16

—¡Eh, Anna! ¡Espérame! —‌Courtney cierra su taquilla de un portazo y empieza a caminar a mi lado—. ¿Has terminado ya tu plan de viaje?

—No, aún no. —‌Nos apretujamos la una contra la otra al pasar junto a un grupo de chicos apiñados en torno a una taquilla, y luego nos separamos de nuevo—. Estoy en ello. ¿Cómo lo llevas tú?

—Bien. Anoche estaba pensando que seguramente debía incluir algunas ruinas o algo así, ya sabes, cosas educativas. —‌Me mira como esperando a que yo le dé la razón, así que asiento con la cabeza—. Pero es que las playas parecen espectaculares. Te juro que me pasaría todas las vacaciones tumbada al sol en extensiones de arena distintas.

—Pues incluye solo playas.

—¿Tú estás incluyendo playas?

—Algunas. —‌En realidad no tengo idea de qué estoy haciendo.

Anoche intenté avanzar a partir de la lamentable lista de dos columnas que empecé a elaborar en la librería el martes, pero me pasé casi toda la noche distraída con un viajero en el tiempo que visita pero nunca se queda; un chico increíble y apuesto con unos ojos que no logro sacarme de la cabeza, un cuerpo del que nunca quiero alejarme más de un metro y unas manos que pueden llevarme a cualquier lugar a la velocidad del pensamiento; el mismo chico que no debería estar aquí en 1995, pero que anoche se sentó en el suelo de mi librería como si no hubiera nadie en el mundo con quien prefiriese estar y me besó como si no hubiera nadie en el mundo a quien prefiriese besar; el chico con secretos, a quien le queda uno más por contarme.

—¿Adónde más planeas ir? —‌me pregunta Courtney inocentemente, como si no estuviéramos compitiendo por ganar el mismo vale para un viaje por valor de quinientos dólares.

Hago un esfuerzo por volver a la realidad e intento pensar una respuesta.

—Tengo un montón de… —‌comienzo, pero pierdo el hilo de las ideas otra vez, porque ahí está Bennett, apoyado en la hilera de taquillas que hay delante del despacho de Argotta, con su aspecto tierno, despeinado y atractivo, claramente esperándome. Trato de caminar al mismo ritmo que Courtney, pese a que mi corazón ha metido la directa.

—¿De qué? ¿De ruinas? Lo sabía. Estás incluyendo ruinas. Yo también debería… —‌No escucho una palabra más, y cuando por fin llegamos adónde está Bennett, me detengo. El pulso, en cambio, se me acelera aún más.

—Hola —‌saluda y me dedica una sonrisa arrebatadora. Courtney prácticamente desaparece de mi lado, y yo intento no mostrarme demasiado contenta de verlo.

—Hola. —‌Genial. Ahora me tiemblan las manos.

Courtney sigue aquí, después de todo, y veo que mira en torno a sí como para averiguar de dónde procede tanta electricidad. Desplaza la vista entre él y yo, y una sonrisita extraña asoma a sus labios.

—Ah… Qué interesante —‌comenta, y echa a andar hacia la clase tras añadir en tono burlón—: Con vuestro permiso…

—¿Podemos hablar? —‌pregunta Bennett.

Echo un vistazo al interior del aula.

—La clase de español está a punto de empezar.

—Lo sé. Vamos.

Lo sigo al exterior y luego a un sendero oculto entre plantas y arbustos descuidados que discurre a lo largo del costado del edificio. Subimos por la pendiente hasta un bosquecillo situado cerca de la cima de la colina y nos detenemos al pie del árbol más grande. Bennett se sienta y da unas palmaditas en el suelo, a su lado. En cuanto me acomodo junto a él, descubro exactamente dónde estamos; las grandes ventanas que ocupan toda una pared del comedor son difíciles de pasar por alto, e incluso desde aquí alcanzo a distinguir nuestra mesa con claridad.

—Bueno, solo quería disculparme otra vez…, por lo de anoche. —‌Recoge un guijarro y juguetea nerviosamente con él, frotándolo y moviéndolo adelante y atrás entre los dedos. Luego alza la vista hacia mí con una expresión triste que nunca había visto en su rostro—. Lo que pasa es que… he deseado besarte muchas veces. —‌Me inclino hacia él, esperando que mi cercanía contribuya a convertir este momento en otra de esas veces, pero él se echa hacia atrás con un suspiro y se reclina contra el tronco del árbol—. Traté de contenerme, porque sabía que iniciar algo sería injusto para ti. No quería complicar las cosas. ¿Sabes? Quería contártelo todo y dejar que tú sacaras tus propias conclusiones al respecto. Y también respecto a lo que sientes por mí.

