LIBRO III

1

En la primera estrofa (vv. 1-4), que sirve de prólogo al ciclo de las seis Odas Romanas, el poeta, revestido de sacerdote de las musas, y tras ahuyentar a la masa de los no iniciados, pide un sacral silencio para los cantos nuevos que va a dedicar a la juventud de Roma.

Hasta los reyes más temibles están bajo el poder de Júpiter (5-8). Unos hombres superan a otros por su riqueza, abolengo, prestigio político o popularidad; pero el destino manda sobre grandes y pequeños (9-16). A quien tiene pendiente sobre su cabeza la espada del miedo, no lo deleitarán los manjares exquisitos ni lo harán dormir las músicas más dulces; en cambio, se duerme bien en las casas de los pobres campesinos y en las umbrías riberas que las brisas refrescan (17-24). El que no tiene ambiciones desmedidas no se angustia por los azares del mar ni por las inclemencias del tiempo que destruyen o frustran las cosechas (25-32). Las construcciones de villas fastuosas invaden el mar; pero los temores y peligros persiguen al dueño; con él navegan y con él cabalgan (33-40). Pues bien, si ni los mármoles ni las púrpuras ni los vinos exquisitos alivian al que sufre, ¿para qué proyectar mansiones suntuosas y cambiar la paz de un valle sabino por riquezas que traen consigo más preocupaciones? (41-48).

Nada quiero con el vulgo profano y lo mantengo lejos[1033]. ¡Cuidad de vuestras lenguas[1034]!; que son cantos nunca oídos los que yo, sacerdote de las musas, entono para las doncellas y los mozos[1035].

5 De los temibles reyes es el imperio sobre sus rebaños[1036], sobre los propios reyes Júpiter impera, esclarecido por su triunfo sobre los gigantes y que todo lo mueve con un gesto de sus cejas[1037].

10 Bien puede ser que un hombre en sus surcos alinee más plantones que otro; que éste baje como candidato al Campo[1038] exhibiendo más nobleza, que este otro compita con mayores virtudes y más fama y que aquél tenga una turba más grande de clientes: con la misma ley la Necesidad sortea a los que más se15 encumbran y a los más humildes; a todos los nombres da vueltas su espaciosa urna[1039].

A quien sobre la impía cerviz le pende la desnuda espada[1040], no le harán sentir su dulce sabor los manjares de Sicilia, no le20 devolverán el sueño el canto de las aves ni la cítara. El plácido sueño no aborrece las humildes casas de los hombres del campo, ni la ribera umbría, ni una Tempe que sólo los céfiros[1041] agitan.

Al que no desea sino lo que le basta, no lo inquieta el mar tu25 multuoso, ni el golpe sañudo de Arturo al ocultarse, ni el de las Cabrillas[1042] cuando surgen; tampoco las viñas que el pedrisco 30 azota, ni la tierra engañosa[1043], cuando el árbol culpa[1044] ya a las aguas, ya a los astros que los campos achicharran, ya a los inviernos inclementes.

Sienten los peces que las aguas se reducen por las moles arro35 jadas al fondo de los mares[1045]: a él se afana en echar piedra molida el contratista con sus siervos y el propietario hastiado de la tierra[1046]; mas el Temor, y con él las Amenazas, suben al mismo40 lugar que el propietario[1047]; y la negra Cuita[1048] no se va de su trirreme, de bronce guarnecida, y se le sienta a la grupa si cabalga.

Pues bien, si al que sufre no lo alivian ni la piedra frigia[1049], ni el vestir púrpuras más resplandecientes que una estrella, ni la falerna vid, ni el aquemenio costo[1050], ¿para qué he de levantar45 un alto atrio de envidiables jambas y estilo novedoso?; ¿por qué he de cambiar mi valle sabino[1051] por riquezas que traen consigo más fatigas?

2

El joven romano ha de aprender a soportar la escasez y a vivir a la intemperie, en medio de peligros, combatiendo a los partos. Que desde sus murallas, junto con su madre, lo vea luchar la hija del rey enemigo, temerosa de que su prometido, soldado bisoño, lo provoque al combate (1-12). Dulce y honrosa es la muerte del que cae luchando por su patria; el que se da a la fuga, no por ello logra salvar su vida (1316). El hombre de bien no considera un deshonor un fracaso electoral; y no asume ni deja los cargos al dictado del vulgo. El hombre de bien alcanza en los cielos la inmortalidad (17-24). También la leal discreción tiene su premio; es peligroso compartir techo o embarcación con quien haya revelado los secretos de Ceres, pues más de una vez Júpiter ha hecho caer su venganza sobre justos y pecadores; aunque tarde, en llegar, raramente el culpable se libra del castigo (25-32).

A soportar como a una amiga la pobreza angosta aprenda el mozo robusto en la milicia dura[1052]; cabalgando, temible, con su 5 lanza acose a los fogosos partos y viva a la intemperie en medio de peligros. Que cuando, desde los muros enemigos[1053], lo vean la esposa del tirano que nos hace la guerra y su hija, doncella ya 10 crecida, suspiren —¡ay!—, no vaya a ser que el regio prometido[1054], bisoño en el combate, provoque a ese león áspero al tacto[1055], al que una furia sangrienta arrebata por mitad de la matanza.

Es dulce y glorioso morir por la patria[1056]. La muerte tam15 bién alcanza al hombre que se da a la fuga, y no se apiada de las piernas ni de la espalda medrosa de una juventud cobarde[1057].

La hombría de bien[1058], que no conoce la derrota deshonrosa, brilla con honores no empañados; no toma las hachas[1059] ni las deja al arbitrio de los vientos que soplen entre el pueblo. La hom20 bría de bien, que a los que no merecen morir les abre el cielo[1060], busca marchar por el camino a otros negado y llevado por veloces alas abandona los corrillos del vulgo y la encharcada tierra[1061].

También el fiel silencio tiene una segura recompensa[1062]25 A quien divulgue el misterio de la arcana Ceres le prohibiré que esté bajo mi mismo techó y que conmigo suelte la amarra de una frágil barca[1063].. Muchas veces, desdeñado, Diéspiter[1064] ha30 juntado al hombre sin tacha y al impuro; pero al culpable, aunque vaya por delante, raramente lo deja escapar, pese a la cojera de su pie, la Pena[1065].

3

Al varón justo y de carácter firme no lo asustan amenazas ni peligros (1-8). Con semejante temple lograron la apoteosis Pólux y Hércules, a los que se va a sumar Augusto; lo mismo hizo Baco y también Rómulo, después de que Juno hablara de esta manera a la asamblea de los dioses (9-18): Paris y Helena habían llevado a la ruina a Troya. Concluida la guerra, ella estaba dispuesta a olvidar sus odios, a perdonarle a Marte que le hubiera dado un nieto —Rómulo— nacido de una mujer de origen troyano, y a permitir que éste pasara a contarse entre los dioses (18-36). Pero todo ello bajo ciertas condiciones: mientras el mar separara a Troya de Roma y el solar de aquélla siguiera siendo un despoblado, el estado romano podría dominar el resto del mundo (37-48); despreciando las riquezas escondidas bajo tierra, podría lanzarse a explorar los confines del mundo (49-56). Ahora bien, los romanos no debían intentar la reconstrucción de Troya (57-60); pues la suerte de la ciudad se repetiría y la propia diosa guiaría a las tropas enemigas en el ataque (61-68).

Pero en esto, el poeta se percata de que está volando demasiado alto, y advierte a su musa que no trivialice los asuntos épicos tratándolos en un poema lírico (69-72).

Al hombre justo y tenaz en su designio, ni el furor de los ciudadanos que le piden que obre mal[1066], ni el rostro del tirano amenazante lo mueven a abdicar de su entereza; ni el viento austro, que turbulento impera en el Adriático revuelto, ni la 5 enorme mano de Júpiter lanzando rayos. Si el mundo en pedazos se desploma, sobre él caerán sin asustarlo sus ruinas[1067].

Merced a ese talante alcanzaron las ígneas ciudadelas Pó10 lux[1068] y el errante Hércules[1069], recostado entre los cuales Augusto beberá el néctar con purpúreos labios[1070]. Así mereciste tú, padre Baco, que tus tigres te llevaran[1071] tirando del yugo con su15 cerviz indómita; así Quirino[1072], con los corceles de Marte, escapó del Aqueronte, una vez que Juno[1073] dirigió gratas palabras a los dioses reunidos en consejo:

20 «¡Ilión, Ilión!, el juez fatal e impuro y la mujer extranjera[1074] la han reducido a polvo; desde que a los dioses dejó sin el pago convenido Laomedonte[1075], por mí y por la casta Minerva[1076] condenada, con su pueblo y su caudillo, autor del fraude.

25» Ya no deslumbra el infame huésped a la adúltera laconia[1077], ni la casa de Príamo, perjura, quebranta a los aqueos be30 licosos valiéndose de Héctor[1078]; y se ha acabado la guerra que nuestras querellas alargaron[1079]. En adelante, le haré gracia a Marte de mis iras violentas y del odiado nieto que la sacerdotisa troyana me ha parido[1080]. Dejaré que penetre en las moradas 35 relucientes, que conozca los jugos del néctar, y que se lo incluya en las filas apacibles de los dioses.

