—Menudo ajetreo hay ahí fuera —dijo CeeCee, entrando con sigilo en la cocina, donde Julia estaba preparando una merienda cena para Brandon y Dustin.
—Si oigo el jaleo desde aquí —comentó Julia; a causa de él se había destrozado dos uñas y llevaba medio tubo de Tums en el cuerpo—. Ni te cuento la de artimañas que he tenido que ingeniarme para que los niños no salieran corriendo y se metieran en medio de todo el follón.
—Muchas gracias por llevar a Dustin al parque.
—Así se entretienen entre ellos. —Y para entretenerse a sí misma, Julia dispuso frutas y verduras cortadas en trozos en una bandeja de un modo con el que confiaba disimular el valor nutricional del plato—. Me gusta verlos juntos.
Como CeeCee había llegado a sentirse tan a gusto en aquella cocina como en la de su propia casa, no tuvo reparos en coger un trozo de manzana de la bandeja.
—Pues si quieres saber lo que es un espectáculo de verdad, tendrías que ver lo que hay montado aquí al lado. ¡Qué cantidad de flores! Han traído camiones enteros. Y todo ese lío de gente, hablando cada uno en su idioma. Y la señorita Soloman de aquí para allá todo el rato, intentando coordinarlos a todos, y siguen llegando más.
—¿Y la señorita Benedict?
—Está con tres esteticistas que han venido a depilarla y ponerla guapa —explicó CeeCee con la boca llena—. El teléfono no ha dejado de sonar en todo el día. Y un tío que iba vestido con un traje blanco se ha puesto a llorar porque no habían llegado todavía unos huevos de codorniz. Ha sido entonces cuando me he ido.
—Buena idea.
—En serio, Julia, la señorita B. ha dado fiestas sonadísimas, pero como esta ninguna. Parece que está tirando la casa por la ventana como si temiera que esta fuera la última fiesta que va a dar en su vida. Tía Dottie me ha dicho que ha hecho traer esos huevos de codorniz y no sé qué tipo de setas directamente de Japón, de China o de algún sitio de por ahí.
—Yo diría simplemente que la señorita B. se está dando un capricho.
—Pues va a triunfar —dijo CeeCee antes de meterse un dado de queso en la boca.
—Me siento culpable de que te la vayas a perder por quedarte con Brandon.
—No me importa. —De todos modos, tenía pensado meter a los niños entre los arbustos una hora o así para verla desde lejos—. Parte de la diversión está en ver a todo el mundo como loco preparándolo todo. ¿Te has comprado un vestido nuevo para la ocasión? —preguntó CeeCee como si tal cosa, yendo detrás de Julia mientras esta salía de la cocina para llamar a los niños.
—No, tenía intención de hacerlo, pero al final se me ha olvidado. ¡Eh, los de arriba! En la cocina os espera una merienda súper.
Con un estrépito de pies presurosos y gritos de guerra, los niños bajaron disparados por la escalera y entraron en la cocina como una flecha.
—Ya me las apañaré —dijo a CeeCee—. Quizá puedas ayudarme a decidir qué me pongo.
CeeCee sonrió abiertamente y se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros cortos que llevaba puestos.
—Por mí encantada. Lo de jugar a los modelitos me chifla. ¿Quieres que lo hagamos ahora?
Julia miró la hora en su reloj y dejó escapar un suspiro. Quedaba poco tiempo.
—Supongo que debería. Hacen falta dos horas como mínimo para arreglarse si una quiere ir presentable a un sarao como este.
—No pareces muy entusiasmada que digamos. Y eso que estamos hablando de la que tiene toda la pinta de ser la fiesta del año en Hollywood.
—Se me dan mejor las fiestas de cumpleaños, de esas con piñatas y veinticinco niños acelerados atiborrándose de pastel y helado.
—Esta noche no eres una madre —dijo CeeCee, dando un empujoncito a Julia para que subiera la escalera—. Esta noche estás en la lista de invitados VIP de Eve Benedict. —Al oír que llamaban a la puerta, CeeCee dio un respingo y bloqueó el paso a Julia—. Deja, deja. Ya voy yo. Tú ve arriba que ya lo traigo yo.
—¿Qué vas a traer?
—Que ya abro yo, quiero decir. Vamos, sube. Y si vas con sujetador, quítatelo.
—¿Cómo que si voy…?
Pero CeeCee ya había ido corriendo a abrir la puerta. Meneando la cabeza, Julia subió a su dormitorio, donde comenzó a mirar con desgana la ropa que había en el armario. Tenía el vestido de seda azul que nunca fallaba, pero que ya se había puesto la noche que Paul y ella… Ahora se lamentaba de haber metido en la maleta más trajes de chaqueta que de gala. Y tenía el negro de siempre, pensó, sacando un modelo de líneas sencillas que le había servido de comodín desde hacía cinco años. Julia sonrió para sus adentros al colocarlo encima de la cama. A CeeCee seguro que le daba la risa. Julia repasó de nuevo la ropa que quedaba en el armario.
—Esto es todo lo que tengo —anunció al oír que CeeCee entraba en la habitación—, que como ves no es mucho. Pero con un poco de ingenio, ¿quién sabe? —dijo Julia antes de volverse hacia CeeCee—. ¿Qué es eso?
