SUPONGAMOS entonces que las crisis son una condición previa y necesaria para el nacimiento de nuevas teorías y preguntémonos después cómo responden los científicos a su existencia. Parte de la respuesta, tan evidente como importante, puede descubrirse haciendo notar primeramente lo que los científicos nunca hacen, ni siquiera cuando se enfrentan a anomalías graves y prolongadas. Aun cuando pueden comenzar a perder su fe y, a continuación a tomar en consideración otras alternativas, no renuncian al paradigma que los ha conducido a la crisis. O sea, a no tratar las anomalías como ejemplos en contrario, aunque, en el vocabulario de la filosofía de la ciencia, eso es precisamente lo que son. Esta generalización es en parte, simplemente una afirmación del hecho histórico, basada en ejemplos como los mencionados antes y, de manera más detallada, los que se mencionarán a continuación. Esto indica lo que nuestro examen posterior del rechazo del paradigma establecerá de manera más clara y completa: una vez que ha alcanzado el status de paradigma, una teoría científica se declara inválida sólo cuando se dispone de un candidato alternativo para que ocupe su lugar. Ningún proceso descubierto hasta ahora por el estudio histórico del desarrollo científico se parece en nada al estereotipo metodológico de la demostración de falsedad, por medio de la comparación directa con la naturaleza. Esta observación no significa que los científicos no rechacen las teorías científicas o que la experiencia y la experimentación no sean esenciales en el proceso en que lo hacen. Significa (lo que será al fin de cuentas un punto central) que el acto de juicio que conduce a los científicos a rechazar una teoría aceptada previamente, se basa siempre en más de una comparación de dicha teoría con el mundo. La decisión de rechazar un paradigma es siempre, simultáneamente, la decisión de aceptar otro, y el juicio que conduce a esa decisión involucra la comparación de ambos paradigmas con la naturaleza y la comparación entre ellos.
Además, existe una segunda razón para poner en duda que los científicos rechacen paradigmas debido a que se enfrentan a anomalías o a ejemplos en contrario. Al desarrollarlo, mi argumento, por sí solo, delineará otra de las tesis principales de este ensayo. Las razones para dudar que antes bosquejamos eran puramente fácticas; o sea, ellas mismas eran ejemplos en contrario de una teoría epistemológica prevaleciente. Como tal, si mi argumento es correcto, pueden contribuir cuando mucho a crear una crisis o, de manera más exacta, a reforzar alguna que ya exista. No pueden por sí mismos demostrar que esa teoría filosófica es falsa y no lo harán, puesto que sus partidarios harán lo que hemos visto ya que hacen los científicos cuando se enfrentan a las anomalías. Inventarán numerosas articulaciones y modificaciones ad hoc de su teoría para eliminar cualquier conflicto aparente. En realidad, muchas de las modificaciones y de las calificaciones pertinentes pueden hallarse ya en la literatura. Por consiguiente, si esos ejemplos en contrario epistemológicos llegan a constituir algo más que un ligero irritante, será debido a que contribuyen a permitir el surgimiento de un análisis nuevo y diferente de la ciencia, dentro del que ya no sean causa de dificultades. Además, si se aplica aquí un patrón típico, que observaremos más adelante en las revoluciones científicas, esas anomalías no parecerán ya hechos simples. A partir de una nueva teoría del conocimiento científico, pueden parecerse mucho a tautologías, enunciados de situaciones que no pueden concebirse que fueran de otro modo.
Por ejemplo, con frecuencia se ha observado que la segunda ley del movimiento de Newton, aun cuando fueron necesarios varios siglos de difícil investigación, teórica y fáctica para llegar a ella, desempeña, para los partidarios de la teoría de Newton, un papel muy similar al de un enunciado puramente lógico, que ningún número de observaciones podría refutar.[8-1] En la Sección X veremos que la ley química de las proporciones constantes, que antes de Dalton era un descubrimiento experimental ocasional, de aplicación general muy dudosa, se convirtió, después de su trabajo, en un ingrediente de una definición de compuesto químico que ningún trabajo experimental hubiera podido trastornar. Algo muy similar puede suceder también con la generalización de que los científicos dejan de rechazar los paradigmas cuando se enfrentan a anomalías o ejemplos en contrario. Pueden no hacerlo así y, no obstante, continuar siendo científicos.
