10

Julia entró renqueando en la recepción de forma circular de la oficina de Drake Morrison a las diez en punto de la mañana. Se dirigió al mostrador situado en el centro, tratando de reprimir todo gesto de dolor, y anunció su llegada a la morena de aspecto desenvuelto que parecía estar al frente de la recepción.

—El señor Morrison la espera —dijo la recepcionista con una sedosa voz de contralto que debía de embelesar a los clientes masculinos que hablaran con ella por teléfono. Y si eso no bastaba para que se les hiciera la boca agua, los cien centímetros de busto que sostenían una circonita cúbica cautiva en su admirable escote serían sin duda un recurso infalible—. Tome asiento, por favor. El señor Morrison la recibirá en unos instantes.

Julia aceptó encantada la invitación de la recepcionista. Con un suspiro largo y silencioso, se arrellanó en uno de los sofás y fingió abstraerse en la lectura de la revista Premiere. Sentía como si le hubieran dado una paliza lenta y metódicamente con un bate de béisbol cubierto de espuma.

Después de una hora de sesión con Fritz estaba dispuesta a suplicar clemencia, y si le pillaba tendida boca abajo, tanto mejor.

Veía a Fritz como un auténtico Conan, con su mirada amable y su carácter alentador y adulador.

Julia recordó pasar la página de la revista mientras la recepcionista contestaba al teléfono con su mejor voz a lo Lauren Bacall. En cuanto a su silueta, al lado de su asombroso busto el de Dolly Parton habría parecido un pecho prepubescente. Presa de la curiosidad, Julia miró a su alrededor con disimulo y vio que ninguno de los hombres presentes en la recepción babeaban por ella.

Recostándose en el sofá con cautela, dejó fluir sus pensamientos.

A pesar de los dolores, había sido una mañana interesante. Al parecer, las mujeres se volvían más comunicativas cuando compartían una situación de tortura. Eve se había mostrado más simpática y divertida, sobre todo cuando Julia olvidó la dignidad lo suficiente para soltar una sarta de improperios entre resoplidos mientras realizaba los últimos ejercicios al límite ya de sus fuerzas.

Y resultaba difícil, cuando no imposible, mantener una distancia profesional cuando dos mujeres extenuadas se hallaban desnudas en el mismo vestuario.

Durante la sesión no habían hablado de personas, sino de cosas. De jardines, a los que Eve tenía una gran afición, según descubrió Julia. De la música que más le gustaba y de sus ciudades favoritas. Julia no cayó en la cuenta hasta más tarde de que no había sido tanto una entrevista como una charla, y de que Eve había descubierto más cosas de Julia que ella de Eve.

Cuanto mayor era el malestar físico que había sentido, más a gusto se había encontrado al hablar de sí misma. Le fue fácil describir su casa de Connecticut y lo bien, a su modo de ver, que le había venido a Brandon que se marcharan de Nueva York. Le reveló su aversión a volar y su predilección por la comida italiana. Y le contó lo aterrada que se sintió en su primera firma de libros al verse rodeada de tanta gente.

¿Y qué fue lo que había dicho Eve cuando ella le confesó que le daba pavor asistir a actos públicos?

«Muéstrales tu inteligencia, querida, no tus entrañas». Julia sonrió al recordar aquellas palabras que tanto le habían gustado.

Cambió de posición con cuidado por miedo a no poder contener el llanto si los músculos de los muslos se quejaban todos al unísono. Los hombres que tenía enfrente levantaron la vista de sus respectivas revistas, hicieron caso omiso de su presencia y retomaron la lectura. Para distraer la mente de los múltiples dolores que la martirizaban, comenzó a hacer conjeturas sobre aquellos hombres.

¿Serían un par de actores en busca de representación por parte de un pez gordo del negocio? Imposible, dedujo Julia. Un actor nunca iría a ver a un director de publicidad acompañado de otro. Ni siquiera aunque fueran amantes.

Tampoco era justo tildarlos de homosexuales porque no se les cayera la baba con Dolly Bacall. Puede que fueran un par de padres de familia fieles que nunca miraban a otra mujer que no fuera su esposa.

