19

Paul dejó la botella y la copa a un lado tan deprisa que el champán echó espuma por el borde. Cuando puso las manos en los hombros de Julia para calmarla en la silla, ella se vino abajo como si se le hubieran derretido los huesos de las piernas. El único sonido que se oía en la sala era el zumbido de la calefacción y el repiqueteo del aguanieve en la ventana. Paul se agachó junto a ella, pero Julia no lo miró, pues seguía con los ojos clavados en el papel que sostenía en una mano crispada por la tensión, mientras con la otra se apretaba el estómago.

—Deja salir el aire —le ordeno Paul mientras le masajeaba los hombros—. Estas conteniendo la respiración, Jules. Déjalo salir.

El aire escapó de su interior en una bocanada larga y temblorosa. Con la sensación de haber remontado una fuerte contienda en contra, aspiró de nuevo y esta vez se obligo a expulsar el aire con lentitud.

—Eso está mejor Y ahora dime, ¿de que se trata?

Tras un rápido gesto de impotencia con la cabeza, Julia le paso la nota.

—¿Dos errores no hacen un acierto? —Presa de la curiosidad, Paul alzó la vista hacia Julia. Ya no tenía los labios blancos, pero sus manos se agarraban con fuerza a su regazo—. ¿Los refranes trillados suelen provocarte un estado de shock?

—Cuando me siguen diez mil kilómetros sí.

—¿Me lo vas a explicar?

Se levantaron juntos, él para quedarse de pie sin moverse, ella para ponerse a caminar.

—Alguien está tratando de asustarme —dijo Julia medio para sus adentros—. Y me da rabia que esté funcionando. No es el primer anónimo que recibo. Hace unos días me llegó uno después de nuestra escapada a California. La dejaron en la entrada de la casa. Brandon lo cogió.

—¿La primera tarde que me pasé por allí?

—Sí. —La melena de Julia se meció en torno a sus hombros cuando se volvió hacia Paul—. ¿Cómo lo sabes?

—Porque vi la misma expresión de pánico y perplejidad en tus ojos. Una expresión que no me gustó nada entonces, y que ahora me gusta menos. —Paul hizo pasar el papel entre sus dedos—. ¿Y aquella nota decía lo mismo que esta?

—No. «La curiosidad mató al gato». Era como esta, una hoja de papel dentro de un sobre. —El temor inicial estaba transformándose rápidamente en ira. Se notaba en su voz, en sus movimientos, en los puños metidos en los bolsillos de la bata, en las zancadas cada vez más grandes que daba—. Encontré otra en mi bolso la noche de la cena benéfica, y una tercera metida entre las páginas de mi borrador del libro después del primer robo.

Paul le ofreció una copa de champán cuando Julia pasó a su lado. Aunque en aquel momento no pudiera utilizarse con fines románticos ni de celebración, al menos le calmaría los nervios, pensó Paul.

—Me veo obligado a preguntarte por qué no me has contado nada.

Julia bebió sin dejar de moverse.

—No te he contado nada porque me parecía más apropiado hablar con Eve. Al principio no te lo conté porque no te conocía, y después…

—No confiabas en mí.

Julia le lanzó una mirada a camino entre la vergüenza y la rectitud.

—Tú estabas en contra del libro.

—Y lo estoy. —Paul sacó un purito de la americana que se había quitado al llegar a la habitación—. ¿Cómo reaccionó Eve?

—Se disgustó, y mucho, diría yo. Pero enseguida logró ocultar su disgusto.

—No lo dudo. —Paul se reservó lo que pensaba al respecto de momento. Cogió su copa de champán con aire despreocupado y observó con detenimiento las burbujas en su alocado ascenso a la superficie, llenas de ímpetu y energía. Como Eve, pensó. Y como Julia, por extraño que pareciera—. No necesito preguntar cómo reaccionaste tú. Lo que sí puedo preguntarte es qué crees que significan todas esas notas.

—Creo que son una amenaza, desde luego. —La voz de Julia destilaba impaciencia, pero Paul se limitó a arquear una ceja mientras tomaba otro sorbo de champán—. Puede que suenen vagas y absurdas, pero hasta las frases más manidas resultan siniestras cuando son anónimas y salen de la nada. —Ante el mutismo de Paul, Julia se apartó el pelo de la cara con un gesto brusco e impaciente, un gesto que a Eve le habría salido con la misma naturalidad, advirtió Paul—. No me hace ninguna gracia que alguien trate de hacerme luz de gas… no te rías de mí.

—Perdona, es por la expresión que has empleado. Muy acertada, la verdad.

Julia cogió el papel del carrito del servicio de habitaciones donde Paul lo había dejado.

—Recibir esta nota aquí, a diez mil kilómetros de donde aparecieron las otras, significa que alguien me ha seguido a Londres.

Paul tomó otro sorbo con la mirada puesta en Julia.

—¿Alguien aparte de mí?

—Está claro… —Al advertir que las palabras le habían brotado de la boca de sopetón, con una rabia incontrolable, Julia se calló y expulsó una larga bocanada de aire. La habitación volvía a interponerse entre ellos. ¿Había sido ella quien había puesto distancia de por medio, o había sido él?—. Paul, no creo que seas tú quien me envíe estas notas. Nunca lo he creído. Es una forma de amenaza demasiado pasiva para ser obra tuya.

Paul arqueó una ceja y bebió un sorbo de champán.

—¿Debería tomarme eso como un comentario halagador?

