LOS LIBROS de texto que hemos estado examinando sólo se producen inmediatamente después de una revolución científica. Son las bases para una nueva tradición de ciencia normal. Al ocuparnos de la cuestión relativa a su estructura, está claro que hemos omitido una etapa. ¿Cuál es el proceso mediante el que un candidato a paradigma reemplaza a su predecesor? Cualquier interpretación nueva de la naturaleza, tanto si es un descubrimiento como si se trata de una teoría, surge inicialmente, en la mente de uno o de varios individuos. Son ellos los primeros que aprenden a ver a la ciencia y al mundo de una manera diferente y su habilidad para llevar a cabo la transición es facilitada por dos circunstancias que no son comunes a la mayoría de los demás miembros de su profesión. De manera invariable, su atención se ha concentrado intensamente en los problemas provocadores de crisis; además, habitualmente, son hombres tan jóvenes o tan novatos en el campo en crisis, que la práctica los ha comprometido menos profundamente que a la mayor parte de sus contemporáneos en la opinión sobre el mundo y sobre las reglas determinadas por el antiguo paradigma. ¿Cómo pueden y qué deben hacer para convencer a toda la profesión, o al subgrupo profesional pertinente, de que su modo de ver a la ciencia y al mundo es el correcto? ¿Qué hace que el grupo abandone una tradición de investigación normal en favor de otra?
Para ver el apremio de estas preguntas, recuérdese que son las únicas reconstrucciones que puede suministrar el historiador para satisfacer a las inquisiciones de los filósofos sobre las pruebas, la verificación o la falsación de teorías científicas establecidas. Hasta el grado en que se dedique a la ciencia normal, el investigador es un solucionador de enigmas, no alguien que ponga a prueba los paradigmas. Aunque durante la búsqueda de la solución de un enigma particular puede ensayar una serie de métodos alternativos para abordar el problema descartando los que no le dan los resultados deseados, al hacerlo no estará poniendo a prueba al paradigma. En lugar de ello, será como el jugador de ajedrez que, frente a un problema establecido y con el tablero, física o mentalmente ante él, ensaya varios movimientos alternativos para buscar la solución. Esos intentos de prueba, tanto si son hechos por el jugador de ajedrez como si los lleva a cabo el científico, son sólo pruebas para ellos mismos, no para las reglas del juego. Sólo son posibles en tanto se dé por sentado el paradigma. Por consiguiente, la prueba de un paradigma sólo tiene lugar cuando el fracaso persistente para obtener la solución de un problema importante haya producido una crisis. E incluso entonces, solamente se produce después de que el sentimiento de crisis haya producido un candidato alternativo a paradigma. En las ciencias, la consolidación de la prueba no consiste simplemente, como sucede con la resolución de enigmas, en la comparación de un paradigma único con la naturaleza. En lugar de ello, la prueba tiene lugar como parte de la competencia entre dos paradigmas rivales, para obtener la aceptación por parte de la comunidad científica.
Al examinarla de cerca, esta formulación muestra paralelos inesperados, y probablemente importantes, con dos de las teorías filosóficas contemporáneas más populares sobre la verificación. Pocos filósofos de la ciencia buscan todavía criterios absolutos para la verificación de las teorías científicas. Al notar que ninguna teoría puede exponerse siempre a todas las pruebas posibles y pertinentes, no preguntan si una teoría ha sido verificada sino, más bien, sobre sus probabilidades, teniendo en cuenta las pruebas que ya existen. Y para responder a esta pregunta, una escuela importante se siente impulsada a comparar la capacidad de diferentes teorías para explicar las pruebas que se encuentran a mano. Esta insistencia en comparar teorías es también característica de la situación histórica en la que se acepta una nueva teoría; es muy probable que indique uno de los sentidos en que se dirigirán las futuras discusiones sobre la verificación.