»Mientras un largo mar se enfurezca separando Ilion y Roma, reinen felices los desterrados[1081] en la tierra que les plazca. Mientras en las tumbas de Príamo y de París retocen los ga40 nados, y las fieras oculten sin peligro a sus cachorros, álcese refulgente el Capitolio[1082], y pueda la aguerrida Roma dictar sus leyes a los medos[1083], por su triunfo sometidos. Que, por doquier45 temida, extienda su nombre hasta los últimos confines, por donde las aguas interpuestas separan de Europa al africano, por donde riega los campos el Nilo desbordado[1084].

»Más valerosa para despreciar el oro no encontrado —que mejor está así, oculto bajo tierra—, que para arramblar, con50 mano rapaz, con todo lo sagrado para uso de los hombres[1085], cualquiera que sea el límite que el mundo tenga, ha de alcanzarlo con sus armas, en su ansia de ver por qué parte los fuegos55 se desatan, por cuál las nieblas y el rocío de las lluvias[1086].

»Mas estos hados les anuncio a los quirites belicosos con una condición: que, piadosos en exceso y en su suerte confia60 dos, no pretendan rehacer las moradas de la Troya que fue de sus abuelos[1087]. La suerte de una Troya renacida con funesto augurio será otra vez la misma, y será lastimosa su ruina; pues seré yo quien guíe las tropas vencedoras, yo, la esposa de Júpi65 ter, al tiempo que su hermana[1088]. Si tres veces, y de bronce construida, por gracia de Febo[1089] resurge su muralla, tres veces perecerá por mis argivos[1090] rota, tres veces llorará la esposa cautiva a su marido y a sus niños».

70 Esto no le va a cuadrar a mi jocosa lira. ¿A dónde quieres ir tú, musa mía? Deja de empeñarte en repetir conversaciones de los dioses y de empequeñecer lo grande con menguados sones[1091].

4

Al inicio de esta oda, «encomio de las musas y del espíritu músico» (Syndikus), el poeta pide a Calíope que baje del cielo y entone un largo canto. Al momento se le figura que oye su voz y que anda errante por los bosques sagrados (1-8). Rememora entonces un prodigio de su infancia: el de las palomas que lo habían arropado con frondas de mirto y de laurel cuando, fatigado por el juego, se había quedado dormido a la intemperie, para admiración de todas las tierras circundantes (9-20). A dondequiera que el poeta vaya, irá con el patrocinio de las musas, que ya lo habían salvado en la derrota de Filipos y en el naufragio del cabo Palinuro; si ellas lo acompañan, no dudará en marchar hasta los más remotos confines del imperio. Las musas brindan solaz a César, una vez que su victoria le permite un descanso, y disfrutan aconsejándole clemencia (21-42). Horacio recuerda luego la victoria de Júpiter, ayudado por otros dioses y héroes, sobre las varias estirpes monstruosas que habían querido asaltar el Olimpo: titanes, hecatonquires, Alóadas y gigantes (42-64). La violencia irracional se destruye a sí misma, según demuestran los ejemplos de Giges y de Orión; el de la Tierra, doliéndose por sus hijos derrotados, y de Ticio y Pirítoo, condenados a eternos tormentos (65-80).

¡Vamos!: baja del cielo y entona con la flauta un largo canto, reina Calíope[1092]; o, si es lo que ahora quieres, con tu aguda voz o con las cuerdas de la cítara de Febo.

¿La oís también vosotros o me engaña a mí una locura deli5 ciosa? Me parece oírla, y que errante voy por los sagrados bosques, por los que amenas corren las aguas y las brisas.

A mí, siendo niño, en el ápulo Vúlture[1093], ante la casa de mi10 nodriza Pulia[1094], cuando estaba fatigado por el juego y por el sueño, unas palomas fabulosas[1095] con hojas nuevas me cubrie15 ron; para que cuantos habitan el alto nido de Aceruncia y los sotos de Banda, y el fértil campo de Forento[1096], allá en lo bajo, admiraran el prodigio de cómo dormía con mi cuerpo a resguardo de las víboras negras y los osos; de cómo me tapaban el sagrado laurel y el mirto[1097] con él amontonado, a mí, niño valiente, aunque no sin la ayuda de los dioses.

20 Vuestro soy, camenas[1098], vuestro; ya suba a las altas tierras que habitan los sabinos, ya me apetezca la frescura de Preneste, o Tíbur, recostado en su pendiente, o Bayas, la de las 25 aguas cristalinas[1099]. Amigo de las fuentes y las danzas vuestras [1100], no acabó conmigo la desbandada de la tropa de Filipos, no aquel árbol maldito, ni el Palinuro en las olas de Sicilia[1101]. Siempre que conmigo estéis vosotras, marinero de buen30 grado, tentaré al Bosforo furioso y, echándome al camino, las ardientes arenas de la costa asiría[1102]; incólume iré a ver a los britanos[1103], frente al extranjero tan hostiles, y al cóncano, que goza con la sangre de caballo[1104]; iré a ver a los gelonos, que35 se atavían con la aljaba, y el río de la Escitia[1105].

Vosotras[1106] al sublime César, tan pronto como ha acuartelado en las ciudades sus cohortes, cansadas de la guerra, y busca 40 poner coto a sus fatigas, en la gruta de Pieria[1107] le brindáis reposo. Vosotras, protectoras, le dais clemente consejo y os gozáis de dárselo.

Ya sabemos[1108] cómo a los impíos titanes y a su tremenda 45 turba derribó, dejando caer su rayo, el que la tierra inerte y el ventoso mar gobierna, y rige él solo las ciudades y los reinos tristes, a los dioses y a las huestes mortales con su justo imperio[1109]. Grave amenaza había lanzado contra Júpiter aquella ju50 ventud confiada en tantos brazos que salían de sus cuerpos[1110], y los hermanos que querían montar el Pello sobre el umbroso Olimpo[1111]. ¿Mas, qué iban a poder Tifeo[1112] y el forzudo Mimante, o qué Porfirión, amenazando con su gesto; qué Reto y Encélado55[1113], el que audaz arrojaba troncos descuajados, lanzándose contra la resonante égida de Palas[1114]? De este lado[1115] se puso el ávido Vulcano, de este lado, la señora Juno, y el que nunca se 60 ha de quitar el arco de los hombros, el que en el agua pura de Castalia[1116] lava sus cabellos sueltos; el que reina en los matorrales de Licia[1117] y en su bosque natal, Apolo Delio y Patareo[1118].

65 La fuerza sin la razón por su propio peso se derrumba; la fuerza ponderada la llevan a más los propios dioses; pero detestan la que está decidida a cualquier crimen. Giges[1119], el de las 70 cien manos, testigo es de mis sentencias, y el famoso violador de la casta Diana, Orion[1120], domado por una saeta de la virgen.

Duélese la Tierra[1121] de verse arrojada sobre monstruos que 75 eran suyos, y llora a sus hijos enviados por el rayo al Orco pálido. No ha devorado el imparable fuego al Etna[1122], que se le echó encima, ni ha abandonado el hígado del incontinente Ticio[1123] el 80 ave que se le puso como esbirro de su infamia; y al mujeriego Pirítoo[1124] trescientas cadenas lo sujetan.

5

Júpiter reina en el cielo con la fuerza de su rayo; Augusto será tenido por un dios entre los hombres cuando someta a los britanos y a los persas (1-4). Los soldados de Craso prisioneros de los partos han envejecido en infamante cautiverio, olvidados de Roma y sus costumbres (5-12). Eso es lo que quiso prevenir Atilio Régulo, prisionero de los cartagineses, al oponerse a un trato deshonroso con el enemigo, que habría librado a unos jóvenes cobardes, vencidos sin lucha, de un cautiverio que soportaban con toda sumisión (13-24). En efecto, sabía que para nada valdrían unos soldados rescatados por dinero; que no recuperan el valor perdido los que por miedo se rinden al enemigo (2540). Dicho esto, y tras declinar los gestos de cariño de los suyos, Régulo se quedó, mirada en tierra, esperando a que los senadores se dejaran convencer por su insólita propuesta; y luego volvió sin tardanza a su prisión. Sabía que allí le esperaban los tormentos y la muerte; pero se fue sin hacer caso de quienes querían retenerlo, como si marchara a ocuparse de sus fincas, tras atender a sus compromisos judiciales (41-56).

Teníamos por cierto que en el cielo reina Júpiter tonante; mas por un dios presente entre nosotros será tenido Augusto, cuando al imperio haya añadido a los britanos y a los duros persas.

¿Es que el soldado de Craso[1125] ha vivido —envilecido es5 poso— con una mujer bárbara, y —¡oh subversión de la Curia[1126] y las costumbres!— han envejecido bajo las armas de unos suegros enemigos, sometidos a un rey medo, el marso y el ápulo, olvidados de los anciles[1127], de su nombre, de la toga y10 de la eterna Vesta, mientras están incólumes Júpiter y la ciudad de Roma?