—No, sincero, nada más. —Al darse cuenta de que era ella quien ponía la distancia, llevó una mano a la cara de Paul para hacer desaparecer las arrugas que había visto formarse en ella hacía tan solo unos instantes—. Antes no creía que fueras tú, y ahora tampoco lo creo, no podría.

—Porque somos amantes.

—No, porque te quiero.

Paul esbozó un amago de sonrisa mientras ponía una mano sobre la de ella.

—Haces que a un hombre le resulte difícil estar enfadado, Jules.

—¿Estás enfadado conmigo?

—Sí. —Aun así, Paul le dio un beso en la palma de la mano—. Pero creo que deberíamos centrarnos en lo que es importante. Para empezar, vamos a ver si podemos averiguar quién dejó este mensaje en recepción.

A Julia le fastidió que no se le hubiera ocurrido eso antes que a él. Ese era parte del problema, que no estaba pensando con claridad. Cuando Paul se acercó al teléfono Julia tomó asiento, recordándose que si pretendía entender lo que sucedía, tendría que estar no solo calmada sino con la mente despejada. El sorbito de champán que tomó a continuación le recordó que estaba bebiendo con el estómago vacío, y esa no era forma de mantener la mente despejada.

—Las entradas las ha entregado un mensajero uniformado —le informó Paul tras colgar el teléfono—. El segundo sobre lo han dejado en recepción. Lo están comprobando, pero no creen que nadie haya visto quién lo ha dejado allí.

—Puede haber sido cualquiera, cualquiera que supiera que yo tenía previsto venir aquí a entrevistar a tu padre.

—¿Y quién lo sabía?

Julia se levantó y se acercó al carrito para picar algo de comida.

—No lo oculté. Eve, por descontado. Nina, Travers, CeeCee, Lyle… y Drake, supongo. Y aparte cualquiera que haya podido hablar al respecto con alguno de ellos. ¿Es eso lo que hiciste tú?

A pesar de las circunstancias, a Paul le divertía verla caminar con el plato de langostinos en salsa de bogavante en la mano, pinchando el marisco con el tenedor y llevándoselo a la boca como si estuviera repostando más que comiendo.

—Me lo dijo Travers. Supongo que la siguiente pregunta es qué piensas hacer al respecto.

—¿Que qué pienso hacer al respecto? No sé que puedo hacer más que pasarlo por alto. No me veo yendo a Scotland Yard. —La idea, y la comida, le subieron el ánimo. Ya más calmada, dejó a un lado el plato casi vacío y cogió la copa de champán—. Ya me lo imagino. Señor inspector, me han enviado una nota. No, no puede decirse que se trate de una amenaza en toda regla. Más bien es un proverbio. Que sus mejores hombres se ocupen del caso.

En circunstancias normales, a Paul le habría parecido admirable la capacidad de recuperación de Julia. Sin embargo, ya nada era normal.

—No te lo has tomado con tanto humor cuando has abierto el sobre.

—No, es cierto, aunque quizá es lo que debería haber hecho. ¿Dos errores no hacen un acierto? ¿Cómo puede molestarme alguien cuya imaginación no da más de sí?

—Qué raro, a mí me ha parecido ingenioso. —Cuando Paul se acercó a ella, Julia vio que su intento de banalizar el asunto había quedado muy por debajo del listón—. Si se lograra dar con la persona que envía esas notas, dudo que estas despertaran el interés de la policía, ¿no crees? Los verían como unos meros refranes manidos e inofensivos. Sería difícil demostrar que entrañan una amenaza. Pero nosotros no lo vemos así.

—Si vas a decirme que deje el libro…

—Veo que eso no sirve de nada, por ahora. Julia, no me dejes al margen de esto. —Paul buscó su contacto, posando una mano sobre su cabello—. Déjame escuchar las cintas. Quiero ayudarte.

Esta vez no podía negarse. No lo hacía por arrogancia, ni tampoco por amor propio. Lo hacía porque lo amaba.

—Está bien. En cuanto volvamos.

Incluso estando Julia fuera del país, el interés de Lyle se mantuvo muy despierto con el constante ir y venir de gente en la casa de invitados. Una brigada de limpieza se había pasado dos días enteros en el lugar, de donde habían salido camiones cargados con muebles destrozados, vidrios rotos y cortinas hechas trizas. Lyle había conseguido echar un vistazo al interior de la casa antes de que fueran a limpiarla. Parecía como si allí dentro hubieran celebrado una fiesta de las grandes.

Se lamentó de habérsela perdido. Ya podía lamentarse. El nombre de quienquiera que hubiera provocado semejante desaguisado le habría valido una bonita suma. Pero precisamente aquella tarde había estado beneficiándose a la criada del piso de arriba. Y ahora no podía dejar de pensar que aquel polvo breve, aunque muy gratificante, le había costado varios miles de dólares.

Con todo, había otras formas de ganarse la vida. Lyle tenía grandes sueños y una lista de prioridades. La primera de ellas era un Porsche. Nada impresionaba más a las nenas que un tío fardón con una birguería de coche. Quería una casa propia, en la playa, para poder contemplar desde la terraza todos aquellos cuerpos embutidos en biquinis exiguos y la mercancía que iba dentro. También quería un Rolex, y un vestuario completo a juego. Una vez que lo tuviera todo, atraer a las mujeres con clase sería coser y cantar.

Lyle se veía cada vez más cerca de su meta. Casi le llegaba el olor a protector solar y sudor.

Con su caligrafía apretada había llevado un registro exhaustivo de todo lo que había salido y entrado en la casa de invitados, así como de los encargados de realizar las entregas. Incluso había conseguido hacerse con una copia de la llave para poder entrar en la casa cuando quisiera. Un poco más arriesgado había sido colarse en la casa principal, pero había sabido elegir el momento indicado y había logrado copiar la agenda y la lista de teléfonos de Nina Soloman.