Sin embargo, en sus formas más habituales, todas las teorías de verificación de probabilidades recurren a uno u otro de los lenguajes de observación puros o neutros que estudiamos en la sección X. Una teoría de probabilidades exige que comparemos la teoría científica dada con todas las demás que puedan imaginarse, para que se ajusten al mismo conjunto de datos observados. Otra exige la construcción imaginaria de todas las pruebas a que pueda someterse a la teoría científica dada.[12-1] Aparentemente, parte de esa construcción es necesaria para el cálculo de las probabilidades específicas, absolutas o relativas, y es difícil ver cómo puede lograrse una construcción semejante. Si, como ya hemos señalado, no puede haber ningún sistema de lenguaje o de conceptos que sea científica o empíricamente neutro, la construcción propuesta de pruebas y teorías alternativas deberá proceder de alguna tradición basada en un paradigma. Con esta limitación, no tendría acceso a todas las experiencias o teorías posibles. Como resultado de ello, las teorías probabilistas disimulan la situación de verificación tanto como la iluminan. Aunque esta situación, como insisten, depende de la comparación de teorías y de muchas pruebas presentadas, las teorías y observaciones en cuestión están siempre estrechamente relacionadas con otras ya existentes. La verificación es como la selección natural: toma las más viables de las alternativas reales, en una situación histórica particular. El hecho de si esta elección es la mejor que pudo hacerse si se hubiera dispuesto todavía de otras alternativas o si los datos hubieran sido de otro tipo, no es una pregunta que pueda plantearse de manera útil. No hay instrumentos que puedan emplearse para encontrar las respuestas pertinentes.
Un método muy distinto para abordar todo este conjunto de problemas ha sido desarrollado por Karl R. Popper, quien niega la existencia de todo procedimiento de verificación.[12-2] En su lugar, hace hincapié en la importancia de la falsación, o sea de la prueba que, debido a que su resultado es negativo, hace necesario rechazar una teoría establecida. Claramente, el papel atribuido así a la falsación se parece mucho al que en este ensayo atribuimos a las experiencias anómalas; o sea, a las experiencias que, al provocar crisis, preparan el camino hacia una nueva teoría. Sin embargo, las experiencias anómalas no pueden identificarse con las de falsación. En realidad, dudo mucho que existan estas últimas. Como repetidamente hemos subrayado con anterioridad, ninguna teoría resuelve nunca todos los problemas a que en un momento dado se enfrenta, ni es frecuente que las soluciones ya alcanzadas sean perfectas. Al contrario, es justamente lo incompleto y lo imperfecto del ajuste entre la teoría y los datos existentes lo que, en cualquier momento, define muchos de los enigmas que caracterizan a la ciencia normal. Si todos y cada uno de los fracasos en el ajuste sirvieran de base para rechazar las teorías, todas las teorías deberían ser rechazadas en todo momento. Por otra parte, si sólo un fracaso contundente en el ajuste justifica el rechazo de la teoría, entonces los seguidores de Popper necesitarán cierto criterio de “improbabilidad” o de “grado de demostración de falsación”. Al desarrollar un criterio, es casi seguro que se enfrentarán al mismo tejido de dificultades que ha obsesionado a los partidarios de las diversas teorías de verificación probabilista.
Muchas de las dificultades precedentes pueden evitarse reconociendo que tanto las opiniones prevalecientes como las opuestas, con respecto a la lógica básica de la investigación científica, han tratado de comprimir en uno solo dos procesos muy separados. La experiencia anómala de Popper es importante para la ciencia, debido a que produce competidores para un paradigma existente. Pero la demostración de falsación aunque seguramente tiene lugar, no aparece con el surgimiento, o simplemente a causa del surgimiento de una anomalía o de un ejemplo que demuestre la falsación. En lugar de ello, es un proceso subsiguiente y separado que igualmente bien podría llamarse verificación, puesto que consiste en el triunfo de un nuevo paradigma sobre el anterior. Además, es en este proceso conjunto de verificación y demostración de falsación en donde desempeña un papel crucial la comparación probabilista de teorías. Creo que esa formulación en dos etapas tiene la virtud de una gran verosimilitud y puede capacitarnos también para comenzar a explicar el papel del acuerdo (o del desacuerdo) entre el hecho y la teoría en el proceso de verificación. Para el historiador al menos, tiene poco sentido el sugerir que la verificación es establecer el acuerdo del hecho con la teoría. Todas las teorías que tuvieron significado histórico estuvieron acordes con los hechos; pero sólo en forma relativa. No existe ninguna respuesta más precisa para la pregunta de si una teoría individual se ajusta a los hechos y hasta qué punto lo hace. Pero pueden plantearse preguntas muy similares a ésas, cuando se toman las teorías colectivamente o por parejas. Cabe preguntar cuál de dos teorías, reales y en competencia, se ajusta mejor a los hechos. Por ejemplo, aunque ni la teoría de Priestley ni la de Lavoisier concordaban precisamente con las observaciones existentes, pocos contemporáneos dudaron más de una década en llegar a la conclusión de que, de las dos, la teoría de Lavoisier era la que mejor se ajustaba.
