—No —digo en el tono más firme que soy capaz de emplear a estas horas de la mañana—. No lo dirás en serio, ¿verdad?
—¿Te da miedo no poder seguirme el ritmo? —Papá, con su atuendo deportivo invernal, realiza contra la nevera un estiramiento de corredor que resulta casi cómico, como imagino que hacía en los viejos tiempos.
—No. —Me tapo los ojos—. Oye, solo correré por la calle. No me adentraré en el campus. De verdad —imploro, señalando la ventana de la cocina—, no necesito una niñera. El sol saldrá dentro de unos minutos. No me pasará nada. —La última palabra me sale como un gemido, y me siento como la niña de diez años en la que él cree que me he convertido. Espero que este rollo de padre sobreprotector se le pase pronto.
—Haz como si no estuviera. —Toma un largo trago de agua de su botella de deportista y se estira hacia un lado—. No tienes que hablar conmigo o mirarme siquiera, pero estaré justo detrás de ti, nena. —Salta a la vista que es imposible convencer a un padre de que su hija está a salvo cuando acaban de atracarla a punta de navaja.
—No, no hace falta. Correremos juntos. —Dejo mi discman sobre la mesa del recibidor, y ya empiezo a echarlo de menos. Necesito mi música para aclarar mis pensamientos antes de encontrarme con Bennett en el colegio.
Salgo a la calle, seguida por mi padre, y trotamos el uno al lado del otro en dirección al lago. Saludamos a la vez al hombre del chaleco verde y la cola de caballo cana. Damos cuatro vueltas al circuito, a través del campus, y pasamos frente a la torre del reloj cuando suenan las siete. Le echo una carrera en el último kilómetro y medio hasta nuestro patio delantero, lo que resulta ser un error, pues ahora no consigue recuperar el aliento.
—¿Seguro que estás bien? —le pregunto una y otra vez.
Tiene el rostro congestionado y cubierto de manchas rojas, pero asiente y me dirige una sonrisa forzada.
—La mar… de bien —jadea—. ¿Por qué… lo preguntas?
—Te has pasado —lo reprendo, tal como sé que lo hará mamá cuando él no pueda mover un músculo mañana. Me pongo a hacer estiramientos junto a él—. Qué, ¿y ahora me llevarás en coche al colegio también?
—Quita. Para eso te dejaré en manos de Emma.
—Está claro que nunca has visto cómo conduce. —Termino de estirarme, sacudo las piernas y corro hacia los escalones de la entrada.
—¡Eh, Annie! —me llama mi padre, y yo me paro en seco y me vuelvo. Lo contemplo con las manos en las caderas mientras él intenta evitar que le dé un ataque al corazón.
—Invita a Bennett a cenar. Tu madre y yo queremos conocerlo. En condiciones.
Lo fulmino con la mirada desde el porche.
—Papá. Ni siquiera estamos saliendo. —El mero hecho de que lo insinúe me resulta humillante.
—De acuerdo —dice con su mejor voz de padre severo—, pero si vais en serio, queremos conocerlo.
—Buenos días, cielo. —Emma gorjea su saludo habitual y me pellizca la mejilla—. Mi valiente amiguita. —No me siento valiente. Me siento nerviosa porque voy a ver a Bennett. Me siento culpable por no haberle hablado de él a Emma ayer. Me siento cansada, porque apenas he pegado ojo.
Pone bruscamente la palanca de cambios en posición de marcha atrás y sale del camino de acceso. Papá, de pie frente a la ventana de la cocina, nos observa con una tenue expresión de pánico, y yo lo miro con un ligero encogimiento de hombros mientras nos alejamos de la casa a toda velocidad.
—Em —empiezo—, si te digo algo, ¿prometes no enfadarte?
Me lanza una mirada de irritación.
—¿Sabes? No entiendo a la gente cuando hace esa pregunta. ¿Cómo voy a prometer no enfadarme si no sé lo que vas a decirme? —La cara que pone me lleva a pensar que esto podría encajar en su categoría de Estupideces Americanas—. Tú desembucha.
Escupo las palabras rápidamente, antes de que pueda cambiar de idea.
—Ayer no te lo conté todo respecto al atraco. —Le relato los puntos esenciales, pero no le digo toda la verdad. ¿Cómo voy a decírsela? Aunque no le hubiera prometido a Bennett que guardaría su secreto, ella no me creería. En vez de ello, echo mano de la historia que Bennett inventó para mí, incluida la parte en que yo salía corriendo por la puerta trasera y me topaba con él. Luego añado que él hizo novillos ayer para pasar el día conmigo.
