22

—Será mejor que defiendas la pelota —advirtió Paul entre jadeos al tiempo que hacía una finta por encima del hombro de Brandon.

El muchacho lanzó un gruñido y giró sobre sus talones para alejarse driblando con el balón con manos pequeñas y plena concentración.

Ambos estaban sudando, Paul más que el chico. La edad era un coñazo, pensó mientras esquivaba el codo huesudo de Brandon. Paul superaba al muchacho en altura y alcance, así que se contuvo. A fin de cuentas, no sería justo…

Brandon se coló por debajo del brazo de Paul y metió un gancho de lleno.

—¡Empate! —exclamó Brandon, poniéndose a dar saltos con las rodillas raspadas en alto y a menear con brío su culo escurrido—. Seis a seis, colega.

—Menos humos… colega.

Paul se secó el sudor que le caía a través del pañuelo que se había atado a la frente. Brandon, que llevaba su gorra de los Lakers hacia atrás con aire desenfadado, sonrió cuando Paul recuperó la pelota.

—Si hubiera puesto esa canasta a la altura reglamentaria…

—Ya, ya. —Brandon sonrió aún más—. Tú mucho hablar.

—Listillo.

Sintiéndose enormemente adulado, Brandon dejó escapar una carcajada ante aquel comentario rezongón, y vio que Paul respondía con una sonrisa en los ojos. Se estaba divirtiendo como nunca. Aún no podía creer que Paul hubiera ido a verle, a él, provisto de una canasta y un balón, y le hubiera retado a echar un partido.

Su dicha no menguó cuando Paul pasó como una bala por su lado y encestó de tal modo que el balón entró en el aro casi con un silbido sordo.

—Vaya potra.

—De potra nada, monada.

Paul pasó la pelota a Brandon. Puede que hubiera llevado el aro movido por un impulso, y que lo hubiera colocado sobre la puerta del garaje pensando que a Brandon le gustaría tener la oportunidad de meter unas cuantas canastas de vez en cuando. Incluso lo de jugar un uno a uno había surgido de forma espontánea. La cuestión era que él también estaba divirtiéndose como nunca.

La visita de aquella tarde sí que había sido en parte premeditada. Paul, que amaba a la madre y quería formar parte de su vida, sabía que lo más importante para ella era su hijo. No estaba del todo seguro de lo que sentiría ante la posibilidad de formar parte de repente de una familia o de dar cabida en su corazón y en su hogar al hijo de otro hombre.

Cuando el marcador llegó a diez a ocho, a su favor, Paul había olvidado todo aquello. Simplemente se lo estaba pasando en grande.

—¡Sí, señor! —Brandon agitó en el aire un puño triunfal después de lograr encestar de nuevo. Llevaba la camiseta de Bart Simpson pegada a los omóplatos—. Voy pisándote los talones.

—Lo que vas es a morder el polvo.

—Lo tienes claro.

Distraído por su propia risa, Paul perdió el balón y Brandon se abalanzó sobre este como un perro de caza sobre un conejo. Tras fallar un primer intento de tiro, luchó por hacerse con el rebote y a la segunda logró encestar.

Paul se había dormido en los laureles y Brandon había aprovechado para sacarle ventaja, doce a diez.

—¡Soy el mejor! —exclamó Brandon, dando saltos sobre la cancha de cemento con los brazos extendidos y los dedos apuntando al cielo.

Con los ojos entrecerrados y las manos apoyadas en las rodillas, Paul observó a Brandon saborear la victoria mientras él respiraba aire caliente.

—Te lo he puesto fácil porque no eres más que un crío.

—¡Y un cuerno! —Disfrutando del momento, Brandon describió un círculo alrededor de Paul, con su piel ligeramente bronceada brillando de sudor y el malo de Bart mirándolo con aire despectivo—. Yo te lo he puesto fácil a ti —repuso—. Porque eres lo bastante mayor para ser mi padre.

Brandon se interrumpió, avergonzado por lo que acababa de decir, agitado por sus propios pensamientos. Antes de que se le ocurriera la forma de retractarse, Paul lo tenía agarrado con una llave de cabeza y le estaba haciendo reír a carcajadas al frotarle con fuerza la coronilla con los nudillos.

—Bueno, bocazas. ¿Echamos otro y un tercero si hace falta para desempatar?

Brandon lo miró fijamente, pestañeando.