Sin embargo, esta formulación hace que la tarea de escoger entre paradigmas parezca más fácil y familiar de lo que es en realidad. Si no hubiera más que un conjunto de problemas científicos, un mundo en el que poder ocuparse de ellos y un conjunto de normas para su resolución, la competencia entre paradigmas podría resolverse por medio de algún proceso más o menos rutinario, como contar el número de problemas resueltos por cada uno de ellos. Pero, en realidad, esas condiciones no son satisfechas completamente nunca. Quienes proponen los paradigmas en competencia se encuentran siempre, por lo menos ligeramente, en pugna involuntaria. Ninguna de las partes dará por sentadas todas las suposiciones no empíricas que necesita la otra para poder desarrollar su argumento; como Proust y Berthollet, cuando discutieron sobre la composición de los compuestos químicos, estarán, hasta cierto punto, obligadas a hablar sin entenderse; aunque cada una de ellas podrá esperar convencer a la otra de su modo de ver su ciencia y sus problemas, ninguna de ellas podrá esperar probar su argumento. La competencia entre paradigmas no es el tipo de batalla que pueda resolverse por medio de pruebas.
Ya hemos visto varias razones por las que los proponentes de paradigmas en competencia necesariamente fracasan al entrar en contacto completo con los puntos de vista de los demás. Colectivamente, estas razones han sido descritas como la inconmensurabilidad de las tradiciones científicas normales anteriores y posteriores a las revoluciones, y sólo necesitaremos repetirlas brevemente. En primer lugar, los proponentes de paradigmas en competencia estarán a menudo en desacuerdo con respecto a la lista de problemas que cualquier candidato a paradigma deba resolver. Sus normas o sus definiciones de la ciencia serán diferentes. ¿Debe una teoría del movimiento explicar la causa de la fuerza de atracción entre partículas de materia o puede simplemente notar la existencia de esas fuerzas? La dinámica de Newton fue ampliamente rechazada debido a que, a diferencia de las teorías de Aristóteles y de Descartes, implicaba la última respuesta a la pregunta. Por consiguiente, cuando se aceptó la teoría de Newton, una pregunta fue eliminada de la ciencia. Sin embargo, la relatividad general podría públicamente enorgullecerse de haber resuelto esa pregunta. También la teoría química de Lavoisier, diseminada a lo largo del siglo XIX, impidió a los químicos plantear la pregunta de por qué se parecían tanto los metales, pregunta que la química del flogisto había planteado y respondido. La transición al paradigma de Lavoisier, como la que tuvo lugar al de Newton, significo no solo la pérdida de una pregunta permitida sino también la de una solución lograda; sin embargo, tampoco esa pérdida fue permanente. En el siglo XX, las preguntas respecto a las cualidades de las substancias químicas han sido nuevamente incluidas en la ciencia, junto con algunas respuestas.
Sin embargo, está implicado algo más que la inconmensurabilidad de las normas. Puesto que los nuevos paradigmas nacen de los antiguos, incorporan ordinariamente gran parte del vocabulario y de los aparatos, tanto conceptuales como de manipulación, que previamente empleó el paradigma tradicional. Pero es raro que empleen exactamente del modo tradicional a esos elementos que han tomado prestados. En el nuevo paradigma, los términos, los conceptos y los experimentos antiguos entran en relaciones diferentes unos con otros. El resultado inevitable es lo que debemos llamar, aunque el término no sea absolutamente correcto, un malentendido entre las dos escuelas en competencia. El profano que fruncía el ceño ante la teoría general de la relatividad de Einstein, debido a que el espacio no podía ser “curvo” —no era exactamente eso—, no estaba simplemente equivocado o engañado. Tampoco los matemáticos, los físicos y los filósofos que trataron de desarrollar una versión euclidiana de la teoría de Einstein.[12-3] Lo que anteriormente se entendía por espacio, era necesariamente plano, homogéneo, isótropo y no afectado por la presencia de la materia. De no ser así, la física de Newton no hubiera dado resultado. Para llevar a cabo la transición al universo de Einstein, todo el conjunto conceptual cuyas ramificaciones son el espacio, el tiempo, la materia, la fuerza, etc., tenía que cambiarse y establecerse nuevamente sobre el conjunto de la naturaleza. Sólo los hombres que habían sufrido juntos o no habían logrado sufrir esa transformación serían capaces de descubrir precisamente en qué estaban o no de acuerdo. La comunicación a través de la línea de división revolucionaria es inevitablemente parcial. Por ejemplo, tómese en consideración a los hombres que llamaron loco a Copérnico porque proclamó que la Tierra se movía. No estaban tampoco simple o completamente equivocados. Parte de lo que entendían por ‘Tierra’ era una posición fija. Por lo menos, su tierra no podía moverse. De la misma manera, la innovación de Copérnico no fue sólo mover la Tierra; por el contrario, fue un modo completamente nuevo de ver los problemas de la física y de la astronomía, que necesariamente cambiaba el significado de ‘Tierra’ y de ‘movimiento’.[12-4] Sin esos cambios, el concepto de que la Tierra se movía era una locura. Por otra parte, una vez llevados a cabo y comprendidos, tanto Descartes como Huyghens comprendieron que el movimiento de la Tierra era una cuestión que carecía de contenido para la ciencia.[12-5]
