XIII. Progreso a través de las revoluciones

EN LAS páginas precedentes he incluido mi descripción esquemática del desarrollo científico hasta donde es posible llegar en este ensayo; no pueden, sin embargo, proporcionar una conclusión completa. Si esta descripción ha captado la estructura esencial de la evolución continua de una ciencia, al mismo tiempo habrá planteado un problema: ¿por qué debe progresar continuamente la empresa bosquejada antes, cuando, por ejemplo, el arte, la teoría política y la filosofía no lo hagan? ¿Por qué es el progreso una condición reservada casi exclusivamente a las actividades que llamamos ciencia? Las respuestas más usuales a este problema, han sido negadas en el conjunto de este ensayo. Debemos concluirlo, por consiguiente, preguntando si pueden hallarse substitutos.

Puede notarse, inmediatamente, que parte de la pregunta es absolutamente semántica. En medida muy grande, el término ‘ciencia’ está reservado a campos que progresan de manera evidente. En ninguna parte se muestra esto de manera más clara que en los debates repetidos sobre si una u otra de las ciencias sociales contemporáneas es en realidad una ciencia. Esos debates tienen paralelos en los periodos anteriores a los paradigmas de los campos que, en la actualidad, son sin vacilaciones llamados ciencias. Su resultado ostensible es una definición completa de ese término turbador. Por ejemplo, hay hombres que pretenden que la psicología es una ciencia, debido a que posee tales y cuales características. Otros, al contrario, arguyen que esas características son innecesarias o que no son suficientes para convertir a ese campo en una ciencia. Con frecuencia se gastan grandes energías, se despiertan grandes pasiones y los observadores exteriores tienen grandes dificultades para saber por qué. ¿Hay mucho que pueda depender de una definición de ‘ciencia’? ¿Puede una definición indicarle a un hombre si es o no un científico? En ese caso, ¿por qué no se preocupan los artistas o los científicos naturales por la definición del término? De manera inevitable, llegamos a sospechar que lo que se encuentra en juego es algo más fundamental. Es probable que, en realidad, se hagan preguntas como las siguientes: ¿por qué no progresa mi campo del mismo modo que lo hace, por ejemplo, la física? ¿Qué cambios de técnicas, de métodos o de ideología lo harían capaz de progresar en esa forma? Éstas sin embargo, no son preguntas que pudieran responder a un acuerdo con respecto a la definición. Además, si sirve el precedente de las ciencias naturales, no cesarán de ser una causa de preocupación cuando se halle una definición, sino cuando los grupos que actualmente ponen en duda su propio status lleguen a un consenso sobre sus realizaciones pasadas y presentes. Por ejemplo, puede ser significativo que los economistas arguyan menos sobre si su campo es o no una ciencia que el que lo hagan los profesionales de varios otros campos de las ciencias sociales. ¿Se debe esto a que los economistas saben qué es la ciencia? ¿O es más bien la economía la que los hace estar de acuerdo?

Este punto tiene una recíproca que, aunque ya no sea simplemente semántica, puede ayudar a mostrar las conexiones inextricables entre nuestras nociones de ciencia y de progreso. Durante muchos siglos, tanto en la Antigüedad como en los comienzos de la Europa moderna, la pintura fue considerada la disciplina acumulativa. Durante esos años, se suponía que la meta del artista era la representación. Los críticos y los historiadores, como Plinio y Vasari, registraron con veneración la serie de inventos que, desde el escorzo hasta el claroscuro, habían hecho posible, sucesivamente, representaciones más perfectas de la naturaleza.[13-1] Pero ésos son también los años, particularmente durante el Renacimiento, cuando no se consideraba que hubiera una gran separación entre las ciencias y las artes. Leonardo era sólo uno de entre muchos hombres que pasaba libremente de uno a otro campo, los que sólo más tarde se hicieron categóricamente distintos.[13-2] Además, incluso después de que cesó ese intercambio continuo, el término ‘arte’ continuó aplicándose tanto a la tecnología y a las artesanías, las que también se consideraban como progresivas, como a la pintura y a la escultura. Sólo cuando estas últimas renunciaron de manera inequívoca a la representación como finalidad y comenzaron a aprender nuevamente de los modelos antiguos, obtuvo su profundidad actual la separación que, hoy en día, damos por sentada. E incluso en la actualidad, cambiando de campos una vez más, parte de nuestra dificultad para ver las diferencias profundas entre la ciencia y la tecnología debe relacionarse con el hecho de que el progreso es un atributo evidente de ambos campos.