—¿En serio?

Dios mío, pensó Paul, estaba quedándose prendado de aquel crío, que con aquellos ojos enormes y ávidos y aquella tímida sonrisa irradiaba un halo de amor y esperanza. Si había un hombre sobre la faz de la tierra capaz de resistirse a aquella mirada, su nombre no era Paul Winthrop.

Paul le dedicó una amplia y maligna sonrisa.

—A menos que seas un gallina.

—¿Yo, miedo de ti? —A Brandon le gustaba verse cogido así, en un abrazo masculino, sudando y lanzándose pullas el uno al otro como dos hombres. No trató de forcejear para que Paul lo soltara—. Ni lo sueñes.

—Prepárate para perder. Esta vez voy a hacerte polvo. El que pierda paga la cerveza.

Cuando Paul lo soltó, Brandon salió corriendo a por el balón. Estaba riendo cuando vio a su madre salir del jardín y acercarse por el camino.

—¡Mamá! ¡Eh, mamá! Mira lo que ha puesto Paul. Me ha dicho que puedo utilizarla mientras estemos aquí. Y en el primer partido que hemos jugado le he ganado.

Julia caminaba despacio; no podía caminar de otra manera. Aquella primera impresión reconfortante se desvanecía, dejando atrás rastros de temor. Al ver a su hijo, con el rostro mugriento y sudoroso, una sonrisa enorme y la mirada rebosante de excitación, se echó a correr hacia él para cogerlo en volandas y estrecharlo contra sí mientras hundía el rostro en el cuello húmedo y tierno de su hijo.

Estaba viva. Viva, y abrazando lo que más quería en su vida.

—Ostras, mamá. —Brandon no sabía si sentirse avergonzado o poner cara de disculpa delante de Paul. Por un instante puso los ojos en blanco, dando a entender que aquello era algo que tenía que aguantar—. Pero ¿qué te pasa?

—Nada, hijo. —Julia tuvo que tragar saliva para tratar de contenerse y no agarrarlo con tanta fuerza. Si empezaba a balbucear, solo conseguiría asustarlo. Y ya había pasado todo—. Nada, que me alegro de verte.

—Si me has visto esta mañana.

El desconcierto en la mirada de Brandon se tornó asombro cuando Julia lo soltó para abrazar a Paul con la misma intensidad y el mismo instinto posesivo.

—A los dos —logró decir Julia. Paul notaba su corazón latiendo con fuerza contra su pecho—. Me alegro de veros a los dos.

En silencio, Paul le cogió la barbilla entre las manos y estudió su rostro, donde vio rastros de miedo, tensión y lágrimas. Le dio un beso largo y suave y sintió los labios de ella temblar pegados a los suyos.

—Cierra la boca, Brandon —dijo en tono afable, apoyando la cabeza de Julia en su hombro para acariciarle el pelo—. Tendrás que ir acostumbrándote a verme besar a tu madre.

Por encima del hombro de Julia, Paul vio cómo cambiaba la mirada del muchacho, adoptando una expresión de recelo, sospecha y decepción. Con un suspiro, Paul se preguntó si tendría la capacidad de lidiar tanto con la madre como con el hijo.

—¿Por qué no entras en casa, Jules? Prepárate algo frío y siéntate. En un minuto estoy contigo.

—Sí. —Julia necesitaba estar sola, si no iba a desmoronarse. Necesitaba unos momentos de soledad para hacer acopio del poco control que le quedaba—. Voy a ver si preparo un poco de limonada. Parece que a vosotros dos os iría bien.

Paul esperó a que Julia se hubiera alejado de ellos lo bastante antes de volverse hacia el muchacho. Brandon tenía las manos metidas en los bolsillos de los pantalones cortos que llevaba y la mirada clavada en las Nike raspadas.

—¿Algún problema?

El chico se limitó a encogerse de hombros.

Paul imitó el gesto antes de acercarse a la camiseta con la que había forcejeado en el fragor de la batalla. Luego sacó un purito y se peleó un instante con las cerillas húmedas antes de conseguir encender una.

—No creo que tenga que explicarte lo que pasa entre un hombre y una mujer —reflexionó Paul en voz alta—. O por qué lo de besarse es algo tan popular.

Brandon tenía los ojos tan clavados en sus zapatillas de deporte que casi podía atravesarlas con la mirada.