Estos ejemplos señalan hacia el tercero y más fundamental de los aspectos de la inconmensurabilidad de los paradigmas en competencia. En un sentido que soy incapaz de explicar de manera más completa, quienes proponen los paradigmas en competencia practican sus profesiones en mundos diferentes. Unos contienen cuerpos forzados que caen lentamente y otro péndulos que repiten sus movimientos una y otra vez. En un caso, las soluciones son compuestos, en otro, mezclas. Uno se encuentra inserto en una matriz plana del espacio, el otro en una curva. Al practicar sus profesiones en mundos diferentes, los dos grupos de científicos ven cosas diferentes cuando miran en la misma dirección desde el mismo punto. Nuevamente, esto no quiere decir que pueden ver lo que deseen. Ambos miran al mundo y aquello a lo que miran no ha cambiado. Pero, en ciertos campos, ven cosas diferentes y las ven en relaciones distintas unas con otras. Es por eso por lo que una ley que ni siquiera puede ser establecida por demostración a un grupo de científicos, a veces puede parecerle a otro intuitivamente evidente. Por eso, asimismo, antes de que puedan esperar comunicarse plenamente, un grupo o el otro deben experimentar la conversión que hemos estado llamando cambio de paradigma. Precisamente porque es una transición entre inconmensurables, la transición entre paradigmas en competencia no puede llevarse a cabo paso a paso, forzada por la lógica y la experiencia neutral. Como el cambio de forma (Gestalt), debe tener lugar de una sola vez (aunque no necesariamente en un instante) o no ocurrir en absoluto.
Entonces, ¿cómo llegan los científicos a hacer esta trasposición? Parte de la respuesta es que con mucha frecuencia no la hacen. El copernicanismo obtuvo muy pocos adeptos durante casi un siglo después de la muerte de Copérnico. El trabajo de Newton no fue generalmente aceptado, sobre todo en la Europa continental, durante más de medio siglo después de la aparición de los Principia.[12-6] Priestley nunca aceptó la teoría del oxígeno, ni Lord Kelvin la teoría electromagnética y así sucesivamente. Las dificultades de conversión han sido notadas con frecuencia por los científicos mismos. Darwin, en un pasaje particularmente perceptivo al final de su Origin of Species, escribió: “Aunque estoy plenamente convencido de la verdad de las opiniones expresadas en este volumen…, no espero convencer, de ninguna manera, a los naturalistas experimentados cuyas mentes están llenas de una multitud de hechos que, durante un transcurso muy grande de años, han visto desde un punto de vista directamente opuesto al mío… Pero miro con firmeza hacia el futuro, a los naturalistas nuevos y que están surgiendo, porque serán capaces de ver ambos lados de la cuestión con imparcialidad”.[12-7] Y Max Planck, pasando revista a su propia carrera en su Scientific Autobiography, escribió con tristeza que “una nueva verdad científica no triunfa por medio del convencimiento de sus oponentes, haciéndoles ver la luz, sino más bien porque dichos oponentes llegan a morir y crece una nueva generación que se familiariza con ella”.[12-8]
Estos hechos y otros similares son demasiado comúnmente conocidos como para necesitar insistir en ellos. Pero sí necesitan ser reevaluados. En el pasado a menudo han sido considerados como indicación de que los científicos, debido a que son sólo seres humanos, no siempre pueden admitir sus errores, ni siquiera cuando se enfrentan a pruebas concretas. Yo más bien afirmaría que en estos temas no son pruebas ni errores los que están cuestionados. La transferencia de la aceptación de un paradigma a otro es una experiencia de conversión que no se puede forzar. La resistencia de toda una vida, sobre todo por parte de aquellos cuyas carreras fecundas los han hecho comprometerse con una tradición más antigua de ciencia normal, no es una violación de las normas científicas, sino un índice de la naturaleza de la investigación científica misma. La fuente de la resistencia reside en la seguridad de que el paradigma de mayor antigüedad finalmente resolverá todos sus problemas, y de que la naturaleza puede compelerse dentro de los marcos proporcionados por el paradigma. En épocas revolucionarias, inevitablemente esa seguridad se muestra como terca y tenaz, lo que en ocasiones incluso llega a ser. Pero es también algo más que eso. Esta misma seguridad es la que hace posible a una ciencia, normal o solucionadora de enigmas. Y es sólo a través de la ciencia normal como la comunidad profesional primeramente logra explotar el alcance potencial y la justeza del paradigma más antiguo y más tarde, aislar la aporía de cuyo estudio pueda surgir un nuevo paradigma.