—Sé lo que siento —‌declaro mientras acorto la distancia que él ha creado entre nosotros hace un momento, esforzándome por mantener la compostura—. Pero, por lo que dices, supongo que lo mejor será que me cuentes lo demás, para que pueda tomar una decisión.

Le lanzo una mirada alentadora a fin de que sepa que estoy preparada para oírlo. Y lo estoy, pese a que sé que tiene algo que ver con una chica. Aunque ya hace más de un mes, eso no significa que haya olvidado el aspecto que tenía él la noche que lo encontré en el parque, meciéndose adelante y atrás en el banco y murmurando que tenía que localizarla, ni he olvidado que me confesó en el café que alguien había desaparecido por su culpa.

—Perdí a mi hermana. —‌Abro mucho los ojos—. Brooke y yo vamos mucho a conciertos. Nos mola bastante.

Brooke. Apenas me acordaba de la niñita de cabello negro con flequillo que sujetaba a su hermano pequeño en la foto enmarcada que Maggie tenía sobre la repisa. La hermana de Bennett. De dos años. O diecinueve.

—Se ha convertido en una especie de hobby. Investigo sobre los grupos que me gustan y averiguo cuándo es el próximo concierto al que puedo viajar. Y Brooke siempre viaja conmigo.

Le cuesta hablar. Por lo visto, explicarme que había retrocedido en el tiempo para salvarme la vida y que su lugar no está aquí en 1995 no era más que un preámbulo para su revelación más dura. Lo de Brooke es algo muy serio.

—¿Recuerdas que te dije que solo puedo viajar a épocas que correspondan al tiempo que llevo de vida?

Suelto una carcajada de nerviosismo.

—Sí, eso no lo había olvidado.

—Pues bien, si intento viajar a una época anterior, la cosa no funciona. Cierro los ojos y visualizo la fecha, y… en fin…, no ocurre nada. Pero Brooke insistió en que la llevara a un concierto en particular y me convenció de intentarlo. Más que nada era un experimento. Ni ella ni yo creíamos que fuera a dar resultado. —‌Sonríe al recordarlo—. Nos tomamos de la mano, cerramos los ojos, y yo imaginé un lugar y una fecha de 1994. Entonces…

—¿Funcionó?

—Sí, pero solo durante unos minutos. En un instante yo estaba allí, y al instante siguiente ya no. Fui rebotado de vuelta a San Francisco.

—¿«Rebotado»?

Se encoge de hombros, como si fuera un inconveniente menor que tiene que sobrellevar.

—Por lo general tengo un control absoluto sobre el lugar y el momento al que viajo, pero si fuerzo los límites, es como si el tiempo lo corrigiera todo. Me envía de regreso al lugar donde se supone que debo estar.

—Pero si retrocediste hasta entonces con Brooke, ¿por qué tú rebotaste y ella no?

—Yo no pude quedarme porque en marzo de 1994 no existía.

Lo miro fijamente, esperando a que continúe.

—Pero Brooke sí. Ella nació en el noventa y tres.

—Vaya. ¿En serio? —‌pregunto, y él asiente—. ¿Adónde ibas a llevarla?

—Al 10 de marzo de 1994. Al Chicago Stadium. —‌Clava los ojos en mí e inquiere—: ¿Te resulta familiar esa fecha?

Reflexiono sobre ello. El 10 de marzo. Del año pasado. El 10 de marzo. No sé de qué me está hablando.

—La entrada —‌dice—. La que tienes clavada en tu tablón de corcho. Pearl Jam. No fue un concierto especialmente memorable ni nada por el estilo. Ella simplemente quería verlos tocar temas de los discos Ten y Vs.

—No puede ser. —‌Son exactamente las mismas tres palabras que le oí pronunciar cuando vio la entrada que guardo en mi habitación—. Yo estuve allí. Con Emma. Estuvimos justo en ese concierto.

—Seguramente durante mucho más rato que yo. Ni siquiera tuve tiempo de comprar una camiseta.

Me imagino que debería reírme con él, pero en vez de eso sigo contemplándolo con incredulidad.

—¿Cómo conseguirás que regrese a su época?

