Me alegro de que no tengamos prisa, porque la grúa tarda cuarenta y cinco minutos en llegar, el operario tarda dos minutos en abrir la puerta del coche, y Bennett tarda veinte minutos en firmar los papeles y conseguir que el tipo deje de burlarse de él. Sin embargo, una vez que estamos dentro del Jeep y nos dirigimos hacia la casa de Emma, creo que los dos nos sentimos un poco aturdidos.
Él acaba de hacer algo que nunca había hecho antes, y yo lo he presenciado. Sé que Bennett sigue temiendo que las negras manos del tiempo nos agarren y nos devuelvan al lugar de donde hemos venido, pero yo no puedo evitar dejarme llevar por el momento. Ni siquiera me he fijado en si me dolía el estómago.
—Oye, ¿qué tal tu cabeza? —pregunto.
Bennett se la frota con la punta de los dedos.
—Bien, de hecho. La verdad es que no había pensado en ello.
—Tal vez sea por la adrenalina, como tú creías.
Nos detenemos frente a la casa de Emma y encontramos el Saab aparcado en el camino de acceso. No hay vidrios rotos, ni luces traseras reventadas, ni abolladuras, ni sangre.
—¡Ella está aquí! ¡Está bien! —Bajo del coche de un salto y corro hacia la puerta. Cuando Emma la abre, le echo los brazos al cuello. Va en bata y zapatillas, lleva el cabello recogido en una cola de caballo, y no se ha puesto un solo toque de maquillaje, lo que me parece perfecto, pues de este modo puedo examinar su piel, tersa e inmaculada, sin rasponazos ni cardenales de un color morado subido. Suelta un chillido cuando ve a Bennett detrás de mí, en el porche.
—Jolines. —Se libera de mi abrazo y se ajusta la bata—. ¿Qué hacéis aquí?
No sé qué responderle. Estaba tan concentrada en evitar el accidente que no había pensado en qué haríamos cuando llegáramos aquí.
—Pues… —empiezo. Señalo a Bennett, que tiene la vista baja y juguetea con un botón de su abrigo—. Tenía una cita con Bennett hoy, y como sé que Justin y tú tenéis una cita también, se nos ha ocurrido, bueno, combinar nuestras citas.
—¿Combinar nuestras citas?
—Sí. ¡Hemos pensado que sería divertido!
—¿Divertido?
Miro a Bennett.
—¿Nos dejas un momento a solas? —Él asiente y regresa a su coche, lo que me da unos segundos para improvisar. Me vuelvo de nuevo hacia ella—. Estoy un poco nerviosa, Em. No sé por qué, pero tengo la sensación de que todo irá mejor si tú estás conmigo. Tú y Justin.
—No me necesitas para…
—¡Y tanto! Por favor. Salgamos todos juntos. Será divertido —repito.
—De acuerdo. He quedado con Justin a las once en el café. Nos vemos allí. —Se dispone a cerrar la puerta.
Vuelvo la vista hacia el Saab, y sé que, pase lo que pase hoy, tiene que quedarse aparcado donde está.
Interpongo el pie para que la puerta no se cierre.
—Vayamos todos en el coche de Bennett. Es cómodo y espacioso. —¿«Cómodo y espacioso»? ¿En qué momento me he convertido en mi madre? Retiro mi pie de la puerta y comienzo a bajar los escalones—. Pasaremos a buscaros dentro de hora y media —le aviso, mirando hacia atrás.
Casi recorro el camino de acceso dando saltitos, al pensar en el aspecto tan saludable que tiene. Cuando sorprendo a Bennett observándome a través del parabrisas, me da la ligera impresión de que se siente orgulloso de sí mismo.
* * *
Emma entra en el café para reunirse con Justin mientras Bennett y yo esperamos en el coche, y cuando nos señala desde el otro lado de la ventana, los dos saludamos agitando la mano. Justin se muestra desconcertado por nuestra presencia, pero, por lo demás, parece totalmente sano e ileso, al igual que Emma. Sin collarín. Sin cortes. Y, cuando camina hacia el coche, se le ve fuerte, no como alguien que ha estado implicado en una colisión en T.
—Controla tus nervios —me recuerda Bennett. Eso basta para evitar que baje y corra a abrazar a Justin.
—Bueno —dice Bennett cuando todos estamos sentados y con el cinturón abrochado—, no queremos cambiar vuestros planes. ¿Qué pensabais hacer hoy?
—Íbamos a acercarnos a una tienda de discos del centro —responde Justin.
—Creía que iríamos al Instituto de Arte —tercia Emma.
—Perfecto —dice Bennett—. Marchando música y arte. —Me vuelvo hacia el asiento de atrás para sonreírles con entusiasmo, y los pillo intercambiando una mirada de perplejidad.
Para cuando dirijo la vista al frente de nuevo, Bennett está aparcando cerca de la parada del tren elevado.
—¿Os parece bien si vamos en tren?
—¿En tren? —pregunta Emma.
—Sí. Es mejor para el medio ambiente.