No obstante, el pretender que la resistencia es inevitable y legítima y que el cambio de paradigma no puede justificarse por medio de pruebas, no quiere decir que no haya argumentos pertinentes o que no sea posible persuadir a los científicos de que cambien de manera de pensar. Aunque a veces se requiere de una generación para llevar a cabo el cambio, las comunidades científicas se han convertido una vez tras otra a los nuevos paradigmas. Además, esas conversiones no ocurren a pesar del hecho de que los científicos sean humanos, sino debido a que lo son. Aunque algunos científicos, sobre todo los más viejos y experimentados, puedan resistirse indefinidamente, la mayoría de ellos, en una u otra forma, podrán ser logrados. Las conversiones se producirán poco a poco hasta cuando, después de que los últimos en oponer resistencia mueran, toda la profesión se encuentre nuevamente practicando de acuerdo con un solo paradigma, aunque diferente. Debemos por consiguiente, inquirir cómo se induce a la conversión y cómo se encuentra resistencia.
¿Qué tipo de respuesta puede esperarse a esta pregunta? Tan sólo debido a que se refiere a técnicas de persuasión o a argumentos y contra-argumentos en una situación en la que no puede haber pruebas, nuestra pregunta es nueva y exige un tipo de estudio que no ha sido emprendido antes. Debemos prepararnos para una inspección muy parcial e impresionante. Además, lo que ya se ha dicho se combina con el resultado de esta inspección para sugerir que, cuando se pregunta algo, más sobre la persuasión que sobre las pruebas, el problema de la naturaleza de la argumentación científica no tiene una respuesta única o uniforme. Los científicos individuales aceptan un nuevo paradigma por toda clase de razones y, habitualmente, por varias al mismo tiempo. Algunas de esas razones —por ejemplo, el culto al Sol que contribuyó a que Kepler se convirtiera en partidario de Copérnico— se encuentran enteramente fuera de la esfera aparente de la ciencia.[12-9] Otras deben depender de idiosincrasias de autobiografía y personalidad. Incluso la nacionalidad o la reputación anterior del innovador y de sus maestros pueden a veces desempeñar un papel importante.[12-10] Por tanto, en última instancia, debemos aprender a hacer esa pregunta de una manera diferente. No deberemos interesarnos por los argumentos que de hecho convierten a uno u otro individuo, sino más bien por el tipo de comunidad que siempre, tarde o temprano, se reforma como un grupo único. Voy, sin embargo, a aplazar este problema para la sección final, examinando mientras tanto algunos de los tipos de argumentos que resultan particularmente efectivos en las batallas sobre cambios de paradigmas. Probablemente la pretensión simple de mayor relevancia que plantean quienes proponen un nuevo paradigma es la de que pueden resolver los problemas que condujeron al paradigma antiguo a la crisis. Cuando de manera legítima puede hacerse esta pretensión con frecuencia es la más efectiva posible. En el campo en que se propone, se sabe que el paradigma se encuentra en dificultades. Estas dificultades han sido exploradas repetidamente y las tentativas para vencerlas han resultado vanas una y otra vez. Se han reconocido y atestiguado “experimentos cruciales” —los que son capaces de establecer una discriminación particularmente clara entre los dos paradigmas—, antes de que se inventara siquiera el nuevo paradigma. Copérnico pretendía, en esa forma, que había resuelto el problema que se había resistido durante tanto tiempo sobre la longitud del año del calendario, Newton que había reconciliado la mecánica terrestre con la celeste, Lavoisier que había resuelto los problemas de identidad de los gases y de las relaciones de peso y Einstein que había hecho que la electrodinámica fuera compatible con una ciencia del movimiento revisada.
