Tras un largo baño de agua caliente con aceites aromáticos, cremas y lociones varias, y quince minutos de lujo entre polvos y pinturas, Julia se enfundó los pantalones de vestir rosa perla y la chaqueta drapeada, sintiéndose ya totalmente recuperada. Tanto que le hizo gracia que Paul se hubiera empeñado en acompañarla hasta la casa principal.
—Hueles de maravilla —le dijo Paul, acercándose la muñeca de Julia a la nariz para olería primero y mordisquearla después—. Quizá quieras reunirte conmigo luego en la habitación de invitados.
—Puede que me deje convencer. —Julia se detuvo frente a la puerta principal, se volvió y le rodeó el cuello con las manos—. ¿Por qué no empiezas a pensar en cómo podrías persuadirme? —Los labios de Julia rozaron los de Paul antes de sorprender y complacer a ambos con un largo beso de los que cortaban la respiración—. Y ahora vete a por una hamburguesa.
Paul sintió como si toda la sangre del cerebro le bajara directamente a las entrañas.
—Dos cosas —dijo—. Come rápido.
Julia sonrió.
—¿Y la segunda?
—Ya lo descubrirás cuando llegues a casa. —Paul se había alejado ya unos pasos cuando volvió la cabeza hacia Julia y le dijo—: Pero come rápido de verdad.
Riendo para sus adentros, Julia llamó a la puerta mientras se imaginaba batiendo el récord de la comedora de cenas más rápida del mundo.
—Hola, Travers.
Por una vez el ama de llaves no gruñó; miró a Julia con lo que en un primer momento parecía una mirada de preocupación, expresión que rápidamente se convirtió en recelo y fastidio.
—La tenía preocupada.
—¿A Eve? —inquirió Julia mientras la puerta se cerraba a su espalda—. ¿Que yo tenía preocupada a Eve? —Cuando Julia cayó en la cuenta del sentido del comentario, no supo si reír o soltar un exabrupto—. ¿Lo dice por lo del avión? Vamos, Travers, no puede culparme por haber estado a punto de sufrir un accidente aéreo.
Pero por lo visto sí que podía, ya que sin mediar más palabra volvió con paso firme hacia la cocina tras indicarle con un brusco ademán que se dirigiera al salón.
Allí estaba Eve, caminando de punta a punta de la sala, como una fiera exótica encerrada en una elegante jaula. A su paso iba dejando un reguero de emoción tan fuerte e intenso que casi se hacía visible. Le brillaban los ojos, pero no derramó una sola lágrima hasta no tener delante a Julia.
Por una vez en su vida la voluntad la abandonó. Moviendo la cabeza de un lado a otro con un gesto de impotencia, se desplomó en el sofá y rompió a llorar.
—Oh no, por favor. —Julia atravesó el salón como un rayo, con los brazos abiertos y una voz tranquilizadora. Eve se abrazó a ella con un frufrú de seda. Sus perfumes se mezclaron en un choque de matices que acabaron por armonizar en una sola fragancia de lo más exótica—. Tranquila —le dijo Julia, consiguiendo con sus palabras un efecto balsámico tan inmediato como con la caricia de sus manos—. Ya ha pasado todo.
—Podrías haber muerto. No sé qué habría hecho. —Momentos después de perder el control, Eve trataba de recobrar la compostura. Movida por el deseo, o la necesidad de escudriñar el rostro de Julia, Eve se echó atrás para verla bien—. Julia, te juro que jamás pensé que nadie llegara tan lejos. Sabía que tratarían de detenerme, pero nunca se me ocurrió que fueran capaces de intentar hacerte daño a ti para conseguirlo.
—No me han hecho daño. Ni van a hacérmelo.
—No, porque no vamos a seguir adelante.
—Eve. —Julia buscó en su bolsillo un pañuelo de papel y se lo pasó—. Ya he hablado de todo esto con Paul. Dejarlo ahora no cambiaría las cosas, ¿no es cierto?
Eve se tomó su tiempo para enjugarse las lágrimas.
—Sí, lo es. —Sintiendo el peso de la edad, Eve se levantó poco a poco para dirigirse al bar y servirse una copa de la botella de champán que había abierto mientras esperaba a que llegara Julia—. Sabes más de lo que deberías. —Sus labios carnosos pintados de rojo se estiraron—. Esa es mi responsabilidad. El fruto de mi egoísmo.
—Es mi trabajo —refutó Julia.
Eve tomó un largo sorbo antes de llenar una segunda copa para Julia. Suaves hombros los de la chica, pensó. De apariencia casi frágil, pero aun así lo bastante fuertes para cargar con lo que les echaran encima.
—¿No quieres que lo dejemos?
—No podría aunque quisiera, que no es el caso. —Julia aceptó la copa que le ofreció Eve y la entrechocó con la suya—. Llegaré hasta el final.
Antes de que Julia tuviera ocasión de beber, Eve le agarró la muñeca. De repente, la miró con una dureza y una intensidad inusitadas.
—Puede que me odies antes de que todo esto acabe.
Eve la tenía agarrada con tanta fuerza que Julia notaba el pulso de su muñeca en contacto con el pulgar de Eve.
—No, no podría.