Sin embargo, puede sólo aclarar, no resolver, nuestras dificultades presentes el reconocer que tenemos tendencia a ver como ciencia a cualquier campo en donde el progreso sea notable. Queda el problema de comprender por qué el progreso debe ser una característica tan valiosa de una actividad llevada a cabo con las técnicas y las finalidades que hemos descrito en este ensayo. Esta pregunta resulta ser múltiple y tendremos que examinar cada una de sus ramificaciones por separado. Sin embargo, en todos los casos, con excepción del último, su resolución dependerá en parte de una inversión de nuestra visión normal de la relación entre la actividad científica y la comunidad que la practica. Debemos aprender a reconocer como causas lo que ordinariamente hemos considerado efectos. Si logramos hacer esto, las frases ‘progreso científico’ e incluso ‘objetividad científica’ pueden llegar a parecer en parte redundantes En realidad, acabamos de ilustrar uno de los aspectos de la redundancia. ¿Progresa un campo debido a que es una ciencia, o es una ciencia debido a que progresa?

Preguntémonos ahora por qué debe progresar una empresa como la ciencia normal y comencemos recordando algunas de sus características más notables. Normalmente, los miembros de una comunidad científica madura trabajan a partir de un paradigma simple o de un conjunto de paradigmas estrechamente relacionados. Es muy raro que comunidades científicas diferentes investiguen los mismos problemas. En esos casos excepcionales, los grupos comparten varios de los principales paradigmas. Sin embargo, viéndolo desde el punto de vista de cualquier comunidad simple, sea o no de científicos, el resultado del trabajo creador exitoso es el progreso. ¿Cómo podría ser de otra forma? Por ejemplo, acabamos de hacer notar que mientras los artistas aceptaron como meta la representación, tanto los críticos como los historiadores registraron el progreso del grupo aparentemente unido. Otros campos creadores muestran progresos del mismo tipo. El teólogo que articula el dogma o el filósofo que refina los imperativos de Kant contribuye al progreso, aunque sólo sea al del grupo que comparte sus premisas. Ninguna escuela creadora reconoce una categoría de trabajo que, por una parte, sea un éxito de creación, pero que, por otra parte, no sea una adición a la realización colectiva del grupo. Si ponemos en duda, como lo hacen muchos, que progresen los campos no científicos, ello no se deberá a que las escuelas individuales no progresen. Más bien, debe ser porque hay siempre escuelas competidoras, cada una de las cuales pone constantemente en tela de juicio los fundamentos mismos de las otras. £1 hombre que pretende que la filosofía, por ejemplo, no ha progresado, subraya el hecho de que haya todavía aristotélicos, no que el aristotelismo no haya progresado.

Sin embargo, esas dudas sobre el progreso se presentan también en las ciencias. Durante todo el periodo anterior al paradigma, cuando hay gran número de escuelas en competencia, las pruebas de progreso, excepto en el interior de las escuelas, son muy difíciles de encontrar. Éste es el periodo descrito en la sección II como aquel durante el cual los individuos practican la ciencia, pero donde los resultados de su empresa no se suman a la ciencia, tal y como la conocemos. Y nuevamente, durante periodos revolucionarios, cuando se encuentren en juego una vez más los principios fundamentales de un campo, se expresarán repetidamente dudas sobre la posibilidad misma de un progreso continuo si se adopta uno u otro de los paradigmas opuestos. Los que rechazaban el newtonianismo proclamaban que su dependencia de las fuerzas innatas haría regresar a la ciencia a las Edades Oscuras. Los que se oponían a la química de Lavoisier sostenían que el rechazo de los “principios” químicos en favor de los elementos de laboratorio era el rechazo de una explicación química lograda, rechazo realizado por quienes iban a refugiarse en un simple nombre. Un sentimiento similar, aunque expresado de manera más moderada, parece encontrarse en la base de la oposición de Einstein, Bohm y otros a la interpretación probabilista dominante en la mecánica cuántica. En resumen, sólo durante los periodos de ciencia normal el progreso parece ser evidente y estar asegurado. Durante esos periodos, sin embargo, la comunidad científica no puede ver los frutos de su trabajo en ninguna otra forma.