—Todavía no estoy muy seguro. Al principio, supuse que si retrocedía lo máximo posible, es decir, hasta el 6 de marzo de 1995, Brooke habría vivido en el pasado durante casi un año y estaría esperándome en casa de Maggie. Pero no estaba allí, ni había el menor indicio de que hubiera estado. Así que no me queda otro remedio que esperar; o llega hasta marzo de 1995 y se entera de que estoy aquí, o el tiempo se corregirá solo y la rebotará de vuelta al 2012…, o, al menos, a algún momento intermedio entre las dos fechas.

—Madre mía, debe de estar aterrada. —‌La imagino vagando por la calle, perdida en el tiempo, buscando algún lugar donde alojarse.

—Conozco bien a Brooke, y estoy seguro de que se habrá asustado un poco al principio, pero lleva bastante dinero encima, más que suficiente para sobrevivir. Supongo que se las apañará. Pero mi madre está hecha polvo, y se ha cabreado mucho conmigo. Por otro lado, tal vez mi metedura de pata haya demostrado que tiene razón y que no soy capaz de controlar este dichoso don que tengo.

No tengo idea de qué decir.

—El caso es que volví solo, sin saber qué hacer, y tuve que darle la noticia de que tal vez me llevaría un tiempo resolver la situación. Mi madre insistió en que regresara y me quedara aquí hasta que encontrara a Brooke. Le expliqué que podía pasarme semanas o meses fuera, así que ella inventó excusas para justificar mi ausencia y me indicó que trajera a mi padre a Evanston para que me matriculara en el colegio en que ella había estudiado. —‌Noto la amargura en su voz—. Así que aquí me tienes. Regreso a casa de vez en cuando para que sepan que estoy bien.

Las migrañas. El balanceo en el banco. Las frases que gimoteaba: «No puedo marcharme. Tengo que encontrarla». Todo cobra sentido.

—Acababas de volver de San Francisco.

—Sí. Ocurrió unas cuantas veces durante las dos primeras semanas. Desaparecía de Evanston y reaparecía en mi habitación en 2012, así que cerraba los ojos y me obligaba a volver aquí. De hecho, la tarde que te pasaste por casa de Maggie, yo acababa de regresar. Por eso te eché con malos modos, porque creía que estaba a punto de ser rebotado de nuevo. Pero no sucedió. Aunque dolía un montón, conseguí permanecer aquí, y no ha habido más rebotes desde entonces.

Recuerdo mi visita, las tazas de café y las botellas de agua desperdigadas por la habitación, la mirada de pocos amigos que me lanzó en la sala de estar de Maggie. Ahora entiendo por qué se comportó de un modo tan extraño al verme en su casa, charlando con su abuela y mirando una foto de él con su hermana de dos años. No me extraña que me pidiera que me marchara.

—O sea que solo estarás aquí hasta que Brooke vuelva. —‌Hace un gesto afirmativo con la cabeza, y yo siento náuseas. Pero desde un primer momento he sabido, muy en el fondo, por más que he intentado ignorarlo, que cuando conociese su secreto, también conocería el motivo por el que no puede quedarse.

—Deberíamos regresar a clase. —‌Me agarra de las manos y, sin siquiera pensarlo, cierro los párpados. Pero no nos movemos. Sigo notando el viento frío en la cara cuando él dice—: Anna. —‌Abro los ojos y veo que me observa—. No deberíamos habernos conocido. Desearía que las cosas fueran de otra manera, pero te juegas demasiado en esto, creo que más de lo que te imaginas ahora.

Me parece que asiento con la cabeza. No estoy segura, pero noto que extiende el brazo hacia mí y me cierra los párpados con delicadeza. Me toma de la mano otra vez, y siento que el estómago me da un vuelco.

Cuando abro los ojos, estamos de pie en el sendero bordeado de arbustos descuidados, y tengo el estómago revuelto. Él rebusca en su mochila, saca una bolsita con galletas saladas, y yo me pongo a mordisquear una de inmediato. A continuación, extrae un botellín de agua, desenrosca la tapa y se la bebe toda de un tirón. Guarda la botella vacía en su mochila y me guía por las puertas del colegio hasta el pasillo. Se detiene exactamente en el mismo sitio en que nos encontrábamos hace un rato. Echo una ojeada dentro de la clase y veo que Courtney se sienta.

—Bueno, ya conoces todos mis secretos.

Hago un gesto afirmativo y recorro el pasillo con la vista. Hemos vuelto.

—Bueno, prométeme que lo meditarás, ¿de acuerdo? Y piensa más preguntas que hacerme.