Las pretensiones de este tipo tienen muchas probabilidades de tener éxito si el nuevo paradigma muestra una precisión cuantitativa sorprendentemente mayor que la de su competidor más antiguo. La superioridad cuantitativa de las tablas Rudolphine de Kepler sobre todas las que habían sido calculadas desde la aparición de la teoría de Tolomeo, fue un factor importante para la conversión de los astrónomos al copernicanismo. El éxito de Newton para predecir observaciones astronómicas cuantitativas fue probablemente la razón singular más importante del triunfo de su teoría sobre sus competidoras más razonables, pero más uniformemente cualitativas. Y en este siglo, el sorprendente éxito cuantitativo tanto de la ley de la radiación de Planck como de la del átomo de Bohr, persuadieron rápidamente a los físicos de que debían adoptarlas, aun cuando, viendo la ciencia física como un todo, esas dos contribuciones creaban muchos más problemas de los que resolvían.[12-11]
La pretensión de haber resuelto los problemas provocadores de una crisis, sin embargo, raramente es suficiente por sí sola. Además, no siempre puede hacerse de manera legítima. En efecto, la teoría de Copérnico no era más exacta que la de Tolomeo y no condujo directamente a ningún mejoramiento en el calendario. O también, la teoría ondulatoria de la luz no tuvo, durante varios años después de haber sido proclamada, ni siquiera el mismo éxito que su rival corpuscular para resolver los efectos de polarización, que eran una de las causas principales de la crisis de la óptica. A veces, la práctica floja que caracterice a la investigación no-ordinaria producirá un candidato a paradigma que, inicialmente, no contribuya en absoluto a resolver los problemas que provoquen la crisis. Cuando eso suceda, deberán obtenerse pruebas de otros lugares del campo, como de todas formas sucede con frecuencia. En estas otras zonas pueden desarrollarse paradigmas particularmente persuasivos si el nuevo paradigma permite la predicción de fenómenos totalmente insospechados cuando prevalecía el paradigma anterior.
Por ejemplo, la teoría de Copérnico sugirió que los planetas debían ser similares a la Tierra, que Venus debía mostrar fases y que el Universo debía ser muchísimo más grande de lo que hasta entonces se había supuesto. Como resultado de ello, cuando, sesenta años después de su muerte, los telescopios descubrieron repentinamente montañas en la Luna, las fases de Venus y un número inmenso de estrellas cuya existencia no se sospechaba siquiera, esas observaciones dieron a la nueva teoría muchísimos adeptos, principalmente entre los no astrónomos.[12-12] En el caso de la teoría ondulatoria, una de las causas principales de la conversión de profesionales resultó más dramática. La resistencia opuesta por los franceses se derrumbó de repente y de una manera relativamente completa, cuando Fresnel logró demostrar la existencia de un punto blanco en el centro de la sombra de un disco. Era un efecto que ni siquiera él había esperado, pero que Poisson, inicialmente uno de sus oponentes, había demostrado que era una consecuencia necesaria aunque absurda de la teoría de Fresnel.[12-13] A causa de la valía de su impacto y de que de manera evidente, desde un principio, no habían sido incluidos en la nueva teoría, argumentos como estos resultan especialmente persuasivos. A veces esa fuerza complementaria puede explotarse, incluso a través de fenómenos que han sido observados mucho antes de que se presentara la teoría que los explica. Por ejemplo, Einstein no parece haber previsto que la relatividad general explicara con precisión la conocida anomalía en el movimiento del perihelio de Mercurio y experimentó el triunfo consiguiente cuando lo logró.[12-14]
Todos los argumentos en pro de un nuevo paradigma que hemos presentado hasta ahora, han estado basados en la habilidad comparativa de un competidor para resolver problemas. Para los científicos, esos argumentos son ordinariamente los más importantes y persuasivos. Los ejemplos anteriores no deben dejar dudas sobre el origen de su inmensa atracción. Pero, por razones que veremos dentro de poco, no son ni individual ni colectivamente apremiantes. Afortunadamente, hay también otro tipo de consideración que puede conducir a los científicos a rechazar un antiguo paradigma, en favor de otro nuevo. Éstos son los argumentos, raramente establecidos explícitamente, que hacen un llamamiento al sentido que tienen los individuos de lo apropiado y de lo estético: se dice que la nueva teoría es “más neta”, “más apropiada” o “más sencilla” que la antigua. Es probable que esos argumentos sean menos efectivos en las ciencias que en la matemática. Las primeras versiones de la mayoría de los nuevos paradigmas son aproximadas. Para cuando puede desarrollarse toda su atracción estética, la mayor parte de la comunidad ha sido persuadida por otros medios. Sin embargo, la importancia de las consideraciones de estética puede ser a veces decisiva. Aunque a menudo sólo atraen a unos cuantos científicos hacia una nueva teoría, es posible que su triunfo final dependa precisamente de esos pocos. Si por fuertes razones individuales no lo hubieran tomado a su cargo rápidamente, el nuevo candidato a paradigma pudiera no desarrollarse nunca lo suficiente como para atraer a la comunidad científica como un todo.
