso que aquel tipo no era más que un subordinado, lo que le hizo pensar en la cantidad de dinero que manejaría cada año el pez gordo de su jefe.

Queriendo dar muestras de su despreocupación, Lyle sacó un cigarrillo. Estaba a punto de encender su Zippo chapado en oro auténtico cuando el guardián se dirigió a él.

—El señor Delrickio no permite fumar en esta sala.

—¿Ah, no? —repuso Lyle, esforzándose en poner una expresión desdeñosa al tiempo que cerraba la tapa del encendedor—. Por mí ningún problema. Si fumo bien, y si no también.

Lyle estaba silbando entre dientes cuando sonó el teléfono situado sobre una mesa decorada con primorosas incrustaciones. El guardián contestó y lanzó un gruñido.

—Arriba —dijo a Lyle tras colgar el auricular.

Lyle creyó asentir con una expresión enérgica y adusta a lo Bogart. Ya le habían bajado los humos al cachearle de arriba abajo cuando había entrado a la propiedad. Se arrepintió de no llevar encima un arma, se arrepintió de no tener una. Le habría hecho parecer más duro.

Con lo que imaginaba que le pagarían por la información que tema que ofrecer, podría comprarse un arsenal entero.

Una vez en el piso de arriba, el guardián llamo a la puerta con un toque ligero, asomo la cabeza para ver si se podía pasar e hizo entrar a Lyle.

Delrickio le hizo señas para que tomara asiento.

—Buenos días —dijo en un tono suave—. Creo que habíamos acordado que seria yo quien me pondría en contacto con usted si lo consideraba oportuno.

A Lyle empezaron a sudarle las manos ante el tono dulce y amistoso de la voz de Delrickio.

—Sí, señor, así es, pero…

—Entonces debo suponer que se ha visto obligado a venir en contra de mi voluntad.

A Lyle se le formó un nudo en la garganta del tamaño y la textura de una pelota de tenis, y tragó saliva para intentar deshacerlo.

—Sí, señor, así es. He venido por una información que sabía que le interesaría conocer de inmediato.

—¿Y no tenía un teléfono a mano?

—Es que… he pensado que querría oírla en persona.

—Ya. —Delrickio dejó que el silencio se prolongara hasta que Lyle se hubo humedecido los labios dos veces—. Veo que debo recordarle que recurrí a sus servicios para que observara y recabara información, pero no, que yo recuerde, para que pensara. Sin embargo, me reservaré mi opinión sobre si ha hecho bien o no hasta después de oír lo que ha venido a contarme.

—Julia Summers estuvo a punto de estrellarse ayer en un accidente de avión.

Ante aquella noticia, Delrickio se limitó a levantar las cejas. Por amor de Dios, ¿cómo le habían hecho creer que aquel imbécil podría proporcionarle alguna información remotamente útil?

—Ya estoy enterado de eso. No me gusta que me hagan perder el tiempo.

—Creen que al avión le han metido mano… que lo han manipulado, quiero decir —se apresuró a corregirse Lyle a sí mismo—. La oí hablar con Winthrop. Cuando fui a recogerla al aeropuerto estaba fatal. Verá, lo que hice fue esperar a que mandaran al crío por ahí y se metieran en casa. Entonces me quedé escuchando desde fuera. —Al ver que Delrickio estaba tamborileando con los dedos sobre la mesa, Lyle agilizó el relato—. Creen que alguien ha intentado matarla. Por un lado estaba la nota, y…

Lyle se interrumpió cuando Delrickio alzó una mano.

—¿Qué nota?

—Una que encontró en el avión. Por como hablaba, no parecía que hubiera sido la primera que recibía. Él intentó convencerla para que lo dejara, pero ella se negó.

—¿Qué decía la nota?

—No lo sé. —Lyle palideció levemente y carraspeó—. No llegué a verla. Solo los oí hablar de ella.

Lyle se preguntó si debería sacar a colación las notas que había encontrado en el dormitorio de Eve, pero optó por esperar el momento oportuno.