Aunque es improbable que la historia recuerde sus nombres, es indudable que algunos hombres han sido impulsados a abandonar la ciencia debido a su incapacidad para tolerar la crisis. Como los artistas, los científicos creadores deben ser capaces de vivir, a veces, en un mundo desordenado; en otro lugar, he descrito esta necesidad como “la tensión esencial” implícita en la investigación científica.[8-2] Pero este rechazo de la ciencia en favor de alguna otra ocupación es, creo yo, el único tipo de rechazo de paradigma al que pueden, por sí mismos, conducir los ejemplos en contrario. Una vez descubierto un primer paradigma a través del cual ver la naturaleza, no existe ya la investigación con ausencia de paradigmas. El rechazar un paradigma sin reemplazarlo con otro, es rechazar la ciencia misma. Ese acto no se refleja en el paradigma sino en el hombre. De manera inevitable, será considerado por sus colegas como “el carpintero que culpa a sus herramientas”.
A la inversa puede llegarse al mismo punto, con una eficiencia, al menos, similar: no existe la investigación sin ejemplos en contrario. ¿Qué es lo que diferencia a la ciencia normal de la ciencia en estado de crisis? Seguramente, no el hecho de que la primera no se enfrente a ejemplos en contrario. A la inversa, lo que hemos llamado con anterioridad los enigmas que constituyen la ciencia normal, existen sólo debido a que ningún paradigma que proporcione una base para la investigación científica resuelve completamente todos sus problemas. En los pocos casos en que parecen haberlo hecho (p. ej. la visión geométrica), pronto han dejado de constituir problemáticas para la investigación y se han convertido en instrumentos para el trabajo práctico. Con excepción de aquellos que son exclusivamente instrumentales, todos los problemas que la ciencia normal considera como enigmas pueden, desde otra perspectiva, verse como ejemplos en contrario y por consiguiente como fuentes de crisis. Copérnico consideró ejemplos en contrario lo que la mayor parte de los demás seguidores de Tolomeo habían considerado como enigmas en el ajuste entre la observación y la teoría. Lavoisier vio como un ejemplo en contrario lo que Priestley había considerado como un enigma resuelto con éxito en la articulación de la teoría del flogisto. Y Einstein vio como ejemplos en contrario lo que Lorentz, Fitzgerald y otros habían considerado como enigmas en la articulación de las teorías de Newton y de Maxwell. Además, ni siquiera la existencia de una crisis transforma por sí misma a un enigma en un ejemplo en contrario. No existe tal línea divisoria precisa. En lugar de ello, provocando una proliferación de versiones del paradigma, la crisis debilita las reglas de resolución normal de enigmas, en modos que, eventualmente, permiten la aparición de un nuevo paradigma. Creo que hay solamente dos alternativas: o ninguna teoría científica enfrenta nunca un ejemplo en contrario, o todas las teorías se ven en todo tiempo confrontadas con ejemplos en contrario.
¿Cómo podía parecer diferente la situación? Esta pregunta conduce, necesariamente, a la elucidación histórica y crítica de la filosofía y esos tópicos quedan fuera de este ensayo. Pero, al menos, podemos señalar dos razones por las que la ciencia parece haber proporcionado un ejemplo tan adecuado de la generalización de que la verdad y la falsedad se determinan únicamente y de manera inequívoca, por medio de la confrontación del enunciado con los hechos. La ciencia normal se esfuerza y deberá esforzarse continuamente por hacer que la teoría y los hechos vayan más de acuerdo y esta actividad puede verse fácilmente como una prueba o una búsqueda de confirmación o falsedad. En lugar de ello, su objeto es resolver un enigma para cuya existencia misma debe suponerse la validez del paradigma. El no lograr una solución desacredita sólo al científico, no a la teoría. En este caso, todavía más que en el anterior, se aplica el proverbio de que: “Es mal carpintero el que culpa a sus herramientas”. Además, el modo en que la pedagogía de la ciencia embrolla la discusión de una teoría con observaciones sobre ejemplos de sus aplicaciones, ha contribuido a reforzar una teoría de confirmación extraída principalmente de otras fuentes. Si tiene la menor razón para hacerlo, el hombre que lea un texto científico podrá llegar con facilidad a considerar las aplicaciones como la prueba de una teoría, como las razones por las cuales debe creerse en ella. Pero los estudiantes de ciencias aceptan teorías por la autoridad del profesor y de los textos, no a causa de las pruebas. ¿Qué alternativas tienen, o qué competencia? Las aplicaciones mencionadas en los textos no se dan como pruebas, sino debido a que el aprenderlas es parte del aprendizaje del paradigma dado como base para la práctica corriente. Si se avanzaran las aplicaciones como pruebas, entonces el fracaso de los textos para sugerir interpretaciones alternativas o para discutir problemas para los que los científicos no han logrado producir soluciones paradigmáticas, acusarían a los autores de parcialidad extrema. No existe ninguna razón para semejante acusación.