Preguntas. Las tengo a puñados. Lo que necesito es pasar tiempo a solas con él, sin la presión de tener que estar en otro sitio y sin motivo para dejar de hablar hasta que yo entienda a qué narices se refiere con eso de que debo meditar sobre lo que me estoy jugando.

Se vuelve para entrar en clase, pero lo aferro del brazo.

—Oye, ¿cuándo volveremos a hablar? —‌No tengo ningunas ganas de pasarme el fin de semana sentada y preguntándome cuándo puedo toparme con él.

—Pronto. —‌Me sonríe. A continuación se adentra en el aula y yo lo sigo, absorta en mis pensamientos pero sin dejar de fijarme en los detalles de la habitación. Argotta está en su sitio habitual al frente de la clase, apoyado en su mesa. Alex, con su dentadura demasiado blanca, ya ocupa el asiento situado junto al mío. Y Courtney, en el primer pupitre de la primera fila, nos lanza miradas significativas a Bennett y a mí. Justo cuando suena el timbre, me guiña el ojo disimuladamente.

* * *

—¿Queréis oír el nuevo cotilleo? —‌Pregunta Emma mientras coloca su bandeja sobre la mesa y se sienta.

Danielle echa su cabellera hacia atrás con un movimiento de la cabeza y se vuelve hacia ella.

—¿Hay un cotilleo nuevo? —‌Tiene los ojos tan desorbitados que parecen a punto de saltar y echar a rodar por la mesa—. ¿Sobre quién?

—Anna… —‌ronronea Emma—. Y Bennett…

—Si añades algo como que estamos loquitos el uno por el otro, me largo. —‌Me reclino en mi silla y doy un mordisco a mi manzana. Aunque no me apetece ser el objeto de ningún cotilleo, me alegra tener algo en que pensar que no esté relacionado con rehacer el pasado, rebotar al futuro o una chica de diecinueve años atrapada en el tiempo.

Cuando me vuelvo en mi asiento, veo a Bennett en el bufé, llenándose un vaso con Coca-Cola. Emma sigue la dirección de mi mirada y me dedica una sonrisa socarrona.

—Circulan rumores. ¿No te gustaría saber de qué se trata antes de que él llegue aquí?

—No. —‌Pongo cara de no estar interesada, porque no lo estoy—. En realidad, no.

—Es algo muy jugoso —‌insiste en una voz muy aguda, como si estuviera a punto de romper a cantar.

—Me da igual —‌canturreo a mi vez y tomo otro bocado.

—Se comenta que vive con su abuela —‌tercia Danielle, y yo dejo de masticar. Emma y yo nos volvemos hacia ella. Entonces Emma me mira de nuevo.

—¿O sea que es cierto? —‌Arruga la nariz. No sé si esta noticia la ha decepcionado o si simplemente le fastidia que alguien se haya enterado antes que ella.

Mi cabeza se vuelve rápidamente hacia Danielle.

—¿Cómo lo sabes? —‌pregunto, pero me interrumpo y fuerzo una sonrisa, con la esperanza de contrarrestar la actitud tan defensiva que acabo de mostrar.

—Me lo ha dicho Julia Shepherd.

—Ah. ¿Julia? —‌digo, ahora en un tono más desenfadado e indiferente, pero solo porque estoy esforzándome mucho por hablar así. Doy otro mordisco a mi manzana solo para recalcar lo poco que me importa este tema—. ¿Y cómo lo sabe Julia?

Danielle junta las palmas en posición de rezar y agacha la cabeza hasta apoyarla en las puntas de sus dedos.

—El Donut tiene oídos. —‌Se ríe y muerde su sándwich.

—Muy ingeniosa.

—Bueno, ¿es verdad o no? —‌inquiere Emma.

Borro todo rastro de irritación de mi rostro.

—Sí —‌digo con voz serena y firme, como quitando hierro al asunto—. Ella se llama Maggie. Bennett se ocupa de ella.

—Ay, qué mono —‌dice Danielle, y le dirijo una sonrisa de conformidad.

—¿Dónde están sus padres? —‌susurra Emma, siguiéndolo con la vista mientras atraviesa el comedor—. ¿No se supone que ya deberían haber vuelto?

Preferiría que ella no siguiera por ese camino, pues de pronto caigo en la cuenta de que no conozco la tapadera de Bennett. Me dijo que sus padres estaban en Europa, pero eso fue antes de que yo supiera dónde están en realidad. No tengo idea de qué les ha contado a las autoridades del colegio sobre su familia, pero estoy segura de que no les ha dado datos de personas que viven en 2012 para casos de emergencia.