—¿El medio ambiente? —pregunta Emma, escéptica, contemplando con la nariz arrugada la vía y la mugrienta escalera que sube hasta ella—. No, en serio, vayamos en coche. Es mucho más fácil. Conozco los mejores sitios donde aparcar.
—Esto será más divertido —replica Bennett, y baja del Jeep y cierra la puerta tras de sí antes de que ella tenga la oportunidad de añadir una palabra. Los demás nos apeamos también. Tomo a Bennett de la mano y me río en voz baja. Nunca había visto que alguien diera a Emma a probar de su propia medicina.
Nuestra primera parada es Reckless Records, según Justin la tienda de música más alucinante de la historia. Al principio, cada uno se va por su lado. Luego volvemos a juntarnos como las parejas que somos. Y, en cierto momento, como las que no somos: Justin y yo echamos un vistazo a los discos de ska, mientras Bennett y Emma charlan sobre los grupos de la sección de rock clásico.
—Oye —susurra Justin, mirando alrededor para asegurarse de que los otros dos no nos oigan—. Siento no habértelo contado. —Hace un gesto hacia el otro extremo de la tienda—. Lo mío con Emma. No me gusta ocultarte cosas, Anna, pero supongo que la situación me parecía un poco… rara. Pero te conozco de toda la vida, y… debería habértelo dicho. —Sonrío al recordar que me dijo casi las mismas palabras en la cafetería del hospital.
—No te preocupes, Justin. Emma me lo ha contado. Está bien. Me alegro por vosotros.
Me propina un golpecito con el hombro.
—Guay. Gracias. En ese caso, ¿podríais dejarnos solos en algún momento? Tu chico me pone nervioso, y se me olvidan mis mejores frases. He recopilado unos cuantos chistes muy buenos. Ah, ¿y qué opinas de este jersey?
Me pongo de puntillas y le alboroto el pelo.
—Te queda perfecto. —Justin sonríe, y el sonrojo hace desaparecer sus pecas.
Nos pasamos el resto de la tarde curioseando en las tiendas. Almorzamos en un restaurante atestado. Hacia las dos, la hora del accidente, nos aseguramos de estar en el lugar más seguro que se le ocurre a Bennett: la tercera planta del Instituto de Arte. La hora pasa. Cogemos el tren elevado de vuelta a la estación de Evanston, nos metemos todos de nuevo en el coche de Bennett, y como nadie tiene ganas de volver a casa todavía, nos dirigimos al cine más cercano y decidimos entrar a ver la primera película que se pueda. Resulta ser Mientras dormías, que no habría sido mi primera opción, pues narra la historia de un hombre que se cae a las vías del tren elevado y pasa semanas en coma.
Bennett y yo llegamos frente a mi casa a las diez, dos horas más tarde que la última vez que volvimos de nuestra cita. Vacilo por un momento antes de bajar del coche, imaginándome a mis padres sentados a la mesa de la cocina, esperándome para darme la noticia sobre Justin.
—¿Quieres entrar conmigo? Solo para asegurarnos de que… ya sabes… las cosas son distintas.
Él asiente, y pasamos al interior de la casa. Todo está en silencio. Me percato enseguida de que mis padres no están sentados a la mesa, y exhalo un suspiro de alivio. Bennett me sigue por la cocina, que está a oscuras, en dirección al sonido que procede del salón. Cuando doblamos la esquina, nos encontramos con mis padres, vestidos con chándal y acurrucados en el sofá, viendo una película. La chimenea está encendida.
—Hola —saludan a coro. Mamá le dedica a papá una sonrisa de complicidad que parece aludir a mí.
—Veo que le has contado lo del coche —le comento a mi padre. Sonrío y me vuelvo hacia Bennett, que se tapa los ojos con la mano.
—¿Seguro que podrás venir a cenar el martes, Bennett? —Mamá alza la vista hacia él con una amplia sonrisa (su sonrisa de enfermera), y Bennett se derrite como todo el mundo cuando ella la despliega—. Lo digo porque con gusto iremos a buscarte en nuestro coche si así te resulta más fácil. —Mira a mi padre de nuevo—. Sabemos lo complicado que es controlar las llaves, los cambios de marcha, los seguros… —Se le escapa una risita, y no puedo evitar reírme con ella. Papá oculta la cara en el hombro de ella y se parte el pecho.
—No ha sido uno de mis momentos más brillantes. —Bennett sigue escondiéndose detrás de su mano. La baja para dejar al descubierto sus ojos y se ríe con los demás.
—No te preocupes. Nos encantan estas anécdotas, Bennett —asegura papá—. Es algo que no te dejaremos olvidar en toda la vida.
Bennett nos mira a los tres y sonríe.
—Estupendo.
Por primera vez desde que nos embarcamos en la segunda versión de nuestro día juntos, parece que Bennett empieza a relajarse y a aceptar lo que yo ya sabía que pasaría a las 8.08 de esta mañana: nuestra operación para rehacer el pasado ha sido un éxito. Emma y Justin están a salvo. Nada malo ha ocurrido. Y Bennett es capaz de hacer mucho más de lo que él imaginaba.