Así pues, volviendo a la primera pregunta, ¿cómo responden los científicos a la percepción de una anomalía en el ajuste entre la teoría y la naturaleza? Lo que hemos dicho indica que incluso una discrepancia inconmensurablemente mayor que la experimentada en otras aplicaciones de la teoría no debe provocar necesariamente cualquier respuesta profunda. Hay siempre ciertas discrepancias. Incluso las más tenaces responden usualmente, al fin, a la práctica normal. Con mucha frecuencia, los científicos se sienten dispuestos a esperar, sobre todo si disponen de muchos otros problemas en otras partes del campo. Por ejemplo, ya hemos hecho notar que, durante los sesenta años posteriores al cálculo original de Newton, el movimiento anticipado del perigeo de la Luna continuaba siendo todavía la mitad del observado. Mientras los mejores físicos y matemáticos de Europa continuaron ocupándose sin éxito del problema, se hicieron proposiciones ocasionales para una modificación de la ley del inverso del cuadrado de Newton. Pero nadie tomó muy en serio esas proposiciones y, en la práctica, esa paciencia con una anomalía importante resultó justificada. En 1750, Clairaut logró demostrar que sólo las matemáticas usadas en la aplicación habían estado en un error y que la teoría de Newton podía continuar como antes.[8-3] Incluso en los casos en que no parece posible que se produzcan errores simples (quizá debido a que las operaciones matemáticas involucradas son o más sencillas o de un tipo familiar y con buenos resultados en todos los demás campos), una anomalía reconocida y persistente no siempre provoca una crisis. Nadie puso seriamente en duda la teoría de Newton a causa de las discrepancias, reconocidas desde hacía mucho tiempo, entre las predicciones de esa teoría y las velocidades tanto del sonido como del movimiento de Mercurio. La primera discrepancia fue finalmente resuelta y de manera inesperada, por medio de experimentos sobre el calor, los que habían sido emprendidos con otro fin muy diferente; la segunda desapareció al surgir la teoría general de la relatividad, después de una crisis en cuya creación no había tomado parte.[8-4] Aparentemente, tampoco había parecido lo suficientemente importante como para provocar el malestar que acompaña a las crisis; pudieron reconocerse como ejemplos en contrario y, no obstante, ser relegados para un trabajo posterior.
De ello se desprende que para que una anomalía provoque crisis, debe ser algo más que una simple anomalía. Siempre se presentan dificultades en alguna parte en el ajuste del paradigma con la naturaleza; la mayoría de ellas se resuelven tarde o temprano, frecuentemente por medio de procesos que no podían preverse. Es raro que el científico que se detenga a examinar todas las anomalías que descubra pueda llevar a cabo algún trabajo importante. Debemos por consiguiente preguntarnos qué es lo que hace que una anomalía parezca merecer un examen de ajuste y para esta pregunta es probable que no exista una respuesta absolutamente general. Los casos que ya hemos examinado son característicos, pero raramente prescriptivos. A veces, una anomalía pondrá claramente en tela de juicio generalizaciones explícitas y fundamentales de un paradigma, como lo hizo el problema del arrastre del éter para quienes aceptaban la teoría de Maxwell. O como en la revolución de Copérnico, una anomalía sin aparente importancia fundamental, puede provocar crisis si las aplicaciones que inhibe tienen una importancia práctica particular, en este caso para el calendario y la astrología. O, como en la química del siglo XVIII, el desarrollo de la ciencia normal puede transformar una anomalía que, anteriormente, había sido sólo una molestia, en causa de crisis: el problema de las relaciones de pesos tuvo un status muy diferente después de la evolución de las técnicas químicas neumáticas. Probablemente, hay todavía otras circunstancias que pueden hacer que una anomalía resulte especialmente apremiante y, ordinariamente, se combinarán varias de ellas. Por ejemplo, ya hemos hecho notar que una de las causas de la crisis a que se enfrentó Copérnico fue la sola duración del tiempo durante el que los astrónomos se esforzaron, sin obtener resultados, en reducir las discrepancias residuales del sistema de Ptolomeo.