Me tuerzo de nuevo en mi silla y veo que viene directo hacia nosotras.

—Pregúntaselo —‌digo, señalándolo. Espero que tenga una buena respuesta.

—Buenas —‌dice Bennett, deslizando su bandeja sobre la mesa.

—Qué hay —‌contestan Emma y Danielle a la vez, con un entusiasmo excesivo.

Al menos las dos tienen la decencia de dejarlo probar un par de bocados antes de iniciar el interrogatorio. Entonces Emma mira a Danielle con las cejas arqueadas. Empieza el espectáculo.

—Oye, Bennett. —‌Danielle se acoda sobre la mesa—. Me han contado que vives con tu abuela.

Bennett toma un sorbo de Coca-Cola, sin inmutarse pese a que ella está invadiendo su espacio personal, y asiente.

—Mis padres se han ido a Europa, y yo vivo con ella mientras están fuera.

—Ya —‌dice Emma—. De hecho, yo creía que solo ibas a estar un mes aquí. ¿Han decidido alargar su viaje o algo así?

—Sí. No estoy seguro de cuánto tiempo tendré que pasar aquí.

Pienso en Brooke y me pregunto dónde estará y qué andará haciendo en este momento. Por razones egoístas, espero que esté pasándolo pipa y que tarde una buena temporada en regresar al 2012.

—Mi padre está trabajando en un proyecto importante en Ginebra —‌afirma Bennett.

Le sonrío y hago una mueca burlona. Él me guiña un ojo.

Todos se ponen a hablar de lo bonita que es Ginebra.

—Bueno —‌digo cuando se produce una pausa en la conversación—. ¿Y cómo va la subasta?

Eso está mejor. Bennett y yo nos relajamos mientras Emma y Danielle hablan al mismo tiempo, emocionadas y con gran abundancia de expresiones ponderativas como «lo más» o «divino». Él no deja de lanzarme miradas mientras ellas parlotean, como si intentara adivinar qué estoy pensando, pero eso es imposible; ni yo misma sé qué pienso. Estoy segura de que en algún momento me aclararé, pero, por el momento, solo sé que él está sentado con nosotras, como si su lugar estuviera aquí.

Cuando suena el timbre, Emma y Danielle se ponen de pie y se encaminan hacia los cubos de basura mientras prosiguen con su conversación. Bennett y yo las seguimos, y su brazo roza el mío.

—Oye —‌susurra—. ¿Qué planes tienes para mañana? —‌Creo que no se percata de que Emma y Danielle han dejado de hablar al instante.

—¿Mañana por la noche?

—No. Mañana, en todo el día. —‌Me sonríe y añade—: ¿O ya me tienes demasiado visto?

No tengo competición. Y la idea de llegar a tener demasiado visto a Bennett me parece imposible de concebir. Sonrío, radiante.

—No. O sea, que no tengo planes.

—Genial. ¿Te recojo a las ocho?

—¿De la mañana?

—Sí.

A Danielle se le escapa una risita, y Emma le propina un codazo suave.

—¿Adónde iremos?

—Es una sorpresa.

Esto me levanta la moral de nuevo. O tal vez ya la tenía levantada. No estoy segura.

—Ah, y lleva ropa para correr.

—¿Por qué?

—Forma parte de la sorpresa. Disculpa. —‌Aparta ligeramente a Emma para pasar, tira su basura en el cubo y sale al Donut con paso decidido. Nadie abre la boca hasta que él se ha marchado. Entonces Emma se vuelve hacia mí.

—¡Vaya, eso ha sido encantador! —‌chilla.

—Sí, pero ¿a qué viene lo de la ropa para correr? —‌pregunta Danielle.

Emma vacía su bandeja y se lleva la mano a la cadera.

—¿No es evidente? Te llevará en coche a la pista y te pedirá que corras mientras él mira desde las gradas. —‌Se desternilla de su propia broma.

—¡Cállate! —‌Le asesto un puñetazo fuerte en el hombro pero me río con ella.

—Pues sí, es mono —‌decide Danielle.

—Lo es —‌conviene Emma—. Sigo vigilándolo —‌asegura, como si trabajara para el servicio de inteligencia británico—, pero reconozco que ese chico cada vez me cae mejor.

—Y es todo un detalle que cuide de su yaya —‌agrega Danielle.

Emma fija la vista en mí como si hubiera tenido una iluminación divina.

—¡Ja! ¡Las dos tenemos una cita mañana! Nos vemos el domingo por la mañana en el café. Compararemos nuestras experiencias.