—Un paquete para ti. —CeeCee dejó la caja que llevaba encima de la cama y luego dio un paso atrás—. Supongo que deberías abrirlo.
—Si no he pedido nada.
Al ver que no ponía ningún nombre en el paquete, Julia se encogió de hombros y rompió la cinta de embalaje.
—Espera, déjame a mí.
Presa de la impaciencia, CeeCee cogió una lima de uñas de la mesita de noche y rasgó el envoltorio.
—Me encantaría verte abrir los regalos de Navidad. —Julia se quitó el pelo de los ojos de un soplido y destapó la caja—. Papel de seda —dijo—. Mi preferido.
Pero su risa se convirtió en un grito ahogado de asombro cuando levantó el papel y vio lo que había debajo.
El brillo de la seda esmeralda y de los adornos de estrás la deslumbraron. Con la respiración entrecortada, Julia sacó con cuidado la prenda de la caja. Era un largo, elegante y espectacular vestido de seda que debía de ceñirse al cuerpo como el aire. El cuello alto acababa en un ribete adornado con piedras, detalle que se repetía en los puños de unas mangas largas y ajustadas. La espalda se abría en un vertiginoso escote que iba desde los hombros hasta el talle.
—¡Uau! —logró articular Julia.
—Hay una tarjeta.
CeeCee se la pasó, mordiéndose el labio inferior.
—Es de Eve. Dice que me agradecería que lo llevara puesto esta noche.
—¿Qué te parece?
—Me parece que Eve me ha colocado en una situación embarazosa.
Muy a su pesar, Julia volvió a dejar el vestido en la caja, desde donde la deslumbraba con sus destellos.
CeeCee miró el vestido antes de volver la vista hacia Julia.
—¿No te gusta?
—¿Que no me gusta? Es precioso. —Dejándose llevar por la tentación, Julia acarició la tela—. Despampanante.
—¿En serio?
—Y costará un ojo de la cara. No —dijo, indecisa—. Supongo que no tendría que preocuparme por si me respeta a la mañana siguiente.
—¿Qué?
—Nada. —Julia se contuvo y tapó el vestido con una hoja de papel de seda, a través del cual seguía brillando con intensidad la tela esmeralda, como haciéndole señas—. No está bien. Es muy generoso por su parte, pero no está bien.
—¿El qué no está bien, el vestido?
—No, por amor de Dios, CeeCee, el vestido es una maravilla. Es una cuestión de ética. —Sabía que estaba dando palos de ciego. Deseaba aquel vestido, quería sentir el contacto de la seda sobre su cuerpo y transformarse en algo… en alguien elegante—. Soy la biógrafa de Eve Benedict, y eso es todo. Me sentiría mejor… —Eso era mentira—. Sería más apropiado que llevara algo mío.
—Pero es que es tuyo. —CeeCee cogió el vestido y lo sostuvo en alto frente a Julia—. Está hecho para ti.
—Reconozco que es mi estilo, y desde luego parece que es de mi talla…
—No, quiero decir se ha hecho expresamente para ti. Lo he diseñado yo misma para ti.
—¿Que tú lo has hecho?
Atónita, Julia dio un giro completo sobre sí misma para mirarse en el espejo con el vestido delante.
—La señorita B. me lo pidió. Quería que esta noche llevaras algo especial. Además le gustan las sorpresas. Tuve que mirar en tu armario. —CeeCee comenzó a secarse las palmas de las manos sudorosas en los vaqueros al ver que Julia guardaba silencio—. Sé que actué a tus espaldas. Pero tenía que quedarte perfecto. Por lo que he visto te gustan los colores cálidos e intensos, así que pensé que el verde esmeralda sería una buena opción, y en cuanto al estilo… he intentado que fuera sutilmente sexy, diría yo. Con clase pero sin que se viera muy formal, o algo así. —CeeCee se desplomó en la cama, perdiendo el ímpetu por momentos—. No te gusta. Vale, no pasa nada —se apresuró a añadir cuando Julia se dio la vuelta—. Si no soy susceptible ni nada de eso. Si no es realmente tu estilo, lo entiendo.
Julia alzó una mano al ver que CeeCee se embalaba de nuevo.
—¿No he dicho que era precioso?
—Sí, claro, pero porque no querías herir mis sentimientos.
—Cuando lo he dicho no sabía que tú lo habías hecho.
CeeCee frunció la boca al caer en la cuenta de lo irrefutable de aquel razonamiento.
—Vale.
Julia volvió a dejar el vestido a un lado y puso sus manos sobre los hombros de CeeCee.
—Es un vestido fabuloso, el más impresionante que he tenido en mi vida.
—¿Eso quiere decir que te lo vas a poner?
—Si crees que voy a dejar escapar la oportunidad de lucir un McKenna original es que estás loca.
Julia se echó a reír al ver que CeeCee daba un brinco para abrazarla.
—La señorita B. me dijo que eligiera también los complementos. —Ya a todo gas, CeeCee dio media vuelta para retirar con brío el papel de seda hasta desenterrar una bolsita de terciopelo—. Como este pasador de estrás; pensé que llevarías el pelo recogido así —dijo, recogiéndose el cabello a modo de demostración—, y que te lo podrías coger con esto. Y estos pendientes que llegan hasta los hombros. —CeeCee los sostuvo en alto, con la mirada rebosante de entusiasmo—. ¿Qué te parecen?