Esto es lo que había tratado de evitar el previsor espíritu de 15 Régulo[1128], al disentir de unos pactos vergonzosos y de un ejemplo que traía la perdición para el futuro, si una juventud indigna de piedad no perecía en cautiverio: «Yo he visto —dijo— 20 clavadas en los templos de los púnicos enseñas y armas que a nuestros soldados les fueron arrebatadas sin matanza; yo he visto a ciudadanos con los brazos atados a su espalda de hombres libres[1129]; y las puertas no cerradas, y los campos que 25 nuestro Marte devastara de nuevo cultivados[1130]. ¡Pues sí que el soldado rescatado a peso de oro va a volver más valeroso!; a la infamia sumáis vosotros el quebranto[1131]. Ni recobra los colores que ha perdido la lana tratada con el tinte, ni el coraje 30 verdadero, una vez que se ha quebrado, se cuida de renacer en los cobardes. Si lucha la cierva que se ha librado de las tupidas redes[1132], entonces será valiente aquel que se ha entregado al enemigo traicionero, y con un nuevo Marte[1133] aplastará a los púnicos el que aguantó sin hacer nada las correas que sus bra35 zos amarraban y tuvo miedo ante la muerte. Ése, al no saber cómo salvar su vida, mezcló la paz con la guerra[1134]. ¡Oh vergüenza, oh gran Cartago, sobre las infamantes ruinas de Italia40 enaltecida!».

Se cuenta[1135] que el beso de su casta esposa y a sus hijos pequeños los apartó de sí, como ciudadano decaído en sus derechos[1136]; y que, torvo, clavó en tierra su varonil mirada, hasta que dio fuerzas a los padres vacilantes[1137] con la autoridad de un45 consejo nunca dado[1138]; y pasando por medio de sus amigos tristes, se fue sin más tardanza aquel egregio desterrado. Y eso que sabía lo que el bárbaro torturador le preparaba[1139]; pero apartó a50 sus allegados que al paso le salían, y al pueblo, que demoraba su regreso, no de otro modo que si, sentenciado un pleito, dejara los asuntos sin fin de sus clientes, para marchar a los campos55 de Venafro o al lacedemonio Tarento[1140].

6

Los romanos van a pagar la negligencia de sus mayores, que ha dejado que se arruinen los templos de los dioses. Éstos, principio y fin de todas las cosas, son los que le han dado a Roma el imperio sobre el orbe; pero ya varias veces se han quejado de que no se les rinda el debido culto permitiendo la amenaza de pueblos extranjeros (1-16). Todo el mal arranca de la corrupción en el seno de las familias: las jóvenes sólo piensan en morbosas danzas y en torpes amorfos; y, ya casadas, llegan a prostituirse a la vista de todos y con la complicidad de sus maridos (17-32). No venían de tales matrimonios los recios soldados que habían hecho grande a Roma, los vencedores de Pirro, Aníbal y Antíoco; antes bien, eran rudos campesinos acostumbrados a la disciplina familiar y a trabajar de sol a sol (33-44).Todas las cosas degeneran con el tiempo: ya nuestros padres fueron peores que los suyos y nuestros hijos serán peores que nosotros (45-48).

La última de las Odas Romanas, tal vez la primera que se escribió, en el año 28 a. C., tiene un tono, y sobre todo una conclusión, marcadamente pesimistas, afines a los del Epodo 16 (cf. Fraenkel, 1957: 285 ss.) y en neto contraste con el ambiente de euforia regeneracionista que se supone que imperaba en Roma aquellos días.

La incuria de tus mayores, aunque sin culpa, has de pagarla tú, romano, hasta que reconstruyas los templos y santuarios de los dioses en ruinas y sus imágenes que el humo negro mancha[1141]. Tú tienes el imperio porque como inferior a los dioses te5 comportas; tenlos en cuenta en todo cuanto emprendas y atribúyeles también los resultados[1142]. Los dioses desatendidos le han hecho mucho mal a la enlutada Hesperia[1143]: ya dos veces Moneses y el ejército de Pácoro[1144] han quebrantado nuestras10 ofensivas, que con los auspicios no contaban[1145]; y brillan de contento porque han juntado nuestros despojos a sus meguados torques[1146]. Casi acabaron con la Urbe, presa de sediciones, el dacio y el etíope[1147], temido éste por su flota, más diestro aquél15 para lanzar saetas.

Unas generaciones fecundas en pecados empezaron por mancillar sus matrimonios, sus linajes y sus casas; y la perdición derivada de esa fuente desbordó sobre la patria y sobre el 20 pueblo. La muchacha precoz goza aprendiendo bailes jonios[1148]; ya desde ahora a las malas artes se va haciendo y en impuros 25 amores piensa desde edad temprana. Busca luego amantes entre los más jóvenes, mientras se da al vino su marido; y no anda escogiendo a quien brindar a toda prisa los prohibidos goces tan 30 pronto como las luces se retiren; antes bien, delante de todos se levanta —no sin que el marido lo sepa—, si la llama el encargado de un negocio o un patrón de nave hispana, rumboso comprador de su deshonra[1149].

No fue una juventud nacida de padres semejantes la que de 35 sangre púnica tiñó las aguas, y a Pirro abatió y al gran Antíoco y a Aníbal[1150], tan terrible; no: fue una casta viril de rústicos soldados, ducha en voltear la tierra con sabélicas azadas[1151] y en aca40 rrear leños cortados al gusto de la severa madre, cuando el sol mudaba las sombras de los montes y les quitaba el yugo a los cansados bueyes, trayendo una hora bienvenida al irse con su carro[1152].

¿Qué cosa hay que no estropee el paso dañino de los días?45 La generación de nuestros padres, peores que nuestros abuelos, nos engendró a nosotros todavía más malvados, y que pronto daremos una estirpe aún más viciosa[1153].

7

Asterie no debe llorar tanto por su querido Giges, al que el tiempo invernal retiene allende el Adriático, pues la primavera se lo devolverá, y rico por las mercancías que traerá del Oriente; además, también él llora en sus noches solitarias (1-8). Ello a pesar de que Cloe, su posadera, no deja de mandarle recados tentadores, con historias de amantes fieles, pero desdichados (9-20). De nada le valdrán ante la integridad del mozo; pero Asterie, por su parte, debe tener cuidado de no prendarse demasiado de Enipeo, aunque no haya jinete ni nadador que se le pueda comparar. Lo que ella debe hacer es cerrar su casa al anochecer y no hacer caso de las serenatas y requiebros del pretendiente (21-32).

¿Por qué lloras, Asterie[1154], por aquel que los favonios[1155] radiantes te han de devolver al despuntar la primavera, enriquecido por el comercio con la Tinia[1156], por ese muchacho de fideli5 dad sin quiebra que es tu Giges[1157]? Él, hacia Órico[1158] empujado por los notos, tras salir las locas estrellas de la Cabra[1159], pasa las frías noches en vela, y no sin muchas lágrimas. Y eso que un 10 mensajero de su solícita anfitriona, diciéndole que Cloe[1160] suspira y que la pobre en tus mismos fuegos se consume, astuto lo tienta de mil modos. Le cuenta cómo al crédulo Preto una pérfida mujer, con acusaciones falsas, lo empujó a urdir la muerte 15 de Belerofontes, casto en demasía; le cuenta que Peleo casi fue a parar al Tártaro por huir, recatado, de la magnesia Hipólita[1161]; 20 y falaz le recuerda otras historias que a claudicar enseñan. En vano, pues más sordo que las peñas de Ícaros[1162], oye sus palabras sin dejarse corromper hasta el presente. Eso sí, cuida de 25 que Enipeo[1163], tu vecino, no te guste a ti más de lo justo, aunque otro más diestro en manejar el caballo sobre el césped del Campo de Marte no se vea, ni quien nade más veloz en el cauce del toscano río[1164]. Cierra tu casa al caer la noche, y a la calle no te30 asomes al canto quejoso de la flauta[1165]; y por muchas veces que te llame dura, tú mantente inaccesible.

8

Mecenas se extraña de que el solterón Horacio ofrezca un sacrificio en el día de las Matronales, fiesta familiar por excelencia. Es el sacrificio que el poeta debe a Baco, en el aniversario de la ocasión en que el dios lo había salvado de morir aplastado por el malhadado árbol de la oda II 13 (1-8). Para ese día tiene guardado un vino de reserva, con el que invita a su amigo a beber hasta el alba (9-16). Mecenas debe, pues, olvidarse de sus preocupaciones políticas (y por lo demás, llegan buenas noticias de todos los frentes de guerra); sin pensar en lo que inquieta a los romanos, como un ciudadano de a pie, puede disfrutar de las alegrías del momento (17-28).

Qué hace un soltero como yo en las calendas de marzo[1166]; qué significan las flores y la naveta que rebosa de incienso, y las brasas puestas sobre el césped vivo[1167]: todo eso te preguntas 5 extrañado tú, que eres ducho en las letras de una y otra lengua[1168]. Es que un sabroso festín y un cabrón blanco había prometido a Líber, después de que la caída de aquel árbol[1169] a punto estuviera de valerme un funeral.