O puede que estuviera sentada frente a dos hombres sin sangre en las venas.

Sí, una pareja de inspectores de Hacienda que se habían presentado allí con la intención de auditar la contabilidad de Drake, concluyó Julia. Aquellos hombres tenían la apariencia impasible, indiferente e implacable de la imagen que Julia tenía en su cabeza de unos inspectores de Hacienda… o de unos sicarios de la mafia. ¿Qué llevarían bajo aquellas americanas negras tan elegantes, una calculadora o un revólver del calibre 32?

Aquel pensamiento le hizo sonreír un instante, hasta que uno de ellos alzó la vista y la sorprendió observándolos con detenimiento. Julia tenía razones para confiar en que su propia contabilidad se hallara en regla.

Al consultar la hora, en su reloj vio que ya llevaba esperando diez minutos. La puerta blanca doble en la que destacaba el nombre de Drake seguía cerrada a cal y canto. Con la mirada puesta en los hombres que tenía enfrente, Julia se preguntó qué sería lo que lo retenía allí dentro.

En el interior de su recargada oficina en color crudo y verde esmeralda, de una modernidad tan excesiva como la recepción, Drake no osaba despegar sus manos temblorosas de la superficie brillante de su mesa. Parecía como si su cuerpo se hubiera encogido al tamaño de un niño y se viera empequeñecido por la silla de ejecutivo de piel hecha a medida.

A su espalda había una ventana con una vista de Los Ángeles desde lo más alto del Century City. A Drake le complacía saber que siempre que quisiera podía disfrutar de la panorámica que los productores de La ley de Los Ángeles habían hecho famosas.

Drake siguió de espaldas a ella, con la mirada baja. La noche anterior no había dormido nada hasta que un ataque de pánico nervioso lo obligó a ir en busca de un par de Valium y la botella de brandy.

—He venido a verte personalmente —le estaba diciendo Delrickio— porque considero que tenemos una relación de amistad. —Al ver que Drake se limitaba a asentir, Delrickio apretó los labios por un instante con un gesto de indignación—. ¿Sabes lo que pasaría si yo no tuviera esa relación personal contigo?

Drake advirtió que aquella pregunta requería una respuesta, y se humedeció los labios.

—Sí.

—La amistad puede influir en el negocio hasta cierto punto. Y ya hemos llegado a ese punto. Anoche no tuviste suerte, y como amigo comprendo tu situación. Pero como hombre de negocios, ante todo debo pensar en términos de pérdidas y ganancias. Y tú me estás costando dinero, Drake.

—No debería haber ocurrido. —Las emociones de Drake afloraron de nuevo y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Hasta los últimos cinco minutos…

—Eso no viene al caso. Cometiste un error de cálculo, y se te ha acabado el tiempo. —Delrickio rara vez levantaba la voz y en aquella ocasión tampoco lo hizo. Sin embargo, sus palabras resonaron en la cabeza de Drake—. ¿Qué piensas hacer?

—Pue… puedo conseguir otros diez mil en dos, o quizá tres semanas.

Con los ojos ocultos tras la cortina de sus pestañas, Delrickio se sacó del bolsillo un tubo de caramelos mentolados Life Saver, extrajo uno del envoltorio ayudándose con el pulgar y se lo puso en la lengua.

—Eso dista mucho de satisfacer mis demandas. Te doy una semana para que saldes el resto de la deuda. —Delrickio hizo una pausa y blandió el dedo en el aire—. No, como somos amigos, te daré diez días.

—¿Noventa mil dólares en diez días? —Drake cogió la jarra de cristal de Waterford que había encima de su mesa, pero le temblaban demasiado las manos para llenarse un vaso de agua—. Es imposible.

El rostro de Delrickio se mantuvo imperturbable.