—Todo esto es muy interesante, pero no veo que merezca la pena que dedique a ello un solo minuto de esta hermosa mañana.

—Hay más —dijo Lyle antes de hacer una pausa. Se había pasado toda la noche pensando en cómo podría jugar con aquella baza—. Es algo muy gordo, señor Delrickio, algo que vale mucho más de lo que ha estado pagándome hasta ahora.

—Yo no tengo esa impresión, en vista de que hasta ahora he estado pagándole por información de muy poco interés.

—Le garantizo que esta le interesará. Y calculo que merece una bonificación, una bonificación importante, o incluso un empleo permanente. No tengo intención de pasarme el resto de mi vida haciendo de chófer y viviendo encima de un garaje.

—¿Ah, no? —Delrickio dejó entrever una breve muestra de desagrado—. Dígame lo que tiene y le diré cuánto vale.

Lyle se mojó los labios de nuevo. Sabía que se la jugaba, pero los beneficios podían ser increíbles. Por su cabeza desfilaban imágenes de billetes y chicas ardientes a espuertas.

—Señor Delrickio, me consta que es usted un hombre de palabra. Si me promete que me pagará lo que vale la información, me atendré a ello.

O morirás por ello, pensó Delrickio con un suspiro de cansancio.

—Tiene mi palabra.

Disfrutando con la emoción del momento, Lyle dejó que el silencio se prolongara.

—Eve Benedict es la madre biológica de Julia Summers.

Los ojos de Delrickio se entrecerraron, volviéndose oscuros, Una ráfaga de ira le subió desde el cuello hasta la cara, encendiéndole la piel. Cada palabra que salió de su boca era como un punzón que se clavaba en los huesos.

—¿Crees que puedes presentarte en mi casa con una mentira como esa y salir de aquí con vida?

—Señor Delrickio… —A Lyle se le secó la saliva en la boca al ver la pequeña pistola del calibre 22 que Delrickio tenía en la mano—. No lo haga, por favor. No —dijo, raptando como un cangrejo para parapetarse detrás de la silla.

—Repite lo que has dicho.

—Lo juro. —Lágrimas de terror corrieron por las mejillas de Lyle—. Estaban en la terraza, y yo escondido en el jardín, para poder averiguar todo lo que pudiera interesarle, como acordamos. Y entonces Eve comenzó a contar esa historia de que Gloria DuBarry había tenido una aventura con el tal Torrent.

—¿Que Gloria DuBarry ha tenido una aventura con Michael Torrent? Tu imaginación va en aumento.

Delrickio acarició el gatillo del arma. El pánico hizo que el calibre de la pistola pareciera a Lyle el de un cañón.

—Lo dijo Eve. ¿Cómo iba a inventarme yo algo así?

—Tienes un minuto para explicarme exactamente lo que dijo. —Delrickio miró con calma el majestuoso reloj de su abuelo situado en el rincón—. Empieza.

Lyle soltó entre titubeos y tartamudeando todo lo que recordaba, sin despegar sus ojos desorbitados del mortífero cañón de la pistola. A medida que oía el relato, la expresión de Delrickio se volvió menos penetrante y más especulativa.

—Así que la señorita DuBarry se quedó embarazada de Torrent y abortó.

Era un dato interesante y potencialmente útil. Marcus Grant tenía un próspero negocio, y seguramente no estaría dispuesto a aceptar que dicha indiscreción sobre su esposa saliera a la luz. Delrickio tomó buena nota de ello antes de pasar a otro asunto.

—¿Y qué relación tiene esta información con el hecho de que la señorita Summers sea la hija de Eve?

—Eve se lo dijo, le dijo que un año después o así ella se quedó embarazada de Victor Flannigan. —Lyle levantó la voz una octava sin esfuerzo, como haría un cantante de ópera practicando sus escalas—. Ella también pensó en abortar, pero al final cambió de idea y tuvo al bebé. Lo dio en adopción, a los Summers, dijo. Juro por Dios que afirmó que era su madre; incluso aseguró que tenía papeles y documentos legales que lo demostraban. —Lyle tenía demasiado miedo para moverse, aunque fuera para limpiarse la nariz—. Summers se volvió loca, y comenzó a gritar y a lanzar cosas. Las otras dos, Travers y Soloman, salieron corriendo; fue entonces cuando volví al garaje a vigilar. Desde allí seguí oyéndola gritar, y a Eve llorar. Luego Summers volvió corriendo a la casa de invitados. Yo sabía que a usted le gustaría saberlo. No miento, lo juro.