Eve se limitó a asentir. La decisión estaba tomada, para bien o para mal. Lo único que quedaba era terminar lo empezado.
—Coge la botella, ¿quieres? Cenaremos en la terraza.
Había luces de colores colgadas entre las ramas de los árboles y velas encendidas encima de la mesa de cristal. El jardín se hallaba sumido en el silencio del anochecer, interrumpido únicamente por el sonido de la brisa que mecía las hojas y la cadencia de las gotas que caían sobre el agua de la fuente. Las gardenias comenzaban a florecer, y su fragancia embriagadora impregnaba el ambiente.
—Hay tantas cosas que necesito contarte esta noche… —Eve hizo una pausa al ver que Travers aparecía con platos de champiñones rellenos—. Puede que te parezca demasiada información de golpe, pero tengo la sensación de haber esperado ya demasiado.
—Estoy aquí para escucharla, Eve.
Eve asintió.
—Victor estaba esperándome en el coche que vino a recogerme esta mañana. No sabes lo maravilloso que ha sido volver a estar con él, saber que estábamos juntos, unidos por el amor que sentimos el uno por el otro. Es un buen hombre, Julia. Atrapado por las circunstancias, la educación y la religión. ¿Hay mayor carga que la de tratar de seguir los dictados del corazón y la conciencia? A pesar de todos los problemas y todo el sufrimiento, he sido más feliz con él de lo que muchas mujeres lo son en toda su vida.
—Creo que la entiendo. —La voz de Julia era como la oscuridad, suave y reconfortante—. A veces se puede amar sin la perspectiva de un final feliz. Eso no resta importancia ni vitalidad a la historia.
—No renuncies a los finales felices, Julia. Quiero que tú los tengas.
Travers salió de nuevo con unas ensaladas y, al ver que Eve apenas había tocado el primer plato, frunció el ceño pero no dijo nada.
—Dime qué te ha parecido Kenneth.
—Bueno… —Cayendo en la cuenta del hambre que tenía, Julia atacó la ensalada—. Para empezar, debería decir que no es como me lo esperaba, sino más encantador, relajado y sexy.
Por primera vez en horas Eve fue capaz de reír.
—Tienes toda la razón. Recuerdo la rabia que me daba que, con el atractivo sexual que tenía, fuera un hombre tan mojigato. Siempre tenía la palabra adecuada en el momento oportuno. Salvo la última vez.
—Me lo ha contado. —Julia esbozó una sonrisa—. Me extraña que saliera vivo.
—Por los pelos. Y eso que tenía razón en lo que me dijo. Sin embargo, a un hombre le resulta difícil entender por lo que pasa una mujer cuando se ve obligada a estar en un segundo plano. Aun así, siempre he sabido que podría contar con Kenneth para lo que fuera.
Julia escuchó el rumor de las hojas mecidas por la brisa y el arrullo de las aves nocturnas mientras Eve miraba el interior de su copa de vino.
—¿Sabía que estaba en lo alto de la escalera la noche que Delrickio perdió los estribos, y que casi molieron a golpes a Paul?
Eve alzó de nuevo la vista con un brillo repentino en sus ojos verdes.
—¿Quién, Kenneth? —preguntó.
—Sí, Kenneth. Estaba en lo alto de la escalera con una pistola cargada, y por lo visto dispuesto a utilizarla. Tiene mucha razón cuando dice que puede contar con él.
—No tenía ni idea. —Eve dejó el tenedor a un lado y en su lugar cogió la copa—. Nunca me dijo nada.
—Y hay más, si le interesa mi opinión.
—Por supuesto que me interesa.
—Creo que ha estado enamorado de usted casi toda su vida.
Al principio Eve se lo tomó a broma, pero vio que Julia la miraba en silencio. En su mente se agolparon de repente tantos recuerdos, escenas, frases a medias y momentos que la mano le temblaba cuando volvió a dejar la copa en la mesa.
—Hay que ver lo descuidados que somos con la gente.
—Dudo que lamente un solo minuto de ello.
—Pero yo sí que lo lamento.
Eve guardó silencio mientras Travers servía el salmón. Una algarabía de voces y sonidos martilleaba su cabeza con amenazas y promesas. Temía hablar más de la cuenta, del mismo modo que temía dejarse cosas en el tintero.
—Julia, ¿has traído la grabadora?
—Sí, me dijo que había cosas que quería contarme.
—Me gustaría empezar ahora. —Eve se afanó en fingir que comía mientras Julia ponía la cinta—. A estas alturas sabes lo que siento y opino de muchas personas, y el modo en que mi vida se ha entrelazado con la de ellas. Travers y Nina, que llegaron a mí por su destructivo pasado. Kenneth, que robé a Charlotte por maldad. Michael Torrent, Tony, Rory, Damien, todos ellos equivocaciones con distintos resultados. Michael Delrickio, que apeló a mi vanidad y a mi arrogancia. Y a través de él he perdido a Drake.
—No entiendo.
—Fue Drake quien entró en tu casa, quien robó y lo registró todo en busca de las cintas.
—¿Drake?
Julia pestañeó ante la llama de una cerilla mientras Eve se encendía un cigarrillo.