—El hombre que tiene una deuda debe saldarla. O atenerse a las consecuencias. El hombre que no paga sus deudas puede volverse torpe… tanto como para pillarse las manos con una puerta y romperse los dedos. O puede sentirse tan agobiado por sus obligaciones que no preste atención a la hora de afeitarse… y se corte la cara, o el cuello. Puede acabar tan abatido que al final decida tirarse por la ventana. —Delrickio miró el enorme cristal que Drake tenía a su espalda—. Como esa.

Drake sintió que la nuez le presionaba la corbata cuando tragó saliva para intentar deshacer el nudo de terror que tenía en la garganta. Su voz salió con aquel sonido quejumbroso que emitía un globo agujereado al perder aire.

—Necesito más tiempo.

Delrickio suspiró como un padre decepcionado ante las malas notas de su hijo.

—¿Cómo puedes pedirme un favor, cuando aún no me has hecho el que te pedí?

—No ha querido contarme nada. —Drake cogió un puñado de almendras confitadas del cuenco de cerámica rakú que había encima de su mesa—. Ya sabe lo poco razonable que puede ser Eve.

—Bien que lo sé. Pero tiene que haber una manera de averiguarlo.

—He intentado sacarle información a la escritora. —Drake vio el tenue destello de luz al final del oscuro túnel y corrió hacia él—. De hecho, me las he ingeniado para que viniera a verme. Está ahí fuera en estos momentos.

—¿Y?

Delrickio arqueó las cejas como única muestra de interés al respecto.

—La tengo calada —se apresuró a explicar Drake, avanzando en su carrera con zancadas dadas a la desesperada—. Ya sabe, es de esa clase de mujeres obsesionadas con el trabajo a la que le vendría bien una pequeña aventura. En dos semanas la tendré comiendo de mi mano. Todo lo que Eve le cuente, lo sabré.

Delrickio esbozó una leve sonrisa mientras se acariciaba el bigote.

—Tienes fama de donjuán. Yo también la tuve en mi juventud. —Cuando Delrickio se levantó del asiento, Drake sintió casi una ráfaga de alivio que recorría su cuerpo sudoroso—. Te doy tres semanas, paisan. Si me proporcionas información interesante, acordaremos prolongar el plazo para la devolución del préstamo. Y como muestra de tu buena voluntad, quiero diez mil dólares dentro de una semana. En metálico.

—Pero…

—Es un buen trato, Drake. —Delrickio se acercó a la puerta y se volvió hacia él—. Créeme, otros no te tratarían con tanta consideración. No me falles —añadió, pasándose la mano por el puño de la manga—. Sería una lástima que te cortaras la cara afeitándote porque te fallara el pulso.

Cuando Delrickio salió del despacho de Drake, Julia vio a un hombre de aspecto distinguido que debía de rondar los sesenta años. Tenía la apariencia elegante y lustrosa de una persona con poder y riqueza, realzada con una presencia espectacular que con los años se había convertido en prestancia. Los otros dos hombres se levantaron al verlo aparecer. El hombre saludó a Julia con una leve reverencia, dándole a entender por su mirada que no había olvidado proceder como correspondía ante una mujer joven y atractiva.

Ante un gesto tan refinado y pasado de moda, Julia no pudo sino sonreír. El hombre siguió luego su camino, flanqueado por los otros dos hombres en silencio.

Transcurrieron cinco minutos más antes de que la recepcionista respondiera al comunicador interno e hiciera pasar a Julia al despacho de Drake.

Drake estaba tratando de recuperarse de la visita anterior. No se había atrevido a tomarse otro Valium, pero había ido al baño contiguo a vomitar el terror que tenía en el cuerpo. Tras lavarse la cara con agua fría, enjuagarse rápidamente la boca con Scope para eliminar el sabor ácido, atusarse el cabello y alisarse el traje, se dispuso a recibir a Julia con el saludo propio de Hollywood, un beso en la mejilla.

—Siento mucho haberla hecho esperar —le dijo—. ¿Qué desea tomar? ¿Café? ¿Perrier? ¿Zumo?

—Nada, gracias.

—Póngase cómoda y charlaremos un rato —le sugirió Drake al tiempo que se miraba el reloj, dando a entender a Julia lo atareado que estaba—. Bueno, ¿cómo le va con Eve?