Travers había estado a punto de pillarlo husmeando en el dormitorio de Eve. Aquella bruja entrometida y reprimida vigilaba la casa como un perro guardián. Lyle se llevó una desilusión al ver que Eve no escribía ningún diario; por algo así sí que le habría caído un pastón. Pero había encontrado varios fármacos interesantes en su mesilla de noche, así como unas notas extrañas en el cajón donde guardaba los productos de maquillaje.

¿Qué diablos haría con unas notas en las que ponían cosas como «mejor no mover el avispero»? Lyle decidió no decir nada acerca de las pastillas ni de las notas hasta ver qué valor podrían tener.

Sonsacar información al vigilante de la entrada, Joe, había sido pan comido. Al tipo le gustaba hablar por los codos, y si le dabas cuerda y una cerveza, se soltaba de la lengua que daba gusto.

Incluso en su ausencia, Eve había recibido un montón de visitas.

Michael Torrent se marchó tal como había llegado al entesarse de que Eve estaría dos semanas rodando fuera. Gloria DuBarry también se había pasado a ver a Eve, y cuando supo que no estaba decidió ir a ver a Julia. Iba ella sola en el coche y, según la versión de Joe, salió con los ojos llorosos al no encontrar a nadie en la casa.

Un par de paparazzi habían intentado colarse disfrazados de repartidores, pero Joe los había echado. La capacidad de Joe para detectar a los miembros de la prensa era venerada entre los residentes de Beverly Hills.

A quien había permitido la entrada era a Victor Flannigan, que tardó menos de veinte minutos en abandonar la propiedad. La agente de Eve, Maggie Castle, también se había pasado por allí, y su estancia se prolongó el doble de tiempo.

Con toda la información que había recopilado, a aquellas alturas Lyle tenía lo que consideraba un informe muy profesional. Tal vez podría ganarse la vida como detective privado, pensó mientras se arreglaba para salir. Los detectives que salían en la tele ligaban un montón.

Se puso un tanga negro y dio una palmadita a su miembro favorito. Alguna mujer confiada tendría suerte aquella noche. Lyle se enfundó unos pantalones de cuero negro y se subió la cremallera de la cazadora a juego que llevaba encima de la camiseta roja ceñida. Sabía que a las mujeres les iban los tipos vestidos de cuero.

Entregaría el informe y cogería el dinero. Luego haría la ronda por unos cuantos clubes hasta elegir a la mujer agraciada.

Julia no estaba segura de la impresión que le causaría la que era en aquel momento la esposa de Rory Winthrop. Pero entre las posibilidades que contemplaba, no esperaba sentir simpatía o admiración por Lily Teasbury.

En la pantalla era una actriz acostumbrada a interpretar a la típica heroína banal y frívola que encajaba con su aspecto de rubia pechugona de ojos azules y cándidos. A primera vista, resultaba tentador encasillarla como a una mujer de aquellas que se reían por todo y no dejaban de contonearse.

Julia tardó menos de cinco minutos en cambiar de opinión. Lily era una mujer perspicaz, ocurrente y ambiciosa que explotaba su aspecto en lugar de dejarse explotar por él. Además se veía perfectamente integrada en el salón de la casa de los Kinghtsbridge, tan elegante, tan británica y tan señora de su casa con su sencillo vestido azul de Givenchy.

—Me preguntaba cuándo te dignarías visitarnos —dijo Lily, dirigiéndose a Paul mientras servía los aperitivos—. Hace tres meses que nos casamos.

—No vengo a Londres muy a menudo.

Julia ocupó el último lugar en la larga y penetrante mirada con la que les recibió Lily, y la admiró por mantener la compostura frente a ellos con aquella aparente naturalidad.

—Eso tengo entendido. Pues has elegido la peor época del año para venir. ¿Es su primera visita a Londres, señorita Summers?

—Sí, así es.

—Es una pena que esté cayendo toda esta aguanieve. Aunque yo siempre pienso que es mejor ver una ciudad en su peor momento, como ocurre con un hombre, así una puede decidir si es capaz de vivir con todos sus defectos.

Con una sonrisa en su rostro, Lily se sentó y tomó un sorbo de su vermut.

—Esa es la manera sutil que tiene Lily de recordarme que conoce todos mis defectos —añadió Rory.

—De sutil nada —le replicó Lily, rozándole una mano con la suya en un gesto fugaz pero cargado de afecto, pensó Julia—. Como va a ser sutil cuando estoy a punto de asistir a una velada dedicada a rememorar uno de los grandes romances de la vida de mi marido. —Lily sonrió a Julia—. No se preocupe, no estoy celosa, solo una curiosidad ávida. No creo en los celos, sobre todo respecto al pasado. Y en cuanto al futuro, ya he advertido a Rory que si algún día se siente tentado de repetir los errores del pasado, no seré de las que no hacen más que llorar y quejarse o acuden al abogado despotricando contra su marido. —Lily hizo una pausa para tomar con delicadeza otro sorbo de vermut—. Sencillamente lo mataré, rápida y limpiamente, a sangre fría y sin arrepentirme ni por un instante.

Rory se echó a reír y brindó por su mujer.

—Le tengo pánico.

A medida que la conversación fluía a su alrededor, Paul comenzó a prestar atención, y a sentir, cada vez con más interés. Aunque no lo habría creído posible, empezó a pensar que había algo sólido entre su padre y la mujer con la que se había casado, una mujer más joven que el único hijo de su marido y que, a primera vista, habría sido desestimada por ser una más de aquellas rubias tontas de pechos grandes y morritos con las que su padre solía coquetear.