Así pues, con respecto a la ciencia normal, parte de la respuesta al problema del progreso se encuentra simplemente en el ojo del espectador. El progreso científico no es de un tipo diferente al progreso en otros campos; pero la ausencia, durante ciertos periodos, de escuelas competidoras que se cuestionen recíprocamente propósitos y normas, hace que el progreso de una comunidad científica normal, se perciba en mayor facilidad. Esto sin embargo, es sólo parte de la respuesta y de ninguna manera la más importante. Por ejemplo, ya hemos notado que una vez que la aceptación de un paradigma común ha liberado a la comunidad científica de la necesidad de reexaminar constantemente sus primeros principios, los miembros de esa comunidad pueden concentrarse exclusivamente en los más sutiles y esotéricos de los fenómenos que le interesan. Inevitablemente, esto hace aumentar tanto el vigor como la eficiencia con que el grupo, como un todo, resuelve los problemas nuevos que se presentan. Otros aspectos de la vida profesional en las ciencias realzan todavía más esa tan especial eficiencia.

Algunos de ellos son consecuencias del aislamiento sin paralelo de las comunidades científicas maduras, respecto de las exigencias de los profanos y de la vida cotidiana. Ese aislamiento no ha sido nunca completo, estamos discutiendo ahora cuestiones de grado. Sin embargo, no hay otras comunidades profesionales en las que el trabajo creador individual esté tan exclusivamente dirigido a otros miembros de la profesión y sea evaluado por éstos. El más esotérico de los poetas o el más abstracto de los teólogos se preocupa mucho más que el científico respecto a la aprobación de su trabajo creador por los profanos, aun cuando puede estar todavía menos interesado en la aprobación en general. Esta diferencia resulta importante. Debido a que trabaja sólo para una audiencia de colegas que comparten sus propios valores y sus creencias, el científico puede dar por sentado un conjunto único de normas. No necesita preocuparse de lo que pueda pensar otro grupo o escuela y puede, por consiguiente, resolver un problema y pasar al siguiente con mayor rapidez que la de los que trabajan para un grupo más heterodoxo. Lo que es todavía más importante, el aislamiento de la comunidad científica con respecto a la sociedad, permite que el científico individual concentre su atención en problemas sobre los que tiene buenas razones para creer que es capaz de resolver. A diferencia de los ingenieros y de muchos doctores y la mayor parte de los teólogos, el científico no necesita escoger problemas en razón de que sea urgente resolverlos y sin tomar en consideración los instrumentos disponibles para su resolución. También a ese respecto, el contraste entre los científicos naturalistas y muchos científicos sociales resulta aleccionador. Los últimos tienden a menudo, lo que los primeros casi nunca hacen, a defender su elección de un problema para investigación —p. ej. los efectos de la discriminación racial o las causas del ciclo de negocios—, principalmente en términos de la importancia social de lograr una solución. ¿De qué grupo puede esperarse entonces que resuelva sus problemas a un ritmo más rápido?