—Tal vez no sea del todo justo culpar a Michael. A fin de cuentas, Drake se echó a perder hace años. Pero prefiero culparlo a él. Michael conocía la debilidad del chico por el juego. Bueno, por el juego y por todo, y se valió de ello. Drake era débil, calculador y desleal, pero también era mi sobrino.
—¿Era?
—Lo he despedido —se limitó a decir Eve—. Como agente publicitario, y como sobrino.
—Eso explica porque no me devolvía las llamadas. Lo siento, Eve.
Eve hizo un gesto con la mano como rehusando su muestra de compasión.
—Prefiero no pensar demasiado en Drake. Lo que quiero decir es que todas las personas que han pasado por mi vida han influido en ella en mayor o menor medida, y a menudo también se han influido entre sí. Rory me trajo a Paul, gracias a Dios, y eso nos une a los tres. Y, si estás en lo cierto acerca de esa tal Lily, supongo que también estoy unida a ella.
Julia no pudo evitar sonreír.
—Le gustaría.
—Es posible —dijo Eve, sin darle más importancia—. Rory también me trajo a Delrickio, y Delrickio a Damien. ¿Ves cómo cada personaje altera sutil o abiertamente la historia de una vida? Si se omite uno solo de los personajes, la trama podría tomar un rumbo distinto.
—¿Diría que Charlie Gray cambió el suyo?
—Charlie. —Eve sonrió con nostalgia en la oscuridad de la noche—. Charlie aceleró lo inevitable. Si pudiera volver atrás, cambiar una sola cosa en mi vida, cambiaría mi relación con Charlie. Quizá si yo hubiera sido un poco más amable y no hubiera tenido tanto empuje, las cosas habrían sido muy diferentes para él. Pero no se puede volver atrás. —La expresión de Eve cambió, ensombreciéndose al mirar fijamente a Julia—. Eso es parte de lo que quiero contarte esta noche. De todas las personas que he conocido y tratado en mi vida, hay dos que han influido en ella más que nadie. Victor y Gloria.
—¿Gloria DuBarry?
—Sí. Gloria está indignada conmigo; se siente traicionada porque estoy decidida a revelar lo que ella considera su infierno personal. No lo hago por afán de venganza, ni sin pensar. De todas las cosas que te he contado, esta es la que resulta más difícil, y la más necesaria.
—Desde el primer momento le dije que no la juzgaría. No voy a empezar a hacerlo ahora.
—Pero lo harás —dijo Eve en voz baja—. En los inicios de la carrera de Gloria, cuando hacía papeles de jovencitas cándidas y ángeles sonrientes, conoció a un hombre, un hombre de aspecto imponente, seductor, con éxito y casado. Ella confió en mí, no solo porque éramos amigas, sino porque yo también había sucumbido en su día a los encantos de aquel hombre. Se trataba de Michael Torrent.
—¿DuBarry y Torrent? —Eve no podía haber relacionado dos nombres que hubieran sorprendido más a Julia—. He leído todo lo que he podido sobre ambos, y en ningún momento he encontrado ni el más mínimo rumor al respecto.
—Eran muy cuidadosos, y yo les ayudé a serlo. Entendí que Gloria estuviera enamoradísima de él, y por aquel entonces no estaba atrapada del todo en su imagen pública. Todo esto debió de ocurrir unos dos años antes de que conociera a Marcus y se casara con él. Gloria bullía de desenfreno, de pasión por la vida. Una pasión que lamento que haya sofocado por completo.
Julia no pudo sino negar con la cabeza. Le costaba tanto imaginar a Gloria DuBarry desenfrenada o apasionada como imaginar a Eve subiéndose a la mesa de un salto para marcarse unos pasos de claque.
O más.
—En aquella época Torrent debía de estar casado con… —Julia hizo un cálculo rápido—, Amelia Gray.
—La primera esposa de Charlie, sí. El matrimonio entre ambos se fue a pique rápidamente; no tenía una buena base. La culpa era de Michael, que se había valido de todo su poder e influencia para que Charlie no llegara a protagonizar una sola película y nunca supo convivir con ello.
Julia dejó escapar una larga bocanada de aire. Si el romance ilícito de Gloria fue como un golpe inesperado, aquello fue ya el remate.
—¿Me está diciendo que Torrent saboteó la carrera de Charlie? Por Dios, Eve, pero si eran amigos. La pareja que formaban hizo leyenda. Y Torrent se ha convertido en uno de los nombres más venerados del cine.
—Se ha convertido —repitió Eve—. Quizá habría acabado en el mismo sitio si hubiera sido paciente y leal. Pero traicionó a un amigo debido a sus propios miedos. Le aterraba la idea de que Charlie lo eclipsara, y presionó a los estudios, como podían hacer algunas estrellas en aquella época, para que solo le dieran papeles del típico amigo segundón.
—¿Y eso lo sabía Charlie?
—Puede que tuviera sus sospechas, pero nunca le habrían creído. Michael también se beneficiaba a las esposas de Charlie. Me lo confesó todo poco después del suicidio de Charlie. Eso, sumado a un tedio espantoso, fue lo que me llevó a divorciarme de él. Michael se casó con Amelia, y sobrellevó la culpa como pudo durante unos años. Y entonces conoció a Gloria.