—Claro que no. Ya me lo imaginaba. —Como maniobra dilatoria, Paul dio una calada y exhaló el humo con parsimonia—. Supongo que ya sabrás lo que siento por tu madre. —Brandon seguía sin decir nada, atrapado en el silencio de su propia confusión—. La quiero, y mucho. —Aquella afirmación hizo al menos que Brandon levantara la cabeza para mirar a Paul a los ojos. Y, por lo que este advirtió, no era una mirada nada amistosa—. Puede que te cueste un tiempo acostumbrarte. Pero no pasa nada, porque no pienso cambiar de idea.

—Mamá no sale mucho con hombres ni nada de eso.

—No. Supongo que eso quiere decir que tengo mucha suerte. —Por Dios, ¿había algo más duro que enfrentarse a la mirada directa e impasible de un niño? Paul espiró una larga bocanada de aire y deseó que le esperara algo más fuerte que una limonada—. Mira, seguro que estás preguntándote si voy a estropearlo todo y a hacerle daño. No puedo prometerte que no lo haré, pero te prometo que intentaré no hacerlo.

A Brandon le costaba imaginar siquiera a su madre en una situación como la que pintaba Paul. A fin de cuentas, ella era, por encima de todo, su madre. Nunca se le había pasado por la cabeza que nada pudiera hacerle daño. Ya solo de pensarlo se le formó un nudo en el estómago. Para compensarlo, sacó el mentón, en un gesto muy parecido al de Julia.

—Si le pegas, te…

—No. —Paul se agachó enseguida para mirar a Brandon a la altura de sus ojos—. No me refiero a eso. Nunca haría algo así. Te doy mi palabra. Me refiero a herir sus sentimientos, a hacerla infeliz.

Aquella idea le trajo a la memoria algo casi olvidado que hizo que a Brandon se le saltaran las lágrimas y se le formara un nudo en la garganta. Recordó a su madre cuando sus abuelos habían muerto, y en una ocasión anterior, perdida en la neblina del tiempo, cuando él era demasiado pequeño para comprender.

—Como hizo mi padre —dijo Brandon con voz temblorosa—. Seguro que pasó eso.

Aquel terreno era demasiado inestable para entrar en él.

—Eso es algo que tendrás que hablar con tu madre cuando los dos estéis preparados.

—Supongo que no nos quería.

Paul cogió al chico del hombro.

—Yo sí.

Brandon apartó la vista de nuevo por encima del hombro derecho de Paul. Un pájaro voló hasta el jardín en un destello azul brillante.

—Supongo que todo el tiempo que has estado conmigo jugando y eso ha sido por mamá.

—En parte sí. —Paul se arriesgó y volvió la cara de Brandon hacia él—. Pero no es la única razón. Puede que pensara que lo tendría un poco más fácil con Julia si tú y yo nos llevábamos bien. Si yo no te cayera bien, no tendría ninguna posibilidad. Pero el caso es que me gusta estar contigo, aunque seas bajo, feo y me ganes al baloncesto.

Brandon era un niño callado, y observador por naturaleza. Ante la sencillez de la respuesta de Paul, entendió el mensaje. Y, mirando al hombre a los ojos, confió en su mirada. Con los nervios ya calmados, le sonrió.

—No siempre seré tan bajo.

—No —contestó Paul con voz áspera pese a devolverle la sonrisa—. Pero siempre serás feo.

—Y te ganaré al baloncesto.

—En eso sí que te equivocas, y te lo demostraré dentro de un rato. Ahora creo que tu madre está preocupada, y me gustaría hablar con ella.

—Tú solo.

—Sí. Quizá podrías ir a la casa principal y convencer a Travers con tus encantos para que te dé unas galletas. Otra vez.

Un tenue rubor sonrojó las mejillas de Brandon.

—Se suponía que no iba a contar nada.

—Se suponía que no iba a contar nada a tu madre —puntualizó Paul—. La gente me lo cuenta todo. ¿Y sabes qué? Que a mí también me daba galletas a escondidas de pequeño.

—¿En serio?

—En serio —respondió Paul antes de levantarse—. Dame media hora, ¿vale?

—Vale. —Brandon se echó a andar y al llegar al borde del jardín se volvió. Paul se quedó mirando a aquel niño con la cara sucia, las rodillas llenas de costras y una mirada de sabiduría desconcertante propia de la niñez—. ¿Paul? Me alegro de que mamá no haya salido hasta ahora con hombres ni nada de eso.