Los efectos del aislamiento respecto de la sociedad mayor se intensifican mucho por otra característica de la comunidad científica profesional, la naturaleza de su iniciación educativa. En la música, en las artes gráficas y en la literatura, el profesional obtiene su instrucción mediante la observación de los trabajos de otros artistas, principalmente artistas anteriores. Los libros de texto, excepto los compendios o los manuales de creaciones originales, sólo tienen un papel secundario. En la historia, la filosofía y las ciencias sociales, los libros de texto tienen una importancia mucho mayor. Pero incluso en esos campos, los cursos elementales de los colegios emplean lecturas paralelas en fuentes originales, algunas de ellas de los “clásicos” del campo, otras de los informes de la investigación contemporánea que los profesionales escriben unos para otros. Como resultado de ello, el estudiante de cualquiera de esas disciplinas está constantemente al tanto de la inmensa variedad de problemas que los miembros de su futuro grupo han tratado de resolver, en el transcurso del tiempo. Algo todavía más importante, es que tiene siempre ante él numerosas soluciones, inconmensurables y en competencia, para los mencionados problemas, soluciones que en última instancia tendrá que evaluar por sí mismo.

Compárese esta situación con la de las ciencias naturales contemporáneas. En estos campos, el estudiante depende principalmente de los libros de texto hasta que, en su tercero o cuarto año de trabajo como graduado, inicia sus propias investigaciones. Muchos planes de estudio de las ciencias ni siquiera exigen a los graduados que lean obras no escritas especialmente para los estudiantes. Los pocos que asignan lecturas suplementarias en escritos de investigación y monografías, restringen tales asignaciones a los cursos más avanzados y a los materiales que, más o menos, se inician donde quedaron los libros de texto. Hasta las últimas etapas de la instrucción de un científico, los libros de texto substituyen sistemáticamente a la literatura científica creadora que los hace posibles. Teniendo en cuenta la confianza en sus paradigmas, que hace que esa técnica de enseñanza sea posible, pocos científicos desearían cambiarla. Después de todo, ¿por qué debe el estudiante de física leer, por ejemplo, las obras de Newton, Faraday, Einstein o Schrödinger, cuando todo lo que necesita saber sobre esos trabajos se encuentra recapitulado en forma mucho más breve, más precisa y más sistemática en una serie de libros de texto que se encuentran al día?

Sin desear defender los extremos excesivos a que se ha llevado a veces este tipo de educación, no podemos dejar de notar que, en general, ha sido inmensamente efectivo. Por supuesto, se trata de una educación estrecha y rígida, probablemente más que ninguna otra, exceptuando quizá la teología ortodoxa. Pero para los trabajos de ciencia normal, para la resolución de enigmas dentro de la tradición que definen, los libros de texto, el científico se encuentra casi perfectamente preparado. Además, está igualmente bien equipado para otra tarea —la generación de crisis significantes a través de la ciencia normal. Por supuesto, cuando éstas se presentan, el científico no se encontrará tan bien preparado. Aun cuando las crisis prolongadas probablemente se reflejan en prácticas menos rígidas de educación, la preparación científica no está bien diseñada para producir al hombre que pueda con facilidad descubrir un enfoque original. Pero en tanto haya alguien que se presente con un nuevo candidato a paradigma —habitualmente un hombre joven o algún novato en el campo— la pérdida debida a la rigidez corresponderá sólo al individuo. Dada una generación en la que efectuar el cambio, la rigidez individual es compatible con una comunidad que pueda pasar de un paradigma a otro cuando la ocasión lo exija. Es particularmente compatible cuando esa misma rigidez proporciona a la comunidad un indicador sensible de que hay algo que va mal.