Cuando por esas razones u otras similares, una anomalía llega a parecer algo más que otro enigma más de la ciencia normal, se inicia la transición a la crisis y a la ciencia fuera de lo ordinario. Entonces, la anomalía misma llega a ser reconocida de manera más general como tal en la profesión. Cada vez le presta mayor atención un número mayor de los hombres más eminentes del campo de que se trate. Si continúa oponiendo resistencia, lo cual no sucede habitualmente, muchos de ellos pueden llegar a considerar su resolución como el objetivo principal de su disciplina. Para ellos, el campo no parecerá ser ya lo que era antes. Parte de ese aspecto diferente es simplemente el resultado del nuevo punto de enfoque del examen científico. Una fuente todavía más importante de cambio es la naturaleza divergente de las numerosas soluciones parciales a que se llega por medio de la atención concertada que se presta al problema. Los primeros intentos de resolución del problema seguirán de cerca las reglas establecidas por el paradigma; pero, al continuar adelante sin poder vencer la resistencia, las tentativas de resolución involucrarán, cada vez más, alguna coyuntura menor o no tan ligera del paradigma, de modo tal que no existan dos de esas articulaciones completamente iguales, con un éxito parcial cada una de ellas ni con el suficiente éxito como para poder ser aceptadas como paradigmas por el grupo. A través de esta proliferación de coyunturas divergentes (de manera cada vez más frecuente llegarán a describirse como ajustes ad hoc), las reglas de la ciencia normal se hacen cada vez más confusas. Aun cuando existe todavía un paradigma, pocos de los que practican la ciencia en su campo están completamente de acuerdo con él. Incluso las soluciones de algunos problemas aceptadas con anterioridad se ponen en duda.
Cuando es aguda, esta situación es a veces reconocida por los científicos involucrados. Copérnico se quejaba de que, en su tiempo, fueran los astrónomos tan “inconsistentes en esas investigaciones (astronómicas)… que no pueden ni siquiera explicar u observar la longitud constante de las estaciones del año”. “Con ellos”, continuaba diciendo, “es como si un artista tuviera que tomar las manos, los pies, la cabeza y otros miembros de sus cuadros, de modelos diferentes, de tal modo que cada una de las partes estuviera perfectamente dibujada; pero sin relación con un cuerpo único, y puesto que no coinciden unas con otras en forma alguna, el resultado sería un monstruo más que un hombre.”[8-5] Einstein, limitado por el uso corriente a un lenguaje menos florido, escribió solamente: “Es como si le hubieran retirado a uno el terreno que pisaba, sin ver en ninguna parte un punto firme sobre el que fuera posible construir.” [8-6] Y Wolfgang Pauli, en los meses anteriores al momento en que el documento de Heisenberg sobre la mecánica matricial señalara el camino hacia una nueva teoría cuántica, escribió a un amigo: “Por el momento, la física se encuentra otra vez terriblemente confusa. De cualquier modo, es demasiado difícil para mí y desearía haber sido actor de cine o algo parecido y no haber oído hablar nunca de la física”. Este testimonio es particularmente impresionante, si se compara con las palabras del mismo Pauli, unos cinco meses más tarde: “El tipo de mecánica de Heisenberg me ha devuelto la esperanza y la alegría de vivir. Indudablemente, no proporciona la solución al problema; pero creo que nuevamente es posible seguir adelante.”[8-7]
Los reconocimientos explícitos de un derrumbamiento, tales como éste, son extremadamente raros; pero los efectos de la crisis no dependen enteramente de su reconocimiento consciente. ¿Qué podemos decir que son esos efectos? Sólo dos de ellos parecen ser universales. Todas las crisis se inician con la confusión de un paradigma y el aflojamiento consiguiente de las reglas para la investigación normal. A este respecto, la investigación durante las crisis se parece mucho a la que tiene lugar en los periodos anteriores a los paradigmas, con excepción de que en el primer caso el lugar de la diferencia es, a la vez, más pequeño y mejor definido. Y todas las crisis concluyen con la aparición de un nuevo candidato a paradigma y con la lucha subsiguiente para su aceptación. Éstos son temas que deberán tomarse en consideración en secciones posteriores; pero debemos anticipar algo de lo que veremos, con el fin de completar estas observaciones sobre la evolución y la anatomía del estado de crisis.