—La verdad es que muy bien. Esta mañana he tenido una sesión con Fritz.

—¿Con Fritz? —Drake se quedó en blanco un instante antes de añadir con sorna—: Ah, ya, la reina del ejercicio. Lo siento por usted.

—Pues me ha gustado. Y él también —repuso Julia con voz serena.

—Eso es que está usted hecha a todo. Y dígame, ¿cómo va el libro?

—Creo que podemos ser optimistas.

—Lo que tiene usted entre manos es un best seller, de eso no cabe duda. Eve tiene una historia fascinante que contar, aunque me pregunto si hará una exposición sesgada de sus memorias. Aun así, la vieja es única.

Julia estaba segurísima de que Eve no dudaría en darle un toque en toda la boca si Drake se refiriera a ella como «la vieja» en su presencia.

—¿Habla usted en calidad de sobrino o de agente de prensa?

Drake soltó una risita mientras cogía un puñado de almendras con disimulo.

—En calidad de ambas cosas, por supuesto. No puedo negar que tener a Eve Benedict de tía ha dado sabor a mi vida. Y que tenerla como cliente ha sido la guinda del pastel.

Julia no se molestó en hacer ningún comentario sobre la contradicción implícita en aquellas metáforas. Drake parecía inquieto por algo, o por alguien. ¿Tal vez por el hombre de aspecto distinguido, cabello cano y modales refinados? No era asunto suyo, a menos que concerniera a Eve. Así pues, decidió dejar el asunto aparcado.

—¿Por qué no empieza hablándome de su tía? Ya hablaremos de su cliente más tarde.

Julia sacó la grabadora y arqueó una ceja hasta que Drake le hizo un gesto con la cabeza para darle su permiso. Cuando tuvo la libreta bien apoyada en sus rodillas, Julia sonrió. Drake tenía todas las almendras en una mano y de ahí las cogía una a una y se las metía en la boca como balas. Parecía una máquina de engullir, mascar y tragar. Julia se preguntó si en algún momento se saltaría un paso y se tragaría alguna entera. La idea le obligó a apartar la vista un instante con la excusa de poner en marcha la grabadora.

—Su madre es la hermana mayor de Eve, ¿no es así?

—Así es. Las hermanas Berenski eran tres: Ada, Betty y Lucille. Naturalmente, Betty ya era Eve Benedict cuando yo nací, una estrella consagrada, un mito incluso. Desde luego en Omaha lo era.

—¿Volvió alguna vez allí de visita?

—Solo un par de veces, que yo recuerde. Una cuando yo tenía unos cinco años. —Drake lamió el azúcar que tenía en los dedos y confió en dar la imagen de aflicción que buscaba. Era casi seguro que una madre soltera con un niño pequeño se compadecería de lo que estaba a punto de contar—. Verá, mi padre nos abandonó. Mi madre se quedó destrozada, como puede imaginar. Yo era demasiado pequeño para entender lo que ocurría. Solo me preguntaba cuándo volvería a casa mi padre.

—Lo siento —dijo Julia, compadeciéndose en efecto de Drake—. Debió de ser muy duro.

—Fue muy doloroso. A veces dudo de que lo haya superado por completo. —Drake llevaba más de veinte años sin pensar en el viejo ni un solo instante. Se sacó un pañuelo con sus iniciales bordadas en él y se secó los dedos—. Un día se marchó y nunca más volvió. Me eché la culpa por ello durante años. Y puede que aún siga haciéndolo. —Drake se interrumpió como para recobrar la compostura, volviendo la cabeza levemente para ofrecer a Julia su perfil al tiempo que lanzaba una inquietante mirada a través del cristal cilindrado que lo protegía de la niebla matinal. Estaba convencido de que no había una forma más rápida de llegar a una mujer que contando una historia triste con coraje—. Eve vino a casa, aunque para ser sincero mi madre y ella nunca se entendieron. Pese a su seriedad siempre nos trató muy bien, y se aseguró de que nunca nos faltara de nada. Al final mi madre encontró un trabajo de media jornada en unos grandes almacenes, pero fue la ayuda de Eve lo que nos permitió tener un lugar decente donde vivir. Fue ella quien se encargó de que yo recibiera una educación.