Pero Lily Teasbury no era como las demás. Tras superar un viejo y arraigado rencor de una de las mujeres de su padre, Paul se dedicó a observar y escuchar con vista y oído de escritor, percibiendo gestos sutiles, miradas, el timbre de las voces, alguna risa rápida. Y de repente cayó en la cuenta, no sin cierto asombro, de que aquello era un matrimonio.

Había una armonía y un compañerismo que no había notado entre su padre y su propia madre. Y una relación de amistad que solo había visto en uno de los matrimonios de su padre, cuando Eve Benedict había sido su esposa.

Cuando se sentaron a cenar, sintió una mezcla de alivio y asombro. El alivio vino cuando constató que Lily no pertenecía a ninguna de las dos categorías en las que habían encajado tantas de las mujeres de Rory. No fingiría que había una relación familiar inmediata entre ellos, ni tampoco trataría de darle a entender, en privado, que estaba abierta a una relación más íntima. Su asombro vino por el hecho de que su intuición no dejaba de decirle que su padre tal vez hubiera encontrado al fin alguien con quien poder vivir.

Julia probó la terrina de pato y se sacó el zapato del pie izquierdo. Un fuego ardía en la chimenea a la espalda de Rory y sobre sus cabezas colgaba una cascada de luces de cristal. La estancia, forrada de tapices y vitrinas relucientes, podría haberse visto de una formalidad sobrecogedora, pero el modo en que la mesa estilo Regency con dos pies estaba puesta sin las alas desplegadas, la presencia de un florero de rosas de la variedad Fairy como centro de mesa, el aroma a madera de manzano y el silbido quedo del aguanieve contribuían a crear un clima acogedor. Julia se descalzó el otro pie.

—No he tenido oportunidad de decirle lo fantástico que estuvo usted anoche —dijo Julia a Rory—. Ni lo mucho que le agradezco que se molestara en enviar las entradas al hotel.

—No fue ninguna molestia —le aseguró Rory—. Para mí fue un placer que usted y Paul lograran vencer a los elementos y asistir a la función.

—No me la habría perdido por nada del mundo.

—¿Le gusta El rey Lear? —preguntó Lily a Julia.

—Tiene mucha fuerza. Es conmovedora, y trágica.

—Todos esos cuerpos amontonados al final… y todo por la vanidad y la locura de un viejo —dijo Lily, guiñando un ojo a su marido—. Rory está maravilloso en su papel, aunque supongo que prefiero la comedia. Es igual de difícil, pero al menos cuando uno se baja del escenario oye risas de fondo en lugar de lamentos.

Riendo entre dientes, Rory dirigió su comentario a Julia.

—A Lily le gustan los finales felices. Al principio de nuestra relación la llevé a ver Largo viaje hacia la noche. —Rory hizo una pausa para coger un poco de arroz silvestre con el tenedor—. Más tarde me dijo que si quería pasarme varias horas seguidas aguantando miserias, no contara con ella. A la siguiente vez la llevé a un festival de los hermanos Marx.

—Por eso me casé con él —añadió Lily, alargando el brazo para rozar la mano de su marido—. Cuando descubrí que se sabía párrafos enteros de diálogos de Una noche en la ópera.

—Y yo que creía que era por lo sexy que soy.

Cuando Lily le sonrió, se insinuó un pequeño hoyuelo en la comisura izquierda de su boca.

—Querido, el sexo se limita a la cama. Un hombre que entiende y aprecia la genialidad de la comedia es un hombre con el que una puede vivir por la mañana. —Lily se reclinó de nuevo y miró a Julia poniéndole ojitos—. ¿No está de acuerdo, querida?

—Paul nunca me ha ofrecido llevarme a ningún sitio que no fuera un partido de baloncesto —dijo Julia sin pensar.

Antes de que pudiera lamentarlo, Lily estalló en una risa de alegría.

—Rory, qué padre tan pésimo debes de haber sido para que a tu hijo no se le ocurra nada mejor que un puñado de hombres sudorosos intentando meter una pelota en un aro.

—Sin duda lo he sido, pero el chico siempre ha tenido sus propias ideas acerca de todo, incluido las mujeres.

—¿Y qué tiene de malo el baloncesto? —preguntó Paul mientras seguía comiendo con calma.

Al ver que su mirada se dirigía a ella, Julia consideró prudente encogerse de hombros en un gesto evasivo. Se veía increíblemente hermosa cuando se ponía nerviosa, pensó Paul, con la tez encendida y aquella forma tan sexy que tenía de morderse el labio inferior. Paul se prometió que le mordería el labio, y otras partes de su cuerpo, en cuanto estuviera a solas con ella.

—No quisiste venir conmigo —le recordó.

—No.

—Y si te hubiera propuesto ir a ver, por ejemplo, una retrospectiva de Los Tres Chiflados, ¿habrías venido conmigo?

—Tampoco. —Los labios de Julia se tensaron con una sonrisa—. Porque me ponías nerviosa.

Paul alargó el brazo para juguetear con los dedos de Julia al otro lado de la mesa.

—¿Y si te lo pidiera ahora?

—Sigues poniéndome nerviosa, pero seguramente me arriesgaría.

Paul desvió la mirada hacia su padre mientras cogía su copa de vino.

—Parece que mis ideas funcionan bastante bien. Lily, el pato está excelente.