No, pensó Delrickio, no era tan listo para haber inventado una historia como aquella, con lo de la clínica de Francia y el hospital privado de Suiza. Así pues, se guardó la pistola, sin reparar en que Lyle se tapó la cara con las manos y comenzó a sollozar.

Eve tenía una hija, pensó, una hija que sin duda querría proteger.

Sonriendo para sus adentros, Delrickio se reclinó en su silla. Lyle era un canalla repulsivo, pero un canalla que le era útil.

Julia no había visto tanta cretona junta en un único espacio. Era evidente que Gloria le había dicho a la decoradora que le diera a su despacho un ambiente acogedor y tradicional. Y desde luego lo había conseguido al cien por cien, con aquellos cortinajes rosados con capas y capas de volantes, aquellas sillas tan mullidas capaces de engullir a un niño pequeño, aquellas alfombras ganchudas esparcidas por el suelo de madera noble, aquellos recipientes de cobre y latón rebosantes de preciosos ovillos de hilo o flores secas, aquellas mesas diminutas atestadas de figuritas… una auténtica pesadilla para quien tuviera que limpiar el polvo.

Todo estaba abarrotado y orientado hacia un mismo punto, de modo que el visitante se veía obligado a avanzar a través de una carrera de obstáculos decorados con motivos campestres, moviéndose de un lado a otro para evitar dar a un objeto con la cadera o darse un golpe en el dedo del pie.

Por otro lado, estaban los gatos, tres de los cuales dormitaban al calor de un sesgo de luz, enmarañados unos encima de otros en una obscena bola de pelo blanco brillante.

Gloria estaba sentada ante un pequeño escritorio curvilíneo más apropiado como tocador de señora que como mesa de trabajo. Llevaba puesto un vestido rosa pálido de mangas largas y cuello de cuáquero; con él parecía la viva estampa de la pureza, la salud y la buena voluntad. Pero las personas nerviosas reconocían a los de su condición. Julia vio indicios de tensión en sus uñas mordidas, como las suyas propias, que estaban destrozadas después de que aquella mañana se hubiera pasado una hora dándole vueltas a la cabeza para tratar de decidir si acudir a la cita o anularla.

—Señorita Summers. —Gloria se puso en pie con una afectuosa sonrisa de bienvenida—. Veo que ha llegado a la hora, así que deduzco que no debe de haber tenido problemas para encontrarnos.

—En absoluto. —Julia se puso de lado para pasar entre una mesa y una banqueta para los pies—. Le agradezco que haya accedido a verme.

—Eve es una de mis mejores amigas. ¿Cómo iba a negarme?

Julia aceptó la invitación de Gloria a sentarse. Obviamente, ninguna de las dos tenía intención de hacer mención del incidente ocurrido en la fiesta de Eve, pero ambas sabían que dicho suceso colocaba a Julia en una situación de ventaja.

—Recibí el mensaje de que le sería imposible quedarse a comer, pero quizá le apetezca un café o un té.

—No, gracias, no me apetece nada.

Aquella mañana Julia ya había ingerido suficiente café para tenerse en pie una semana entera.

—Bueno, así que quiere hablar de Eve —comenzó a decir Gloria con la voz de una monja alegre—. Conozco a Eve desde hace ya, madre mía, treinta años o así. Confieso que cuando la conocí me causó pavor y fascinación. Vamos a ver, eso fue antes de que empezáramos a trabajar en…

—Señorita DuBarry —le interrumpió Julia con una voz queda diametralmente opuesta a la voz animada y llena de vida de Gloria—. Hay muchas cosas de las que me gustaría hablar con usted, muchas preguntas que me gustaría hacerle, pero tengo la sensación de que las dos estaremos incómodas hasta que no hablemos abiertamente de un asunto.