—¿Y usted los ayudó? ¿Después de lo que había hecho y con lo que debía de sentir por él?
—Ayudé a Gloria. Charlie estaba muerto y ella viva. Yo acababa de romper mi desastrosa relación con Tony, y la intriga de toda aquella historia me tenía entretenida. Solían verse en el Bel Air, como todo el mundo que tenía una aventura. —Eve esbozó una sonrisa—. Incluida yo.
Intrigada, Julia se sostuvo la barbilla con la mano abierta.
—¿No era difícil tener controlados a todos los jugadores? La de botones que se habrán hecho millonarios gracias a las propinas.
Eve sintió que la tensión se rebajaba con su risa.
—Fue una época divina —dijo. En la mirada de Julia había aprecio, interés y ni un ápice de condena. De momento—. Excitante.
—El pecado suele serlo. —Julia se imaginaba la estampa a la perfección. Los famosos, todo glamourosos y apasionados, jugando al escondite con los cronistas de sociedad y los consortes suspicaces. Amantes pasajeros disfrutando de un revolcón de tarde, tanto por la excitación del pecado como por la satisfacción del sexo—. Quién hubiera sido camarera —murmuró.
—El Bel Air era sinónimo de discreción —le explicó Eve—. Pero, claro, todo el mundo sabía que era el lugar indicado si uno quería unas horas de intimidad con el marido o la mujer de otro. Y Amelia Gray Torrent no era tonta. El miedo a ser descubiertos hizo que Gloria y Michael siguieran con su ritual de apareamiento en moteluchos de mala muerte. Yo les habría ofrecido mi casa de invitados si hubiera estado terminada. Aun así, lograron arreglárselas bastante bien. Resulta irónico que mientras retozaban en camas de motel estuvieran rodando una película juntos.
—Rumbo al altar —recordó Julia—. Madre mía, pero si él hacía de su padre.
—Ah, lo que habrían hecho Hedda y Louella si lo hubieran sabido.
Ante la imagen de aquellas dos lenguas viperinas con semejante noticia bomba entre las manos, Julia no pudo evitar que se le escapara una carcajada.
—Lo siento, seguro que en su momento fue una historia intensa y romántica, pero es lo bastante sórdida para resultar divertida. Toda aquella frustración del padre y aquellas diabluras de la hija delante de la cámara, y luego se iban corriendo los dos juntos a alquilar una habitación por horas ¿Se imagina si hubieran acabado mezclando los papeles?
La tensión que sentía Eve se disipó lo suficiente para reír con la copa de vino pegada a sus labios.
—¡Qué ocurrencia! Nunca se me había pasado por la cabeza.
—Habría sido fantástico. La cámara que empieza a rodar y él que dice: «Jovencita, tendría que cogerte y darte unos buenos azotes».
—Y a ella se le ilumina la mirada y le tiemblan los labios «Oh, sí, papi, sí, por favor».
—Corten, es buena —dijo Julia, inclinándose hacia delante—. Habría sido todo un clásico.
—Qué pena que ninguno de los tuviera mucho sentido del humor. No delirarían tanto con la historia después de tanto tiempo.
Invadida por una sensación de bienestar, Julia rellenó las copas de vino.
—No puede ser que crean de veras que una aventura que tuvieron hace tantos años escandalizaría a la gente hoy en día. Puede que hace treinta años hubiera sido un escándalo, pero en serio, Eve, ¿a quién le importaría eso ahora?
—A Gloria sí, y a su marido. Es muy rígido, de los que no tendrían ningún problema en arrojar la primera piedra.
—Llevan casados más de treinta años No me lo imagino llevándola a juicio para obtener el divorcio por una indiscreción cometida en el pasado.
—No, ni yo tampoco Pero Gloria ve las cosas de otra forma. Hay más, Julia, y aunque puede que a Marcus le cueste cargar con ello, creo que lo hará. Pero seria una prueba de fuego para él —Eve guardó silencio un momento, consciente de que sus palabras serían como una bola de nieve lanzada desde lo alto de una larga colma empinada. Pronto tendrían una fuerza demasiado arrolladora para poder detenerlas—. Coincidiendo con el estreno de la película, Gloria descubrió que estaba embarazada de Michael Torrent.
Las carcajadas de Julia se cortaron en seco. Aquel era un sufrimiento que conocía de sobra.
—Lo siento. Descubrir que una esta embarazada de un hombre casado.
—No te deja muchas opciones —concluyó Eve—. Gloria estaba aterrada, deshecha. Su aventura con Michael no tenía visos de durar mucho más. Ella había hablado primero con él, naturalmente, sin duda histérica y furiosa. El matrimonio de Michael estaba llegando a su fin y, con embarazo o no por medio, no contemplaba la idea de atarse a otra.
—Lo siento —repitió Julia ante los vividos recuerdos que se agolparon en su memoria—. Debía de estar muerta de miedo.
—Los dos tenían miedo al escándalo, a la responsabilidad y a verse atados el uno al otro durante un tiempo considerable. Gloria acudió a mí; no tenía a nadie más.
—Y usted la ayudó, otra vez.
—La apoyé, como amiga y como mujer. Tenía decidido abortar, una práctica ilegal en aquella época, y a menudo peligrosa.
