Valladolid
12 de enero de 2012, a las 23:39
Un lugar para cada verso y cada verso en su lugar.
Prácticamente no queda espacio libre en los azulejos. Giro trescientos sesenta grados sobre mi propio eje para admirar mi imponente obra.
Embargado por la emoción, empleo unos segundos en reponerme.
Vuelvo a leer los títulos de mis poemas.
No tardarán en localizarme, comienza la cuenta atrás.
Una fotografía para cada poema y un poema en cada fotografía. Todas se suben correctamente al site y, en ese instante, noto que el círculo se ha cerrado.
—Consummatum est[2] —pronuncio en voz alta—. Consummatum est —repito absolutamente embargado por la emoción.
Mi Hublot marca las 23:52. Ruego a Átropos que aguarde solo unos minutos más para cortar el hilo. Necesito extinguirme durante las primeras horas del día 13, como tú, mi admirado amigo.
Conseguirlo es lo único que perturba mi alma.
Tengo todo preparado. Pase lo que pase, mi obra verá la luz mañana a las 15:00.
Termina mi vida mortal y empieza mi existencia inmortal. Tal certeza me calma.
Más cocaína.
Recorro la casa en busca del escenario en el que terminará mi estancia en la Tierra. Compruebo de nuevo que todo funciona correctamente.
Comienzo el viaje que me llevará a recorrer el inframundo hasta el Tártaro. Allí me reencontraré con Orestes y culminaré mi némesis.
Cierro los ojos y escucho el latido. Sé quién soy. Nací el 22 de marzo de 1978, mil veces me mataron y mil veces creí renacer siendo ya cadáver.
Es la hora.
Enciendo el iPhone, pero no lo usaré para escuchar música esta vez, lo hago solo para que puedan dar conmigo e inmortalizar el momento.
Conecto el iPod a los altavoces y selecciono la lista de reproducción que he creado para que me acompañe durante este tránsito. Modo aleatorio, que sea la diosa Fortuna quien decida durante esta tensa espera.
Suena Maldita dulzura, de Vetusta Morla.
Hablemos de ruina y espina,
hablemos de polvo y herida,
de mi miedo a las alturas,
lo que quieras, pero hablemos
de todo menos del tiempo,
que se escurre entre los dedos.
Hago balance.
Sereno, satisfecho tras haberme impuesto a mis contrincantes.
Solo quedas tú, hermano, y voy a tu encuentro.
Me hablas de ruina y espina,
te clavas el polvo en la herida,
me culpas de las alturas
que ves desde tus zapatos.
No quieres hablar del tiempo
aunque esté de nuestro lado.
Y hablas para no oírme,
y bebes para no verme,
yo callo y río y bebo,
no doy tregua ni consuelo,
y no es por maldad, lo juro,
es que me divierte el juego.
Maldita dulzura la mía.
Maldita dulzura la mía.
Maldita dulzura la mía.
Maldita dulzura la nuestra.