Así pues, en su estado normal, una comunidad científica es un instrumento inmensamente eficiente para resolver los problemas o los enigmas que define su paradigma. Además, el resultado de la resolución de esos problemas debe ser inevitablemente el progreso. En este caso no existe ningún problema. Sin embargo, el ver todo eso sólo realza la segunda parte del problema del progreso de las ciencias, la más importante. Por consiguiente, volvámonos hacia ella y hagamos la pregunta relativa al progreso por medio de la ciencia no-ordinaria. ¿Por qué es también el progreso, aparentemente, un acompañante universal de las revoluciones científicas? Una vez más, podemos aprender mucho al preguntar qué otro podría ser el resultado de una revolución. Las revoluciones concluyen con una victoria total de uno de los dos campos rivales. ¿Dirá alguna vez ese grupo que el resultado de su victoria ha sido algo inferior al progreso? Eso sería tanto como admitir que estaban equivocados y que sus oponentes estaban en lo cierto. Para ello, al menos, el resultado de la revolución debe ser el progreso y se encuentran en una magnífica posición para asegurarse de que los miembros futuros de su comunidad verán la historia pasada de la misma forma. En la Sección XI describimos detalladamente las técnicas por medio de las que se logra esto y hemos presentado nuevamente un aspecto estrechamente vinculado con la vida científica profesional. Cuando una comunidad científica repudia un paradigma anterior, renuncia, al mismo tiempo, como tema propio para el escrutinio profesional, a la mayoría de los libros y artículos en que se incluye dicho paradigma. La educación científica no utiliza ningún equivalente al museo de arte o a la biblioteca de libros clásicos y el resultado es una distorsión, a veces muy drástica, de la percepción que tiene el científico del pasado de su disciplina. Más que quienes practican en otros campos creadores, llega a ver ese pasado como una línea recta que conduce a la situación actual de la disciplina. En resumen, llega a verlo como progreso. En tanto permanece dentro del campo, no le queda ninguna alternativa.

Inevitablemente, estas observaciones sugerirán que el miembro de una comunidad científica madura es, como el personaje típico de 1984 de Orwell, la víctima de una historia reescrita por quienes están en el poder. Esa sugestión, además, no es completamente inapropiada. En las revoluciones científicas hay tanto pérdidas como ganancias y los científicos tienen una tendencia peculiar a no ver las primeras.[13-3] Por otra parte, ninguna explicación del progreso por medio de la revolución puede detenerse en este punto. El hacerlo implicaría que, en las ciencias, el poder hace el derecho, una formulación que, nuevamente, no sería completamente errónea si no suprimiera la naturaleza del proceso y de la autoridad mediante la que se hace la elección entre los paradigmas. Si la autoridad aislada, sobre todo si se trata de una autoridad no profesional, fuera el árbitro de los debates paradigmáticos, el resultado de esos debates podría ser todavía una revolución, pero no sería una revolución científica. La existencia misma de la ciencia depende de que el poder de escoger entre paradigmas se delegue en los miembros de una comunidad de tipo especial. Lo especial que esta comunidad deba ser para que la ciencia sobreviva y se desarrolle, puede estar indicado en la fragilidad misma del dominio de la humanidad sobre la empresa científica. Todas las civilizaciones de las que tenemos registros han poseído una tecnología, un arte, una religión, un sistema político, leyes, etc. En muchos casos, estas facetas de la civilización han sido tan desarrolladas como las nuestras. Pero sólo las civilizaciones que descienden de la Grecia helénica poseyeron algo más que una ciencia rudimentaria. El caudal de conocimientos científicos es un producto de Europa en los últimos cuatro siglos. Ningún otro lugar o época ha contado con las comunidades tan especiales de las que procede la productividad científica.

¿Cuáles son las características esenciales de esas comunidades? Evidentemente, ello requiere un estudio mucho mayor. En esta área, sólo son posibles generalizaciones de tanteo. Sin embargo, cierto número de requisitos para pertenecer como miembro a un grupo científico profesional debe ser ya netamente claro. Por ejemplo, el científico deberá interesarse por resolver problemas sobre el comportamiento de la naturaleza. Además, aunque esta preocupación por la naturaleza pueda tener una amplitud global, los problemas sobre los que el científico trabaje deberán ser de detalle. Lo que es más importante todavía, las soluciones que le satisfagan podrán no ser sólo personales, sino que deberán ser aceptadas por muchos como soluciones. Sin embargo, el grupo que las comparta no puede ser tomado fortuitamente de la sociedad como un todo, sino más bien de la bien definida comunidad de los colegas profesionales del científico. Una de las leyes más firmes, aun cuando no escritas, de la vida científica es la prohibición de hacer llamamientos, en asuntos científicos, a los jefes de Estado o a las poblaciones en conjunto. El reconocimiento de la existencia de un grupo profesional que sea competente de manera única en la materia y la aceptación de su papel como arbitro exclusivo en los logros profesionales tienen otras implicaciones. Los miembros del grupo, como individuos y en virtud de su preparación y la experiencia que comparten, deberán ser considerados como los únicos poseedores de las reglas del juego o de alguna base equivalente para emitir juicios inequívocos. El poner en duda que comparten esa base para las evacuaciones seria tanto como admitir la existencia de normas para la investigación científica, incompatibles. Esta admisión inevitablemente plantearía la pregunta de si la verdad en las ciencias puede ser una.

