Algunas horas después, en Internet
Esa madrugada, el vídeo de dieciocho segundos de duración que Augusto grabó en el pasillo del domicilio de Ramiro Sancho ya estará alojado, junto a las fotos de los poemas, en un servidor fantasma de usuario itinerante creado por Orestes. Ese que, incluido en la red TOR[73], contará con una dirección IP indetectable para las autoridades.
A las 15:00, se publicará www.versoscancionesytrocitosdecarne.com —tal y como rebautizó Augusto la web por ser el título del último poema que cerraba su obra— de forma automática. A esa misma hora, la chispa adecuada prenderá la mecha y las cuentas de Twitter que fueron programadas con tal finalidad estarán publicando cada doscientos cuarenta minutos el enlace al vídeo alojado en el site para sus 1103 856 followers. El detonador funcionará como Orestes había previsto muchos meses antes y, a las 21:00 del 13 de enero de 2012, #versoscancionesytrocitosdecarne alcanzará la categoría de trending topic nacional.
Las imágenes de un inspector pelirrojo del Grupo de Homicidios de Valladolid disparando su Colt Anaconda contra el autor del vídeo se propagarán por Internet como la pólvora a lo largo del día siguiente. Las fotos de los poemas mencionados en la grabación registrarán cientos de miles de visitas diarias. En menos de dos semanas, la difusión de la obra poética de Augusto Ledesma alcanzará repercusión mundial y, en tres meses, sus versos serán traducidos a quince idiomas.
En los años sucesivos, la poesía experimentará un renacimiento como género literario; una nueva época dorada.
Habrá quien sostenga que el coste en vidas que supuso recuperar la lírica para la humanidad fue ridículo.
Y habrá quien tome buena nota y decida continuar el camino que, un día, emprendió Augusto Ledesma.
Y no será el último.
Algunos días después, en Oxford Street (Londres)
Esa mañana, una lluvia muy fina acariciará su rostro.
Ólafur Olafsson se ajustará las gafas frente al escaparate y se mesará el bigote excitado. No encontrará señales en el cielo, ya casi ni las busca; ni sufrirá la tiranía de la manada, ya casi ni los escucha. Poco le interesará lo que ya se estará cociendo en Internet en esos momentos, porque tan solo le importará reunir el coraje suficiente para entrar en esa tienda. Antes de lograrlo, habrá comprado un secador y carraspeado tantas veces como los intentos fallidos de pronunciar el nombre de Sinéad.
Sin embargo, llegará el instante en el que conseguirá vaciar su mente y llenarse de valentía.
Entonces sí, empujará la puerta y dará un paso al frente.
Y no será el último.
Algunas semanas después, en el Mollo Audace (Trieste)
Esa tarde, el cielo se rasgará con tonalidades anaranjadas y granas.
Alessandro preguntará al amigo de mamá si va a quedarse a vivir con ellos para siempre. Le resulta simpático a pesar de que no le ha visto reírse demasiado; es probable que sea por su acento o por la viva tonalidad de su poblada barba, o puede que por tener los ojos del color que más le gusta: azul celeste. Ramiro Sancho, que se habrá visto obligado a esconderse tras el tsunami de popularidad como protagonista del vídeo más visto del momento en Internet, no sabrá qué contestar, aunque tendrá muy clara la respuesta.
Gracia Galo fingirá no haber escuchado nada y le apretará la mano dos veces. Él atenderá la petición y la envolverá en su cuerpo antes de darle un beso como antes; como nunca.
Y no será el último.
Algunos meses después, en la prisión de Scheveningen (La Haya)
Esa noche, el viento aullará reclamando la presencia de una luna que, escondida tras las nubes, no querrá ser partícipe de los acontecimientos que habrán de suceder. El ulular de una solitaria lechuza romperá un pacto de tendencioso silencio no escrito.
Para llegar a estar sentada en esa silla, Erika habrá tenido que esperar más de lo previsto, hasta que Robert J. Michelson le haya dado luz verde.
Ese preciso día, el de la Interpol cumplirá su tercer mes de retiro junto a Christine en un paradero que muy pocos conocerán. Durante ese tiempo, Erika habrá recorrido varias capitales escandinavas con su madre estrechando unos lazos invisibles cada vez más férreos, más tangibles, más reales. Magda Voosen seguirá residiendo en su Venecia del norte y viviendo durante sus cada vez más frecuentes viajes por el mundo.
Para entonces, un niño de nombre Olek —cuyo significado es «protector de la humanidad»—, como su abuelo materno, y apellido Opieczonek ya habrá nacido en el mismo hospital en el que, semanas después, fallecerá su madre. Pesará tres kilos justos y tendrá los ojos pequeños, negros y afilados, como los de su padre.
Cuando Erika tenga delante al genocida, conseguirá eliminar de su mente las reticencias que le genera el exánime estado de salud de su objetivo. Ya lo ha logrado anteriormente con otros carniceros aún más débiles, y eso le dará fuerzas para lograrlo. En ese primer encuentro, solo buscará interpretar de forma convincente su papel de neuróloga de prometedor futuro avalada por el mismísimo Vilayanur S. Ramachandran[74] en los informes entregados a los abogados de Ratko Mladic. En posteriores visitas, se ganará la confianza del serbio para empezar a suministrarle un tratamiento farmacológico revolucionario.
Su nombre no será más que otro tachón en el oscuro cuaderno de bitácora de Armando Lopategui.
Un tapado menos.
Y no será el último; ni mucho menos.