Capítulo 30

Cuando Katarina Bishop salió de su cuarto aquel lunes por la mañana, no esperaba que saliera el sol ni temía la lluvia. Aun así, al mirar por la ventana circular de lo alto de las escaleras, hubo algo en la nieve que le dio miedo. Nubló con su aliento el antiguo cristal mientras oía a su equipo prepararse para el difícil día de trabajo, y supo que habían llegado demasiado lejos para volverse atrás.

—¿Kat? —preguntó Hamish con una voz más aguda de lo normal.

La chica vio que le daba un codazo a Simon, que también estaba al pie de las escaleras, lo que la desconcertó. Le entró el pánico cuando Simon se volvió, la miró y dejó caer un cacharro electrónico tan caro que resultaba absurdo.

—¿Qué? —preguntó Kat.

Pero los Bagshaw seguían con la boca abierta, y Simon seguía mirándola, mientras que Hale se limitó a entrar en el vestíbulo y apoyarse en la barandilla como si acabara de hacer una apuesta arriesgada… y la hubiera ganado.

—¿Qué? —repitió Kat, apresurándose a bajar las escaleras, atravesar el vestíbulo y entrar en el comedor formal.

Los chicos la siguieron, aunque ninguno dijo nada.

—¿No se os estará yendo la olla? —preguntó, volviéndose hacia ellos—. ¡Porque no es el mejor día! —exclamó, levantando la voz y notando un cosquilleo en las manos—. ¿Qué está pasando? —chilló al fin, cuando las miradas y el silencio la superaron.

—¿A que este papel es más divertido que el de monja? —comentó Gabrielle, que entró en la habitación tranquilamente, echándole un vistazo al largo de la falda que ella misma había cosido.

—Kat…, tienes… piernas —dijo Hamish, asintiendo.

—Y tetas —añadió Angus, mirando directamente a la parte de la blusa blanca que Gabrielle había ajustado demasiado para el gusto de Kate.

—En serio, Kat —dijo Simon, acercándose—, ¿cuándo te han salido tetas?

Hamish miró a Hale y dijo, como si no hubiera quedado bastante claro:

—Las tetas son nuevas.

—¿Está relleno? —preguntó Simon, alargando la mano como si pretendiera realizar una comprobación muy científica.

—¡Oye! —exclamó Kat, apartándole la mano.

—Su padre saldrá de la cárcel un día de éstos, chicos —les advirtió Hale.

A Kat le pareció que esbozaba una sonrisita al decirlo, pero, claro, era temprano y ella estaba estresada. Además, tenía otras cosas en la cabeza, sobre todo cuando se abrió la puerta de la cocina y Nick entró recién salido de la ducha y sin inmutarse por la escena que se desarrollaba ante él.

No se quedó mirando a Kat, ni tampoco le temblaron las manos. Ni siquiera se puso nervioso ni sudó. Nada en su forma de actuar daba a entender que no fuera un día como otro cualquiera.

—¿Estás lista? —le preguntó a Kat.

¿Que si estaba lista para el trabajo más importante de su vida? ¿Que si estaba lista para terminar de una vez? ¿Que si estaba lista para ser la única ladrona de la historia que lograba sacar algo del Henley sin permiso?

—¿Lo tienes todo? —preguntó Nick.

Ella asintió y se sirvió un bollo de la bandeja de Marcus antes de dirigirse a la puerta.

—Kat —la llamó Hale.

Hamish susurró algo que sonaba sospechosamente parecido a: «¿Tú qué crees? ¿Copa C?».

Hale salió al vestíbulo y agarró a Kat del brazo para detenerla.

—Kat… —empezó a decir, pero, cuando Nick apareció detrás de ellos, se volvió y le soltó—: ¿Te importa?

La chica no le había oído nunca hablar en aquel tono, que no era ni juguetón ni asustado, así que no supo cómo interpretarlo.

Nick miró a Kat, que asintió y le dijo:

—Dame un segundo.

Kat oyó cómo Nick se alejaba por el vestíbulo, aunque no apartó ni un instante la mirada de Hale. Era como si el Henley, el equipo y su padre estuvieran a un millón de kilómetros de allí.

—Kat —repitió Hale, mirando a Nick antes de poner una mano en la pared, detrás de ella; la chica notó el calor de la mano en su hombro cuando Hale se inclinó para susurrar—: Esto me da mala espina.

—Es un poco tarde para detenerse, Hale. Como ves, ya he estrenado tetas para la ocasión, así que…

—Hablo en serio, Kat. No me fío de él.

Kat estudió la forma en que la miraba y, casi sin querer, le acarició con la punta de los dedos los lados de la camisa blanca almidonada.

—Confía en mí —respondió.

Después de decirlo, se alejó y salió al exterior, dejando que Nick la alcanzara, aunque algo hizo que se volviera.

—Diez y media —gritó a Hale, que asintió en silencio, mientras que a Kat el corazón le latía en el pecho haciendo ruido, demasiado ruido—. Te veré a las diez y media —repitió.

—No te preocupes, que allí estaré —respondió Hale, sonriendo.