Julia hizo sonar en su mano aquellos pendientes largos y relucientes. Nunca se habría imaginado con aquellos adornos de señorona; de hecho, se sentía más identificada con una chacha que con una señorona. Pero ya que CeeCee sí que la imaginaba, Julia estaba dispuesta a probarlo siquiera una noche.
—Creo que se van a caer de espaldas cuando me vean.
Al cabo de dos horas y media y de un largo y placentero ritual femenino con cremas, aceites, polvos y perfumes, Julia dejó que CeeCee le ayudara a ponerse el vestido.
—¿Y bien? —preguntó Julia mientras comenzaba a volverse hacia el espejo antes de que CeeCee la detuviera.
—Aún no. Faltan los pendientes.
Mientras Julia se los ponía, CeeCee se dedicó a retocarle el peinado, alisarle la falda del vestido y ajustarle el cuello.
—Vale. Ya puedes mirar.
Con los nervios en el estómago, CeeCee aspiró hondo y contuvo la respiración.
En cuanto se vio, Julia supo que el vestido estaba a la altura de las expectativas. El brillo de los adornos de estrás realzaban las líneas estilizadas del diseño, y el cuello alto y las largas mangas ceñidas insinuaban un halo de sobriedad, mientras que la espalda insinuaba otra cosa muy distinta.
—Me siento como Cenicienta —musitó Julia antes de darse la vuelta y tender las manos a CeeCee—. No sé cómo agradecértelo.
—Es fácil. Cuando la gente comience a hacerte preguntas sobre tu vestido, no olvides decirles que has descubierto a una nueva diseñadora que causa furor: CeeCee McKenna.
El sentimiento de pánico que invadía a Julia se intensificó por momentos cuando se dirigió a la casa principal. El decorado era perfecto.
Un mar de flores se veía realzado por una escultura de hielo compuesta por tres sirenas. Mesas cubiertas por manteles de un blanco más refulgente que la luna creciente resistían a duras penas el peso de exquisitos manjares y champán a raudales bajo un firmamento tachonado de estrellas que titilaban entre los árboles.
Había una glamourosa mezcla de lo viejo y lo nuevo, homenaje de Hollywood tanto a la juventud como a la veteranía. Julia veía dicho homenaje personificado en las figuras de Victor Flannigan y Peter Jackson, por un lado el largo y perdurable amor de Eve y por otro, a juzgar por las miradas que cruzaban, su último devaneo.
Las joyas brillaban por doquier, eclipsando las luces de colores. Los cuerpos perfumados se veían envueltos en las frágiles fragancias a rosas, camelias y magnolias procedentes del jardín. La música flotaba por encima del jolgorio y de los ubicuos tratos de negocios que encontraban en las fiestas de gala un lugar tan conveniente para desarrollarse como las salas de juntas.
Había más estrellas que en un planetario, pensó Julia, reconociendo rostros familiares tanto de la pequeña como de la gran pantalla. Y si a ellas se sumaba la cohorte de productores, directores, guionistas y miembros de la prensa allí reunidos podía obtenerse la potencia suficiente para iluminar una ciudad entera.
Esto es Hollywood, concluyó Julia, donde la fama y los pulsos de poder estaban a la orden del día.
Julia se dedicó a circular entre los presentes, tomando apuntes mentales y lamentando no llevar encima la grabadora. Tras una hora sintió la necesidad de un respiro, y se escabulló de la multitud para escuchar la música al borde del jardín.
—¿Qué, escondiéndote? —inquirió Paul. La sonrisa emergió en el rostro de Julia demasiado rápido, tanto que agradeció estar de espaldas a él. Paul también lo agradeció, pues eso le permitía deleitarse con la vista que tenía ante sus ojos.
—Tomando el aire —respondió Julia, tratando de convencerse de que no lo esperaba, de que no había estado buscándolo entre la concurrencia… ni deseaba verlo—. ¿Te has apuntado a la moda de llegar tarde?
—No, llego tarde, sin más. El séptimo capítulo me ha hecho sudar tinta —explicó Paul, ofreciéndole una de las dos copas de champán que sostenía en las manos. Al mirarla, se preguntó por qué le habría parecido tan urgente quitarse de encima aquellas últimas páginas. Julia olía como un jardín al anochecer y su aspecto invitaba al pecado—. ¿Por qué no me pones al corriente?
—Bueno, a mí personalmente me han besado, tanto en la mano como en las mejillas, y por desgracia en una ocasión hasta me han pellizcado el culo. —Sus ojos risueños asomaron por encima del borde de la copa—. He esquivado, eludido y evitado un buen número de preguntas mordaces sobre mi trabajo en relación con el libro de Eve, además de soportar numerosas miradas y cuchicheos… relacionados con lo mismo, estoy segura… e interrumpir una riña que no pintaba nada bien entre dos criaturas despampanantes sobre alguien llamado Clyde.
Paul deslizó un dedo por el pendiente que rozaba el hombro vestido de seda de Julia.
—Qué chica tan ocupada.