Aunque Julia no iba a dejarse engañar por el numerito de Drake, estaba interesada en la historia.

—Dice que Eve y su madre nunca se entendieron. ¿A qué se refiere?

—Bueno, no puedo hablar de la relación que tenían de niñas. Me da la impresión de que las tres hermanas competían por la atención de su padre. Él estaba fuera de casa a menudo, ya que era una especie de viajante. Por lo que mi madre me ha contado, solían vivir al día, y Eve nunca estaba contenta. Yo me imagino algo más sencillo —dijo Drake con una sonrisa—. Las he visto en fotos, a las tres juntas cuando eran jóvenes. No creo que fuera fácil para tres chicas guapas vivir bajo el mismo techo.

Julia pestañeó y estuvo a punto de perder el hilo. ¿Tendría idea aquel hombre de lo mucho que brillaba?, se preguntó. Con la correa de oro del Rolex, el destello de su dentadura, la espuma que llevaba en el pelo y sus relucientes zapatos de piel de cocodrilo.

—Y… esto… —Julia se apresuró a mirar sus apuntes, momento que Drake aprovechó para recomponerse, convencido de que la atracción que sentía por él la distraía de su propósito—. Y entonces Eve se marchó.

—Sí, y el resto es historia. Mi madre se casó. Oí rumores de que mi padre estaba enamorado de Eve. Mi madre no era muy joven cuando se casó con él, y sospecho que se pasó muchos años intentando quedarse embarazada hasta que por fin lo logró. ¿Seguro que no quiere tomar nada? —preguntó Drake al tiempo que se levantaba para acercarse al mueble bar bien surtido que había a un lado de la estancia.

—No, gracias. Pero siga, por favor.

—Total, el caso es que solo me tuvieron a mí, nada más. —Mientras hablaba se sirvió un botellín de agua mineral con gas en un vaso con hielo. Habría preferido una copa, pero sabía que Julia habría desaprobado una costumbre como aquella antes de comer. Al mismo tiempo que tomaba un sorbo ladeó la cabeza para que Julia pudiera contemplar su otro perfil—. Lucille se dedicó a viajar. Creo que hasta estuvo viviendo unos años en una comuna. Muy propio de los sesenta. Murió en un accidente de ferrocarril en un sitio de esos perdidos como Bangladesh o Borneo hace diez años, creo.

Drake contó de corrida la vida y la muerte de su tía sin apenas pestañear.

Julia anotó algo en la libreta.

—Deduzco que no tenían mucho roce.

—¿Con tía Lucille? —Drake comenzó a reírse del comentario, gesto que luego disimuló tosiendo—. No creo que la viera más de tres o cuatro veces en toda mi vida. —Se abstuvo de añadir que Lucille siempre le había traído un juguete o un libro fascinante a la vuelta de sus viajes, o que había muerto con poco más que la ropa y el dinero que llevaba encima. Sin una herencia de por medio, no había razón para recordarla con cariño—. Nunca me pareció… que existiera de verdad para mí, vaya, ya sabe a lo que me refiero.

Julia cedió un poco. No era justo tachar a un hombre de insensible porque no sintiera afecto por una tía a la que apenas conocía, o porque se pavoneara delante de ella por exceso de confianza en su atractivo sexual.

—Supongo que sí. Su familia estaba disgregada.

—Así es. Mi madre se quedó con la pequeña granja que había comprado con mi padre, y Eve…

—¿Cuál fue la sensación que tuvo cuando la vio por primera vez?