Julia cerró los ojos. De repente, un escalofrío le recorrió el cuerpo desde lo más profundo de su ser.
—Debió de ser horrible para ella.
—Lo fue. Me enteré de que había una clínica en Francia, y fuimos allí. Fue algo muy doloroso para ella, Julia, y no solo físicamente. La opción del aborto nunca es fácil para una mujer.
—Menos mal que la tenía a usted. Si hubiera estado sola… —Cuando Julia volvió a abrir los ojos los tenía empañados, nublados como por un velo de terciopelo gris—. Tome la opción que tome una mujer, es muy duro verse sola.
—Era un lugar muy silencioso y aséptico. Yo me senté en una pequeña sala de espera con paredes blancas y revistas ilustradas, y lo único que veía era la imagen de Gloria llorando y tapándose los ojos con los brazos mientras se la llevaban en una silla de ruedas. La intervención fue muy rápida, y luego me dejaron estar con ella en la habitación. No abrió la boca hasta al cabo de mucho rato, horas a decir verdad. Volvió la cabeza y me miró. «Eve», me dijo. «Sé que era lo que tenía que hacer, lo único que podía hacerse, igual que sé que nada de lo que haga en mi vida me dolerá tanto como esto».
Julia se limpió una lágrima de la mejilla.
—¿Está segura de que es necesario publicar esto?
—Creo que lo es, pero voy a dejar esa decisión en tus manos, o en tu corazón, después de que oigas el resto de la historia.
Julia se levantó. No sabía de dónde había sacado el coraje, pero lo sentía a flor de piel, como un picor que no podía aliviar.
—La decisión no debería ser mía, Eve. Eso le atañe a la persona o personas implicadas en la historia, no a un mero observador.
—Tú nunca has sido un mero observador, Julia, no desde el momento en que viniste aquí. Sé que lo has intentado, que lo habrías preferido así, pero es imposible.
—Puede que haya perdido mi objetividad, y que eso me sirva, espero, para escribir un libro mejor. Pero no me corresponde a mí decidir incluir u omitir algo tan íntimo.
—¿Quién mejor? —murmuró Eve antes de señalar la silla de la que Julia se había levantado—. Siéntate, por favor, déjame que te cuente el resto.
Julia vaciló, sin saber muy bien por qué. La noche había caído rápido, dejando a la vista tan solo un puñado de puntos de luz dispersos y el resplandor de las velas. Eve se veía envuelta en un halo de luz, y un búho ululó desde la oscuridad. Julia tomó asiento, y esperó.
—Siga.
—Gloria volvió a casa y retomó su vida. En menos de un año conoció a Marcus y empezó de nuevo. Aquel mismo año yo conocí a Victor. Nuestra aventura no discurrió entre hoteles discretos ni sucios moteles. No fue un fugaz momento de pasión, sino una llama lenta y constante que nos mantuvo unidos. En otros aspectos, supongo que nuestra relación tenía muchas semejanzas con la de Michael y Gloria. Victor estaba casado, y aunque el suyo no era matrimonio feliz, no hicimos público lo nuestro. Sabía, si bien he tardado años en aceptarlo, que de puertas para fuera no seríamos nunca una pareja.
Eve se volvió para mirarla mientras Julia permanecía en silencio. El reflejo de la luz de la ventana de la cocina salpicó los geranios. La luz de la luna acuchilló el agua vaporosa de la fuente, convirtiéndola en plata líquida. A su alrededor se alzaba un muro que la recluía a ella en su interior, dejando a los demás fuera.
—Nos amábamos dentro de los muros de esta casa, y solo unas pocas personas que ambos conocíamos y en las que confiábamos compartían nuestro secreto. No fingiré que no me molesta, ni que no me siento resentida con su mujer, y a veces también con Victor, por todo lo que me han quitado. Por todas las mentiras con las que he vivido, en especial una. Lo más importante que me fue arrebatado.
Fue Eve quien se levantó en aquel momento para acercarse a las flores y respirar hondo, embriagándose con su fragancia, como si en ellas pudiera encontrar el sustento que no había hallado en los platos de la cena. Había llegado el momento, lo sabía. El momento crucial, el momento en que una vez que avanzara no podría dar marcha atrás. Poco a poco volvió hacia la mesa, pero no se sentó.
—Gloria se casó con Marcus un año después de nuestro viaje a Francia. Al cabo de dos meses estaba embarazada de nuevo, y loca de alegría. A las pocas semanas yo también estaba embarazada, y sumida en la desdicha.
—¿Usted? —Tras superar la impresión inicial, Julia se levantó para coger la mano de Eve—. Cuánto lo siento.
—No lo sientas —le dijo Eve, apretándole la mano—. Siéntate conmigo. Déjame terminar.
Cogidas aún de las manos, se sentaron. Entre ellas ardía la llama de la vela, proyectando luces y sombras sobre el rostro de Eve. Julia no estaba segura de si la expresión que veía en ella era de dolor, de pesar o de esperanza.
—Yo tenía casi cuarenta años, y hacía tiempo que había renunciado a la idea de tener hijos. El embarazo me asustaba, no solo por mi edad, sino por las circunstancias. No es que tuviera miedo de la opinión pública, Julia, al menos no por mí misma.