—Ahora ya sabes por qué quería tomar el aire.
Paul asintió con expresión distraída mientras escudriñaba los corrillos de gente que había repartidos por la terraza y el césped. Le recordaban una selección de los animales más elegantes habidos y por haber expuestos en un lujoso zoo donde poder pacer a sus anchas.
—Cuando Eve hace algo, lo hace a lo grande.
—De momento ha sido una fiesta estupenda. Nos han servido huevos de codorniz y setas traídos de Extremo Oriente, trufas y paté de la campiña francesa, salmón de Alaska, langosta de Maine y los corazones de alcachofa creo que eran importados de España.
—Tenemos mucho más que eso. ¿Ves a ese hombre? El canoso de pelo ralo con aspecto delicado. Va con un bastón y lo acompaña un pelirrojo con físico de…
—Sí, ya lo veo.
—Es Michael Torrent.
—¿Torrent? —Julia dio un paso al frente para ver mejor—. Pero si creía que se había ido a vivir a la Costa Azul después de jubilarse. Llevo un mes tratando de ponerme en contacto con él para entrevistarlo.
Movido por un afán de experimentación, Paul recorrió el centro de la espalda de Julia con la yema de un dedo, complacido al notar el rápido estremecimiento de su cuerpo.
—Me gusta tu espalda desnuda casi tanto como tus pies descalzos.
Julia no estaba dispuesta a dejarse distraer, ni aunque le prendiera la espalda con fuego. Así pues, se apartó a una distancia prudencial para evitar su contacto, arrancando una mueca del rostro de Paul.
—Estábamos hablando de Torrent —dijo Julia—. ¿Por qué crees que vendría hasta aquí para comer y beber champán gratis?
—Está claro que para él la invitación a esta fiesta en particular bien merecía el viaje. Y mira allí.
Antes de que pudiera decirle que se dejara de toqueteos, Julia se centró en el hombre que Paul tenía en su punto de mira.
—Ya sé que Anthony Kincade está aquí. No entiendo qué motivo habrá tenido Eve para invitarlo.
—Pues deberías entenderlo.
—Bueno, ha reunido a dos de sus maridos…
—A tres —le corrigió Paul—. Damien Priest acaba de acercarse a la terraza.
Julia lo reconoció al instante. Pese a ser el único de los maridos de Eve que no pertenecía al mundo del cine, era famoso por sí mismo. Antes de retirarse con treinta y cinco años, Priest había sido uno de los jugadores de tenis profesional que más títulos y dinero habían acumulado a lo largo de su carrera deportiva, contando con el campeonato de Wimbledon en sus palmares, así como con las otras victorias alcanzadas en el resto de los torneos de tenis del más alto nivel.
Dada su constitución alta y delgada, Priest tenía buen alcance y un revés sensacional, además de un atractivo sexual innegable que no escapaba a ninguna mujer. Al verlo allí enfrente, agarrado a la cintura de una joven, Julia entendió la razón por la que Eve se había casado con él.
Su matrimonio con Eve había generado ríos de tinta. Cuando se fugaron a Las Vegas para casarse, ella le llevaba casi veinte años, y aunque su unión no duró más que un año lleno de turbulencias, fue pasto para la prensa popular varios meses más.
—A tres de sus cuatro maridos —dijo Julia entre dientes, preguntándose cómo podría sacar provecho de aquella observación—. ¿Y tu padre?
—Lo lamento, pero ni siquiera esto podría arrancarlo de su representación de El rey Lear. —Paul saboreó el champán y pensó en lo mucho que le habría gustado saborear la espalda larga y suave de Julia—. No obstante, tengo orden de informarle de todo lo que pudiera ser de interés.
—Espero que ocurra algo digno de interés.
—No llames al mal tiempo —le dijo Paul, posando una mano en su brazo—. Además de maridos, podría señalarte un montón de examantes, rivales de toda la vida y amistades disgustadas con Eve.
—Ojalá lo hicieras.
Paul se limitó a negar con la cabeza.
—También hay mucha gente que seguramente se alegraría de que Eve se olvidara de todo este asunto del libro.
Los ojos de Julia brillaron de rabia.
—Incluido tú.
—Sí. Le he dado muchas vueltas al hecho de que alguien entrara en tu despacho y metiera las narices en tu trabajo. Puede que solo le moviera la curiosidad, pero lo dudo. Te dije desde el principio que no quería que hicieran daño a Eve. Y tampoco quiero que te hagan daño a ti.
—Ya somos las dos mayorcitas, Paul. Para tu tranquilidad, te diré que lo que me ha contado Eve hasta ahora son cuestiones delicadas y personales, sin duda, que podrían incomodar a ciertas personas. Pero no creo que en ningún caso pudieran constituir una fuente de amenaza para nadie, en serio.
—Todavía no ha terminado. Y te aseguro que Eve… —Incluso antes de entrecerrar los ojos para aguzar la vista, Paul apretó los dedos en torno al pie de la copa que tenía en la mano.
—¿Qué ocurre?
—Acabo de ver a otro de los Michael de Eve —respondió Paul con un tono de voz que, pese a su repentina frialdad, no tenía nada que ver con la súbita gelidez de su mirada. Julia sintió que el aire que los envolvía podría resquebrajarse en cualquier momento—. Delrickio.