—¿Qué? —Da un volantazo, y casi nos estrellamos contra un coche aparcado—. ¡Hala! Vale, ya está. Tranquilidad. —Me mira de nuevo—. Así que pasasteis el día juntos.
Sonrío al recordar la expresión en el rostro de Bennett cuando trazó la raya en la arena con el pie y me retó a una carrera hasta el mar. Veo en mi mente el vídeo a cámara lenta de su cuerpo flotando sobre el agua color turquesa y sus brazos atravesando las olas de cresta blanca.
Sí, pasamos el día juntos.
Y no puedo comentar los detalles más interesantes con mi mejor amiga.
—Estaba preocupado por mí —afirmo en una voz débil y chillona, pero Emma no parece fijarse en ello.
—Ahora que lo pienso, no lo vi en clase de Literatura ingl…
La peliculita que estaba reproduciendo en mi cabeza se detiene de golpe.
—Genial. Ni siquiera había pensado en eso. Todos los de la clase de español saben que los dos estuvimos ausentes ayer. —Me pregunto si Courtney ya habrá empezado a hacer conjeturas en voz alta.
—Oh, no intentes cambiar de tema. Cuéntamelo todo sobre cómo os pasasteis todo el día pegándoos el lote en tu casa aprovechando que tus padres no estaban. —Arquea una ceja y devuelve su atención al volante, esperando a que yo confiese, como solo Emma sabe hacerlo.
—Qué va. Ni siquiera me besó. —Percibo la desilusión en mi propia voz—. Charlamos. Escuchamos música. Almorzamos juntos. Se… —Estoy a punto de decir la palabra «esfumó», pero me contengo a tiempo—. Se marchó justo antes de que tú llegaras.
—¿Y por qué no me dijiste nada de esto ayer?
—Mi padre volvió a casa.
Hace una mueca, con cara de exasperación. Me veo venir la bronca.
—Sí, ya, claro. Oye, ¿tú tienes teléfono? Yo sí. Va de fábula para contarle a tu mejor amiga las noticias más sensacionales de tu vida cuando no puedes hacerlo en persona. —Ni siquiera me da la oportunidad de mascullar una disculpa.
Nos detenemos frente a un semáforo en rojo y ella se vuelve hacia mí.
—¿Qué pasa contigo, Anna? —Me recuerda a mi madre cuando no lavo bien los platos o meto demasiada ropa en la secadora—. ¿No recuerdas que él te ha dicho que va a marcharse? —Recalca la última palabra como si por sí sola bastara para hacerme entrar en razón.
—Sí —es lo único que acierto a decir. No necesito que me señale que estoy loca por meterme en esto con Bennett, sea lo que sea.
—¿Y vale la pena, aunque sepas que al final lo pasarás mal? —pregunta—. ¿Todo por un rollete que sabes que no durará?
No es un rollete. Es una aventura intrépida.
—Sí, Em. Para mí, vale la pena.
Se muerde con fuerza el labio inferior.
—Esto no acabará bien.
Bajo la mirada hacia las alfombrillas para toda estación. Ella tiene razón, y lo sé. Pero lo cierto es que ya no podría cambiar de rumbo, aunque quisiera. Me he pasado la noche pensando en que esto tendrá un final, pero ahora mismo solo hay una cosa en la que quiero pensar: habrá una parte de en medio.
—Me gusta, ¿vale? Ya está. Ya lo he dicho. Me gusta mucho. —Clavo los ojos en ella—. Sé que seguramente es un error, pero, por favor, ¿podrías… dejarme disfrutar el momento?
Nos miramos fijamente.
—Está verde. —Señalo hacia el parabrisas con el pulgar.
Ella no aparta la vista de mí. No pisa el acelerador, pero asiente, y sé que eso significa que se esforzará por portarse bien. Al menos hoy. Cuando el conductor que tenemos detrás da un largo bocinazo, Emma atraviesa finalmente el cruce. Nos quedamos calladas a lo largo de dos manzanas, pero sé lo que ella está pensando.
