El «Himno para una nueva era» (Rudd, 2004: 263) que es el Carmen Saeculare está estructurado, según el análisis de J. Vahlen (cf. Fraenkel, 1957: 369 s.) en dos grandes bloques (I-36 y 37-72), formados cada uno por tres tríadas de estrofas y rematados por una estrofa que hace de epílogo (73-76). Tal vez, con esa organización triádica, y pese a la diferencia fundamental entre el metro que emplea —la estrofa sáfica, propia de la lírica monódica— y los ritmos de la lírica coral de Píndaro, Horacio quiso aproximarse también en el plano formal al modelo del poeta tebano. La primera parte del Canto se inicia con una invocación a los dioses mellizos, Apolo y Diana (1-8). Completa la tríada la dirigida al Sol (9-12), «one of the most glorious passages in ancient poetry», según Fraenkel (1957: 371). La segunda tríada se abre con una súplica a las divinidades protectoras de la natalidad, la griega Ilitía y la romana (Juno) Lucina, para que hagan prosperar las leyes a favor del matrimonio y la familia, a fin de que cuando llegue el próximo saeculum una nueva generación de romanos pueda celebrarlo como ahora (13-24). Sigue la plegaria a las parcas, celadoras de los hados, para que aseguren el porvenir de Roma (25-28); y viene luego, siempre según el ritual establecido, la oración a la Madre Tierra para que cosechas y ganados sigan prosperando (29-32). Cierra la tercera tríada, y la primera parte del poema, una nueva invocación a Apolo y a Diana (la Luna) para que escuchen propicios a los muchachos y doncellas que interpretan el Canto (33-36). La segunda parte, con un recuerdo del pasado troyano de Roma, tan de actualidad entonces, tras la reciente publicación de la Eneida, se abre con una invocación general a los dioses que hicieron posible la existencia de la ciudad, pidiéndoles para los jóvenes virtuosas costumbres, paz y reposo para los viejos y para todo el pueblo prosperidades y honores sin cuento (37-48). Con el sacrificio de los tradicionales bueyes blancos el pueblo romano, linaje de Venus y Anquises, pide la victoria sobre quien le haga la guerra, aunque dispuesto a ser clemente con el vencido. Entretanto, por mar y tierra le sonríe el triunfo, mientras retoman las antiguas virtudes y reina la abundancia (49-60). La última tríada del bloque y del poema vuelve sobre las figuras de Apolo y Diana, con expresa referencia a sus respectivos templos en el Palatino y el Aventino, así como al colegio sacerdotal de los quindecínviros, responsable de los Juegos, y expresa la confianza en el éxito de las plegarias formuladas para la nueva era que comienza (61-72). En fin, en la estrofa-epílogo, con un «delightful touch» (Fraenkel, 1957: 378), el poeta permite a los jóvenes instruidos para cantar a Apolo y a Diana expresar en primera persona —aunque de singular colectivo— su segura esperanza de que Júpiter y los dioses todos respaldarán sus súplicas (73-76).
Febo y Diaria, señora de los bosques, ornato resplandeciente del cielo[1550]; oh dioses que siempre habéis sido y siempre seréis venerados: concedednos lo que os suplicamos en este tiem5 po sagrado, en el cual prescribieron los versos de la Sibila[1551] que escogidas doncellas y muchachos sin tacha[1552] entonaran un canto a los dioses a los que pluguieron las siete colinas[1553].
Sol nutricio[1554], que con tu carro brillante descubres el día y lo10 ocultas y renaces distinto y el mismo: ojalá no puedas ver una cosa más grande que la urbe romana.
Tú, que benévola alumbras los partos que tienen cumplido su tiempo, Ilitía, protege a las madres; o bien Lucina, o bien Ge15 nital[1555], si prefieres que así se te llame. Prolonga, oh diosa, nuestro linaje, y haz que prospere lo que decretaron los padres[1556] sobre las hembras que se han de casar, y la ley nupcial[1557], feraz en20 nuevos retoños; para que el ciclo constante de once decenas de años[1558] vuelva a traer los cantos y fiestas a las que todos asistan, a la luz del día tres veces, y en la grata noche otras tantas[1559].
25 Y vosotras, parcas[1560] veraces al presagiar lo que una vez por todas se dijo —y así lo confirme seguro el final de las cosas—: a los que ya se han cumplido añadid buenos hados.
30 Que la Tierra, abundosa en cosecha y rebaños, con una corona de espigas a Ceres obsequie[1561]; y que las aguas y brisas salubres de Júpiter hagan que crezcan sus frutos.
Guardando tus flechas, escucha benigno y sereno las súpli35 cas de los muchachos, Apolo; y escucha tú a las muchachas, oh Luna, de los astros reina bicorne[1562].
Si Roma es obra vuestra, si los escuadrones de Ilion alcanzaron la etrusca ribera[1563] —aquel bando al que se ordenó cambiar 40 de ciudad y de lares, en el viaje que le salvaría la vida; al que el casto Eneas[1564], pasando sin daño por entre las llamas de Troya y sobreviviendo a su patria, camino libre le abrió, para darle más 45 de lo que abandonaba—, oh dioses, dad a los dóciles jóvenes buenas costumbres; oh dioses, a la tranquila vejez concededle descanso, y a la gente de Rómulo dadle riquezas, estirpe y toda suerte de honores.
Y lo que, inmolando blancos bueyes[1565], os pide la noble san50 gre de Venus y Anquises, haced que lo logre, superando a quien le haga la guerra, clemente con el enemigo abatido[1566]. Ya por mar y por tierra el medo teme su brazo potente y las segures albanas[1567]; ya los escitas e indios, hasta hace poco soberbios, le pi55 den consejo[1568]. Ya osan volver la Fe, la Paz, el Honor y el Pudor de los tiempos antiguos, y la Virtud postergada; y la Abundan60 cia[1569] aparece feliz, rebosante su cuerno.
Y Febo, el augur al que adorna el arco brillante, tan grato a las nueve camenas[1570], que con saludable destreza alivia los miembros enfermos del cuerpo[1571], si las aras del Palatino[1572] con65 templa propicio, es que prolonga el poder romano y la felicidad del Lacio por un nuevo lustro[1573], y para un tiempo siempre más 70 próspero. Y la que del Aventino y del Álgido[1574] es señora, Diana, de los quince varones[1575] atiende las preces, y a los votos de los muchachos les brinda oídos amigos.
De que así siente Júpiter y todos los dioses, me llevo a casa 75 feliz y segura esperanza, yo, el coro[1576] instruido para cantar los loores de Febo y Diana.