—Fue por Victor —murmuró Julia, sintiendo un dolor punzante como si tuviera una herida abierta en el costado.
—Sí, fue por Victor, que estaba unido por la ley y por la Iglesia a otra mujer.
—Pero la amaba a usted. —Julia se llevó la mano de Eve a la mejilla por un instante en un gesto de consuelo—. ¿Cómo reaccionó cuando se lo contó?
—No se lo conté. Nunca se lo he contado.
—Pero, Eve, ¿cómo ha podido ocultarle algo así? Era tan hijo suyo como de usted, y tenía derecho a saberlo.
—¿Sabes lo ilusionado que estaba con tener hijos? —Eve se acercó a Julia, con sus ojos oscuros y brillantes—. Nunca jamás se habría perdonado perder uno. Sí, las cosas habrían sido de otra manera si se lo hubiera contado. Y seguramente con ese hijo lo habría retenido a mi lado como ella lo había retenido con la culpa, Dios y el pesar. No podía, no estaba dispuesta a hacerlo.
Julia esperó a que Eve rellenara las copas con pulso tembloroso para hablar.
—Lo entiendo. Creo que lo entiendo —se rectificó—. Nunca dije a mis padres el nombre del padre de Brandon en gran parte por la misma razón. No soportaba la idea de que el único motivo por el que él estaría conmigo fuera por un niño concebido sin querer.
Eve bebió un sorbo, y otro después.
—Yo era la que llevaba el niño dentro, y sentía, como siempre sentiré, que la decisión era mía. Me moría por contárselo, por compartirlo con él aunque fuera por un solo día, pero eso habría sido peor que una mentira. Decidí volver de nuevo a Francia; Travers me acompañó. No podía pedírselo a Gloria, ni siquiera pude decírselo al verla tan entusiasmada eligiendo nombres y patucos.
—No hace falta que me lo explique, Eve. Sé lo que es eso.
—Ya me imagino. Solo una mujer que ha pasado por lo mismo sabe lo que es eso. Travers… —Eve intentó torpemente encender una cerilla antes de reclinarse agradecida cuando Julia se la encendió—. Travers también lo entendía —dijo, expulsando una bocanada de humo—. Tenía un hijo, y al mismo tiempo nunca podría tenerlo. Así que volví a Francia con Travers.
Nada le había parecido tan frío y privado de esperanza como las paredes blancas y lisas de aquella sala de reconocimiento. El médico tenía una voz dulce, tanto como la expresión de su mirada y el tacto de sus manos. Pero tanto daba. Eve hubo de soportar las preguntas de rigor sobre su estado de salud, preguntas que contestó con desánimo, sin apartar en ningún momento sus ojos de aquellas paredes blancas y lisas.
Así era su vida, lisa y vacía. Naturalmente, nadie lo creería. No de Eve Benedict, una estrella, una diosa del cine, la mujer que los hombres deseaban y las mujeres envidiaban. ¿Cómo iba a entender nadie que, en un momento tan excepcional de su vida, habría dado lo que fuera por ser normal? La esposa normal de un hombre normal que esperaba un hijo normal.
Pero dado que ella era Eve Benedict, y que el padre era Victor Flannigan, aquel hijo no podía ser normal. Ni siquiera podía llegar a ser.
No quería preguntarse si habría sido niño o niña, pero aun así lo hizo. No podía permitirse el lujo de imaginar cómo habría sido si dejaba que aquellas células se desarrollaran y llegaran a convertirse en un ser. Aun así no cesaba de imaginarlo, y lo veía con los ojos de Victor, una imagen que le hacía casi desmayarse de amor y deseo.
Pero en aquella situación no había cabida para el amor, y sin duda tampoco para el deseo.
Permaneció sentada, escuchando al médico mientras este le explicaba lo sencilla que era la intervención y le prometía que apenas le dolería con su voz dulce y tranquilizadora. Probó el sabor de sus lágrimas cuando una le corrió por la mejilla hasta llegar a los labios.
No había sentimiento más absurdo e improductivo que aquel. Otras mujeres se habían visto en la misma encrucijada, y lo sobrellevaban. Si se daba el arrepentimiento, podría vivir con él, mientras tuviera la certeza de haber acertado.
No dijo una sola palabra cuando apareció la enfermera para prepararla. Más manos suaves, competentes, más palabras tranquilizadoras en tono quedo. Eve se estremeció al pensar en las mujeres que no tenían dinero ni recursos, como sus hermanas, cuya única solución a un embarazo imposible era una lúgubre sala clandestina.
Tumbada en silencio en la camilla, sintió únicamente el rápido pinchazo de la aguja. Alguien le dijo entonces que se relajara.
Mientras la sacaban de allí para llevarla a otra sala, Eve miraba al techo. En cuestión de unos instantes estaría en el quirófano, y en menos tiempo del que se tarda en hablar de ello volvería a estar fuera, recuperándose en una de las preciosas habitaciones privadas que daban a las montañas que se veían a lo lejos.
Y recordó la imagen de Gloria tapándose los ojos con el brazo.