10 Este día de fiesta, al dar la vuelta el año, le quitará el corcho pegado con pez a un ánfora que aprendió a beber el humo cuando era cónsul Tulo[1170]; tómate, Mecenas, cien copas a cuenta del 15 amigo que salvó su vida, y los candiles en vela déjalos que luzcan hasta el alba; lejos estén de aquí todos los gritos y las iras. Olvida los públicos desvelos que la Ciudad te causa[1171]: ha caí20 do el ejército del dacio Cotisón[1172], el medo hostil se enfrenta a sí mismo en luctuosas guerras[1173]; sometido está el viejo enemigo del confín hispano, el cántabro, por tardía cadena al fin domado[1174]; ya los escitas, distendido el arco, piensan en retirarse 25 de sus llanos. Sin cuidarte de si algún mal aqueja al pueblo, como un ciudadano más, no te preocupes en exceso y gozoso toma los dones de la presente hora; deja a un lado los graves pensamientos.

9

En esta oda el poeta y Lidia, un antiguo amor, entonan un canto amebeo, es decir alternado. Empieza él por asegurarle que hasta que ella prefirió a otro más joven, fue el hombre más feliz del mundo (1-4). También ella fue dichosa —le responde Lidia— mientras no se vio pospuesta a Cloe (5-8). Reconoce él que, en efecto, está subyugado por la encantadora tracia, por la que daría su vida (9-12). Lidia descubre entonces el nombre de su joven amante, Cálais, por el que tampoco dudaría en morir (13-16). El poeta insinúa entonces la posibilidad de una vuelta al viejo amor (17-20). Lidia, no sin reprocharle su frivolidad y mal carácter, le confiesa que a su lado quiere vivir y morir (21-24).

—Mientras fui yo el que te gustaba y ningún mozo preferido por ti te echaba los brazos en torno al blanco cuello, estuve en lo más alto, más feliz que el rey de Persia[1175].

—«Mientras tú no ardiste más por otra, ni estaba Lidia5 por detrás de Cloe[1176], yo, la renombrada Lidia, estuve en lo más alto, más famosa que Ilia[1177] la romana».

—Ahora reina sobre mí la tracia Cloe, experta en dulces 10 melodías y que sabe de la cítara; por ella no temeré yo morir, si los hados se apiadan de mi alma[1178], salvándole la vida.

—«A mí me quema con correspondida antorcha Cálais, el hijo de Omito el de Turios[1179]: por él dos veces consentiré en mo15 rir si los hados se apiadan de su alma, salvándole la vida».

—¿Y si vuelve otra vez la antigua Venus y a los que están separados los junta con su broncíneo yugo[1180]? ¿Y si a la rubia 20 Cloe me la quito yo de encima y se le abre la puerta a la desdeñada Lidia?

—«Aunque él[1181] es más bello que una estrella, tú más liviano que el corcho y más iracundo que el Adriático temible, quisiera vivir contigo, contigo a gusto moriría».

10

Si fuera una mujer bárbara, Lice sentiría pena de dejar al poeta a la intemperie en una noche invernal; pero eso es lo que ha hecho, sin que le importe que soplen los cierzos y se hiele la nieve (1-8). Esa altivez no es grata a Venus y tal vez acabe volviéndose contra ella. Además, tampoco puede permitirse dárselas de Penélope, cuando menos porque su padre era un etrusco (9-12). Si no la conmueven regalos ni megos, ni la piedad por sus amantes, ni la pasión de su marido por una cortesana, Lice debe tener presente, al menos, que el poeta no va a pasarse la vida mojándose a su puerta (13-20).

Aun si bebieras en las aguas del remoto Tánais[1182], con un hombre salvaje desposada, llorarías, Lice[1183], al dejarme tirado ante tus puertas ásperas[1184], a merced de los aquilones que aquella tierra habitan. ¿Oyes con qué estrépito la puerta, con qué es5 trépito el bosque plantado dentro de tu bella casa mugen respondiendo al viento, y ves cómo las nieves que han caído las convierte Júpiter en hielo bajo el cielo puro en el que reina?

Deja esa altivez que en nada place a Venus, no sea que se10 vaya la maroma al correr marcha atrás el cabrestante[1185]. No te engendró a ti un padre etrusco para ser una Penélope[1186], inaccesible a pretendientes. ¡Ay!, aunque ni los regalos ni los ruegos, ni la palidez de tus enamorados, teñida de violeta, te dobleguen, ni un esposo herido de amor por una cortesana de Pieria[1187], ten15 piedad de quienes te suplican; tú, que no eres más blanda que la recia encina ni de alma más clemente que las serpientes moras[1188]. Estas costillas mías no van a aguantar siempre tu umbral 20 y el agua que les cae del cielo.

11

De «broma frívola» calificó Pasquali (1966: 144) esta oda, en la que elementos de carácter solemne, como el exordio hímnico y la recreación de un gran mito, están al servicio de un banal intento de seducir, o al menos de ablandar, a una muchacha esquiva. Ante todo tenemos una invocación a Mercurio y a la lira por él inventada para que entonen un canto capaz de atraer a la arisca Lide (1-I2). Viene luego una aretalogía o encomio de las virtudes del divino instrumento, centrada en su capacidad para amansar al can Cerbero, guardián de los infiernos, y para distraer y aliviar de sus suplicios a los grandes condenados y, en particular, a las Danaides (13-24). El poeta alecciona a Lide para que no siga el ejemplo de aquellas muchachas, condenadas a eternos trabajos por su crueldad con sus maridos (25-32). De Jas cincuenta hermanas, sólo una, Hipermestra, había desobedecido la orden paterna de hacer de aquella noche de bodas una carnicería: movida a compasión, despertó a Linceo y lo instó a que huyera, sin importarle que su padre castigara su clemencia y sin pedir a su efímero esposo otra cosa que un epitafio que conservara su memoria (33-52).

Mercurio —pues enseñado por ti Anfión[1189] movió cantando los dóciles sillares—, y tú, tortuga[1190], que eres hábil en hacer 5 resonar las siete cuerdas, en un tiempo ni elocuente ni estimada, y ahora bienvenida en las mesas de los ricos y en los templos: entonad melodías a las que la terca Lide[1191] preste oído; ella, que como una jaca[1192] de tres años retoza saltando por el campo10 abierto y teme que la toquen, sin saber de la coyunda y aún no madura para un esposo apasionado.

[1193] eres capaz de llevarte contigo a los tigres y a los bosques, y de detener los raudos ríos. A tus halagos cedió el que15 guarda la puerta de la mansión temible[1194], [Cerbero[1195], aunque cien culebras guarnecen su cabeza, tal cual la de las Furias, y negro aliento y ponzoña manan de su boca de tres lenguas]. 20 Más aún: Ixión y Ticio[1196] con gesto involuntario sonrieron; y seco por un momento se les quedó el cántaro, mientras con grato son a las hijas de Dánao[1197] cautivabas.

25 Que oiga Lide el crimen de aquellas doncellas y el castigo tan famoso: la tinaja vacía del agua que se perdía por su fondo y los tardíos hados[1198] que incluso en el reino del Orco aguardan 30 a las culpas. Impías —pues ¿qué mayor crimen cometer pudieron?—, impías, sí, fueron capaces de acabar con sus esposos empuñando el duro hierro. De entre tantas, sólo una[1199], digna de 35 la nupcial antorcha, al perjuro padre engañó cubriéndose de gloria, doncella esclarecida por los siglos todos; la que a su joven desposado[1200] dijo: «Levántate, levántate, no sea que de 40 donde no lo temes te venga un largo sueño; burla a tu suegro y a mis hermanas, criminales, que, como leonas que sobre temeros han caído, —¡ay!— están lacerando cada cual al suyo. Yo, 45 más blanda que ellas, ni te heriré ni te tendré encerrado. Cárgueme mi padre de cadenas crueles porque, clemente, tuve pena de mi pobre esposo, o que embarcada me relegue a las tierras de los númidas[1201] remotos. Tú vete a donde tus pies y los 50 vientos te arrebaten, mientras la noche y Venus te protegen; vete en buena hora y en mi tumba graba un lamento que guarde mi recuerdo».

12

Esta oda probablemente tomaba pie en una de Alceo (fr. 10 Lobel-Page), también escrita en el poco frecuente metro jonio. No hay acuerdo sobre si es el poeta quien interpela a Neobula, o si más bien pone toda la reflexión, a modo de soliloquio, en boca de la propia joven. El caso es que ésta no disfruta del amor ni disipa sus penas con el vino por temor a lo que digan en su casa (1-3). Además, Cupido no le deja prestar atención a sus tareas domésticas, pues la tiene obsesionada con la belleza de Hebro (4-6). Y es que el muchacho no tiene rival como jinete, como nadador, como púgil y como corredor (7-10). Por si ello fuera poco, es un afamado cazador (10-13).

Es propio de muchachas desgraciadas el no jugar al amor y no lavar las penas con el dulce vino, o quedarse sin aliento por miedo a los azotes de la lengua de su tío[1202].