Esta pequeña lista de características comunes a las comunidades científicas ha sido sacada íntegramente de la práctica de la ciencia normal y es preciso que haya sido así. Es ésa la actividad para la que el científico es ordinariamente preparado. Nótese, sin embargo, que a pesar de su tamaño pequeño, la lista es ya suficiente para separar a esas comunidades de todos los demás grupos profesionales. Nótese también que, a pesar de que tiene su fuente en la ciencia normal, la lista explica muchas de las características especiales de la respuesta del grupo durante las revoluciones y, sobre todo, durante los debates paradigmáticos. Ya hemos observado que un grupo de ese tipo debe ver como progreso el cambio de paradigma. Ahora debemos reconocer que la percepción es autosatisfactoria en muchos aspectos. La comunidad científica es un instrumento supremamente eficiente para llevar al máximo la limitación y el número de los problemas resueltos a través del cambio de paradigma.

Ya que el problema resuelto es la unidad de la investigación científica y debido a que el grupo conoce ya qué problemas han sido resueltos, a pocos científicos se podrá convencer con facilidad para que adopten un punto de vista que nuevamente ponga en tela de juicio muchos problemas previamente resueltos. La naturaleza misma deberá primeramente socavar la seguridad profesional, haciendo que las investigaciones anteriores parezcan problemáticas. Además, incluso cuando haya ocurrido esto y se haya presentado un nuevo candidato a paradigma, los científicos se mostrarán renuentes a adoptarlo a menos que estén convencidos de que se satisfacen dos condiciones importantes. Primeramente, el nuevo candidato deberá parecer capaz de resolver algún problema extraordinario y generalmente reconocido, que de ninguna otra forma pueda solucionarse. En segundo lugar, el nuevo paradigma deberá prometer preservar una parte relativamente grande de la habilidad concreta para la solución de problemas que la ciencia ha adquirido a través de sus paradigmas anteriores. La novedad por sí misma no es tan deseable en las ciencias como en muchos otros campos creativos. Como resultado de ello, aunque los nuevos paradigmas raramente o nunca poseen todas las capacidades de sus predecesores, habitualmente preservan una multitud de las partes más concretas de las realizaciones pasadas y permiten siempre, además, soluciones concretas y adicionales de problemas.

Todo esto no quiere decir que la capacidad para resolver problemas constituya una base única o inequívoca para la selección de un paradigma. Ya hemos hecho notar muchas razones por las que no es posible que exista un criterio de este tipo. Pero sí quiere decir que una comunidad de especialistas científicos hará todo lo que pueda para asegurar el desarrollo continuado de los datos reunidos, que ella puede tratar con precisión y de manera detallada. En el proceso, la comunidad sufrirá pérdidas. Con frecuencia, deben eliminarse ciertos problemas antiguos. Además, frecuentemente, la revolución disminuye el alcance de los intereses profesionales de la comunidad, aumenta su grado de especialización y reduce sus comunicaciones con otros grupos, tanto de científicos como de profanos. Aunque es seguro que la ciencia aumenta en profundidad, no puede crecer en el mismo grado en anchura y, si lo hace, esa amplitud se manifestará principalmente en la proliferación de especialidades científicas y no en el alcance de alguna singular especialidad aislada. Sin embargo, a pesar de esas y otras pérdidas para las comunidades individuales, la naturaleza de tales comunidades proporciona una garantía virtual de que tanto la lista de problemas resueltos por la ciencia como la limitación de las soluciones individuales de los problemas irán aumentando cada vez más. Por lo menos, si es que es posible proporcionar tal garantía, la naturaleza de la comunidad la proporciona. ¿Qué mejor criterio puede existir que la decisión del grupo científico?