—Vaya, gracias —dijo Lily, soltando una risita mientras miraba el interior de su copa de vino—. Muchas gracias.

No fue hasta el momento en que sirvieron el café y el brandy en el acogedor comedor cuando volvió a surgir el tema de Eve Benedict. Julia seguía dando vueltas en su cabeza a la forma más diplomática de comenzar la entrevista cuando Lily abrió la puerta.

—Lamento que no pudiéramos asistir a la fiesta que dio Eve hace poco. Fue una sorpresa vernos incluidos entre los invitados, y una lástima que nos la perdiéramos. —Lily encogió las piernas para ponerse cómoda, revelando su extremada longitud—. Rory me ha contado que siempre da unas fiestas increíbles.

—¿Daban muchas cuando estaban casados? —preguntó Julia a Rory.

—La verdad es que unas cuantas. Cenas íntimas, barbacoas informales, soirées llenas de glamour —explicó Rory, dibujando círculos en el aire con la mano mientras sus gemelos de oro brillaban a la luz del hogar—. Tu fiesta de cumpleaños, ¿la recuerdas, Paul?

—Sería difícil olvidarla. —Consciente de que se trataba de una entrevista, Paul miró a Julia, reparando en que Lily se había puesto cómoda para escuchar—. Eve contrató a un grupo de artistas de circo: payasos, malabaristas, un equilibrista… incluso un elefante.

—Y el jardinero estuvo a punto de dejar el trabajo cuando vio el estado del césped al día siguiente —añadió Rory entre risas mientras hacía girar el brandy en la copa—. Con Eve había poca cabida para el aburrimiento.

—¿Qué palabra emplearía si tuviera que describirla?

—¿A Eve? —Rory se quedó pensativo un instante—. Indomable, supongo. No había nada capaz de contenerla mucho tiempo. Recuerdo que en una ocasión Charlotte Miller se quedó con un papel que ella quería… un duro golpe para el amor propio de Eve. Entonces interpretó a Sylvia en El tacto de la araña, la premiaron en Cannes aquel año y consiguió que todo el mundo olvidara que Charlotte había hecho una película por aquellas mismas fechas. Hace veinticinco o treinta años resultaba cada vez más difícil encontrar buenos papeles, y los estudios dejaron de hacer la corte a las actrices de cierta edad. Eve se marchó a Nueva York y se hizo con un papelazo en Lo que la señora mande, una obra con la que estuvo un año encima de los escenarios. Al final le concedieron un Tony y consiguió que Hollywood le suplicara que volviera a casa. Si uno echa un vistazo a su carrera, verá que Eve nunca ha elegido un mal guión. Bueno, al principio su trayectoria fue un tanto irregular, claro está. Ante la presión de los estudios, no tenía más remedio que hacer lo que le decían. Sin embargo, en todos y cada uno de sus papeles, por malo que fuera, su interpretación era la de una estrella. Hace falta algo más que talento, algo más que ambición, para lograr eso. Hace falta poder.

—A Rory le encantaría volver a trabajar con ella —añadió Lily—. Y a mí me encantaría verlos.

—¿No le resultaría difícil? —inquirió Julia.

—En absoluto. Quizá me resultaría difícil si no entendiera la profesión. Y si no estuviera segura de que Rory valora su vida. —Lily rio al tiempo que cambiaba de posición sus piernas lisas y torneadas—. En cualquier caso, una mujer que puede mantener la amistad, una amistad verdadera, con un hombre con el que ha estado casada merece todo mi respeto. Mi ex y yo seguimos odiándonos.

—Razón por la que Lily no me ha dejado la opción del divorcio. —Rory alargó la mano para entrelazarla con la de Lily—. Eve y yo nos caíamos bien. Cuando ella quiso poner fin al matrimonio, lo planteó de un modo muy cortés y razonable. Y como el fallo era mío, yo no podía guardarle rencor.

—Dice que el fallo fue suyo, por culpa de otras mujeres.

—Principalmente. Supongo que mi… falta de discreción por lo que respecta a las mujeres es uno de los motivos por los que Paul ha sido siempre tan cauteloso. ¿No es así?

—Selectivo —rectificó Paul a su padre.

—No he sido un buen marido, ni tampoco un buen padre. Los ejemplos que he dado en ambos casos no son muy dignos de admiración que digamos.

Paul se removió incómodo en su asiento.

—Pues yo no he salido tan mal.

—No habrá sido gracias a mí. Julia está aquí para que hablemos con franqueza. ¿No es así?

—Sí, pero si me permite dar mi opinión como mera espectadora, creo que ha sido usted mejor padre de lo que cree. Por lo que tengo entendido, nunca ha pretendido ser nada que no fuera usted.

La mirada de Rory se animó.

—Agradezco sus palabras. Con el tiempo me he dado cuenta de que un niño puede sacar tanto provecho de los malos ejemplos como de los buenos. Depende del niño, y Paul siempre ha sido muy inteligente. En consecuencia, ha aprendido a relacionarse con el sexo opuesto con criterio y tiene poca paciencia con los jugadores despreocupados. Fue de mi falta de criterio y de mi despreocupación de lo que Eve acabó hartándose.

—Tengo entendido que le gusta el juego. ¿Tiene caballos?

