Siguió lloviendo durante casi una semana más, pero un buen día, al levantarnos descubrimos que las nubes habían desaparecido durante la noche y el cielo se veía despejado sobre los tejados. Los campos fueron secándose lentamente. La tierra se asentó, y en el aire quedó flotando ese aroma a barro y electricidad que tarda varias jornadas en disiparse después de un temporal. Carmina se quedó en la cama ya definitivamente mientras yo me ocupaba mal que bien de las labores domésticas. Recibimos telegrama de Carolina en dos ocasiones: un día después de su partida, notificándonos que el viaje había concluido sin problema alguno, y tres más tarde, para avisarnos de cuándo se llevaría a cabo la intervención.
Todo, por tanto, seguía sus pasos contados, pero lo cierto es que cada noche las pesadillas se repetían: la lluvia, el zapato sumergido en el charco, el cuerpo tembloroso de mi hija con el hombre sacudiéndose sobre ella. A menudo me despertaba de madrugada, a punto de gritar, pero conteniéndome para no despertar a Carmina, que pasadas las primeras noches en que durmió en su esquina de la cama, había cogido la costumbre de dormir abrazada con fuerza contra mí.
No tardé demasiado en encontrar remedio a las pesadillas, aunque el remedio fuera el mismo que tantos hombres y mujeres de todo el mundo han encontrado antes que yo. Cada día, después de colgar el cartel de cerrado en la puerta de la botica, echaba el cerrojo e iba hasta El Podanco, el único bar del pueblo. Una vez allí, apuraba un vaso tras otro como si quisiera disputarle al Rata el título de borracho oficial del pueblo, como si fuera medicina, lo que supongo que en realidad era, al menos para mí, porque cuando, varias horas después, salía de aquel tugurio y recorría tambaleándome el camino de vuelta a casa, las preocupaciones no habían desaparecido, pero sí se habían atenuado. Los sueños entonces eran extraños y casi igual de perturbadores, pero los prefería a la cruel verosimilitud de aquéllos en los que veía cómo mi hija era violada una y otra vez por un desconocido.
Y fue una de esas noches, la noche antes de que apareciera el cuerpo de Rogelio flotando en su bañera, cuando conocí la identidad de ese desconocido.