—Bueno, ya que estamos sincerándonos, hay algo que yo quería contarte ayer también. —Vale, tal vez no tengo la menor idea de lo que ella estaba pensando. Poso los ojos en ella y aguardo a que prosiga—. Tu amigo Justin, el de la tienda de discos, me ha pedido en cierta forma que salga con él.
—¿Justin? ¿Mi Justin? —En cuanto el posesivo sale de mi boca, desearía poder tragármelo. El truquito de Bennett para rehacer el pasado me vendría bien en momentos como este, cuando acabo de meter la pata hasta el fondo y lo único que querría es retroceder un minuto en el tiempo para decir algo más adecuado—. Lo siento. Me refería a que… —Ni siquiera sé a qué me refería—. Es solo que… Suelo estar contigo cuando lo ves, y nunca me había dado cuenta de que… —Lo mejor que podría hacer es cerrar el pico, antes de que se me escape lo que pienso: «Pero si siempre había creído que le gustaba yo».
—Bueno, no siempre. Verás, a veces me paso por la tienda de discos después de acompañarte a la librería. —No. No lo sabía—. Hace unas semanas, nos pusimos a hablar de música. Él sabe mucho de música. —Sí. Esto sí lo sabía. Conozco a Justin desde los cinco años—. Entonces me propuso ir a tomar un café, y anteayer cenamos juntos.
—¿Cenasteis juntos? —pregunto—. ¿Justin y tú fuisteis a tomar café y luego cenasteis juntos? ¿Por qué no me comentaste nada al respecto la semana pasada, o ayer, por ejemplo? —Pero me siento un poco culpable cuando recuerdo que no le he hablado de la tarde en que estuve con Bennett en el café. Fue demasiado extraño, sobre todo porque no resultó en nada.
Me dirige una mirada de disculpa y se encoge de hombros, arrepentida.
—Me dijo que había intentado hablarte de mí una vez, cuando estaba pensando en pedirme que saliéramos juntos, pero… —La voz de Emma se apaga, y me viene a la memoria lo que pasó el mes pasado en la tienda de discos. Quería preguntarme algo, y yo lo evité porque creía que quería declarárseme. Ahora me siento como una idiota por dos razones: en primer lugar, porque lo interpreté mal, y en segundo, porque mi mejor amiga y él han estado hablando de mí, afianzando su relación gracias a mi inutilidad—. Sé que es tu amigo —continúa Emma—. Y, bueno, siempre pensé que le gustabas tú, pero… —¿A ella le gusta Justin? ¿«Emma y Justin»? Ni siquiera suena bien—. Da igual. En realidad creía que aquello no conduciría a nada. Me caía bien, pero no creía que congeniáramos.
—Y sin embargo habéis congeniado.
—Sí, supongo que sí.
Ninguna de las dos dice nada. No recuerdo ninguna otra ocasión en que reinara el silencio durante tanto rato en el coche de Emma. Unas calles más adelante, ella abre la boca de nuevo.
—El sábado pasaremos el día juntos en el centro. —Mantiene la vista al frente e intenta aparentar indiferencia, pero se le escapa una enorme sonrisa.
—Eso es estupendo, Em.
—¿Estás segura? —Se vuelve hacia mí—. Espero que no te importe. Sobre todo en un momento como este.
Aunque parezca extraño, no, no me importa. No tengo derecho a molestarme por ello.
—Claro que no —respondo, aunque siento una punzada de tristeza, porque se trata de Justin. De Emma y Justin, mis amigos.
Sin poder evitarlo, me pregunto en qué afectará esto a mi relación con ellos, si acabarán por quererse más de lo que me quieren a mí, y a cuál de los dos tendré que retirarle la palabra si la cosa no funciona. Y, lo que es aún más egoísta por mi parte, me pregunto si Justin continuará grabándome recopilaciones de temas para correr.
Emma exhala un suspiro teatral.
—Me alegro. Siempre y cuando a ti te parezca bien. —Se anima cuando desvía el tema de nuevo hacia mí—. Bueno, respecto a Bennett y a ti… —comienza en un tono algo socarrón—, ¿qué pasará hoy en el cole?
Suelto una carcajada nerviosa.
—No tengo la menor idea.
Entra en el aparcamiento para alumnos y va directa hacia su plaza habitual.
—Pues estás a punto de averiguarlo —canturrea, y cuando sigo la dirección de su mirada veo a Bennett de pie sobre el césped, esperándome. Siento náuseas.