La transición de un paradigma en crisis a otro nuevo del que pueda surgir una nueva tradición de ciencia normal, está lejos de ser un proceso de acumulación, al que se llegue por medio de una articulación o una ampliación del antiguo paradigma. Es más bien una reconstrucción del campo, a partir de nuevos fundamentos, reconstrucción que cambia algunas de las generalizaciones teóricas más elementales del campo, así como también muchos de los métodos y aplicaciones del paradigma. Durante el periodo de transición habrá una gran coincidencia, aunque nunca completa, entre los problemas que pueden resolverse con ayuda de los dos paradigmas, el antiguo y el nuevo; pero habrá también una diferencia decisiva en los modos de resolución. Cuando la transición es completa, la profesión habrá modificado su visión del campo, sus métodos y sus metas. Un historiador perspicaz, al observar un caso clásico de reorientación de la ciencia mediante un cambio de paradigma, lo describió recientemente como “tomar el otro extremo del bastón”, un proceso que involucra “manejar el mismo conjunto de datos anteriores, pero situándolos en un nuevo sistema de relaciones concomitantes al ubicarlos en un marco diferente”.[8-8] Otros que han notado este aspecto del avance científico han subrayado su similitud con un cambio en la forma de visión: las marcas sobre el papel que se veían antes como un pájaro, se ven ahora como un antílope, o viceversa.[8-9] Este paralelo puede ser engañoso. Los científicos no ven algo como otra cosa diferente; en lugar de ello, se limitan a verlo. Ya hemos examinado algunos de los problemas creados por la pretensión de Priestley al considerar al oxígeno como aire deflogistizado. Además, el científico no preserva la libertad del sujeto para pasar repetidas veces de uno a otro modo de ver las cosas. Sin embargo, el cambio de forma, sobre todo debido a que es muy familiar en la actualidad, es un prototipo elemental útil para lo que tiene lugar en un cambio de paradigma a escala total.
Lo que acabamos de anticipar puede ayudarnos a reconocer a la crisis como un preludio apropiado al surgimiento de nuevas teorías, sobre todo debido a que ya hemos examinado una versión en pequeña escala del mismo proceso, al estudiar la aparición de los descubrimientos. Debido a que el nacimiento de una nueva teoría rompe con una tradición de práctica científica e introduce otra nueva que se lleva a cabo con reglas diferentes y dentro de un universo de razonamiento también diferente, esto sólo tiene probabilidades de suceder cuando se percibe que una primera tradición ha errado el camino de manera notable. Sin embargo, esta observación no es sino un preludio a la investigación del estado de crisis y, desgraciadamente, las preguntas que plantea exigen la competencia de un psicólogo todavía más que la de un historiador. ¿Qué es una investigación fuera de lo extraordinario? ¿Cómo se hace que una anomalía se conforme a leyes? ¿Cómo proceden los científicos cuando sólo se dan cuenta de que algo va mal fundamentalmente, en un nivel para cuyo manejo la instrucción recibida no los ha preparado? Esas preguntas exigen una investigación mucho más profunda, que no siempre será histórica. Lo que sigue será, necesariamente, más hipotético y menos completo que lo que hemos visto con anterioridad.
Con frecuencia, surge un nuevo paradigma, al menos en embrión, antes de que una crisis haya avanzado mucho en su desarrollo o de que haya sido reconocida explícitamente. El trabajo de Lavoisier nos proporciona un ejemplo al respecto. Su nota sellada fue depositada en la Academia Francesa menos de un año después del estudio profundo de las relaciones de peso en la teoría del flogisto y antes de que las publicaciones de Priestley revelaran la amplitud total de la crisis que sufría la química neumática. Los primeros informes de Thomas Young sobre la teoría ondulatoria de la luz aparecieron en una etapa muy temprana de una crisis que se estaba desarrollando en la óptica y que casi no había sido notable, excepto en que, sin la ayuda de Young, se convirtió en un escándalo científico internacional en el plazo de una década a partir del momento en que aquél escribió sus primeros informes. En casos como ésos, solo podemos decir que un trastorno poco importante del paradigma y la primera confusión de sus reglas para la ciencia normal, fueron suficientes para sugerirle a alguien un nuevo método para observar su campo. Lo que tuvo lugar entre la primera sensación de trastorno y el reconocimiento de una alternativa disponible, debió ser en gran parte inconsciente.