—¿Ah, sí?

Lo único que le había quedado claro después de tanto cavilar aquella mañana era que no se andaría con rodeos.

—Eve me lo ha contado todo.

—¿Todo? —La sonrisa de Gloria no se alteró un ápice, pero bajo el escritorio sus dedos se retorcían entre ellos—. ¿Sobre qué?

—Sobre Michael Torrent.

Gloria pestañeó un par de veces antes de que sus facciones adoptaran un semblante amable. Si el director le hubiera ordenado que pusiera una expresión a caballo entre la leve sorpresa y la confusión educada, la actriz la habría clavado a la primera.

—¿Michael? Bueno, es lógico que al ser él su primer marido le haya hablado de él.

Julia se dio cuenta de que Gloria era una actriz mucho más experimentada de lo que jamás habría creído.

—Sé lo de su romance con él —afirmó Julia en tono rotundo—. Y lo de la clínica de Francia.

—Me temo que no la entiendo.

Julia cogió su maletín para apoyarlo sobre el refinado escritorio.

—Ábralo —dijo—. Mire dentro. No hay cámaras ocultas, ni micrófonos escondidos. Nada de grabaciones, señorita DuBarry. Solo estamos usted y yo, y le doy mi palabra de que lo que no quiera que salga de esta habitación, no saldrá.

Pese a su agitación, Gloria se aferró a la ignorancia como defensa.

—Ya me perdonará por mi confusión, señorita Summers, pero pensaba que había venido a hablar de Eve para su libro.

La ira que ardía tímidamente en su interior llameó de nuevo. Julia se puso en pie y cogió airada el maletín.

—Sabe perfectamente a qué he venido. Si piensa quedarse ahí sentada jugando a la anfitriona desconcertada, estamos perdiendo el tiempo —dijo antes de encaminarse hacia la puerta.

—Espere. —La indecisión era el mayor martirio. Si Julia se marchaba en aquel momento, de aquella manera, a saber la difusión que alcanzaría la historia. Y aun así… ¿cómo podía estar segura de que no había llegado ya demasiado lejos?—. ¿Por qué debería confiar en usted?

Julia trató de calmarse pero no lo consiguió.

—Yo tenía diecisiete años cuando me vi embarazada, soltera y sola. Sería la última persona que condenaría a una mujer por enfrentarse a algo así y tomar una decisión.

Los labios de Gloria comenzaron a temblar. Las pecas que le habían convertido en la niña mimada del país resaltaban sobre su rostro calcáreo.

—Eve no tenía ningún derecho.

—Puede que no. —Julia volvió a sentarse, dejando el maletín a un lado—. Sus motivos para contármelo fueron personales.

—Naturalmente, usted la defiende.

Julia se puso tensa.

—¿Por qué?

—Porque quiere escribir el libro.

—Sí —respondió Julia despacio—. Es cierto que quiero escribir el libro. —Necesitaba escribirlo, pensó—. Pero no la defiendo. Solo le cuento lo que sé. A Eve le afectó muchísimo la experiencia por la que pasó usted. No había afán de venganza ni condena en la forma en que me contó la historia.

—No le correspondía a ella contarla —repuso Gloria, levantando su barbilla temblorosa—. Ni a usted tampoco.

—Puede que no. Eve creía que… —Julia titubeó. ¿Qué importaba lo que creyera Eve?—. Pasar por aquello con usted cambió su vida, en decisiones que tuvo que hacer posteriormente.

La decisión fui yo, recordó Julia. Y allí estaba ella, afligida por todo el sufrimiento que había vivido Gloria hacía treinta años.

—Lo que le ocurrió en aquella clínica de Francia tuvo su trascendencia —prosiguió Julia—. Porque Eve lo vivió a su lado, y eso le cambió. Porque… porque al cambiarle a ella, cambió también la vida de otras personas.

La mía, la de mis padres, la de Brandon. Al notar que la emoción amenazaba con asfixiarla, respiró hondo un par de veces.

