8

Quizá no fueran más que unos minutos, a buen seguro no más de cinco, pero se me hicieron eternos.

Me quedé sentado en el mismo extremo del sofá que momentos antes había ocupado Matías, pensando. Las marcas circulares que había visto en el cadáver de Rogelio eran cardenales producidos por la fuerte presión del cañón de la escopeta en su cuello, sobre aquel extremo no me cabía ninguna duda. Se me ocurrió que una explicación plausible (al menos sonaba plausible a mis oídos) era que en un principio había tratado de matarse de un tiro, pero que a última hora le faltaron las agallas y optó por un fin más… dulce, por decirlo de algún modo. Pero aquello no explicaba la desaparición de la escopeta. Aunque no tenía por qué haberla devuelto a su lugar, por supuesto. De hecho, no tenía por qué haber llevado a cabo su primer intento el día anterior, podía haberlo hecho mucho antes. Me pregunté qué diría el doctor al respecto, si de alguna manera podría averiguar el tiempo que aquellos cardenales llevaban en su cuerpo, y enseguida me respondí a mí mismo que sí, sin duda.