Por los cumplidos que tenía en su haber, Paul no recordaba que le hubieran hecho uno mejor.

—Yo también. Anda, lárgate ya.

Paul oyó la rápida carcajada de agradecimiento de Brandon antes de encaminarse hacia la casa de invitados.

Julia estaba en la cocina, exprimiendo limones lentamente con un gesto mecánico. Se había quitado la chaqueta del traje y los zapatos. El top azul zafiro sin mangas que llevaba hacía que sus hombros se vieran blanquísimos, suaves y muy frágiles.

—Ya casi he terminado —dijo.

Su voz sonaba estable, pero Paul percibió el nerviosismo subyacente. Sin decir nada, la llevó hasta el fregadero para que se lavara las manos bajo el grifo del agua fría.

—¿Qué haces?

Paul le secó las manos con un paño de cocina antes de apagar la radio.

—Ya acabo yo. Tú siéntate, respira hondo un par de veces y cuéntame lo que ha sucedido.

—No necesito sentarme. —No obstante, se apoyó en la encimera—. ¿Y Brandon? ¿Dónde está?

—Conociéndote, he pensado que dudarías en sacar lo que llevas dentro con Brandon delante. Se ha ido un rato a la casa principal.

Por lo visto, Paul Winthrop la conocía muy bien, y en muy poco tiempo.

—Así Travers podrá darle unas cuantas galletas a escondidas —añadió Julia.

Paul levantó la vista mientras añadía azúcar a la limonada.

—¿Es que tienes una cámara oculta?

—No, solo las facultades sensoriales típicas de una madre. Detecto el aliento a galleta a veinte pasos de distancia.

Julia se esforzó en esbozar una sonrisa y finalmente se sentó.

Paul sacó una cuchara de madera del soporte de los utensilios de cocina y removió la limonada. Cuando estuvo satisfecho con el resultado, llenó un vaso con hielo y vertió el refresco sobre los cubitos para que restallaran.

—¿Ha sido la entrevista con Kenneth lo que te ha disgustado?

—No —respondió Julia antes de tomar un primer sorbo de limonada—. ¿Cómo sabías que hoy iba a ver a Kenneth?

—Por CeeCee. Cuando vine a relevarla.

—Ah. —Julia miró a su alrededor desconcertada y se dio cuenta de que CeeCee no estaba allí—. La has mandado a casa.

—Me apetecía estar un rato con Brandon. ¿Te parece bien?

Tratando de mantener la calma, Julia bebió otro sorbo. No había sido su intención hablarle con tal brusquedad.

—Perdona. Mi mente no deja de irse por las ramas. Claro que me parece bien. Se veía que Brandon se lo estaba pasando en grande. Yo no soy una buena contrincante en la cancha de baloncesto, y…

—Julia, cuéntame lo que ha sucedido.

Asintiendo con un respingo, dejó el vaso a un lado y entrelazó las manos sobre su regazo.

—No ha sido por la entrevista. De hecho, ha ido muy bien.

¿Había puesto la cinta a buen recaudo? En un gesto inconsciente separó los dedos y comenzó a frotarse los ojos. Todo parecía tan confuso desde el momento en que se había puesto las manos en la nuca… Hizo amago de levantarse e ir hacia Paul, pero las piernas no le respondieron. Qué curioso que le fallaran las rodillas ahora que todo había pasado. La cocina olía a limones, su hijo estaba comiendo galletas a escondidas y una leve brisa hacía tintinear los carillones de viento.

Todo estaba bien.

Julia se sobresaltó cuando Paul arrastró hacia atrás la silla donde estaba sentado para ir a la nevera y coger una cerveza, de la que, tras desenroscar el tapón, bebió un trago largo.

—No puedo pensar con claridad —dijo Julia—. A lo mejor debería empezar a contarlo desde el principio.

—Muy bien. —Paul se sentó frente a ella a la mesa y se ordenó a sí mismo tener paciencia—. ¿Por qué no lo haces?

—Volvíamos en avión de Sausalito —comenzó a explicar Julia con voz queda—. Yo estaba pensando que casi había terminado con lo más duro de la labor de investigación, y que en unas pocas semanas estaríamos de vuelta en casa. Entonces he pensado en ti, y en cómo sería estar allí mientras tú estabas aquí.