A ti te roba el cesto de la lana[1203] el hijo alado de la diosa de Citera[1204]; te roba, Neobula[1205], los tejidos y los afanes de Miner5 va[1206] la industriosa el resplandor de Hebro el lipareo[1207], cuando en las ondas tiberinas baña sus hombros aceitados[1208]. Mejor jinete que Belerofontes[1209] mismo e invicto por sus puños y sus 10 pies ligeros, también es ducho en alancear venados acosando por campo abierto a la manada, y rápido para recibir al jabalí que en el tupido matorral se esconde.

13

En esta breve y famosa joya de su lírica, canta Horacio a la cristalina fuente de Bandusia, a la que promete, entre otras ofrendas, la de un cabrito (1-8). Sus deliciosas aguas conservan su frescor en los rigores del verano, brindando refrigerio a los ganados (9-12). El poeta, con su himno, logrará que la de Bandusia llegue a contarse entre las fuentes famosas de la Antigüedad (13-16).

¡Oh fuente de Bandusia[1210], más reluciente que el vidrio, digna de dulce vino puro y no sin flores[1211]!: mañana se te ofrendará un cabrito al que su frente, hinchada por los cuernos que des5 puntan, ya le augura amores y combates… En vano será, pues con su roja sangre ha de teñir tus gélidas corrientes esa cría de una manada retozona.

A ti no logra tocarte la estación atroz de la canícula encen10 dida[1212]; tú das amable fresco a los bueyes cansados del arado y al ganado errante.

También tú te contarás entre las fuentes renombradas[1213], una vez que yo cante a la encina que se yergue sobre las huecas pe15 ñas de las que brotan locuaces tus aguas.

14

Augusto, al que algunos incluso suponían muerto, vuelve de Hispania, victorioso como un nuevo Hércules (1-4). Salen a recibirlo su esposa y su hermana, y las madres de los jóvenes y doncellas que le deben la vida; entretanto, los muchachos y las jóvenes casadas guardan reverencial silencio (5-12). El poeta quiere celebrar ese gran día, que lo libra de inquietudes y garantiza a Roma su seguridad (13-16). Por ello manda a su esclavo a por perfumes, coronas de flores y vino añejo; y también a decirle a la cortesana Neera, la de la hermosa voz, que se arregle y venga a amenizar la fiesta; eso, si no le impide el paso su portero. En efecto, el poeta, ya maduro, no tiene los ardores que veinte años atrás le hubieran impedido tolerar tal afrenta (17-28).

Aquel del cual aún hace poco se decía, oh pueblo, que había ido a ganarse los laureles al precio de la muerte, el César, a la manera de Hércules[1214] retoma victorioso del confín de Hispania a sus penates[1215].

5 Sálgale al encuentro la mujer gozosa de tener ese marido incomparable[1216], tras hacer los sacrificios que son justos, y la hermana del caudillo esclarecido[1217]; y, ataviadas con ínfulas 10 de súplica[1218], las madres de las doncellas y los mozos que acaban de salvar sus vidas. Vosotros, muchachos, y las mozas que ya sabéis lo que es un hombre[1219], guardaos de palabras ominosas[1220].

Este día, para mí en verdad de fiesta, ahuyentará las negras penas; no temeré yo sediciones ni una muerte violenta, mientras 15 sobre el mundo mande César.

Ve, muchacho, y busca perfumes y coronas[1221], y un jarro que recuerde la guerra de los marsos, si es que hubo manera de que un ánfora escapara a las correrías de Espártaco[1222]. Y ade20 más dile a Neera[1223], la de la voz cantarina, que se dé prisa a recoger su pelo perfumado de mirra con un lazo[1224]; y si un porte25 ro odioso[1225] te detiene, vete. La canas que apuntan en mi pelo calman mis impulsos, antes ansiosos de querellas y vehemente riña; no hubiera soportado yo tal cosa en el calor de mi juventud, cuando era cónsul Planeo[1226].

15

La invectiva contra las viejas libidinosas, ya practicada por Horacio en sus Epodos 8 y 12, con la crudeza típica del yambo, recurre en tonos más discretos en la Oda I 25 y en ésta. El poeta aconseja a la destinataria que controle sus excesos y que, teniendo ya un pie en la tumba (véase Nisbet-Rudd), deje de andar en fiestas propias de muchachas (1-6). En efecto, lo que le cuadra a su hija ya no le cuadra a ella: andar enloquecida tras los mozos y retozar con ellos como una bestezuela (7-12). Lo propio de una vieja como ella es hilar y tejer, no las fiestas, músicas y copas (13-16).

Tú, mujer del pobre Íbico[1227], pon coto de una vez a tus desmadres y a esos afanes tan mal vistos. Tú, que más cerca estás de un funeral —y no precisamente prematuro[1228]—, deja de jugar5 entre las mozas y de esparcir nieblas sobre las estrellas relucientes. No porque algo le siente bien a Fóloe también a ti te cuadra, Cloris[1229]. Con mejor derecho asalta tu hija las casas de los mozos, como una Tíade[1230] a la que el son del pandero excita. A ella10 la obliga su pasión por Noto[1231] a retozar como una corza en celo; pero a ti lo que te va son las lanas esquiladas junto a la célebre Lucelia[1232], no las cítaras ni la flor purpúrea de la rosa, ni vieja15 como eres los jarros hasta las heces apurados.

16

Júpiter se transformó en oro para burlar el encierro de la hermosa Dánae (1-8). Y es que el oro se abre camino por doquier, forzando puertas y sometiendo voluntades (9-16). Sin embargo, la riqueza provoca la inquietud y el ansia de más bienes, y por ello el poeta advierte a su amigo Mecenas que prefiere no encumbrarse demasiado (17-20). Cuantas más cosas uno se niega a sí mismo, tantas más le darán los dioses. Más honra proporciona tener poco y no estar apegado a ello que poseer tiernas inmensas; más felicidad garantiza una propiedad pequeña que el ser dueño de la provincia de África (21-32). Las posesiones de Horacio no son grandes, pero vive desahogadamente; y si más quisiera, podría contar con su generoso amigo. Sin embargo, la mejor manera de aumentar sus rentas será controlar sus caprichos; pues a quien mucho pide mucho le falta. Bastante bien vive el que tiene lo necesario (33-44).

A Dánae, recluida en su broncínea torre, las puertas de roble y las siniestras guardias de perros siempre en vela bien a salvo 5 la tenían de amantes nocherniegos, si de Acristo[1233], timorato guardián de la doncella oculta, no se hubieran reído Júpiter y Venus; pues sabían que el dios tendría fácil y seguro acceso una vez que en moneda de pago se hubiera convertido[1234].

De pasar por entre los esbirros gusta el oro y de abrirse ca10 mino entre las piedras, más potente que el golpear del rayo. Cayó la casa del augur de Argos[1235], hundida en el desastre por el afán de lucro; forzó las puertas de sus ciudades y les socavó el terreno a sus regios adversarios el hombre de Macedonia[1236] por15 medio de presentes; los presentes cogen en su lazo a los fieros capitanes de navíos[1237].

Al dinero que crece lo siguen la inquietud y el hambre de aumentarlo; con razón me horroriza alzar la testa de modo que se vea desde lejos, oh Mecenas, orgullo de los caballeros.20

Cuanto más cada cual a sí se niegue, tanto más ha de llevarse de los dioses. Yo, desnudo, me paso al campo de los que nada ansían y, tránsfuga, ardo por dejar el partido de los ricos; dueño de un patrimonio que desprecio, soy más opulento que25 si de mí se dijera que cuanto ara el ápulo[1238] incansable lo escondo en mis graneros, pobre en medio de riquezas grandes. Un arroyo de agua pura, un bosque de no muchas yugadas y la30 segura lealtad de mis cosechas[1239], no sabe el que resplandece en el imperio de la fértil África que suponen una suerte más dichosa[1240]. Aunque no me dan sus mieles las abejas calabresas, 35 ni mi Baco languidece en lestrigonias ánforas, ni medran para mí pingües vellones en los pastizales galos[1241], en cambio, lejos de mí está la pobreza malhadada; y si más yo quisiera, no serás tú[1242]40 quien me lo niegue. Conteniendo mi ambición aumentaré mejor mis parvas rentas que si juntara el reino de Aliates con los campos de Migdonia[1243]. Mucho les falta a quienes mucho piden; bien está aquél a quien el dios, con parca mano, le ha dado lo que basta.

17

Advierte el poeta a su amigo Lamia, al que hace descendiente del homérico Lamo, fundador de Formias (1-9), que la corneja presagia una borrasca inminente, por lo que es el momento de acopiar leña seca (9-14). En efecto, mañana será el día adecuado para una buena comida casera: un cochinillo regado de buen vino en compañía de los esclavos, que no podrán trabajar por el mal tiempo (14-16).

Elio[1244], cuya nobleza viene del vetusto Lamo[1245] —pues cuentan que de él tomaron nombre los primeros Lamias, y que todo el linaje de sus nietos, a lo largo de la memoria de los fastos[1246], trae su origen de ese mismo ancestro; del cual se dice que5 fue el primero en poseer los muros de Formias y el Liris que desborda sobre las riberas de Marica[1247], reinando sobre grandes territorios—: mañana cubrirá de hojas sin cuento el bosque y de10 inútiles algas la marina la tempestad desatada por el viento euro, si la añosa corneja[1248], augur de las aguas, no me engaña. Mientras puedes, junta leña seca[1249]; mañana agasajarás a tu ge15 nio[1250] con vino puro y con un cochinillo de dos meses, junto con tus criados, libres de trabajos.