Eve movió la cabeza de un lado a otro. Se sentía levitar, sumida en un estado de somnolencia y una sensación de irrealidad por efecto de la anestesia. Creyó oír el llanto de un bebé, pero eso no podía ser. Su bebé todavía no era ni siquiera un bebé, ni nunca lo sería.
Vio los ojos del médico, unos ojos amables y comprensivos que asomaban por encima de la mascarilla. Alargó la mano para tocar su mano, pero no la sentía.
—Por favor… no puedo… quiero tenerlo.
Cuando despertó estaba en la cama, en una de aquellas hermosas habitaciones con la luz del sol filtrándose entre las persianas. Vio a Travers sentada a su lado en una silla. Aunque Eve no emitió sonido alguno, fue capaz de alargar la mano hacia ella.
—Tranquila —dijo Travers, cogiéndole la mano—. Los has parado a tiempo.
—Tuvo el bebé —musitó Julia.
—Era el hijo de Victor, fruto del amor, un fruto excepcional y valiosísimo. Y cuando me llevaban por aquel pasillo me di cuenta de que lo acertado para Gloria no lo era para mí. No sé si habría sido capaz de tomar la decisión correcta en mi caso de no haber pasado antes por aquello con ella.
—¿Cómo pudo tener al bebé y ocultar algo así durante todos estos años?
—Una vez que tomé la decisión de seguir adelante con el embarazo, hice planes. Regresé a Estados Unidos, pero me quedé en Nueva York. Conseguí despertar el interés de una gente para poder hacer teatro en Broadway. Hizo falta tiempo para dar con el guión, el director y el reparto adecuados, y tiempo era precisamente lo que yo necesitaba. Cuando estaba ya de seis meses y vi que no podría seguir ocultando mi estado con facilidad, me fui a Suiza, a un castillo que mandé comprar a mis abogados. Me instalé allí con Travers bajo el nombre de madame Constantine. Básicamente, desaparecí durante tres meses. Victor se volvió loco tratando de dar conmigo, pero yo vivía tranquila. Al final del octavo mes ingresé en un hospital privado, esta vez como Ellen Van Dyke. Los médicos estaban preocupados; en aquella época no era frecuente que una mujer tuviera su primer hijo a aquella edad.
Y sola, pensó Julia.
—¿Y el embarazo fue difícil?
—Cansado —respondió Eve con una sonrisa—. Y sí, fue difícil porque yo quería que Victor estuviera a mi lado y no podía ser. Hubo algunas complicaciones. Hasta al cabo de unos años no supe que aquel sería mi único hijo; no podría concebir ninguno más. —Eve ahuyentó aquella idea con un ademán—. Dos semanas antes de que saliera de cuentas, me puse de parto. Me dijeron que fue relativamente corto para ser el primero. Solo diez horas. Para mí fueron como diez días.
Como las mujeres superaban el dolor y los temores del parto Julia pudo reír con conocimiento de causa.
—Ya. Yo estuve trece con Brandon. Se me hizo eterno. —Sus miradas se cruzaron por encima de las velas titilantes—. ¿Y el bebé?
—Nació con apenas tres kilos de peso. Era pequeña, pero una hermosura, lo más bonito del mundo. Rosada y perfecta, con unos ojos enormes llenos de sabiduría. Me la dejaron tener en brazos un rato. Aquella vida que había crecido dentro de mí. La contemplé mientras dormía. En mi vida había ansiado tener a Victor a mi lado tanto como en aquel momento.
—La entiendo. —Julia posó su mano sobre la de Eve—. Yo no estaba enamorada de Lincoln, por lo menos no cuando nació Brandon, pero también quería que estuviera a mi lado. Necesitaba su presencia. Por muy maravilloso que fue tener allí a mis padres en todo momento, no era lo mismo. Me alegro de que tuviera a Travers.
—Habría estado perdida sin ella.
—¿Puede contarme lo que ocurrió con el bebé?
Eve bajó la vista hacia sus manos unidas.
—Me quedaban tres semanas en Suiza antes de que tuviera que volver para empezar los ensayos de Lo que la señora mande. Abandoné el hospital y al bebé, porque me parecía que lo mejor era cortar el vínculo cuanto antes; lo mejor para mí. Mis abogados tenían vanas solicitudes de posibles padres adoptivos, y me encargue de estudiarlas personalmente; exigí el máximo control posible. Julia, yo amaba a esa criatura, y quería lo mejor para ella.
—Claro que sí. Lo que no quiero ni imaginarme es lo que debió de sufrir al renunciar a ella.
—Fue como si me quitaran la vida. Lo único que podía hacer era asegurarme de que la suya comenzara de la mejor manera posible. Yo misma elegí a los padres, y a lo largo de los años, pese a la desaprobación de mis abogados, les pedía que me mantuvieran informada sobre sus progresos.
—Pero, Eve, eso solo podía servir para prolongar su dolor.
—No, no —se apresuró a contestar Eve, movida por una necesidad apremiante de rebatir aquel argumento—. Sirvió para reafirmarme en mi idea de que había hecho lo correcto. Aquella criatura era todo lo que yo podría haber esperado: espabilada, hermosa, fuerte y cariñosa. Era demasiado joven cuando se vio en un trance similar. —Eve giró la mano para entrelazar sus dedos con los de Julia—. Pero en ningún momento se vino abajo. No tengo ningún derecho a traerla de nuevo a mi vida. Pero de la misma manera que la saqué de ella, no he tenido más remedio.