—No me fastidies, Julia.

Julia ni siquiera lo oyó.

—He debido de quedarme dormida. Antes de subir al avión me he tomado un par de Dramamina y Kenneth me había servido vino con la comida, así que entre una cosa y la otra me ha entrado sueño. Me he despertado cuando el avión… Puede que no te haya contado nunca que tengo miedo a volar. Bueno, no tanto a volar como a verme encerrada en un avión sin posibilidad de salir de él. Y esta vez, cuando el avión ha empezado a dar sacudidas me he controlado para no ponerme histérica. Pero el piloto me ha dicho… —Julia se pasó el dorso de la mano por la boca—. Me ha dicho que teníamos un problema. Estábamos descendiendo en picado.

—¡Oh, Dios mío! —Paul estaba de pie y demasiado aterrorizado para darse cuenta de la brusquedad con la que tiró de Julia para levantarla del asiento. Sus manos comenzaron a palparla en busca de posibles heridas, asegurándose de que estaba entera—. ¿Estás herida? Julia, ¿estás herida?

—No, no. Creo que me mordí la lengua —dijo con expresión distraída. Creyó recordar el sabor a sangre y pánico en su boca—. «Saldremos de esta», me dijo el piloto. Y entonces hubo un problema con el combustible, no sé si por culpa del conducto o del indicador. Yo me di cuenta cuando se quedó todo en silencio; los motores dejaron de funcionar. Yo no hacía más que pensar en Brandon, en que el destino le había privado de padre y en que no soportaba la idea de verlo solo. De fondo oía a Jack maldiciendo y la radio chisporroteando con un sonido de voces.

Ante los fuertes y rápidos temblores que comenzaron a sacudir el cuerpo de Julia, Paul hizo lo único que sabía: sostenerla en alto para mecerla contra su pecho.

—Estaba muerta de miedo, no quería morir dentro de ese maldito avión. —Julia estaba hablando con la cara pegada al cuello de Paul y su voz sonaba amortiguada—. Jack me gritó que no me moviera del asiento y entonces chocamos. Sentí como si fuera yo misma quien chocaba contra el asfalto en lugar del avión. Luego rebotamos, pero no como una pelota. Más bien como una roca, si es que las rocas rebotan. Oí el chirrido del metal y el viento entrando de golpe, y luego sirenas. Estábamos coleando, como un coche patinando sobre el hielo fuera de control, y se oían sirenas por todos lados. Entonces el avión se paró, así sin más. Yo ya debía de haberme quitado el cinturón, porque estaba levantándome cuando Jack se acercó a mí y me besó. Espero que no te importe.

—Ni lo más mínimo.

—Bien, porque yo le devolví el beso.

Sin dejar de acunarla, Paul hundió el rostro en su cabello.

—Yo mismo le daré un beso si se me presenta la oportunidad.

Aquel comentario arrancó una leve risa a Julia.

—Luego salí del avión y vine aquí. No quería hablar con nadie. —Julia lanzó un suspiro, seguido de otro antes de darse cuenta de que Paul la tenía cogida—. No hace falta que me sostengas.

—No me pidas ahora que te deje en el suelo.

—No lo haré —respondió Julia, apoyando la cabeza en su hombro, un lugar seguro y preciado—. Nadie me había hecho sentirme así en toda mi vida —musitó. Cuando por fin dio rienda suelta a sus sentimientos, Julia volvió la cara hacia la curva del cuello de Paul—. Lo siento.

—No lo sientas. Llora todo lo que quieras.

Paul tampoco se sentía muy firme estando de pie, así que llevó a Julia al salón para poder sentarse en el sofá y abrazarla contra su pecho. Sus sollozos eran cada vez más silenciosos. Era de esperar que Julia no prolongara más de la cuenta un acceso de debilidad, reflexionó Paul.

Y pensar que podría haberla perdido. Aquel pensamiento no dejaba de dar vueltas en su mente, originando un remolino de ira y pánico. De qué forma tan rápida y horrible podrían habérsela arrebatado.

—Estoy bien —dijo Julia, tratando de ponerse derecha todo lo que le permitió Paul para secarse las lágrimas con el dorso de las manos—. Veros a ti y a Brandon me ha causado mucha impresión.