18

Estamos ante un klétikòs hýmnos o canto de invocación a Fauno, el lascivo dios silvestre que protege a los ganados. El poeta lo invita a que pase por sus tierras haciendo sentir a los retoños de sus rebaños su benévola influencia, ya que nunca ha dejado de ofrecerle los sacrificios obligados en su fiesta (1-8). Cuando ésa llega el 5 de diciembre, rebaños y pastores la celebran; incluso el lobo se olvida de su innata ferocidad, mientras el labrador se entrega a sus ancestrales danzas (9-16).

Fauno[1251], amador de las ninfas huidizas, entra benévolo por mis confines y mis campos soleados, y vete propicio para mis 5 pequeñas crías[1252]; si un tierno cabrito cae sacrificado al cabo del año y a la crátera, compañera de Venus, no le falta el vino y humea el viejo altar rebosante de aromas[1253].

Todo el rebaño retoza en el herboso campo cuando vuelven10 tus nonas en diciembre[1254]. La aldea en fiesta descansa en los prados con el buey ocioso; yerra el lobo entre los corderos atrevidos[1255]. En tu honor esparce el bosque agrestes frondas, y15 el cavador goza golpeando con su pie tres veces la tierra aborrecida[1256].

19

No quiere Horacio que lo entretengan con viejas historias, sino que le digan dónde y a qué hora podrá disfrutar de un banquete al abrigo de los fríos de la noche (1-8). Iniciada al fin la fiesta, ordena al esclavo que escancie las copas para brindar por la luna nueva, por la inedia noche y por la elección de su amigo Murena como augur, principal motivo de esta oda. El poeta se beberá nueve copas, tantas como son las musas, aunque las decorosas gracias no permiten más que tres (9-17). Invita luego a entregarse al festivo desenfreno entre músicas y flores, provocando la envidia del decrépito vecino, que ya no puede disfrutar del amor (18-24). Rodé se insinúa al bello Télefo, mientras el vate arde en el amor de Glícera (25-28).

Me hablas de cuánto tiempo va de Ínaco a Codro, el que por la patria no temió a la muerte, y de la estirpe de Éaco y de los 5 combates que al pie de Ilion la sagrada[1257] se libraron; mas de a qué precio podemos comprar un ánfora de vino del de Qulos[1258], de quién va a calentamos agua al fuego[1259], de en casa de quién, y a qué hora, me libraré de este frío peligno[1260], nada dices.

10 Muchacho, sirve ya la copa de la luna nueva, sirve la de la media noche[1261], sirve la del augurado de Murena[1262]; que con tres o nueve cazos bien se hace la mixtura de las copas[1263]. Quien de los números nones prefiere el de las musas[1264] —el vate en trance— por tres veces pedirá tres cazos; pero tomar más de tres15 prohíbe la gracia, sumada a sus hermanas desnudas, temerosa de las riñas[1265].

Desvariar me apetece: ¿por qué callan los aires de la flauta20 berecintia[1266]?, ¿por qué cuelga en silencio la zampoña[1267] al lado de la lira? Aborrezco las manos que escatiman: echa rosas a voleo. Y que Lico escuche envidioso el loco estrépito, y también la vecina que de nada le sirve al viejo Lico[1268].

25 Télefo[1269], que por el brillo de tu espesa cabellera al Véspero[1270] puro te asemejas: Rode, que tan a punto está, te anda buscando; y a mí me quema a fuego lento el amor de mi Glícera[1271].

20

Pirro no se percata del peligro que corre al tratar de arrebatar al bello Nearco a la mujer que lo domina, que volverá a por él como una leona a por sus crías (1-8). Mientras el uno y la otra se disponen a la lucha, el muchacho se comporta como un árbitro altivo e indiferente de la misma, como si fuera Nireo o Ganimedes (9-16).

¿No ves, Pirro[1272], qué peligro corres al quitarle a una leona getula[1273] sus cachorros? Pronto, raptor sin redaños, huirás de los 5 combates duros; cuando ella, abriéndose paso entre la tropa de los jóvenes, vaya a reclamarte a ese Nearco[1274] tan hermoso; y sonada ha de ser esa contienda, a ver si el botín queda en tus manos, o si ella resultará más poderosa.

10 Entretanto, mientras tú sacas tus veloces flechas y ella aguza sus temibles dientes, dicen que el árbitro de la pelea ha puesto la palma bajo su pie desnudo[1275] y que al viento refresca sus hombros, por los que se esparcen sus cabellos perfumados, como Nireo o el mozo raptado del Ida[1276], del que manan tan15 tas fuentes.

21

La oda empieza como un himno, invocando a un ánfora de vino coetáneo del poeta, a la que éste mega que alegre su fiesta en honor de Mesala Corvino, verdadero dedicatario del poema (1-8). Horacio no ignora que su ilustre amigo es un hombre serio, seguidor de la filosofía socrática; pero ello no le impide apreciar los buenos vinos, como había hecho Catón el Viejo, tradicional ejemplo de austeridad (9-12). De nuevo en estilo hímnico, el poeta canta las excelencias del vino: hace hablar a los hombres más callados y descubre los más secretos pensamientos; da esperanzas a los angustiados y confianza a los más pobres (13-20). En fin, con la ayuda de Baco, Venus y las gracias, el vino hará durar la fiesta hasta la madrugada (21-24).

¡Oh tú, nacida, como yo, cuando era cónsul Manlio[1277]!: ya traigas contigo quejas, ya juegos, ya peleas y locos amorfos, ya un sueño fácil, oh ánfora piadosa; y sea cual sea la razón por la que se escogió ese músico[1278] que guardas, tú, que eres digna de5 ser sacada en un gran día, baja[1279], que Corvino[1280] quiere que le sirvan un vino bien templado[1281].

10 Él, aunque está empapado de socráticos sermones[1282], no será tan arisco que te haga a ti de menos; pues también la virtud del viejo Catón[1283], según se cuenta, más de una vez se calentó con vino puro.

Tú das dulce tormento[1284] al ingenio que por lo general se 15 muestra esquivo: tú descubres las cuitas de los sabios y sus arcanos pensamientos por gracia del jocoso Lieo[1285]; tú devuelves la esperanza a las mentes angustiadas, y al pobre le das fuerzas y hasta cuernos[1286]: después de beberte, ante las coronas de los20 reyes iracundos y las armas de los guerreros ya no tiembla.

A ti Líber y Venus, si propicia viene, y las gracias, que no quieren desatar su nudo[1287], y las lámparas vivaces, te harán durar hasta que vuelva Febo[1288] poniendo en fuga a las estrellas.

22

Breve pero exquisito himno a Diana, virginal diosa de los bosques y, bajo la advocación de Lucina, protectora de las parturientas (1-4). A ella consagra el poeta el pino que se alza sobre su villa, junto al cual le sacrificará un verraco en el día de su fiesta anual.

¡Guardiana de los montes y los bosques, doncella que a las mozas que sufren de parto y tres veces te invocan las escuchas y las libras de morir, teiforme diosa[1289]!: el pino que sobre mi villa5 se cierne, tuyo sea; y así yo, feliz, al cumplirse cada año, le ofrende la sangre de un verraco que ya aprende a acometer de lado[1290].

23

Horacio instruye a una sencilla campesina sobre el sacrificio que al inicio del mes lunar ha de ofrecer a los dioses lares para que protejan sus cosechas y ganados de las plagas otoñales (1-8). Las víctimas mayores son propias de los sacrificios de los pontífices; ella puede darse por satisfecha poniendo a las imágenes de los dioses una corona de romero y mirto (9-16). En cuanto a los penates, quien no les haga una costosa ofrenda podrá propiciárselos echando sobre el fuego escanda y sal (17-20).

Si alzas al cielo las palmas de tus manos en la luna nueva, rústica Fídile[1291]; si a los lares aplacas con incienso y frutos del 5 año y con una voraz puerca, no sufrirá la peste del ábrego tu vid fecunda, ni tu mies la roya estéril, ni tus amadas crías los males 10 del tiempo de la fruta[1292]. Pues ha de ser una víctima, ya prometida, que en el nevado Álgido[1293] pace entre encinas y quejigos, o una que engorda en las albanas hierbas[1294], la que con su cer15 viz tiña las hachas de los pontífices[1295]. No es cosa tuya el importunar con gran matanza de ovejas de dos años a los pequeños dioses que coronas de romero y frágil mirto[1296]. Si toca el altar una mano sin ofrendas, aplaca a los penates adversos con20 piadosa escanda y crepitante sal; pues no la hace más grata una víctima costosa[1297].