Sin embargo, en otros casos —los de Copérnico, Einstein y la teoría nuclear contemporánea, por ejemplo—, transcurrió un periodo considerable entre la primera percepción del trastorno y el surgimiento de un nuevo paradigma. Cuando esto sucede, el historiador puede, al menos, lograr unas cuantas indicaciones de lo que es la ciencia fuera de lo ordinario. Frente a la admisión de una anomalía fundamental en la teoría, el primer esfuerzo de un científico será, frecuentemente, aislarla de manera más precisa y darle una estructura. Aun cuando se dé cuenta de que ya no pueden ser absolutamente correctas, el científico aplicará las reglas de la ciencia normal con mayor fuerza que nunca, con el fin de ver, en la zona en que haya surgido la dificultad, dónde y hasta dónde pueden aplicarse. Al mismo tiempo, buscará maneras de realzar la importancia del trastorno, para hacerlo más notable y, quizá, también más sugestivo, de lo que fuera en experimentos en los que se creía conocer de antemano el resultado. Y en el último esfuerzo, más que en cualquier otra parte del desarrollo de una ciencia en el periodo posterior al paradigma, se asemejará mucho a la imagen que predomina del científico. Primeramente, parecerá a menudo un hombre que busca al azar, probando experimentos para ver qué sucede, buscando un efecto cuya naturaleza no puede prever. Simultáneamente, puesto que no puede concebirse ningún experimento sin algún tipo de teoría, el científico en crisis tratará constantemente de generar teorías especulativas que, si dan buenos resultados, puedan mostrar el camino hacia un nuevo paradigma y, si no tienen éxito, puedan desdeñarse con relativa facilidad.
El informe de Kepler sobre su lucha prolongada con el movimiento de Marte y la descripción de Priestley de su respuesta a la proliferación de nuevos gases, proporcionan ejemplos clásicos de un tipo más fortuito de investigación, producido por la percepción de la anomalía.[8-10] Pero probablemente las mejores ilustraciones proceden de la investigación contemporánea en la teoría del campo y en las partículas fundamentales. A falta de una crisis que hiciera necesario ver hasta dónde podían llegar las reglas de la ciencia normal, ¿habría parecido justificado el inmenso esfuerzo necesario para detectar el neutrino? O, si las reglas no hubieran fallado de manera evidente en algún punto no revelado, ¿habría sido sugerida o probada alguna vez la hipótesis radical de la no conservación de la paridad? Como muchas otras investigaciones de física durante la última década, esos experimentos fueron, en parte, intentos para localizar y definir la causa de un conjunto todavía disperso de anomalías.