—¿Michael Delrickio? —Julia trató de reconocer al hombre que Paul observaba fijamente—. ¿Debería conocerlo?
—No. Y si tienes suerte, vivirás el resto de tu vida sin conocerlo.
—¿Por qué? —En el momento de hacer la pregunta Julia identificó al hombre que había visto salir del despacho de Drake—. ¿Es ese hombre de aspecto distinguido con el pelo cano y bigote?
—Las apariencias engañan. —Paul le pasó su copa de champán medio llena—. Disculpa.
Haciendo caso omiso de la gente que lo llamaba o que le ponía una mano en el hombro para saludarlo, Paul avanzó en línea recta hacia Delrickio. Tal vez fuera por la expresión de su mirada o por la ira apenas contenida en su caminar enérgico por lo que algunos de los presentes se apartaron a su paso, y Joseph se acercó a él con toda su corpulencia. Paul lanzó una mirada desafiante al gorila de Delrickio antes de centrarla en su jefe. Con el más leve de los parpadeos, Delrickio hizo que Joseph se hiciera a un lado.
—Vaya, Paul. Cuánto tiempo.
—El tiempo es relativo. ¿Cómo has conseguido colarte para reptar hasta aquí, Delrickio?
Delrickio dejó escapar un suspiro y cogió uno de los delicados pastelitos de langosta que tenía en el plato.
—Veo que sigues teniendo problemas para mostrarte respetuoso. Eve debería haberme dejado que te disciplinara cuando tuve oportunidad hace ya tantos años.
—Hace quince años yo era un niño, y tú una mancha viscosa en el talón de la humanidad. Lo único que ha cambiado es que he dejado de ser un niño.
La furia era algo que Delrickio había aprendido a controlar hacía ya tiempo. En aquel momento le sobrevino una ráfaga repentina que refrenó con los dientes y tuvo dominada en cuestión de segundos.
—Tus modales son un deshonor para la mujer que nos ha abierto las puertas de su casa esta noche. —Con calma y delicadeza, Delrickio cogió otro canapé—. Incluso los enemigos deben respetarse en territorio neutral.
—Este nunca ha sido un territorio neutral. Si Eve te ha invitado a esta casa, ha cometido una equivocación. Tu presencia aquí me demuestra que no tienes idea del significado de la palabra honor.
Delrickio sintió que una nueva ráfaga de cólera estallaba en su interior.
—Estoy aquí para disfrutar de la hospitalidad de una bella dama —repuso sonriendo, aunque su mirada ardía de ira—. Como hice muchas veces en el pasado.
Paul dio un rápido paso hacia delante, gesto al que Joseph respondió con un movimiento simultáneo antes de deslizar la mano dentro de su americana para encañonar con la automática del calibre 32 que llevaba debajo a Paul, pegando el arma a su axila.
—¡Ay! —exclamó Julia al tropezar, derramando una copa entera de champán sobre los relucientes mocasines Gucci de Joseph—. Ah, cuánto lo siento. Qué horror. No sé cómo he podido ser tan torpe, en serio. —Haciendo aspavientos sin dejar de sonreír, Julia tiró del pañuelo que llevaba Joseph en el bolsillo de la pechera y se puso en cuclillas a sus pies—. Se los secaré antes de que se manchen.
El alboroto que estaba armando generó una cascada de risas que se propagó por el corro de gente más cercano al lugar del incidente. Sonriendo a Joseph sin malicia, Julia levantó la mano, no dejándole más opción que ayudarle a ponerse en pie, y colocarla así entre él mismo y Paul.
—Me parece que le he dejado el pañuelo empapado.
Joseph farfulló algo y se metió el pañuelo en el bolsillo.
—¿No nos hemos visto antes? —le preguntó Julia.
—Esa frase está muy manida, Julia —Eve apareció de repente a su lado—. Casi echa a perder el efecto que causaba tu imagen arrodillada a los pies del hombre. Hola, Michael.
—Eve. —Delrickio le cogió la mano y se la llevó lentamente a los labios. El deseo largamente dormido en su interior renació con fuerza, y sus ojos se oscurecieron. Si Paul no le hubiera contado que habían sido amantes, Julia lo habría intuido por las chispas que saltaban en el aire—. Estás más hermosa que nunca.
—Y tú muy… próspero. Veo que ya te has encontrado con viejos conocidos, y también con caras nuevas. A Paul no hace falta que te lo presente. Y esta es mi encantadora, aunque patosa, biógrafa, Julia Summers.
—Señorita Summers. —Los labios y el bigote de Delrickio rozaron los nudillos de Julia—. No sabe cuánto me alegro de conocerla, por fin.
Antes de que Julia tuviera oportunidad de contestar, Paul le pasó el brazo por la cintura y la atrajo hacia sí.
—Eve, ¿se puede saber qué demonios hace él aquí?
—Paul, por favor, un poco de respeto. El señor Delrickio es un invitado. Michael, me preguntaba si habrías tenido ya ocasión de hablar con Damien. Estoy segura de que tenéis mucho de que hablar sobre los viejos tiempos.
—No.