24

Reaparecen en esta oda la solemnidad y dimensiones de las Romanas (III 1-6). El poeta empieza fustigando, una vez más, el afán de construir lujosas mansiones, que no han de librar a sus dueños del imperio del destino (1-8). Describe, como contraste, la vida comunitaria y austera de los pueblos esteparios, que conservan las tradicionales virtudes familiares (9-24). Quien quiera acabar con las discordias civiles debe hacer una reforma moral de la sociedad romana (25-28). Sin embargo, de nada sirven las quejas si las leyes no se aplican; de nada las leyes si el afán de lucro campea impune por el ancho mundo y la pobreza es motivo de deshonra (29-44). Si se quiere que las cosas cambien, hay que quitar de en medio el oro y las piedras preciosas, aliciente de la ambición (45-50). Hay que regenerar las almas reblandecidas por la vida fácil y educar a los jóvenes en las recias costumbres de los antepasados, apartándolos de los juegos de moda; pero ello no es fácil cuando sus padres, por toda clase de medios, se afanan en acumular para ellos un capital más grande (51-62). Y así se amontonan unas riquezas que siempre resultarán insuficientes (62-64).

Aunque, más opulento que los intactos tesoros de los árabes y de la rica India[1298], ocupes con tus obras toda la tierra y el mar 5 de público dominio[1299], si es cierto que la Necesidad[1300] inexorable hinca sus clavos acerados en las más altas techumbres, no has de librar tu alma del miedo ni tu cabeza de los lazos de la muerte.

10 Mejor viven los escitas de la estepa, con su costumbre de arrastrar en sus carros sus casas vagabundas[1301]; y los recios getas, a los que unas tierras no acotadas les dan los frutos de una Ceres[1302] libre; y no les place el cultivo que dure más de un año15 y al que ha concluido sus faenas lo releva un sustituto con el mismo lote[1303],. Allí la mujer tiene piedad de los hijastros sin ma20 dre y no les hace daño; no gobierna al marido la esposa bien dotada, ni se confía a un mujeriego deslumbrante[1304]. La virtud de los padres es gran dote; la castidad, leal a lo pactado, siente miedo al pensar en otro hombre, y el claudicar es sacrilegio o se paga con la muerte[1305].

¡Oh!, quienquiera que aspire a acabar con las impías matan25 zas y la locura ciudadana, si busca que se inscriba el título de padre en estatuas que le erijan las ciudades[1306], atrévase a refrenar la licencia desbocada, e ilustre se hará entre nuestros des30 cendientes; pues —¡qué impiedad!— llenos de envidia odiamos la virtud cuando está incólume y la echamos de menos si se arrebata a nuestros ojos.

¿De qué sirven las amargas quejas si la culpa no se corta de raíz con el suplicio? ¿De qué las leyes —vanas cuando no las35 siguen las costumbres—, si ni la parte del mundo confinada en los calores más ardientes, ni el lado que linda con el bóreas, ni las nieves que se endurecen en el suelo echan atrás al merca40 der, y los astutos navegantes vencen a los mares encrespados[1307]; y la pobreza —gran oprobio— manda que se haga o que se aguante cualquier cosa y deja el camino de la virtud, que es cuesta arriba?

45 O bien al Capitolio[1308], a donde nos llaman los clamores y el apoyo de la turba, o bien al mar más próximo, llevemos las ge50 mas y las piedras y el inútil oro, causa de todo el mal, si es que en verdad de nuestros crímenes nos pesa.

Hay que arrancar la raíz de la ambición descarriada y moldear nuestras almas, blandas en exceso, en más recios afanes. 55 El mozo de libre condición, que ya no sabe montar, es incapaz de sostenerse en el caballo y siente miedo de la caza, más ducho enjugar, ya le mandes que lo haga con el aro griego, ya prefieras que lo haga con los dados, prohibidos por las leyes[1309]; pues 60 entretanto la fe perjura de su padre engaña a su socio y a sus huéspedes, y amasa a toda prisa dineros que dejar a un heredero indigno[1310].

Cierto que crecen sin medida los caudales; pero un no sé qué le falta a esa riqueza, siempre escasa.

25

Poseído por la inspiración de Baco, el poeta dirige al dios este himno preguntándole a qué agreste paraje lo transporta para cantar la apoteosis de Augusto (1-6). Quiere decir algo nuevo y admirable, mientras vaga extasiado por los montes, como las ménades en los montes de Tracia (7-14). Al dios que impera sobre las náyades y sobre las bacantes promete el vate un canto inmortal; pues grato, aunque arriesgado, es dejarse llevar por él (14-20).

¿A dónde me arrastras, Baco, de ti lleno[1311]? ¿A qué bosques o grutas una nueva inspiración veloz me lleva? ¿En qué antros se me oirá, mientras trato de elevar a las estrellas y al consejo de5 Júpiter la eterna gloria del egregio César? Algo grande y nuevo he de decir, que no haya dicho hasta ahora boca alguna. Al igual que en lo alto de los montes la Evíade[1312] insomne se extasía, viendo a lo lejos el Hebro y la Tracia de nieve reluciente, y el10 Ródope[1313] hollado por el pie del bárbaro, así me place a mí, descarriado, admirar las riberas y el desierto bosque. ¡Oh soberano de las náyades y de las bacantes[1314], fuertes como para arrancar15 altos fresnos con sus manos!; nada diré que sea poca cosa, ni con humilde estilo; nada que sea mortal. ¡Oh Leneo[1315]!: dulce peligro 20 es seguir al dios que las sienes se ciñe con el verde pámpano.

26

A lo largo de su vida el poeta ha tenido suerte en el amor, pero ahora ve llegado el momento de renunciar a esas lides, dejando sus armas como ex-voto en un templo (1-8). Sin embargo, antes de hacerlo ruega a Venus que someta a su imperio a la altiva Cloe.

Toda mi vida, hasta hace poco, he sido afortunado con las mozas y he militado no sin cierta gloria[1316]; pero ahora mis armas y mi cítara, que ya ha hecho su guerra, se van a quedar en 5 este muro que a Venus Marina le guarda el lado izquierdo[1317]. Dejad aquí las teas refulgentes, las palancas y los arcos, amenaza para las puertas que cierran el camino[1318].

¡Oh diosa dueña de la bienaventurada Chipre y de Menfis[1319],10 que no conoce las nieves de Sitonia, oh reina!: alza tu látigo y dale un toque a la arrogante Cloe[1320].

27

Esta larga oda empieza con un propémptico o poema de despedida dirigido a una tal Galatea. Ante todo, el poeta conjura una serie de presagios ominosos, y luego desea a su amiga la felicidad dondequiera que ella prefiera estar, sin que ningún mal agüero estorbe su partida (1-16). Pero le advierte que en el Adriático acechan temibles tempestades, que él sólo desea a sus enemigos (17-24). Viene luego, como ejemplo aleccionador, un epilio sobre el rapto de Europa, que, imprudente, se confió al blanco toro y hubo de afrontar los peligros de alta mar. Al poco de andar cogiendo flores por los campos, la muchacha se encontró navegando en plena noche (25-32). Al llegar a Creta empezó a lamentar el arrebato que la había llevado a abandonar a su padre; ¿o más bien se trataba de una pesadilla? (33-44). De buena gana le rompería los cuernos al malhadado toro. Por huir de los suyos —se decía— merecía andar desnuda entre leones y ser pasto de los tigres (45-56). Al fin, ya le parecía oír los reproches de su padre exhortándola a colgarse de un árbol o a despeñarse en los escollos, a no ser que prefiriera ser esclava (57-66). Pero en esto, aparece el deus ex machina (Fraenkel, 1957: 194), Venus, que da a la situación un giro teñido de humor y de optimismo: Europa debe percatarse de su suerte, pues, aparte de haberse convertido en consorte de Júpiter, dará su nombre a todo un continente (66-76).

Que guíen a los impíos el agüero de la urraca de canto redoblado, y una perra preñada o una loba gris bajada del campo de 5 Lanuvio, y una vulpeja que esté recién parida[1321]; y que el camino emprendido lo corte una culebra, apareciendo de través semejante a una saeta, y espante a los cuartagos[1322]. Yo, que adivino providente por quién he de temer, antes de que vuelva a sus 10 pantanos estancados esa ave que pronostica las lluvias inminentes, con mi plegaria haré venir al profético cuervo[1323] desde donde el sol se alza. Que seas feliz donde prefieras, Galatea[1324], y 15 guardes toda tu vida mi recuerdo; y que ni el picoverde volando de la izquierda ni la corneja errante[1325] impidan que te vayas.

¿Pero ves con qué tumulto se estremece Orion[1326] cuando se pone? Yo sé bien lo que es la negra ensenada del Adriático y el mal que puede hacer el despejado yápige[1327]. Que sientan las es20 posas y los hijos de nuestros enemigos los ciegos embates que da el austro cuando surge, y el bramar del mar ennegrecido y el temblor con que sacude las riberas.