—Yo todavía no estoy del todo recuperado. —Las palabras de Paul salieron de forma entrecortada. Luego pegó su boca a la de Julia, no con toda la dulzura que habría deseado, mientras enredaba los dedos en sus cabellos para cerrarlos en un puño—. Qué inútil sería todo sin ti. Te necesito, Julia.

—Lo sé. —Su cuerpo se había tranquilizado, pero se alegraba de que Paul siguiera acunándola entre sus brazos—. Yo también te necesito, y no es ni con mucho tan duro como pensaba que sería —admitió Julia, acariciándole la mejilla. Qué maravilla, qué liberación saber que podía tocarle así siempre que quisiera. Y qué liberación poder confiar—. Hay algo más, Paul. No te va a gustar.

—Mientras no me digas que has decidido fugarte con Jack. —Pero Julia no sonrió—. ¿De qué se trata?

—Encontré esto en el avión, bajo mi asiento.

Julia se puso en pie y, aun a falta ya del contacto físico entre ambos, se sentía unida a él. Incluso antes de sacar el papel del bolsillo de su falda y enseñárselo, sabía lo que Paul estaría sintiendo.

Furia y aquel miedo inútil e impotente que siempre le acompañaba, además de un sentimiento de ira diferente a la furia, menos inflamable y más devorador. Todo eso fue lo que Julia vio en la mirada de Paul.

—Yo diría que este es un poco más directo —comenzó a decir Julia—. Los otros eran meras advertencias. Pero este… creo que podría hablarse de una declaración en toda regla.

—¿Así lo llamarías tú? —Paul veía más allá de las palabras. Julia había estrujado el papel en la palma de una mano sudorosa por el miedo y la tinta se había corrido—. Yo lo llamaría asesinato.

Julia se humedeció los labios.

—No estoy muerta.

—Y me alegro. —Cuando Paul se levantó, sus palabras cargadas de ira salpicaron a Julia—. Llámalo pues intento de asesinato. Quienquiera que escribiera esta nota ha saboteado el avión. Querían verte muerta.

—Quizá. —Julia alzó una mano antes de que Paul explotara—. Más bien parece que querían asustarme. Si hubieran querido que me matara en un accidente, ¿a qué vendría la nota?

La furia encendió la mirada de Paul.

—No pienso pararme a tratar de entender la mente de un criminal.

—¿Acaso no es eso lo que haces? Cuándo escribes historias de asesinatos, ¿no te adentras siempre en la mente del criminal?

Paul emitió un sonido entre una risa y un gruñido.

—Esto no es ficción.

—Pero las reglas son las mismas. La trama de tus novelas tiene lógica porque siempre hay un patrón que define la psique del asesino, ya se vea movido por la pasión, la codicia o la venganza. Lo que sea. Siempre hay un móvil, una ocasión y un razonamiento, por retorcido que sea. Tenemos que emplear la lógica para resolver esto.

—Al infierno con la lógica, Jules. —Paul apretó entre sus dedos la mano que Julia había posado sobre su pecho—. Quiero que cojas el primer avión que salga para Connecticut.

Julia guardó silencio un instante, recordándose a sí misma que la cerrazón de Paul se debía únicamente a que estaba asustado por ella.

—He pensado en ello, o al menos lo he intentado. Podría volver…

—Ya lo creo que vas a volver.

Julia se limitó a negar con la cabeza.

—¿En qué cambiaría eso las cosas? Lo hecho, hecho está, Paul. No puedo olvidar lo que Eve me ha contado. Es más, no puedo olvidar el compromiso que tengo con ella.

—Tu compromiso ha llegado a su fin —repuso Paul, sosteniendo la nota en alto—. Con esto.

Julia no quiso mirar la nota. Tal vez fuera una muestra de cobardía, pero de momento no pensaba ponerse a prueba.

—Aunque eso fuera cierto, que no lo es, volver a Connecticut no serviría de nada. A estas alturas sé demasiado de demasiada gente. Secretos, mentiras, historias comprometidas. Puede que la cosa continuara por mucho que yo guardara silencio. No estoy dispuesta a pasar el resto de mi vida, ni a hacerle pasar a Brandon el resto de la suya, con esa incertidumbre encima.

Paul odió el hecho de que parte de él, la parte lógica, veía el sentido de lo que Julia decía. La parte emocional, en cambio, solo quería verla a salvo.