—Aquella experiencia nos vincula, señorita DuBarry, nos vincula de una forma que no puedo explicarle todavía. Por eso me lo contó, por eso necesitaba contármelo.

Sin embargo, Gloria no veía más allá de la fortaleza aislada del mundo que había construido a su alrededor con tanto esmero, una fortaleza que ahora veía desmoronarse.

—¿Qué es lo que va a publicar?

—No lo sé, de veras.

—No pienso hablar con usted. No dejaré que arruine mi vida.

Julia se levantó, moviendo la cabeza de un lado a otro. Necesitaba aire, necesitaba marcharse de aquella estancia abarrotada y salir al aire libre, donde pudiera pensar.

—Créame, eso es lo último que querría hacer.

—La detendré. —Gloria se puso en pie como movida por un resorte, lanzando hacia atrás la silla, la cual fue a chocar contra la maraña de gatos, que maullaron enfadados—. Encontraré la manera de detenerla.

¿No lo habría intentado ya?, se preguntó Julia.

—No soy yo su problema —dijo Julia con voz queda antes de huir de aquella sala.

Pero Eve sí que lo era, pensó Gloria mientras se desplomaba de nuevo en la silla. Eve sí que lo era.

Drake calculaba que había dejado pasar el tiempo suficiente para que Eve se hubiera calmado. A fin de cuentas, eran familia.

Vamos allá, se dijo mientras subía a la puerta principal con el ramo de rosas en la mano. Puso su encantadora sonrisa teñida con un tono de disculpa y llamó a la puerta.

Travers acudió a abrirla y al verlo frunció el ceño.

—Hoy está ocupada.

Bruja entrometida, pensó Drake, pero con una risita se coló dentro.

—Nunca está demasiado ocupada para mí. ¿Está arriba?

—Así es. —Travers no pudo evitar esgrimir una sonrisa de suficiencia—. Con su abogado. Si quieres esperar, tendrás que hacerlo en el salón. Y no trates de meterte nada en los bolsillos. Estaré vigilándote.

Drake no tenía energías para que lo insultaran. Se había desinflado al oír la palabra «abogado». Travers lo dejó plantado en el vestíbulo con cara de atónito y las rosas escurriéndosele de las manos.

Abogado. Drake apretó los dedos sin querer, pero ni siquiera notó el pinchazo de las espinas. Eve estaba cambiando el puto testamento. Aquella arpía despiadada iba a desheredarlo.

Pero no se saldría con la suya. El miedo y la furia se apoderaron de él. Iba por mitad de la escalera en una carrera desesperada cuando consiguió controlarse.

Aquello no eran maneras de presentarse ante Eve. Apoyándose contra el pasamanos, respiró hondo varias veces hasta recobrar el aliento. Si irrumpía allí todo desatado, solo conseguiría arrojar por la borda su destino. No iba a dejar escapar todos aquellos millones por un arrebato de ira ciega. Se los había ganado a pulso, y pensaba disfrutar de ellos.

Al ver que tenía sangre en el pulgar, se lo metió en la boca con aire distraído para chupar la sangre. Lo que tenía que hacer era poner a prueba todo su encanto, deshacerse en disculpas y hacer unas cuantas promesas sinceras. Drake se atusó el pelo mientras deliberaba si subir a ver a Eve o esperarla abajo.

Antes de que hubiera decidido lo que era más conveniente, Greenburg empezó a bajar la escalera hacia él. El rostro del abogado se veía impasible, aunque a juzgar por las ojeras que llevaba no debía de haber dormido en toda la noche.

—Señor Greenburg —le saludó Drake.

El abogado miró un instante las flores antes de alzar la vista hacia el rostro de Drake. Sus cejas se arquearon por un momento con aire especulativo antes de devolverle el saludo con la cabeza y seguir bajando la escalera.

Estirado de mierda, pensó Drake, tratando de hacer caso omiso de la agitación que sentía en su interior. Se arregló el pelo de nuevo, así como el nudo de la corbata, y comenzó a subir la escalera con su mejor expresión de arrepentimiento en el rostro.