—Unos cuantos. Siempre he tenido suerte en los juegos de azar, quizá por eso me cueste resistirme a entrar en un casino, apostar por un pura sangre de patas largas o descubrir una carta. Eve no se oponía a que jugara. A ella también le gustaba jugar a lo suyo de vez en cuando. El problema era la gente con la que uno trataba. Los corredores de apuestas no suelen ser la flor y nata de la sociedad. Eve evitaba el contacto con la mayoría de los jugadores profesionales. Aunque varios años después de que nos divorciáramos acabó teniendo relaciones con alguien muy ligado a aquel mundo. Eso también fue culpa mía, ya que yo los presenté. Por aquel entonces yo no sabía hasta qué punto estaba implicada aquella persona. Más tarde me lamenté de haberlos presentado.

—¿Implicada en qué, en el juego? —Aunque su intuición se mantenía totalmente en guardia, Julia se permitió beber algún que otro sorbo de vino—. No recuerdo que en mi investigación me encontrara con nada que relacionara a Eve con el juego.

—Con el juego no. Como he dicho, Eve nunca mostró mucho interés por el placer de las apuestas. Supongo que la persona a la que me refiero no podría definirse como un jugador. Cuando uno lo tiene siempre todo a su favor no es un jugador. Supongo que la definición correcta sería «hombre de negocios».

Julia miró a Paul y, al ver la expresión de sus ojos, acudió a su mente un nombre.

—¿Michael Delrickio?

—Así es. Un hombre temible. Lo conocí en Las Vegas en una de mis mejores rachas. Yo estaba jugando a los dados en el Desert Palace. Aquella noche los dados eran como hermosas mujeres ansiosas por complacer mis deseos.

—Rory suele referirse al juego en términos femeninos —añadió Lily—. Cuando pierde, asocia apelativos femeninos muy creativos a los dados o las cartas. —Lily dedicó una sonrisa indulgente a su marido antes de levantarse para servir más brandy—. La de sapos y culebras que puede soltar en una sola noche. Julia, ¿está segura de que no va a querer nada más fuerte que café?

—No, gracias, en serio.

Pese a impacientarse con la interrupción, la voz de Julia dejó entrever tan solo cierta curiosidad al retomar la conversación.

—Me hablaba usted de Michael Delrickio.

—Humm. —Rory estiró las piernas y cogió la copa de brandy con las dos manos. A Julia le dio tiempo a pensar que era la viva estampa del perfecto caballero inglés en reposo, con el fuego crepitando a su espalda y una copa de brandy calentándose entre sus manos. Lo único que le faltaba era un par de perros de caza durmiendo a sus pies—. Sí, conocí a Delrickio en el Palace después de haber limpiado todas las mesas. Se ofreció a invitarme a una copa, y se declaró admirador mío. Yo estuve a punto de declinar su invitación. Dichas interrupciones pueden resultar de lo más molestas, pero me enteré de que era el propietario del casino. O, mejor dicho, aquel y otros casinos pertenecían a su organización.

—Lo ha calificado de temible. ¿Por qué?

—Serían quizá las cuatro de la madrugada cuando tomamos la copa —explicó Rory despacio—. Pero aun así parecía… un banquero en medio de una relajada comida de negocios. Vi que se expresaba muy bien, y que era un admirador, no solo mío, sino del cine en general. Estuvimos cerca de tres horas hablando de películas y de cómo se hacían. Me contó que estaba interesado en financiar una productora independiente, y que tenía previsto viajar a Los Ángeles al mes siguiente.

Rory hizo una pausa para beber y pensar.

—Me lo encontré de nuevo en una fiesta a la que Eve y yo asistimos juntos. Los dos estábamos sin pareja, y a menudo hacíamos de acompañante el uno del otro, por así decirlo. De hecho, por aquel entonces Paul vivía con Eve aprovechando que estudiaba en Los Ángeles.

—Iba a la Universidad de California. Estaba en segundo —explicó Paul antes de sacar un purito, encogiéndose de hombros con un ligero gesto de resignación—. Mi padre aún no me ha perdonado que me negara a ir a Oxford.

—Estabas decidido a romper la tradición familiar.

—Y solo entonces te erigiste en defensor de la tradición.

—Le rompiste el corazón a tu abuelo.

Paul sonrió con el purito en la boca.

—Nunca tuvo corazón.

Rory se enderezó en el sillón, dispuesto a luchar. Pero de repente se reclinó de nuevo con una risa.

—Tienes toda la razón. Y bien sabe Dios que estabas mucho mejor con Eve que con tu madre o conmigo. Si te hubieras dejado doblegar y hubieras ido a Londres, el viejo habría hecho todo lo posible por amargarte la vida tanto como intentó amargármela a mí.

Paul se limitó a tomar un sorbo de brandy.

—Creo que a Julia le interesa más Eve que nuestra historia familiar.

Con una sonrisa, Rory movió la cabeza de un lado a otro.

—Yo diría que ambos temas suscitan un interés parejo. Pero de momento centrémonos en Eve. Aquella noche estaba especialmente deslumbrante.

—Querido —susurró Lily—, qué descortesía de tu parte decir eso delante de tu actual esposa.

—Hablo con franqueza. —Rory cogió la mano de Lily y le besó los dedos—. Julia así lo quiere. Creo que Eve acababa de regresar de un balneario o algo por el estilo. Se le veía como nueva, revitalizada. Por entonces llevábamos varios años divorciados y volvíamos a ser amigos. A ambos nos complacía el hecho de que la prensa armara tanto revuelo al vernos juntos. En una palabra, que nos lo pasábamos bien. Puede que… ya me disculparás, querida —murmuró Rory a su mujer—. Puede que nos hubiéramos pasado la noche recordando los viejos tiempos, pero le presenté a Delrickio. La atracción fue inmediata y, al menos en el caso de él, el tópico de que había chispas en su mirada era cierto. En el caso de Eve, yo diría que estaba intrigada. Basta con decir que fue Delrickio quien la acompañó a casa aquella noche. Sobre lo que ocurrió después solo puedo hacer conjeturas.