—Puedes anunciar públicamente que abandonas el proyecto.

—No voy a hacer eso. No solo porque va en contra de mi conciencia, sino porque no creo que importara. Podría sacar un comunicado en Variety, en el Publishers Weekly de Los Ángeles y en el New York Times. Podría volver a casa y aceptar otro trabajo. Y al cabo de unas semanas, o de unos meses, comenzaría a relajarme y entonces sufriría un accidente, y mi hijo acabaría huérfano. —Julia apartó la mano de la de Paul para llevársela al costado—. No, pienso llegar al fondo de esto, y lo haré aquí, donde veo que puedo tener cierta influencia.

Paul quería oponerse, imponerse, arrastrar a ella y a Brandon a un avión y llevárselos lo más lejos posible. Pero reconoció que el razonamiento de Julia tenía demasiado sentido para rebatirlo.

—Iremos a la policía con las notas, y con nuestras sospechas.

Julia asintió. El alivio que experimentó al ver que Paul estaba con ella le hizo flaquear casi tanto como el miedo.

—Pero creo que tendremos más credibilidad después de que Eve reciba el parte del siniestro del avión. Si encuentran pruebas de sabotaje, es mucho más probable que nos crean.

—No quiero perderte de vista.

Agradecida, Julia le tendió ambas manos.

—Yo tampoco.

—Entonces estarás de acuerdo con que me quede esta noche.

—No solo eso, sino que yo misma me encargaré de preparar la cama en la habitación de invitados.

—¿La habitación de invitados?

Julia le dedicó una sonrisa de disculpa.

—Brandon.

—Brandon —repitió Paul antes de atraerla de nuevo hacia sus brazos. De repente, Julia se sintió pequeña, menuda, parte indisoluble de él—. Te propongo un trato. Hasta que Brandon se acostumbre, yo «fingiré» dormir en la habitación de invitados.

Julia se quedó pensativa mientras acariciaba la espalda desnuda de Paul.

—Por lo general estoy dispuesta a transigir. —Confundida, se apartó de Paul de un respingo—. ¿Dónde está tu camisa?

—Debías de estar medio comatosa para no haberte dado cuenta hasta ahora de mi excepcional torso desnudo. El chico y yo estábamos jugando a pelota, ¿recuerdas? Y con el ejercicio uno tiene calor.

—Ah, sí, me suena algo de baloncesto y una canasta. Ahí no había una canasta antes.

—Por fin vuelve a la tierra —murmuró Paul antes de darle un beso—. La he colocado yo hace un par de horas.

Julia sentía que el corazón se le ablandaba por momentos.

—Lo has hecho por Brandon.

—En cierto modo sí. —Paul quiso restarle importancia mientras jugueteaba con el cabello de Julia—. Pensé que lo dejaría maravillado con mis dotes superiores. Y luego resulta que ha sido él quien me ha ganado. No se da por vencido fácilmente.

Conmovida a más no poder, Julia cogió la cara de Paul entre sus manos.

—Y yo nunca pensé, nunca llegué a imaginar que podría amar a alguien tanto como a él. Hasta que has aparecido tú en mi vida.

—¡Julia! —Nina entró corriendo por la puerta de la cocina, irrumpiendo en el salón sin avisar. Era la primera vez que Julia la veía realmente agotada, pálida, con los ojos desorbitados y su pelo corto, siempre tan bien peinado, todo alborotado—. Dios mío, ¿estás bien? Me acabo de enterar. —En cuanto Julia se separó de Paul para volverse hacia ella, Nina la envolvió en un abrazo tembloroso y en su delicada fragancia a Halston—. Me ha llamado el piloto; quería saber si habías llegado bien a casa. Me ha dicho…

La voz de Nina se fue apagando al tiempo que la abrazaba con más fuerza.

—Estoy bien, por lo menos ahora.

—No lo entiendo. De veras, no lo entiendo. —Nina se apartó de Julia pero siguió sujetándola de los brazos con sus manos fuertes y eficientes—. Es un piloto de primera, y el mecánico de Eve es el mejor que hay. No entiendo cómo puede haber ocurrido algo así.

—Estoy segura de que lo averiguaremos cuando terminen de inspeccionar el avión.