Para ver las razones de la importancia de esas consideraciones más subjetivas y estéticas, recuérdese qué es un debate paradigmático. Cuando por primera vez se propone un candidato a paradigma, es raro que haya resuelto más que unos cuantos de los problemas a que se enfrenta y la mayoría de las soluciones distarán mucho todavía de ser perfectas. Hasta Kepler, la teoría de Copérnico apenas había logrado mejorar las predicciones de posición planetaria que había hecho Tolomeo. Cuando Lavoisier vio el oxígeno como “el aire mismo entero”, su nueva teoría no podía enfrentarse en absoluto a los problemas presentados por la proliferación de nuevos gases, un argumento que utilizó con gran éxito Priestley en su contraataque. Los casos como el del punto blanco de Fresnel son extremadamente raros. Ordinariamente, es sólo mucho más tarde, después de que el nuevo paradigma ha sido desarrollado, aceptado y explotado, cuando se desarrollan argumentos aparentemente decisivos, como el péndulo de Foucault para demostrar la rotación de la Tierra o el experimento de Fizeau para demostrar que la luz se desplaza más rápidamente en el aire que en el agua. El producirlos es parte de la ciencia normal y su función no se desempeña en el debate paradigmático sino en los libros de texto posteriores a la revolución.
Antes de que se escribieran esos libros de texto, mientras tiene lugar el debate, la situación es muy diferente. Habitualmente, los adversarios de un nuevo paradigma pueden legítimamente pretender que incluso en la zona de crisis éste es muy poco superior a su rival tradicional; por supuesto, resuelve mejor algunos problemas y descubre algunas regularidades nuevas. Pero es probable que el antiguo paradigma pueda articularse para satisfacer esas condiciones, como lo ha hecho antes con otras. Tanto el sistema astronómico geocéntrico de Tycho Brahe como las últimas versiones de la teoría del flogisto fueron respuestas a desafíos planteados por un nuevo candidato a paradigma, y ambas tuvieron un éxito completo.[12-15] Además, los defensores de la teoría y los procedimientos tradicionales pueden casi siempre señalar problemas que su nuevo rival no ha resuelto pero que, desde el punto de vista de ellos, no son problemas en absoluto. Hasta el descubrimiento de la composición del agua, la combustión del hidrógeno era un fuerte argumento en pro de la teoría del flogisto y en contra de Lavoisier; y después del triunfo de la teoría del oxígeno, todavía no podía explicar la preparación de un gas combustible a partir del carbono, fenómeno al que los partidarios del flogisto habían recurrido como apoyo firme para su teoría.[12-16] Incluso en la zona en crisis, el balance del argumento y del contraargumento pueden ser muy similares y fuera de esa zona, la balanza, con frecuencia, favorecerá a la tradición. Copérnico destruyó una explicación mucho tiempo reconocida del movimiento de la Tierra, sin reemplazarla; Newton hizo lo mismo con una explicación más antigua de la gravedad, Lavoisier con las propiedades comunes de los metales, y así sucesivamente. En resumen, si debe juzgarse un nuevo candidato a paradigma desde el principio por personas testarudas que sólo examinen la capacidad relativa de resolución de problemas, las ciencias experimentarían muy pocas revoluciones importantes. Añádanse los argumentos contrarios, generados por lo que hemos denominado antes la inconmensurabilidad de los paradigmas, y es posible que las ciencias pudieran no sufrir revolución alguna.