Los ojos de Eve relucieron, fríos como las piedras en forma de estrella de su gargantilla. Tras dejar escapar una risa, dijo:
—Julia, puede que te interese saber que a mi cuarto marido lo conocí a través de Michael. Damien y Michael eran… ¿dirías que erais socios, querido?
En su vida se había cruzado con nadie que pudiera acosarlo con tanta maestría como Eve Benedict.
—Digamos que teníamos… intereses comunes.
—Qué forma tan ingeniosa de expresarlo. En fin, Damien se retiró siendo un campeón, y todos consiguieron lo que querían. Bueno, todos menos Hank Freemont. Qué tragedia. ¿Eres aficionada al tenis, Julia?
Había algo raro en el ambiente, algo que olía a rancio bajo la fragancia de tantas flores y perfumes.
—No, me temo que no.
—Pues verás, de esto hace ya quince años. Cómo pasa el tiempo. —Eve tomó un sorbito de champán antes de continuar—. Freemont era el único rival que hacía sombra a Damien… su Némesis por así decirlo. Al Open de Estados Unidos llegaron como el número uno y dos de la lista de clasificados. Había mucho en juego sobre quién saldría ganando. La cuestión es que al final Freemont se metió una sobredosis, una mezcla de cocaína y heroína inyectada, speedball creo que la llaman. Fue algo trágico, pero eso permitió que Damien ganara el torneo sin dificultad, y los que habían apostado por él se llevaron un buen pellizco. —Con las uñas pintadas de un rojo carmín brillante, Eve pasó el dedo lentamente por el borde de la copa de champaña—. Te gusta el juego, ¿eh, Michael?
—Como a todos los hombres.
—Aunque a unos les va mejor que a otros. Pero bueno, no le entretengo más que si no, no te dejaré ver a los demás ni disfrutar del ágape, la música y los viejos amigos. Espero que tengamos ocasión de hablar de nuevo antes de que termine la noche.
—Seguro que sí.
Al volverse, Delrickio vio a Nina a unos metros de distancia. Ambos se sostuvieron la mirada unos instantes antes de que ella bajara la vista y diera media vuelta para entrar a toda prisa a la casa.
—Eve —comenzó a decir Julia antes de detenerse, meneando la cabeza con un gesto de negación.
—Me muero por un cigarrillo —comentó Eve antes de volver a lucir una sonrisa radiante—. Johnny, querido, cómo me alegro de que hayas venido —exclamó, reanudando una vez más su ronda de efusivos saludos entre besos y abrazos.
Julia desistió de hablar con ella y se volvió hacia Paul.
—¿A qué venía todo eso?
Paul la cogió de las manos.
—Estás temblando.
—Me siento como si acabara de presenciar un golpe de Estado sin derramamiento de sangre. Me…
Julia se mordió la lengua mientras Paul cogía dos copas llenas de un camarero que pasó a su lado.
—Bebe tres sorbos seguidos poco a poco —le ordenó.
Julia necesitaba calmarse, así que le obedeció.
—Paul, ¿ese hombre te ha apuntado en el corazón con un arma?
Aunque Paul le sonrió, su expresión de regocijo se vio empañada por algo más peligroso, más funesto.
—¿Y tú, Jules, has venido a salvarme con una copa de champán?
—Ha funcionado —repuso Julia con acritud antes de tomar otro sorbo—. Quiero que me digas por qué le has hablado así a ese hombre, quién es y por qué ha venido a una fiesta con un guardaespaldas armado.
—¿No te he dicho todavía lo hermosa que estás esta noche?
—Quiero respuestas.
Pero en lugar de ello Paul dejó su copa encima de una mesa de hierro forjado y tomó el rostro de Julia entre sus manos. Antes de que ella pudiera evitarlo, o decidir siquiera si quería evitarlo, Paul estaba besándola con mucha más pasión de la que convenía mostrar en público. Y bajo aquella pasión Julia notó el sabor amargo y ardiente de la ira.
—Mantente alejada de Delrickio —le dijo Paul en voz baja antes de besarla de nuevo—. Y si quieres disfrutar del resto de la velada, mantente alejada de mí.
Paul la dejó allí sola para entrar en la casa en busca de algo más fuerte que el champán.
Presa aún de la agitación, Julia dejó escapar un largo suspiro al tiempo que Victor le daba una palmadita en el hombro.
—Ojalá me hubiera dado alguien un guión.
—Eve es muy dada a la improvisación. —Victor miró a su alrededor mientras agitaba el hielo del agua mineral con gas que sostenía en la mano—. Hay que ver cómo le gusta remover los ánimos. Esta noche ha logrado reunir a casi todos los actores de su obra.
—Supongo que no querrá decirme quién es Michael Delrickio.
—Un hombre de negocios. —Victor la miró sonriente—. ¿Le apetece dar un paseo por el jardín?
Julia decidió que lo tendría que averiguar por su cuenta.
—Sí, me apetece.
Dejaron atrás la terraza y atravesaron el césped entre sombras y luces titilantes. La orquesta estaba tocando Moonglow mientras avanzaban en medio del aire perfumado. Julia recordó que semanas antes había visto a Victor y a Eve pasear por aquel mismo jardín, bajo la misma luna.
