—Mirad esto. Está claro, ¿no? —dijo el doctor sujetando la cabeza de Rogelio entre sus manos. Segundos antes la había tomado y despegado del borde de la bañera. Nos inclinamos los tres para ver a qué se refería. En el cabello de Rogelio, que era cano, se veían claramente los pegotes de sangre. En el borde de la bañera había también un par de manchas de sangre reseca con algunos pelos pegados—. El asesino le obligó a meterse en la bañera y una vez dentro, golpeó su cabeza contra el borde, de modo que quedó inconsciente. Así fue como pudo hacerlo él solo.
En aquel momento sonaron voces en la planta de abajo, y todos supimos que la policía, la policía de verdad, había llegado.