—Oh. Dios. Mío —resuella Emma mientras coloca la palanca de cambios en punto muerto—. Pero ¿qué le has hecho a ese chico? Fíjate en él. —Bennett se ha cortado el pelo. Sigue llevándolo un poco largo para mi gusto, pero tiene un aspecto pulcro y elegante con su uniforme, y está más que guapo, aunque, después de lo de ayer, me cuesta no imaginarlo con su camiseta delgada y esos vaqueros que tan bien le caían sobre las caderas. Y entonces me acuerdo de que su ropa sigue en mi secadora, y entro en pánico por un momento hasta que caigo en la cuenta de que no es día de colada—. ¡Está para comérselo! —Emma lo saluda con un gesto coqueto de la mano y yo le propino un manotazo.
—Anda ya; solo lo dices por cortesía. —Estoy agradecida por su cambio de actitud, aunque sé que es fingido. Emma me mira.
—Nunca digo nada por cortesía, cielo. Ni siquiera a ti.
—Magnífico. Entonces haz el favor de seguir comportándote como una amiga leal y no me hagas pasar vergüenza. —Sigo batallando con las mariposas de mi estómago y con el seguro de la puerta cuando Emma baja del coche y se agacha por un momento.
—Aaah —suspira—. Va a ser un día genial. —Cierra de un portazo y sube pavoneándose por la pequeña pendiente hacia Bennett, mucho menos preocupada que antes por lo mal que lo pasaré en el futuro—. ¡Eh, hola! —la oigo decir mientras me apresuro a reunirme con ellos antes de que Emma se vaya de la lengua—. ¡Lo sé! —exclama en una voz tan exagerada como su sonrisa—. Me parece que no hemos hablado desde el día que llegaste, ¿verdad?
Cuando llego junto a ellos, Bennett dirige su atención hacia mí. Dios, está monísimo.
—Hola —dice con una sonrisa tan cálida que creo que la nieve ha empezado a fundirse bajo sus pies.
—Hola.
—Oye, Bennett, ayer no te vi en «lite» —comenta Emma, y él despega sus ojos de los míos para posarlos en ella—. ¿Estabas enfermo? —Clava la vista en él hasta que él se vuelve en otra dirección, y yo le echo a Emma una mirada de advertencia.
—No. Pasé el día con Anna —contesta Bennett antes de mirarme directamente otra vez.
Éramos unos desconocidos entre nosotros porque él insistía en que lo fuéramos. Hoy, estamos aquí como amigos porque me ha confiado un secreto tan grande, tan inverosímil, que no me lo habría creído de no haberlo visto con mis propios ojos.
—Ah. Entiendo. —Ella se vuelve hacia él, luego hacia mí, y de nuevo hacia él. Le lleva la mano al cabello y se lo desordena un poco—. No te cortes mucho más el pelo, o tendré que buscarte otro apodo, Greñas. Nos vemos en el almuerzo, Anna. —Empieza a alejarse pero gira sobre los talones, de cara a nosotros.
—A propósito, ¿almorzarás con nosotras hoy?
—Sí —dice él, sin dejar de mirarme, y se me escapa una sonrisa—. ¿«Greñas»? —inquiere cuando Emma ya no puede oírlo—. ¿Es lo mejor que se le ha ocurrido?
Pongo los ojos en blanco, alzo la vista hacia la cabeza de Bennett y sonrío de nuevo.
—¿Cuándo has encontrado un momento para cortarte el pelo, a todo esto?
Se encoge de hombros. Miro alrededor para cerciorarme de que nadie esté escuchando.
—¿Has viajado? —pregunto.
Se me acerca más.
—No —me susurra al oído—. He ido a la peluquería.
Suelto una risotada.
La gente no nos quita ojo; pasa por nuestro lado, observándonos y cuchicheando entre sí.
—Solo quería asegurarme de que estuvieras bien —dice Bennett—. Ya sabes, después de…
—¡Anna! —Tres de mis compañeras del equipo de cross nos abordan e interrumpen a Bennett sin siquiera mirarlo, y empiezan a hablar pisándose unas a otras—. ¡Madre mía! ¡Me han contado lo del atraco! ¿Estás bien? —Todas tienen la misma expresión de preocupación.
El atraco. Así que por eso soy el blanco de tantas miradas. Claro, era de esperar que el hecho de que le pusieran una navaja en el cuello a una compañera se convirtiera en la comidilla de Westlake.