—Van a mirarlo todo con lupa, hasta la última pieza. Lo siento mucho. —Tras dejar escapar una bocanada de aire temblorosa, Nina se echó atrás—. Supongo que lo último que necesitas es que venga yo a desmoralizarte. Pero es que cuando me he enterado tenía que ver por mí misma que no estabas herida.

—Ni un rasguño. Y tienes razón en lo de que Jack es un piloto de primera.

—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó Nina, recuperando su actitud de solícita eficiencia. Echando un vistazo alrededor del salón recién renovado, se alegró de que Eve le hubiera permitido encargarse de la decoración—. ¿Te preparo algo de beber? ¿Un baño? ¿Y si llamo al médico de la señorita Benedict? Podría darte un sedante para que duermas un rato.

—No creo que lo necesite cuando llegue el momento, pero gracias de todos modos. —Ahora que Julia ya estaba más calmada se vio capaz de reír—. De hecho, eres tú la que parece necesitar una copa.

—Un asiento quizá —dijo Nina, arrellanándose en el brazo del sofá curvilíneo—. A ti, en cambio, se te ve calmadísima.

—Bueno —dijo Julia—. Tendrías que haberme visto hace unos minutos.

Nina sintió un escalofrío en el cuerpo y se frotó los brazos para entrar en calor.

—La última vez que volé dimos con una tormenta. Pasé los quince minutos más aterradores de mi vida a diez mil metros. No quiero ni imaginar que tú hayas pasado por nada parecido.

—No es una experiencia que quisiera repetir. —Julia oyó el portazo de la puerta de la cocina—. Ahí está Brandon. Preferiría que no supiera nada de esto por el momento.

—Por supuesto. —Nina se puso en pie—. Sé que no querrías que se preocupara. Volveré a casa y contaré lo ocurrido a Eve con calma. Ten por seguro que Travers no dirá nada.

—Gracias, Nina.

—Me alegro de que estés bien. —Nina apretó una vez más la mano de Julia—. Cuida de ella —dijo a Paul.

—Descuida.

Nina salió por la puerta de la terraza y mientras se alejaba fue atusándose el pelo. Julia se volvió y vio a Brandon mirando desde la entrada de la cocina. Había una expresión de recelo en su mirada, y un sospechoso cerco morado a modo de bigote sobre su labio.

—¿Por qué tiene que cuidar de ti?

—Es un decir —le contestó Julia, antes de mirarlo con los ojos entrecerrados—. ¿Qué, Kool Aid de uva?

Brandon ocultó gran parte de su sonrisa al pasarse el dorso de la mano por la boca.

—Nehi. Es que Travers lo había abierto y… bueno, me ha parecido de mala educación no bebérmelo.

—Sí, ya.

—Uno tiene mucha sed después de jugar un uno a uno —terció Paul.

—Sí, sobre todo si gana —le replicó Brandon.

—Esto ya es el colmo, sabandija, hasta aquí hemos llegado.

Ambos cruzaron lo que a Julia le pareció una mirada típica de hombres antes de que Brandon se sentara en una silla de un brinco.

—¿Estás bien y eso? Paul ha dicho que a lo mejor estabas preocupada o algo así.

—Estoy bien —le contestó Julia—. De hecho, me siento tan bien que podría dejarme convencer para preparar unas súper Brandonburguesas.

—¡Qué guay! ¿Con patatas fritas y todo eso?

—Creo que… ah, lo había olvidado —dijo Julia, poniendo una mano sobre la cabeza de su hijo—. Esta noche he quedado para cenar con Eve. Se lo he prometido. —Al percibir la decepción en el rostro de Brandon, se planteó un cambio de planes—. Quizá podría llamarla y quedar otro día.

—Por nosotros no lo hagas —dijo Paul, guiñando el ojo a Brandon—. El mocoso y yo podemos cenar por nuestra cuenta.

—Sí, pero…

Pero Brandon estaba interesado.

—¿Sabes cocinar?

—¿Que si sé cocinar? Sé hacer algo mejor que eso, como ir en coche al McDonald’s más cercano.

—¡Genial! —exclamó Brandon, dando saltos de alegría antes de recordar a su madre y lanzarle una mirada llena de esperanza. Una excursión al McDonald’s significaba todo tipo de maravillosas ventajas, como por ejemplo no tener que limpiar después de cenar—. ¿Te parece bien?

—Sí. —Julia le besó la coronilla y luego sonrió a Paul—. Me parece bien.