¿Terminaron con esto las pesadillas? Sinceramente, yo esperaba que sí, o al menos una parte de mí lo esperaba, porque creo que había otra parte (una parte más oscura y atávica, y, seguramente, también más sabia) que sabía perfectamente que con lo que había hecho aquella noche no había arreglado nada en absoluto. El jarrón estaba reconstruido, todas sus piezas recogidas y unidas de nuevo con pegamento, sí, pero ya no era el mismo jarrón. Jamás podría ser el mismo jarrón. Se notaban demasiado las grietas, las cicatrices, y algo me decía —me susurraba al oído— que si bien aquella noche me había librado de las pesadillas, éstas volverían tarde o temprano. Quizá no la imagen de la pequeña maltrecha y dolorida bajo la lluvia, pero había más imágenes (el cuerpo desnudo de Rogelio en la bañera y sus ojos sorprendidos clavados en mí mientras yo le apuntaba con la escopeta son sólo dos de ellas), muchas más imágenes que tardaría años en olvidar y que me visitarían a menudo. Sin embargo, Carmina me abrazaba con tanta fuerza bajo el sol, junto al lavadero, con tanto alivio, sus lágrimas eran tan puras y limpias que pensé que bien merecía la pena, que a veces no reconstruimos el mundo para nosotros, sino para nuestros seres queridos, y que si para conseguirlo había que sufrir unas pesadillas o incluso (me estremecí) una temporada en prisión, bienvenidas fueran.