—Espero que su mujer esté mejor. —Al ver la expresión de Victor, Julia se dio cuenta de que se había precipitado con su comentario—. Lo siento, Eve me contó que estaba enferma.
—Es usted muy diplomática, Julia. Seguro que le contó algo más que eso. —Victor se tomó de un trago el agua mineral y resistió la tentación de ir a por un whisky—. Muriel está fuera de peligro. Pero me temo que la recuperación será larga y penosa.
—No debe de ser fácil para usted.
—Podría ser más fácil, pero Eve no dará su brazo a torcer. —Victor miró a Julia con ojos de cansancio. El modo en que la luz de la luna iluminaba sus facciones femeninas tocó una fibra en su interior que no supo identificar. Aquella noche el jardín estaba hecho para las parejas jóvenes. Y él se sentía viejo—. Sé que Eve le ha hablado de nosotros.
—Sí, pero no hacía falta. Les vi aquí una noche hace semanas. —Al ver que se ponía tenso, Julia le puso una mano encima del hombro—. No estaba espiándoles. Solo estaba en el lugar y el momento equivocados.
—O en el lugar y el momento indicados —repuso Victor en tono grave.
Julia asintió y, mientras Victor se encendía un cigarrillo, aprovechó la pausa para elegir bien sus palabras.
—Sé que era una escena privada, pero no puedo decir que lo lamente. Lo que vi fue a dos personas profundamente enamoradas. No me sorprendió ni me movió a que fuera corriendo a escribir sobre ello. Me conmovió.
Aunque los dedos de Victor se relajaron levemente, su mirada se mantuvo fría.
—Eve siempre ha sido la mejor parte de mi vida, y también la peor. ¿Entiende por qué necesito que lo que hemos compartido quede en la intimidad?
—Sí, lo entiendo —dijo Julia, dejando caer la mano—. Como entiendo por qué necesita ella contarlo. Pero por mucho que entienda sus razones, ante todo pesa mi compromiso con ella.
—La lealtad es algo admirable, aun cuando se profesa a alguien equivocado. Déjeme decirle algo acerca de Eve. Es una mujer fascinante, dotada de un talento increíble, unos sentimientos profundos y una energía implacable. Pero también es una criatura impulsiva, capaz de cometer en un momento de pasión errores que pueden alterar toda una vida. Llegará el día en que se arrepienta de este libro, pero para entonces ya será demasiado tarde. —Victor arrojó el cigarrillo al camino y lo pisó—. Demasiado tarde para todos nosotros.
Julia lo dejó marchar. No tenía palabras reconfortantes o tranquilizadoras que poder ofrecerle. Por mucho que pudiera compadecerse de él, debía lealtad a Eve. Presa de un cansancio repentino, se desplomó en un banco de mármol. En aquel rincón del jardín todo estaba en calma. La orquesta había pasado a tocar My Funny Valentine, que interpretaba la vocalista del conjunto. No había duda de que Eve estaba con la vista puesta en el pasado. Aprovechando la soledad y la melodía relajante que la envolvía, Julia trató de reconstruir y valorar lo que había visto y oído hasta el momento.
Mientras los pensamientos se agolpaban en su mente, Julia percibió otras voces procedentes de entre los matorrales. Al principio le dio rabia, pues quería disfrutar de quince minutos siquiera de paz. Pero luego, cuando fue captando el tono de las voces, sintió curiosidad. No había duda de que se trataba de un hombre y una mujer, dedujo, y de que estaban discutiendo. ¿Sería Eve?, se preguntó, dudando entre irse o quedarse.
De repente oyó un exabrupto en italiano y una sarta de palabras duras en el mismo idioma, seguidas del llanto amargo de una mujer.
Presionándose las sienes con los dedos para masajearlas en círculos, Julia se puso en pie. Estaba claro que lo mejor que podía hacer era marcharse de allí.
—Sé quién eres.
Julia vio a una mujer vestida de un blanco virginal reluciente tambaleándose en medio del camino del jardín. Enseguida la reconoció: era Gloria DuBarry, con una borrachera más que considerable. Aunque el llanto había cesado en seco, la actriz menuda se le había acercado desde la dirección opuesta.
—Señorita DuBarry —dijo Julia, sin saber qué demonios hacer.
—Sé quién eres —repitió Gloria, dando un traspiés al intentar avanzar—. La confidente de Eve. Déjame que te diga algo: si escribes una sola palabra sobre mí, te meteré una demanda que te acordarás.
La reina virginal, además de borracha, iba buscando guerra, por lo que observó Julia.
—Quizá le convendría sentarse.
—No me toques —espetó Gloria, apartando la mano de Julia de un manotazo para agarrarla después de los brazos, clavándole las uñas.
Cuando se inclinó sobre ella, Julia hizo una mueca de disgusto, no tanto por las uñas como por el aliento de Gloria, que no olía a champán sino a whisky y del bueno.
—Es usted quien me está tocando, señorita DuBarry —puntualizó Julia.
—Sabes quién soy yo, ¿eh? ¿Sabes quién soy yo? Soy una puta institución. —Aunque se tambaleaba con cada palabra que pronunciaba, sus dedos se aferraban a la carne de Julia como zarpas—. Meterte conmigo es meterte con la maternidad, el pastel de manzana y la maldita bandera americana.
