Cuando llegué a mi calle, eché a correr hasta la botica y, una vez dentro, subí de dos en dos los peldaños de la escalera para contárselo todo a Carmina. Sin embargo, la habitación estaba vacía. La llamé a gritos, pero nadie me contestó, de modo que volví a bajar.
Pensaba que tal vez hubiera ido también ella al bar, pero antes de salir de nuevo a la calle se me ocurrió echar un vistazo al patio, y allí la vi. Estaba inclinada sobre el lavadero de piedra, junto al cesto lleno de ropa, la misma ropa que yo había lavado la noche anterior. El sol le caía directamente en el rostro y me pareció que relucía como el día en que la vi acercarse caminando hasta el altar. Tenía el cabello recogido en un moño descuidado, del que caían varios mechones sueltos. Salí al patio. Carmina oyó el ruido de la puerta y, cuando me vio, dejó la ropa en el lavadero, vino corriendo hasta mí y me abrazó.
—¿Es cierto lo que dicen? ¿Que Rogelio…?
—Shhh…
—Dice Felisa que lo han encontrado… que lo han encontrado en… ¿Es verdad eso?
Volví a susurrar en su oído para tranquilizarla.
—Tuve que bajar la ropa. Salí a tender. Te habías dejado el sostén así que me levanté para recogerlo, pero entonces vi las manchas en tu camisa y no supe qué pensar… Luego pasó Felisa y me lo dijo, que el Rogelio se ha suicidado y… ¿Fue él, Anselmo? ¿Anoche tú…?
—Shhh… cariño, no digas nada, no…
—Tuve que bajar con la ropa y volver a lavarla. La camisa… Hay manchas que cuesta hacer salir a oscuras. No es culpa tuya.
—Shhh… Shhh… —seguí susurrando, acunándola lentamente mientras ella sollozaba. La piel de su oreja tenía el tacto del terciopelo al contacto con mis labios.
Yo la dejé llorar porque todas las lágrimas, incluso las que no son amargas, deben ser derramadas. Seguí haciendo aquel sonido que era como la lluvia lavando los tejados, estrellándose contra las montañas. La misma lluvia que quince días atrás. La misma lluvia. No había dejado de oirla desde que encontramos a Carolina sola en los campos, llorando. La lluvia, la misma lluvia, el sonido del mundo que se deshace. Aún hoy sigo oyéndolo.
—Shhh…
Sobre todo de noche.