Pero los debates paradigmáticos no son realmente sobre la capacidad relativa de resolución de problemas aunque, por buenas razones, se expresen habitualmente en esos términos. En lugar de ello, lo que se encuentra en juego es qué paradigma deberá guiar en el futuro las investigaciones que se lleven a cabo sobre problemas que ninguno de los competidores puede todavía resolver completamente. Es necesaria una decisión entre métodos diferentes de practicar la ciencia y, en esas circunstancias, esa decisión deberá basarse menos en las realizaciones pasadas que en las promesas futuras. El hombre que adopta un nuevo paradigma en una de sus primeras etapas, con frecuencia deberá hacerlo, a pesar de las pruebas proporcionadas por la resolución de los problemas. O sea, deberá tener fe en que el nuevo paradigma tendrá éxito al enfrentarse a los muchos problemas que se presenten en su camino, sabiendo sólo que el paradigma antiguo ha fallado en algunos casos. Una decisión de esta índole sólo puede tomarse con base en la fe.
Ésa es una de las razones por las que resulta tan importante una crisis anterior. Los científicos que no la hayan experimentado, raramente renunciarán a las pruebas poderosas de la resolución de problemas para seguir lo que fácilmente pueda resultar y será considerado como un fuego fatuo. Pero la crisis sola no es suficiente. Debe haber también una base, aun cuando no necesite ser racional ni correcta en definitiva, para tener fe en el candidato particular que se escoja. Algo debe hacer sentir, al menos a unos cuantos científicos, que la nueva proposición va por buen camino y, a veces, sólo consideraciones estéticas personales e inarticuladas pueden lograrlo. Hay hombres que se han dejado convertir por ellas, en momentos en los que la mayoría de los argumentos técnicos articulables señalaban en dirección opuesta. Cuando fueron presentadas por primera vez, ni la teoría astronómica de Copérnico ni la teoría de la materia de De Broglie tenían muchos otros puntos importantes de atracción. Incluso hoy en día, la teoría general de Einstein atrae a los hombres principalmente sobre bases estéticas, atractivo que pocas personas fuera de la matemática han podido sentir.
Esto no quiere decir que los nuevos paradigmas triunfan en definitiva mediante alguna estética mística. Contrariamente, son muy pocos los hombres que abandonan una tradición sólo por esas razones. Quienes lo hacen, con frecuencia se dan cuenta de haber sido llevados a conclusiones erróneas. Pero para que un paradigma pueda triunfar deberá ganar algunos primeros adeptos, hombres que lo desarrollen hasta el punto de que puedan producirse y multiplicarse argumentos tenaces. E incluso estos argumentos, cuando son producidos, no son individualmente decisivos. Debido a que los científicos son hombres razonables, uno u otro de los argumentos persuadirán en última instancia a muchos de ellos. Pero no existe ningún argumento único que pueda o deba persuadirlos a todos. Lo que ocurre, más que la conversión de un solo grupo, es un cambio cada vez mayor en la distribución de la fidelidad profesional.
Al comienzo, un nuevo candidato a paradigma puede tener pocos partidarios, y a veces los motivos de esos partidarios pueden resultar sospechosos. Sin embargo, si son competentes, lo mejorarán, explorarán sus posibilidades y mostrarán lo que sería pertenecer a la comunidad guiada por él. Al continuar ese proceso, si el paradigma está destinado a ganar la batalla, el número y la fuerza de los argumentos de persuasión en su favor aumentarán. Entonces más científicos se convertirán y continuará la exploración del nuevo paradigma. Gradualmente, el número de experimentos, instrumentos, artículos y libros basados en el paradigma se multiplicará. Otros hombres más, convencidos de la utilidad de la nueva visión, adoptarán el nuevo método para practicar la ciencia normal, hasta que, finalmente, sólo existan unos cuantos que continúen oponiéndole resistencia. Y ni siquiera podemos decir que estén en un error. Aunque el historiador puede encontrar siempre a hombres que, como Priestley, se mostraron irrazonables al resistirse durante tanto tiempo como lo hicieron, no hallará un punto en el que la resistencia se haga ilógica o no científica. Cuando mucho, puede desear decir que el hombre que sigue oponiendo resistencia después de que se hayan convencido todos los demás miembros de su profesión, deja ipso facto de ser un científico.