Julia intentó zafarse de las garras de Gloria, pero comprobó que aquella mujer menuda tenía una fuerza asombrosa.
—Si no me suelta —le dijo Julia entre dientes—, la tiraré al suelo.
—Escúchame bien. —Gloria le dio un empujón que casi la envió al banco de mármol—. Si sabes lo que te conviene, te olvidarás de cuanto te haya contado. Todo son mentiras, sucias y crueles mentiras.
—No sé de qué me habla.
—¿Quieres dinero? —soltó Gloria—. ¿Es eso lo que quieres? Quieres más dinero. ¿Cuánto? ¿Cuánto quieres?
—Quiero que me deje en paz. Si desea que hablemos, lo haremos cuando esté sobria.
—Yo nunca he estado borracha ni lo estoy ahora. —Con una mirada envenenada, Gloria golpeó a Julia entre los pechos con la palma de la mano—. Nunca he estado borracha en mi puñetera vida y no lo olvides. No necesito que ninguna confidente de mierda al servicio de Eve me diga que estoy borracha.
A Julia le salió el genio, y con un rápido movimiento de la mano enganchó el cuello de Gloria, atrapando entremedio varios pliegues de chifón.
—Si vuelve a ponerme la mano encima le…
—Gloria. —La voz de Paul sonó serena mientras se acercaba a las dos mujeres por el camino—. ¿No te encuentras bien?
—No —respondió Gloria, rompiendo a llorar automáticamente como si hubiera abierto un grifo—. No sé qué me pasa. Me siento muy débil. —Gloria hundió su rostro en la americana de Paul—. ¿Dónde está Marcus? Él cuidará de mí.
—¿Por qué no me dejas que te lleve adentro para que puedas echarte un rato? Luego iré a buscar a Marcus.
—Tengo un terrible dolor de cabeza —dijo, sollozando mientras Paul se la llevaba.
Paul lanzó una mirada a Julia por encima del hombro.
—Siéntate —fue todo lo que le dijo.
Julia cruzó los brazos sobre el pecho y se sentó.
Paul regresó al cabo de diez minutos y se desplomó junto a ella con un largo suspiro.
—Creo que nunca había visto a la reina del cine familiar borracha como una cuba. ¿Quieres decirme a qué venía todo eso?
—No tengo la menor idea. Pero pienso acorralar a Eve en cuanto tenga oportunidad y averiguarlo.
Presa de la curiosidad, Paul le pasó un dedo por la nuca.
—¿Y qué era lo que pensabas hacer a Gloria si volvía a ponerte la mano encima?
—Pegarle un tortazo en ese mentón puntiagudo que tiene.
Paul se echó a reír, dándole un apretón.
—Qué mujer estás hecha. Ahora me arrepiento de no haber aparecido diez segundos más tarde.
—No me gustan los altercados.
—No, ya lo veo. Eve, en cambio, ha provocado múltiples altercados en una sola noche llena de estrellas. ¿Quieres que te cuente lo que te has perdido durante tu visita a los jardines?
Ante los esfuerzos de Paul por intentar calmarla, lo menos que podía hacer ella era darle una oportunidad.
—Está bien.
—Kincade se ha estado paseando por ahí con sus andares de pato y aire amenazador, sin conseguir hablar con Eve en privado. ¿Y Anna del Rio, la diseñadora? Ha estado contando historias maliciosas de la anfitriona, con la esperanza, imagino, de contrarrestar las historias maliciosas que Eve piense contar de ella. —Paul hizo una pausa para sacar un purito. A la luz de la llama del encendedor su rostro se veía tenso, en contraste con el tono jovial de su voz—. Drake está todo el rato brincando de un lado a otro como si llevara brasas en los calzoncillos.
—Tal vez sea porque vi a Delrickio y al otro hombre en su despacho la semana pasada.
—¿Ah, sí? —Paul exhaló el humo lentamente—. Vaya, vaya. Bueno, volviendo a lo que estábamos, Torrent lleva una cara que da pena, y más después de haber tenido una pequeña charla con Eve. Priest no hace más que posar y reír bien alto para que todo el mundo lo oiga. Y cuando se ha puesto a bailar con Eve estaba sudando la gota gorda.
—Me parece que debería volver a la fiesta y ver todo eso que me cuentas con mis propios ojos.
—Julia —le dijo Paul, impidiendo que se levantara—. Tenemos que hablar de varias cosas. Me pasaré a verte mañana.
—Mañana no —respondió Julia, sabiendo que su negación solo serviría para aplazar el encuentro—. Brandon y yo tenemos planes.
—Pues el lunes, cuando Brandon esté en el colegio. Mejor así.
—Tengo una cita a las once y media con Anna en su estudio.
—Pues me pasaré a las nueve —dijo Paul antes de levantarse y ofrecer una mano a Julia para ayudarla a ponerse en pie.
Julia avanzó junto a él hacia el lugar de donde procedía la música y las risas.
—¿Y tú, Paul, has venido a salvarme de Gloria con pañuelos y muestras de compasión?
—Ha funcionado.
—Pues entonces estamos en paz.
Paul vaciló apenas un instante antes de unir sus labios a los de Julia.
—Casi.