—Siempre me pareció excepcional. —Drake se sentó en el borde de la mesa para regalarse con la vista de las piernas de Julia. Aprovecharse de una mujer como aquella sería todo menos una experiencia desagradable. Y, para ser justos, él veía que ella también se lo pasaba bien—. Preciosa, cómo no, pero dotada de una belleza que pocas mujeres tienen. De una sensualidad innata, diría yo. Hasta un niño lo veía, aunque no supiera cómo definirlo. Creo que por entonces estaba casada con Anthony Kincade. Llegó con montañas de equipaje, los labios y las uñas pintados de rojo, un traje que seguro que era de Dior y su cigarrillo en la mano, por supuesto. En una palabra, estaba fabulosa.

Drake tomó otro sorbo de agua, sorprendido de lo vivido que seguía aquel recuerdo en su memoria.

—Recuerdo una escena, justo antes de que Eve se marchara de casa. Ella estaba discutiendo con mi madre en la cocina de la granja, y no hacía más que echar humo por la boca y dar vueltas de un lado a otro por el linóleo lleno de grietas mientras mi madre estaba sentada en la mesa, con los ojos rojos y furiosa.

—Por amor de Dios, Ada, has engordado quince kilos. No me extraña que Eddie se haya largado con la primera camarera de tres al cuarto que se haya cruzado en su camino.

Ada apretó los labios en un rictus de descontento. Su piel tenía el color de unas gachas pasadas.

—En esta casa no se usa en vano el nombre del Señor.

—Ni se usará nada más a menos que recobres la compostura.

—Soy una mujer sin marido, pobre y con un hijo que criar.

Eve blandió el cigarrillo, haciendo que el humo zigzagueara en el aire.

—Sabes muy bien que dinero no te va a faltar. Y en este mundo hay muchas mujeres que viven sin marido. A veces es mejor. —Eve apoyó las manos con fuerza en la mesa de madera, con el cigarrillo sobresaliendo entre sus dedos—. Escúchame bien, Ada, mamá ya no está aquí. Papá tampoco, ni Lucille. Ni siquiera ese zángano con el que te casaste está aquí. No van a volver.

—No hables así de mi marido…

—Cállate, por Dios. —Eve dio un puñetazo en la mesa que hizo que las dos figuritas de plástico en forma de gallo y gallina que contenían sal y pimienta saltaran y se volcaran—. No merece que lo defiendas, y menos que derrames una sola lágrima por él. ¿No ves que gracias a esto tienes una nueva oportunidad, una posibilidad de empezar de nuevo? Que ya no estamos en los años cincuenta, Ada. Vamos a tener un presidente que no llegará a la Casa Blanca chocheando. Las mujeres empezarán a quitarse el delantal y a reclamar sus derechos. Se respiran nuevos aires, Ada. ¿No lo notas? El cambio está cerca.

—A quién se le ocurre elegir a un católico, a un papista, para presidente. Es una desgracia nacional, eso es lo que es —dijo Ada, sacando el mentón—. De todos modos, ¿qué tiene que ver eso conmigo?

Eve cerró los ojos, consciente de que Ada nunca aceptaría el cambio, nunca paladearía su sabor nuevo y refrescante, no mientras su amargura se lo impidiera.

—Vende la casa, Ada —le sugirió en voz baja—. Coge al chico y venid los dos a California conmigo.

—¿Por qué diantre habría de hacerlo?

—Porque somos hermanas. Aléjate de este lugar dejado de la mano de Dios y ven a vivir a donde puedas encontrar un buen trabajo, relacionarte con gente y tu hijo pueda vivir la vida.

—Vivir tu vida —repuso Ada con sorna, con los ojos rojos llenos de rencor y envidia—. Vivir como tú, que posas ante las cámaras medio desnuda para que todo aquel que tenga unas monedas en el bolsillo pueda verte. Que te casas y te divorcias a tu antojo, y te entregas al primer hombre que te guiña el ojo. Muchas gracias por tu ofrecimiento, pero mi hijo se quedará aquí conmigo, donde pueda crecer con unos valores decentes y seguir la voluntad de Dios.

—Haz lo que quieras —dijo Eve cansada—. Aunque no entiendo qué te lleva a pensar que la voluntad de Dios es que seas una mujer ajada y amargada antes de los cuarenta. Te enviaré dinero para el chico. Tú sabrás lo que haces con él.