Así también Europa[1328] confió su níveo costado al engañoso25 toro, y su audacia palideció ante el mar lleno de monstruos y los peligros que se encontró por medio. La que poco antes andaba tras las flores en los prados y tejía la corona que a las ninfas se30 les debe, en la penumbra de la noche nada vio sino las estrellas y las olas. Y una vez que arribó a Creta, poderosa por sus cien ciudades[1329], dijo: «¡Oh padre, oh nombre de hija abandonado,35 oh piedad a la que ha vencido la locura! ¿De dónde y a dónde yo he venido? Una sola muerte es poca para la culpa de una virgen. ¿Acaso lloro despierta mi torpe fechoría, o bien estoy libre de falta y se burla de mí una vana imagen que, escapando por la40 puerta ebúrnea[1330], trae consigo un sueño? ¿Era mejor marchar 45 por las tendidas olas o coger las flores nuevas? Si alguien, airada como estoy, me entrega ahora aquel novillo infame, lucharé por desgarrarlo con el hierro y por quebrar los cuernos del monstruo hace poco tan amado. Sin pudor abandoné los pena50 tes de mis padres, sin pudor hago esperar al Orco. ¡Oh, si tú, alguno de los dioses, esto oyes: ojalá yerre yo desnuda entre leones! Antes de que una horrible flacidez se apodere de mis 55 mejillas, tan hermosas, y de que a esta tierna presa el jugo se le vaya, prefiero, conservando mi hermosura, ser pasto de los tigres. ¡Despreciable Europa!, tu padre ausente te está urgiendo: ¿por qué tardas en morir? Colgándolo de este quejigo, con el 60 ceñidor que te ha acompañado tan al caso, quebrar puedes tu cuello. O si gustas para morir de las peñas y los cantiles afilados, ea, confíate a la borrasca desatada; a no ser que prefieras 65 hilar la porción que quiera darte un ama[1331], pese a tu sangre regia, y que te entreguen como concubina a una señora bárbara».

Asistía Venus a sus quejas con pérfida sonrisa y su hijo[1332] con el arco destensado; luego, cuando se hubo burlado lo bas70 tante, dijo: «Abstente de iras y de encendidas riñas cuando el toro aborrecido le entregue esos cuernos que quieres desgarrarle. No sabes ser la esposa de Júpiter invicto; déjate de sollozos 75 y aprende a sobrellevar tu gran fortuna, que una parte del orbe ha de llevar tu nombre[1333]».

28

En la fiesta de las Neptunales el poeta apremia a la cortesana Lide a que descorche un vino de reserva. En efecto, el día avanza y ella no parece animarse a comenzar la celebración (1-8). Los dos cantarán alternadamente a Neptuno y a las Nereidas, a Latona y a Diana; y al final, a Venus y a la Noche (9-16).

¿Qué es lo mejor que puedo hacer en la fiesta de Neptuno[1334]? Corre, Lide[1335], a sacar el cécubo[1336] que estaba reservado, y dale un embate a esa tu sensatez tan bien guardada. ¿Te das cuenta de que el sol va declinando, y de que tú, como si se5 hubieran detenido el día alado, no te decides a arrebatar de la bodega el ánfora que allí está desde cuando Bíbulo fue cónsul[1337]?

Al alimón cantaremos a Neptuno y a las Nereidas[1338] de ver10 des cabelleras. Tú, con la curvada lira, responderás con cantos a Latona y a las raudas flechas de la Cintia[1339]; y en la última canción se hablará de la que reina en Cnido y en las lucientes 15 Cicladas, y visita Pafos llevada por el tiro de sus cisnes[1340]; y también de la Noche[1341], en merecida nenia.

29

Horacio invita a Mecenas a disfrutar de las delicatessen que para él guarda en su villa, y a que no se limite a mirar de lejos al campo, desde su palacio romano; pues a los ricos les sienta bien una cena en el sencillo hogar de sus amigos más modestos (1-16). El estío está en su plenitud, pastores y rebaños buscan la sombra y los arroyos; pero Mecenas está preocupado por sus tareas políticas y por las amenazas de los pueblos extranjeros (17-28). Los dioses han preferido ocultarnos el futuro y se ríen de quien pretende averiguarlo; hay que ocuparse del presente, pues lo demás fluye imprevisible, como el Tiber (29-41). Será feliz quien tenga dominio de sí mismo y pueda decir cada día que ha vivido. Lo que luego venga, sea bueno o sea malo, no podrá cambiar lo ya pasado (41-48). La Fortuna favorece hoy a uno y mañana a otro; el poeta le agradece su compañía, pero sabe conformarse si lo abandona (49-56). Él no se rebaja a miserables súplicas cuando el mar embravecido amenaza con engullir sus bienes; antes bien, en su humilde barquilla evitará las tempestades del Egeo, con la protección de los Dioscuros (57-64).

Descendiente de reyes tirrenos[1342], un vino suave en un ánfora nunca volcada, y rosas y mirobálano[1343] para tu cabello exprimido, a ti, Mecenas, te esperan desde hace tiempo en mi casa.5 Líbrate de impedimentos, y no estés de continuo mirando a Tíbur, copiosa en aguas, y al inclinado campo de Éfula, y a las cimas del parricida Telégono[1344]. Deja esa abundancia que hastía y10 esa mole que a las altas nubes se acerca[1345]; deja de admirar el humo, riqueza y estruendo de Roma bienaventurada. Muchas veces los cambios les caen en gracia a los ricos; y las cenas sencillas junto al modesto hogar de los pobres, sin doseles ni púr15 puras, les han hecho desarrugar la frente cargada de cuitas.

Ya el brillante padre de Andrómeda muestra su fuego escondido; ya enloquecen Proción y la estrella del León furibundo, en tanto que el Sol trae de nuevo el estiaje[1346]. Ya el pastor20 fatigado, con su lánguida grey, va buscando las sombras y el río, y los matorrales del hirsuto Silvano[1347]; y la ribera callada 25 echa en falta los vientos errantes[1348]. Pero tú te preocupas del bienestar de la ciudadanía, y pensando en la Urbe te inquietas por lo que traman los seres y Bactra, reino de Ciro, y el Tánais, sumido en la discordia[1349].

30 La divinidad, prudente, esconde en densa noche el final del tiempo venidero, y se ríe si un hombre lleva sus miedos más allá de lo que es justo[1350]. Procura, con serenidad, arreglar las cosas del 35 momento; lo demás, allá va como el río, que unas veces corre en paz por medio de su cauce buscando el mar de Etruria[1351], y otras hace rodar a un tiempo piedras gastadas, raíces arrancadas de cuajo, ganados y casas, no sin el fragor de los montes y del bos40 que vecino, cuando un fiero diluvio encrespa los ríos tranquilos.

Dueño de sí[1352] y feliz vivirá quien pueda decir día tras día aquello de «he vivido». Que mañana el Padre[1353] llene el cielo de nubes negruzcas o de un sol reluciente: pese a todo, no ha de de45 jar en nada cuanto atrás ya queda ni deshará, volviéndolo en no acaecido, lo que la hora fugaz una vez consigo se ha llevado[1354].

La Fortuna[1355], que disfruta con su cruel negocio y se obstina enjugar a su azaroso juego, lleva de aquí para allá sus honores,50 tan inciertos, ahora benévola conmigo y después con otro. Cuando se queda, yo la alabo; mas si bate sus alas veloces, renuncio a lo que me haya dado, me envuelvo en mi virtud y bus55 co, sin dote ninguna, la honrada pobreza.

A mí, si el mástil muge con la borrasca del ábrego, no me va a rebajar a míseros ruegos, y a pactar con votos que las mer60 cancías de Chipre y de Tiro no den más riquezas al mar avariento[1356]. Pues entonces, con la ayuda de un bote de remos, seguro me han de llevar por el Egeo encrespado la brisa y, junto con su gemelo, Pólux[1357].

30

Éste es el colofón, lleno de legítimo orgullo, que Horacio pone al conjunto de los tres libros de Odas publicados en el año 23 a. C. En él se jacta de haber levantado un monumento imperecedero y que sobresaldrá sobre las propias Pirámides de Egipto, inmune a las inclemencias del tiempo y al paso de los siglos (1-5). Por ello, una gran parte de él mismo —su obra— sobrevivirá a la muerte mientras exista Roma (6-9). De él se contará, en su árida Apulia natal, donde resuena el Áufido y antaño reinó Dauno, que, aunque de humilde cuna, fue el primero en escribir en latín metros eolios (10-14). Y al fin brinda a la musa su triunfo, rogándole que lo corone con el laurel de Apolo (14-16).

He dado cima a un monumento más perenne que el bronce y más alto que el regio sepulcro[1358] de las Pirámides; tal que ni la lluvia voraz ni el aquilón desatado podrán derribarlo; ni la 5 incontable sucesión de los años, ni el veloz correr de los tiempos.

No moriré yo del todo y gran parte de mí escapará a Libitina[1359]. Sin cesar creceré renovado por la celebridad que me espera, mientras al Capitolio suba el pontífice con la callada virgen[1360].

10 De mí se dirá —allá[1361] por donde violento el Áufido retumba y Dauno, escaso de agua, reinó sobre pueblos montaraces[1362]— que, poderoso a pesar de mi origen humilde[1363], fui el primero en llevar el canto eolio a las cadencias itálicas[1364].

Acepta este orgullo debido a tus méritos[1365], y con el laurel15 de Delfos[1366], Melpómene[1367], cíñeme de buen grado los cabellos.