No fueron tanto las palabras como la mirada de Eve lo que hizo que a Julia se le quedara el aire atrapado en los pulmones. Ante aquellas palabras cargadas de deseo y temor y tan claras como el agua, Julia trató de liberar su mano en un gesto instintivo, pero Eve la retuvo con fuerza.
—Eve, me hace daño.
—No es mi intención. Pero debo hacerlo.
—¿Qué intenta decirme?
—Te pedí que vinieras aquí a contar mi historia porque nadie tiene más derecho que tú a escucharla. —Eve tenía los ojos clavados en los de Julia con la misma fuerza con la que tenía cogida su mano—. Tú eres mi hija, Julia. Mi única hija.
—No la creo. —Esta vez Julia consiguió liberar su mano de un tirón, poniéndose en pie tan deprisa que la silla salió lanzada hacia atrás—. Pero ¿qué infamia es esa?
—Tienes que creerme.
—No. No la creo. —Eve retrocedió un paso más, rastrillándose el pelo con ambas manos. Le costaba respirar con la ira amarga que sentía en la garganta—. ¿Cómo puede hacer esto? ¿Cómo puede aprovecharse de mí de esta manera? Sabe que fui adoptada. Ha montado todo esto, toda esta farsa solo para manipularme.
—Sabes que eso no es así. —Eve se puso en pie poco a poco, apoyando una mano en la mesa para ayudarse. Le temblaban las rodillas—. Sabes que es verdad. —Ambas se miraron, manteniéndose la mirada—. Porque lo sientes, lo ves. Tengo pruebas si las necesitas. Los historiales de los hospitales, los documentos de adopción, la correspondencia con mis abogados. Pero tú ya sabes la verdad. Julia…
Eve alargó el brazo, con los ojos llenos de lágrimas al ver cómo lloraba su hija.
—¡No me toque! —gritó Julia, y se tapó la boca con las manos ante el temor de que pudiera seguir gritando.
—Querida, intenta entenderlo, te lo ruego. Nada de esto lo he hecho para hacerte daño.
—¿Y para qué sino? ¿Para qué? —En su interior sentía tal cúmulo de sentimientos que Julia pensó que explotaría por el peso de todos ellos. ¿Aquella mujer, aquella mujer que hasta hacía tan solo unos meses no era más que un rostro en la pantalla, un nombre en las revistas, era su madre? Aun teniendo el deseo de negarlo a gritos, miró a Eve, envuelta en un halo de luz de luna, y lo supo—. Me ha traído aquí, me ha metido en su vida, ha jugado conmigo, y con todo el mundo…
—Te necesitaba.
—¿Que tú me necesitabas? —La voz de Julia provocó en Eve un dolor lacerante—. ¿Tú? Al infierno contigo. —Ciega de dolor, le dio tal empujón a la mesa que esta se tambaleó de un lado a otro, con un estrépito de copas y platos rotos—. Maldita seas. ¿Crees que eso me importa? ¿Qué esperas, que corra a tus brazos? ¿Crees que va a entrarme de repente un arrebato de amor? —Julia se apresuró a limpiarse las lágrimas de la cara mientras Eve la observaba en silencio—. Pues no. Te odio, te odio por habérmelo contado, por todo. Te juro que te mataría por habérmelo dicho. ¡Fuera de mi vista! —Julia se volvió rápidamente hacia Nina y Travers cuando estas salieron corriendo a la terraza—. Largaos de aquí. Esto no tiene nada que ver con vosotras.
—Volved adentro —dijo Eve en voz baja sin mirarlas—. Volved, por favor. Esto es entre Julia y yo.
—No hay nada entre tú y yo —logró decir Julia al tiempo que un sollozo brotaba de su garganta—. Nada.
—Lo único que quiero es una oportunidad.
—Ya la tuviste —le espetó Julia—. ¿Acaso debería agradecerte que no siguieras adelante con el aborto? Muy bien, pues muchas gracias. Pero mi gratitud se acaba en el momento en que firmaste los papeles para darme en adopción. ¿Y por qué? Porque yo era un engorro para tu estilo de vida, porque era un error, un accidente. Eso es todo lo que somos la una para la otra, Eve, un error mutuo. —Su voz se ahogó en lágrimas, pero consiguió que se abriera paso entre ellas—. Yo tuve una madre que me quiso. Nunca podrás sustituirla, y nunca te perdonaré por haberme contado algo que nunca he querido ni he necesitado saber.
—Yo también te quería —dijo Eve con toda la dignidad de la que fue capaz.
—Esa es una más de la sarta de mentiras que hay en tu vida. No te acerques a mí —le advirtió Julia cuando Eve hizo amago de aproximarse a ella—. No sé lo que sería capaz de hacer si te acercas a mí.
Julia se volvió y se echó a correr hacia el jardín, huyendo del pasado.
Eve no pudo sino taparse la cara con las manos mientras se mecía hacia delante y hacia atrás, presa del dolor. Estaba sin fuerzas, como una criatura, cuando Travers salió para llevarla adentro.