Una vez frente a la puerta del despacho de Eve irguió los hombros. Tampoco se le podía ver demasiado abatido. Eve no le tendría respeto si entraba arrastrándose a sus pies. Drake llamó a la puerta con discreción; al no obtener respuesta, insistió.

—Eve. —Su voz dejaba entrever un asomo de remordimiento—. Eve, me gustaría… —Drake trató de hacer girar el pomo, pero estaba cerrado. Obligándose a no impacientarse, lo intentó de nuevo—. Eve, soy Drake. Me gustaría disculparme. Sabes lo mucho que significas para mí, y no soporto que haya este distanciamiento entre nosotros.

Le entraron ganas de echar la puerta abajo de una patada y estrangular a Eve.

—Solo quiero encontrar la manera de resarcirte de todo. No solo del dinero, que pienso devolverte hasta el último centavo, sino también de mis actos y mis palabras. Si me dieras…

Al oír que una puerta se abría y se cerraba sin hacer ruido al fondo del pasillo, Drake se volvió esperanzado, parpadeando para que le salieran unas lágrimas. Cuando vio a Nina, casi le rechinaron los dientes.

—Drake —dijo Nina, dejando traslucir la vergüenza que sentía ante aquella situación—. Lo siento. Eve quería que te dijera… que esta mañana tiene mucho que hacer.

—Solo serán cinco minutos.

—Me temo que… Drake, lo siento mucho, de veras, pero no quiere verte. Al menos por ahora.

Drake trató de disimular la ira con su encanto.

—Nina… ¿No puedes interceder por mí? A ti te escuchará.

—Esta vez no. —Nina posó una mano reconfortante sobre la de Drake—. De hecho, este no es el momento más oportuno para tratar de limar asperezas. Ha tenido una noche muy agitada.

—Ha estado con su abogado.

—Sí, bueno… —Nina apartó la vista, de modo que no vio el brillo envenenado que cruzó la mirada de Drake—. Sabes que no puedo hablar de sus asuntos privados. Pero si quieres un consejo, yo que tú esperaría un par de días. Ahora mismo no atiende a razones. Haré lo que pueda, cuando pueda.

Drake le pasó las flores airado.

—Dile que volveré, que no pienso darme por vencido.

Y, dicho esto, se marchó, dando grandes zancadas. Muy bien, ya volvería, se prometió a sí mismo. Y la próxima vez no se le escaparía.

Nina aguardó hasta oír el portazo en el vestíbulo antes de llamar a la puerta del despacho.

—Ya se ha ido, Eve.

Al cabo de unos instantes oyó que se abría la cerradura y entró.

—Siento cargarte con el trabajo sucio, Nina —dijo Eve, volviendo a toda prisa a su escritorio—. Hoy no tengo tiempo ni humor para verlo.

—Te ha traído esto.

Eve echó un vistazo a las flores.

—Haz lo que quieras con ellas. ¿Ya ha vuelto Julia?

—No, lo siento.

—Está bien, no pasa nada —dijo Eve, quitándole importancia con un ademán. Tenía mucho que hacer antes de volver a hablar con su hija—. No me pases ninguna llamada, a menos que sea Julia, o Paul. No quiero que me molesten al menos durante una hora, y si son dos mejor.

—Tengo que hablar contigo.

—Lo siento, querida, pero no es el momento.

Nina miró las flores que sostenía entre las manos antes de dejarlas encima del escritorio. Cerca del borde había unas pilas de cintas de audio.

—Cometes un error, Eve.

—Si es así, soy yo la responsable. —Impaciente, Eve alzó la vista—. He tomado una decisión. Si quieres hablar de ello, lo haremos, pero no ahora.

—Cuanto más se alargue todo esto, más difícil será volver a poner las cosas en su sitio.

—Estoy haciendo todo lo que puedo para poner las cosas en su sitio. —Eve se acercó a comprobar el estado de la cámara de vídeo que había colocado sobre un trípode—. Dos horas, Nina.

—Está bien —respondió Nina, dejando las flores esparcidas sobre el escritorio como un reguero de sangre.