Estos últimos párrafos indican las direcciones en que creo que debe buscarse una solución más refinada para el problema del progreso de las ciencias. Quizá indiquen que el progreso científico no es completamente lo que creíamos. Pero al mismo tiempo muestran que, de manera inevitable, algún tipo de progreso debe caracterizar a las actividades científicas, en tanto dichas actividades sobrevivan. En las ciencias no es necesario que haya progreso de otra índole. Para ser más precisos, es posible que tengamos que renunciar a la noción, explícita o implícita, de que los cambios de paradigma llevan a los científicos, y a aquellos que de tales aprenden, cada vez más cerca de la verdad.

Ya es tiempo de hacer notar que hasta las páginas finales de este ensayo, no se ha incluido el término ‘verdad’ sino en una cita de Francis Bacon. E incluso en esas páginas, sólo fue incluido como una fuente de la convicción de los científicos de que para la práctica de las ciencias no pueden coexistir reglas incompatibles, excepto durante las revoluciones, cuando la tarea principal de la profesión es eliminar todos los conjuntos de reglas excepto uno. El proceso de desarrollo descrito en este ensayo ha sido un proceso de evolución desde los comienzos primitivos, un proceso cuyas etapas sucesivas se caracterizan por una comprensión cada vez más detallada y refinada de la naturaleza. Pero nada de lo que hemos dicho o de lo que digamos hará que sea un proceso de evolución hacia algo. Inevitablemente, esa laguna habrá molestado a muchos lectores. Todos estamos profundamente acostumbrados a considerar a la ciencia como la empresa que se acerca cada vez más a alguna meta establecida de antemano por la naturaleza.

Pero, ¿es preciso que exista esa meta? ¿No podemos explicar tanto la existencia de la ciencia como su éxito en términos de evolución a partir del estado de conocimientos de una comunidad en un momento dado? ¿Ayuda realmente el imaginar que existe alguna explicación plena, objetiva y verdadera de la naturaleza y que la medida apropiada de la investigación científica es la elongación con que nos acerca cada vez más a esa meta final? Si podemos aprender a sustituir la-evolución-hacia-lo-que-deseamos-conocer por la-evolución-a-partir-de-lo-que-conocemos, muchos problemas difíciles desaparecerán en el proceso. Por ejemplo, en algún lugar de ese laberinto debe encontrarse el problema de la inducción.

No puedo especificar todavía, en forma detallada, las consecuencias de esta visión alternativa del avance científico; pero ayuda a reconocer que la trasposición conceptual que recomendamos aquí, es muy cercana a la que emprendió el Occidente hace un siglo. Es particularmente útil debido a que, en ambos casos, el obstáculo principal para la transposición es el mismo. Cuando Darwin en 1859 publicó por primera vez su teoría de la evolución por selección natural, lo que más molestó a muchos profesionales no fue la noción del cambio de las especies ni la posible descendencia del hombre a partir del mono. Las pruebas indicadoras de la evolución, incluyendo la del hombre, se habían estado acumulando durante varias décadas y la idea de la evolución había sido sugerida y se había diseminado ampliamente, antes. Aunque la evolución, como tal, encontró resistencia, particularmente por parte de ciertos grupos religiosos, no era, de ninguna manera, la mayor de las dificultades a que se enfrentaron los darwinianos. Esta dificultad surgió de una idea que era más cercana a la de Darwin. Todas las teorías conocidas sobre la evolución antes de Darwin —las de Lamarck, Chambers, Spencer y los Naturphilosophen alemanes— habían considerado a la evolución como un proceso dirigido hacia un fin. Se creía que la “idea” del hombre y de la flora y la fauna contemporánea había estado presente, desde la primera creación de la vida, quizá en la mente de Dios. Esta idea o plan había proporcionado la dirección y el impulso conductor, para todo el proceso de evolución. Cada nueva etapa del desarrollo evolucionario era una realización más perfeccionada de un plan que desde el principio había existido.[13-4]