—Sí, gracias, chicas. Estoy bien.
Todas expresan su alivio y charlamos durante unos segundos más hasta que me dan un abrazo rápido y se marchan a toda prisa. Bennett y yo vemos que una de ellas resbala en el hielo y está a punto de caer de cabeza en los rosales.
—Como te decía, solo quería asegurarme de que estuvieras bien… en todos los sentidos.
—Sí. —Sonrío—. Estoy bien. Pero sigo queriendo conocer la parte que falta. —Aguardo a que diga algo, pero permanece callado.
—Ya la conocerás.
—Creo que deberíamos ir tirando hacia nuestras clases —murmuro, justo en el momento en que él dice:
—Tengo algo para ti.
—¿De verdad?
Rebusca en su mochila, saca un papel y me lo entrega. Suelto un grito ahogado cuando descubro de qué se trata, y lo que ha tenido que hacer para conseguirlo. Contemplo la postal de Ko Tao, maravillada.
—¿Has viajado atrás por esto?
Se encoge de hombros y me sonríe con timidez.
—Necesitabas un recuerdo. —El timbre suena a lo lejos, lo que significa que llegaremos tarde oficialmente—. Será mejor que vaya a clase. Nos vemos a la hora de comer. —Echa a andar, pero yo lo llamo por su nombre. Se vuelve hacia mí de nuevo—. ¿Sí?
—Todavía tengo tu ropa. —Esto no ha sonado como yo pretendía, así que miro rápidamente alrededor para comprobar que nadie más me ha oído.
Sus labios se tuercen en una sonrisa de satisfacción.
—Bien. Supongo que tendré que pasarme a recogerla.
* * *
Argotta me pide que me quede después de clase, y, de mala gana, yo envío a Bennett solo al comedor. Argotta me pregunta cómo estoy y repasa algunos de los temas que trató en la clase de ayer. Cinco minutos después, entro en el comedor y encuentro a Bennett sentado a nuestra mesa de siempre, con Emma y Danielle. Al parecer se está defendiendo bien.
—Llegas justo a tiempo —dice Emma mientras deposito mi bandeja sobre la mesa—. Bennett estaba contándonoslo todo sobre él. —Se vuelve hacia mí y añade—: El deporte no es lo suyo, ¿sabes? —Se encoge de hombros y toma un mordisco de su sándwich.
—Bueno, como he dicho, ir en monopatín es un deporte, en realidad —señala Bennett.
—Oh, supongo que podría serlo, pero es más bien un medio de transporte, ¿no? Me refería, ya sabes, a los deportes escolares. Fútbol americano, baloncesto, béisbol, lacrosse, hockey. Esa clase de deportes.
—Deportes de equipo.
—Bueno, no. También podrías hacer natación, supongo. O jugar al tenis. También son deportes.
—O podría ir en monopatín —dice él con tranquilidad. Me percato de que Emma se devana los sesos intentando dar con la réplica perfecta. Me mira de reojo y yo adopto una expresión de advertencia, recordándole con los ojos las promesas que me ha hecho esta mañana: que se portará bien y no me avergonzará.
—Claro. Podrías ir en monopatín. Supongo. —Emma se vuelve hacia mí como para que le confirme que ha dicho lo correcto, y le dedico una sonrisa de gratitud. Le ruego en mi fuero interno que deje de hablar. Ella mira de nuevo a Bennett—. Bueno, ¿y qué otras aficiones tienes?
Así que ahora es una afición. Simplemente poso la vista en él, el chico que no necesita un deporte o afición, porque lo que es capaz de hacer le da mil vueltas a cualquiera de las dos cosas en mi opinión. Bennett parece a punto de enzarzarse de nuevo en una discusión sobre si el monopatín es o no un deporte, así que respondo por él.
—Viajar —digo, y los tres clavan la vista en mí—. Ha estado en todas partes, ¿verdad?
Devuelven su atención a Bennett, que se encoge de hombros como si no hubiera para tanto. Me reclino en mi silla y me quedo escuchando a los tres, que se pasan el resto del almuerzo conversando animadamente sobre los lugares que han visitado. Aunque no es la primera vez que me toca presenciar una conversación así, en esta ocasión no me siento excluida. Por el contrario, estoy totalmente cautivada, tomando notas mentales y preguntándome cuál de esos destinos fascinantes será el siguiente al que me llevará Bennett.