—Pero no ha contestado a mi pregunta —repuso Julia, dejando a un lado la taza vacía—. ¿Por qué lo ha calificado de temible?

Rory dejó escapar un pequeño suspiro.

—Como le he dicho, Delrickio me contó que estaba interesado en cierta productora de cine. Pero al parecer dicha productora no estaba interesada en él, en un principio. Tres meses después de que se lo presentara a Eve, Delrickio, o su organización, era dueño de la productora. En el ínterin la empresa había sufrido varios reveses financieros, a los que se sumó la pérdida de parte del equipo y varios accidentes. A través de diversas fuentes, me enteré de que Delrickio tenía fuertes vínculos con… ¿cómo lo llaman hoy en día?

—Es de la mafia —dijo Paul con impaciencia—. No hay por qué andarse con rodeos.

—Quería decirlo con delicadeza —murmuró Rory—. En cualquier caso, existía la sospecha, pero solo era una sospecha, de que estaba vinculado al crimen organizado. Nunca lo han acusado de nada. Lo que sé es que Eve estuvo viéndolo discretamente durante unos meses, y luego se casó de repente con aquel tenista.

—Damien Priest —especificó Julia—. Eve me comentó que fue Michael Delrickio quien los presentó.

—Es muy posible. Delrickio conoce a mucha gente importante. No puedo contarle mucho acerca de la relación que Eve y Damien mantuvieron. El matrimonio no duró mucho. Eve nunca habló de los motivos que provocaron su ruptura repentina. —Rory dirigió una larga mirada a su hijo—. Al menos nunca lo habló conmigo.

—No quiero hablar de Delrickio. —En cuanto entraron en la suite Paul se quitó la americana—. Te has pasado casi toda la noche haciendo preguntas. Ya está bien por hoy.

—Pero tú puedes darme un punto de vista que tu padre no puede darme —dijo Julia, descalzándose—. Quiero saber tu opinión, tu visión de los hechos.

Julia percibía cómo crecía la ira en él por el modo en que se quitaba la corbata, tirando del nudo con dedos tensos y un gesto rápido.

—Lo odio. ¿No te vale con eso?

—No. Ya sé lo que sientes por él. Lo que quiero saber es qué te llevó a sentir eso.

—Digamos que tengo intolerancia a los señores del crimen. —Paul se quitó los zapatos con los pies—. Me sientan mal.

Insatisfecha con su respuesta, Julia frunció el ceño mientras se quitaba las horquillas del pelo.

—Esa respuesta podría valer si no fuera por el hecho de que te he visto con él y sé que esa intolerancia es más personal que general.

Las horquillas se amontonaban en la palma de su mano, pinchándole la carne. Al abrir la mano y mirarlas, Julia cayó en la cuenta de la naturalidad con la que se había instalado entre ellos aquel clima de intimidad, con aquella confianza propia entre amantes con la que uno se descalzaba y se soltaba el pelo para ponerse cómodo. Otro tipo de intimidad, la del corazón, era más difícil de alcanzar. Y ser consciente de ello producía un dolor sordo que oscilaba entre la ira y la pena.

Con la mirada puesta en Paul, Julia lanzó las horquillas encima de la mesa que tenía al lado.

—Creía que habíamos llegado a un punto en el que confiábamos el uno en el otro.

—No es una cuestión de confianza.

—Siempre es una cuestión de confianza.

Paul tomó asiento, con una expresión tan turbulenta en su rostro como calmada era la de Julia.

—No vas a cejar en tu empeño, ¿verdad?

—Es mi trabajo —le recordó. Julia se acercó a las ventanas para correr las cortinas con un rápido tirón de muñeca y abstraerse así de la tormenta. De ese modo se verían más recogidos en aquella estancia, obligados a enfrentarse el uno al otro bajo la luz dorada de la lámpara—. Si quieres llevar esto al terreno de lo profesional, perfecto. Ya me contará Eve todo lo que necesito saber sobre Michael Delrickio. Solo quería escuchar tu punto de vista.

—Pues mi punto de vista es que es un canalla que va pavoneándose por ahí con su traje italiano. Y es un canalla de la peor calaña, porque le gusta ser exactamente lo que es —dijo Paul con la mirada encendida—. Saca provecho de las desgracias del mundo, Julia. Y cuando roba, chantajea, mutila o asesina lo incluye todo bajo un título tan pulcro como el de negocio. Eso es lo que significa para él, ni más ni menos.

Julia se sentó, pero no cogió la grabadora.

—Y aun así Eve tuvo relaciones con él.

—Creo que sería más exacto decir que no se dio cuenta de quién era ni de qué hacía hasta que la relación fue a más. Está claro que a ella le parecía atractivo. Sin duda puede resultar encantador. Tiene don de palabra y es erudito. A Eve le gustaba su compañía, y su poder, me aventuraría a decir.

—Tú vivías con ella —apuntó Julia.

—Yo estudiaba en la Universidad de California y residía en su casa. No he sabido cómo conoció a Delrickio hasta esta noche. —Un pequeño detalle, pensó Paul, que no tenía la menor importancia. Conocía el resto de la historia, o lo suficiente para tener una opinión formada. Y ahora, gracias a la tenacidad de Julia, ella también lo conocía—. Él comenzó a dejarse ver por allí, a darse un chapuzón, a jugar un partido de tenis, a cenar. Eve fue con él a Las Vegas un par de veces, pero la mayor parte del tiempo se veían en la casa. Él siempre estaba enviando flores y regalos. En una ocasión se trajo al chef de uno de sus restaurantes para que les preparara un elaborado plato italiano.