—Mi madre aceptó el dinero, naturalmente —prosiguió Drake—. Echando sapos y culebras por la boca sobre lo impío, lo perverso y todo eso mientras cobraba el cheque. —Drake se encogió de hombros, demasiado acostumbrado al sabor de la hiel que destilaba su lengua para notarla—. Que yo sepa, Eve sigue enviándole un cheque cada mes.

A Julia le chocó la falta de gratitud de la hermana y se preguntó si Drake sería consciente de lo mucho que se parecía a su madre en aquel sentido.

—¿Y cómo es que usted acabó trabajando para ella con lo poco que la había tratado de pequeño?

—El verano que acabé el instituto me vine a Los Ángeles haciendo autostop con treinta y siete dólares en el bolsillo —explicó Drake con una sonrisa, un gesto en el que Julia vio por primera vez un indicio del encanto de su tía—. Una vez aquí, me costó casi una semana ponerme en contacto con ella. Fue toda una aventura para mí. Vino a buscarme en persona a un pequeño antro situado en la zona este de la ciudad. Entró en aquel tugurio de tacos grasientos con un vestido escotado que quitaba el hipo y unos tacones de aguja que podían atravesar el corazón de un hombre. La había pillado de camino a una fiesta. Me llamó con el dedo, dio medio vuelta y salió por la puerta. Yo salí disparado detrás de ella. De vuelta a su casa, no me hizo ni una sola pregunta. Cuando llegamos, me dijo que me diera un baño y que me afeitara los cuatro pelos que tenía por barba. Y Travers me sirvió la mejor comida que había probado en mi vida. —Algo se removió en su interior al revivir aquel recuerdo, aflorando un cariño que casi había olvidado bajo capas y capas de ambición y codicia.

—¿Y su madre?

El sentimiento que había aflorado en él desapareció.

—Eve se encargó de hablar con ella. Nunca le pregunté nada al respecto. Me puso a trabajar con el jardinero y luego me metió en la universidad. Fui aprendiz de Kenneth Stokley, su ayudante en aquella época. Nina apareció justo antes de que Eve y Kenneth se pelearan. Cuando Eve vio que tenía aptitudes, me puso a trabajar de agente de prensa para ella.

—Eve tiene muy poca familia —comentó Julia—. Pero es leal y generosa con los suyos.

—Sí, a su manera. Pero seas pariente o empleado suyo, debes acatar sus órdenes. —Drake dejó el vaso a un lado, recordando que lo mejor era disimular cualquier sombra de descontento—. Eve Benedict es la mujer más generosa que conozco. Su vida no ha sido siempre fácil, pero ha sabido salir adelante. Ella motiva a los que tiene a su alrededor a hacer lo propio. En resumen, la adoro.

—¿Se consideraría usted como un hijo para ella?

Drake dejó al descubierto su blanca dentadura con una sonrisa demasiado petulante para ser afectuosa.

—Sin lugar a dudas.

—¿Y Paul Winthrop? ¿Cómo describiría su relación con Eve?

—¿Paul? —Drake frunció el ceño—. A Paul no le une ningún lazo de sangre con Eve, aunque es evidente que ella le tiene mucho cariño. Se le podría considerar como miembro de su séquito, uno de los jóvenes atractivos de los que a Eve le gustaba verse rodeada.

No solo carecía de gratitud, pensó Julia, sino que tenía algo de malvado.

—Qué raro, habría jurado que Paul Winthrop es un hombre que va por libre.

—Desde luego tiene su vida, sus logros por mérito propio y su carrera como escritor. —Drake hizo una pausa y sonrió—. Pero basta con que Eve chasquee los dedos para tenerlo a sus pies al instante, no lo dude. A menudo me pregunto si… ¿esto puede quedar entre nosotros?

—Por supuesto —respondió Julia, pulsando el botón de pausa de la grabadora.

—Bueno, me pregunto si no habrán mantenido en alguna ocasión una relación más íntima.

Julia se puso tensa. Drake no tenía algo, tenía mucho de malvado, concluyó. Bajo toda aquella pátina reluciente, a Drake Morrison lo consumía la maldad.