Para muchos hombres, la abolición de ese tipo teleológico de evolución era la más importante y desagradable sugerencia de Darwin.[13-5] El Origin of Species no reconoció ninguna meta establecida por Dios o por la naturaleza. En lugar de ello, la selección natural, operando en un medio ambiente dado y con los organismos que tenía entonces a su disposición, era responsable del surgimiento, gradual pero continuo, de organismos más complejos y articulados y mucho más especializados. Incluso órganos tan maravillosamente adaptados como el ojo y la mano del hombre —órganos cuyo diseño antes había proporcionado poderosos argumentos en pro de la existencia de un supremo artífice y de un plan previo— eran productos de un proceso que a partir de los comienzos primitivos progresaba continuamente pero no hacía una meta. La creencia de que la selección natural, resultante de la mera competencia entre organismos por la supervivencia, pudiera haber producido, junto con los animales superiores y las plantas al hombre, era el aspecto más difícil y molesto de la teoría de Darwin. ¿Qué pueden significar ‘evolución’, ‘desarrollo’ y ‘progreso’ a falta de una meta específica? A muchas personas esos términos les parecieron repentinamente auto-contradictorios.

La analogía que relaciona la evolución de los organismos con la de las ideas científicas puede con facilidad llevarse demasiado lejos. Pero en lo que respecta a los problemas de esta última sección del ensayo es casi perfecta. El proceso descrito como la resolución de las revoluciones en la sección XII constituye, dentro de la comunidad científica, la selección, a través de la pugna, del mejor camino para la práctica de la ciencia futura. El resultado neto de una secuencia de tales selecciones revolucionarias, separado por periodos de investigación normal, es el conjunto de documentos, maravillosamente adaptado, que denominamos conocimiento científico moderno. Las etapas sucesivas en ese proceso de desarrollo se caracterizan por un aumento en la articulación y la especialización. Y todo el proceso pudo tener lugar, como suponemos actualmente que ocurrió la evolución biológica, sin el beneficio de una meta establecida, de una verdad científica fija y permanente, de la que cada etapa del desarrollo de los conocimientos científicos fuera un mejor ejemplo.

Todo aquel que haya seguido hasta aquí la argumentación sentirá, no obstante, la necesidad de preguntar por qué debe funcionar el proceso evolucionado. ¿Qué debe ser la naturaleza, incluyendo al hombre, para que la ciencia sea posible? ¿Por qué deben ser capaces las comunidades científicas de llegar a un consenso firme, inalcanzable en otros campos? ¿Por qué después de los diferentes cambios de paradigmas debe durar ese consenso? ¿Y por qué el cambio de paradigma produce, invariablemente, un instrumento más perfecto en cualquier sentido que todos los antes conocidos? Desde un punto de vista estas preguntas, exceptuando la primera, han sido contestadas ya. Pero, desde otra perspectiva, se encuentran todavía tan abiertas como cuando iniciamos este ensayo. No es sólo la comunidad científica la que debe ser especial. El mundo del que esa comunidad forma parte debe también poseer características muy especiales y no estamos más cerca al principio de saber qué deben ser. Ese problema —¿cómo debe ser el mundo para que el hombre pueda conocerlo?— no fue sin embargo, creado por este ensayo. Al contrario, es tan viejo como la ciencia misma y continúa sin respuesta. Pero no necesitamos resolverlo en este ensayo. Cualquier concepción de la naturaleza que sea compatible con el crecimiento de la ciencia por medio de pruebas, es compatible con la visión evolutiva de la ciencia que hemos desarrollado. Puesto que esa visión es compatible también con la observación atenta de la vida científica, hay argumentos poderosos en favor de su empleo, en los intentos hechos para resolver la multitud de problemas que todavía no tienen respuesta.