—¿También posee restaurantes? —inquirió Julia.

Paul apenas la miró.

—Posee —respondió en tono cansino—. Siempre rondaban por allí un par de sus hombres. Nunca conducía solo ni venía sin escolta. —Julia asintió, entendiendo a la perfección. Como la entrada a la propiedad de Eve. El poder siempre exigía un precio—. A mí no me gustaba, no me gustaba la forma en que miraba a Eve, como si fuera una de sus malditas orquídeas.

—¿Cómo dices?

Paul se levantó y se acercó a la ventana. Inquieto, tiró de las cortinas para abrir una rendija. Había dejado de caer aguanieve, pero incluso tras el cristal percibía la inclemencia del tiempo. No siempre hacía falta ver la fealdad para reconocerla.

—Delrickio cultiva orquídeas. Está obsesionado con ellas. Como lo estaba con Eve, todo el día encima de ella, queriendo saber dónde estaba y con quién. A ella le gustaba aquello, más que nada porque se negaba a darle explicaciones y eso a él lo enloquecía. —Paul volvió la cabeza y vio que Julia sonreía—. ¿Te parece gracioso?

—Lo siento, es que… bueno, supongo que envidio la habilidad de Eve para tratar a los hombres en su vida.

—No siempre tiene tanta habilidad —murmuró Paul, sin devolverle la sonrisa—. Un día los pillé en plena discusión; él estaba furioso con ella y la amenazó. Yo le ordené salir de la casa, incluso traté de echarlo por la fuerza, pero sus guardaespaldas se pegaron a mí como lapas. Eve tuvo que intervenir para separarnos.

Ya no había motivo para sonreír, sino para sentir una gran inquietud y la necesidad de hacer memoria. ¿No había dicho Delrickio algo así como que era una pena que Eve no le hubiera dejado enseñar a Paul lo que era el respeto?

—¿Qué tendrías entonces, veinte años?

—Más o menos. Fue horrible, humillante y esclarecedor. Eve estaba enfadada con él, pero también lo estaba conmigo. Creía que yo estaba celoso… y quizá lo estuviera. Acabé con la nariz sangrando, las costillas doloridas…

—¿Te pegaron? —le interrumpió Julia horrorizada con una voz aguda fruto de la impresión. Paul no pudo sino sonreír.

—Cielo, uno no entrena a una panda de animales para jugar a las canicas. Podría haber sido peor, mucho peor, ya que mi propósito era echar las manos al cuello de ese cabrón. No sé si habrás oído que tengo accesos esporádicos de violencia.

—No —respondió Julia con calma, pese al nudo que sentía en el estómago—. No he oído nada de eso. ¿Y ese… episodio fue la razón por la que Eve rompió con Delrickio?

—No. —Paul estaba cansado de hablar, cansado de pensar—. Para ella su relación con él no tenía nada que ver conmigo. Y tenía razón. —Paul se encaminó hacia Julia poco a poco, como si la acechara. Y como toda presa, ella sintió aquel estremecimiento de alarma que le aceleró el corazón en un instante—. ¿Sabes lo atractiva que estás ahora mismo, sentada en esa silla con la espalda recta y las manos tan bien entrelazadas? ¿Y esa mirada tan seria de preocupación?

Julia se removió en el asiento, sintiéndose como una idiota por las palabras de Paul.

—Quiero saber…

—Ese es el problema —murmuró Paul, inclinándose sobre ella para cogerle la cara entre sus manos—. Que quieres saber cuando lo único que tienes que hacer es sentir. ¿Qué sientes ahora cuando te digo que no puedo pensar en otra cosa que en quitarte ese vestidito tan recatado que llevas y comprobar si tu piel huele aún a ese perfume que he visto que te echabas hace unos horas justo aquí, bajo la curva de la mandíbula?

Julia se movió de nuevo al notar los dedos de Paul recorriéndole el rostro. Pero levantarse fue un error, pues solo sirvió para que él la estrechara con fuerza contra sí.

—Tratas de distraerme.

—Cómo lo sabes. —Paul tiró de la cremallera del vestido, riendo mientras Julia se retorcía entre sus brazos para intentar librarse de él—. Toda tú has sido una distracción para mí desde el momento en que te conocí.

—Quiero saber… —comenzó Julia de nuevo antes de interrumpirse con un grito ahogado al notar que Paul le bajaba el vestido hasta la cintura y comenzaba a besarla mientras sus manos recorrían su cuerpo, no con delicadeza ni afán seductor sino con un fervor posesivo que rayaba casi en el frenesí—. Paul, aguarda. Necesito saber por qué lo dejó Eve.

—Bastó un asesinato. —Paul tenía una mirada centelleante cuando echó la cabeza de Julia hacia atrás—. Un asesinato premeditado y a sangre fría por dinero. Delrickio había apostado por Damien Priest, así que eliminó el único escollo que había para que ganara la competición.

Julia abrió los ojos horrorizada.

—Quieres decir que…

—Mantente alejada de él, Julia. —Paul la estrechó contra su pecho. A través de la fina seda Julia sintió el calor que desprendía su cuerpo—. Lo que siento por ti, lo que sería capaz de hacer por ti, hace que lo que he sentido por Eve todos estos años se quede en nada. —Paul la agarró del pelo con dedos tensos—. En nada.

Aunque sus palabras bastaron para que Julia se estremeciera de excitación, Paul la tumbó en el suelo y se lo demostró.