—Eve le lleva más de treinta años.

—La diferencia de edad no la detendría. Eso forma parte de su aura, del encanto que sigue teniendo. Y en cuanto a Paul, puede que él no se case con ellas como hacía su padre, pero tiene la misma debilidad por las mujeres hermosas.

A Julia aquel tema le pareció de mal gusto, así que cerró la libreta. Tenía todo lo que quería de Drake Morrison, de momento.

—Estoy segura de que Eve me dirá si la relación que pueda haber entre ellos merece tener cabida en el libro.

Drake aprovechó aquel resquicio para tratar de averiguar algo más.

—¿Le habla de asuntos tan personales? La Eve que yo conozco se guarda esas cosas para ella.

—Son sus memorias —comentó Julia al tiempo que se levantaba—. No merecerían mucho la pena si no fueran personales. Espero que volvamos a tener la ocasión de hablar.

Julia le ofreció una mano y trató de no poner una mueca de disgusto cuando Drake la cogió y la acercó a sus labios.

—Cuando usted quiera. De hecho, ¿qué le parece si quedamos para cenar? —le propuso, acariciándole los nudillos con el pulgar sin soltarle la mano—. Seguro que encontramos más cosas de que hablar aparte de Eve… por muy fascinante que sea.

—Lo siento, pero el libro ocupa casi todo mi tiempo.

—Alguna noche tendrá que descansar. —Drake deslizó su mano por el brazo de Julia para juguetear con la perla que llevaba de pendiente—. ¿Por qué no quedamos en mi casa, sin ceremonias? Tengo una pila de recortes de prensa y fotos antiguas que podrían serle de utilidad.

Como variación de la consabida invitación a ver la colección de sellos de marras, aquella proposición no tenía mucho de creativa.

—Trato de imponerme la norma de pasar las noches con mi hijo, pero me encantaría ver esos recortes de prensa, si fuera usted tan amable de hacérmelos llegar.

Drake soltó una risa a medias.

—Veo que estoy siendo demasiado sutil. Me gustaría verte otra vez, Julia. Por razones personales.

—No has sido demasiado sutil —repuso Julia, cogiendo la grabadora para meterla en el maletín—. Es que no me interesa.

Drake posó su mano sobre el hombro de Julia y, poniendo una mueca fingida de dolor, se llevó la otra al pecho.

—¡Ay!

El gesto consiguió lo que se proponía, hacerla reír y lamentarse por su falta de cortesía.

—Lo siento, Drake, eso no ha sido muy diplomático por mi parte. Lo que debería haber dicho es que me siento halagada por tu invitación, y por tu interés, pero no tengo tiempo. Entre el libro y Brandon, estoy demasiado ocupada para plantearme hacer vida social.

—Eso está un poco mejor —dijo Drake, sin quitar la mano del hombro de Julia mientras la acompañaba hasta la puerta—. ¿Qué te parece si te digo que probablemente soy la persona indicada para ayudarte con este proyecto? ¿Por qué no me enseñas las notas que vas tomando, o lo que hayas escrito de momento? Tal vez pueda rellenar los vacíos que tengas, sugerirte nombres e incluso refrescar la memoria de Eve. Y mientras tanto… —Drake repasó lentamente con la mirada el rostro de Julia—. Podríamos aprovechar para conocernos mejor.

—Es un ofrecimiento muy generoso. —Julia puso la mano en la puerta e intentó no irritarse cuando Drake apoyó tranquilamente la palma de su mano contra la puerta para mantenerla cerrada—. A lo mejor te tomo la palabra si me tropiezo con alguna dificultad. Pero dado que es la historia de Eve, tendré que consultarlo con ella —dijo con un tono de voz afable mientras tiraba de la puerta—. Gracias, Drake. Créeme, te llamaré si necesito algo de ti.

Julia sonrió para sus adentros mientras atravesaba la recepción. Barruntaba que allí pasaba algo, y que Drake Morrison estaba justo en medio de todo.