Este tipo de investigación no-ordinaria a menudo —aunque no generalmente— es acompañado por otro. Creo que es, sobre todo, en los periodos de crisis reconocida, cuando los científicos se vuelven hacia el análisis filosófico como instrumento para resolver los enigmas de su campo. Los científicos generalmente no han necesitado ni deseado ser filósofos. En realidad, la ciencia normal mantiene habitualmente apartada a la filosofía creadora y es probable que tenga buenas razones para ello. En la medida en que los trabajos de investigación normal pueden llevarse a cabo mediante el empleo del paradigma como modelo, no es preciso expresar de manera explícita las reglas y las suposiciones. En la Sección V hicimos notar que no es siquiera necesario que exista todo el conjunto de reglas buscado por medio del análisis filosófico; pero esto no quiere decir que la búsqueda de suposiciones (incluso de las no existentes) no pueda ser un modo efectivo para debilitar el dominio de una tradición sobre la mente y para sugerir las bases para otra nueva. No es un accidente que el surgimiento de la física newtoniana en el siglo XVII, y el de la relatividad y de la mecánica cuántica en el XX, hayan sido precedidos y acompañados por análisis filosóficos fundamentales de su tradición contemporánea de investigación.[8-11] Tampoco es un accidente que, en esos dos periodos, el llamado experimento mental haya desempeñado un papel tan importante en el progreso de las investigaciones. Como he mostrado en otros lugares, la experimentación mental analítica que ocupa tanto lugar en los escritos de Galileo, Einstein, Bohr y otros, está perfectamente calculada a efecto de exponer el paradigma antiguo a los conocimientos existentes de modos tales que aíslen la raíz de la crisis con una claridad inalcanzable en el laboratorio.[8-12]
Con el despliegue de esos procedimientos extraordinarios, uno por uno o todos juntos, puede suceder otra cosa. Al concentrarse la atención científica en una zona estrecha de trastorno y al prepararse la mentalidad científica para reconocer las anomalías experimentales, tal y como son, la crisis hace proliferar a menudo los descubrimientos. Ya hemos hecho notar cómo distinguen la percepción de la crisis, el trabajo de Lavoisier sobre el oxígeno del de Priestley; y el oxígeno no era el único gas nuevo que eran capaces de descubrir en el trabajo de Priestley los químicos que habían percibido la anomalía. O también, nuevos descubrimientos ópticos se acumularon rápidamente poco antes de la aparición de la nueva teoría ondulatoria de la luz y durante ésta. Algunos de esos descubrimientos, como la polarización por reflexión, fueron resultado de los accidentes que hace probables el trabajo concentrado en una zona confusa (Malus, que hizo el descubrimiento, estaba apenas iniciando su trabajo para el premio de ensayo de la Academia sobre la doble refracción, tema del cual se sabía muy bien que estaba en un estado poco satisfactorio). Otros, como el punto luminoso en el centro de la sombra de un disco, fueron predicciones hechas a partir de la nueva hipótesis, que contribuyeron a que ésta se transformara en un paradigma para trabajos posteriores. Y todavía otros, como los colores en los rayados en el vidrio y en las placas gruesas, eran efectos que habían sido vistos antes con frecuencia y señalados en ocasiones, pero que, como el oxígeno de Priestley, habían sido asimilados a efectos bien conocidos, de modos que impedían que fueran considerados como lo que eran realmente.[8-13] Podría hacerse una enumeración semejante de los múltiples descubrimientos que, a partir de 1895, acompañaron constantemente a la aparición de la mecánica cuántica.
La investigación extraordinaria debe tener todavía otras manifestaciones y efectos, pero en este terreno apenas hemos comenzado a descubrir las preguntas a que es preciso responder. Sin embargo, es posible que a esta altura no se necesite más. Las observaciones anteriores deben ser suficientes para mostrar cómo las crisis debilitan los estereotipos y, simultáneamente, proporcionan los datos adicionales necesarios para un cambio de paradigma fundamental. A veces, la forma del nuevo paradigma se vislumbra en la estructura que le da a la anomalía la investigación no-ordinaria. Einstein escribió que, antes de que dispusiera de un sustituto para la mecánica clásica, podía ver la interrelación existente entre las anomalías conocidas de la radiación de un cuerpo negro, el efecto fotoeléctrico y los calores específicos.[8-14] Es más frecuente que no se vea conscientemente de antemano una estructura semejante. En cambio, el nuevo paradigma o un indicio suficiente para permitir una articulación posterior, surge repentinamente, a veces en medio de la noche, en la mente de un hombre sumergido profundamente en la crisis. Lo que es la naturaleza de esta etapa final —cómo inventa un individuo (o descubre que ha inventado) un modo nuevo de ordenar datos totalmente reunidos ya—, deberá permanecer inescrutable aquí y es posible que ese estado sea permanente. Sobre ese punto, señalemos aquí sólo una cosa. Casi siempre, los hombres que realizan esos inventos fundamentales de un nuevo paradigma han sido muy jóvenes o muy noveles en el campo cuyo paradigma cambian.[8-15] Y quizá no fuera necesario expresar explícitamente este punto, ya que, evidentemente, se trata de hombres que, al no estar comprometidos con las reglas tradicionales de la ciencia normal debido a que tienen poca práctica anterior, tienen muchas probabilidades de ver que esas reglas no definen ya un juego que pueda continuar adelante y de concebir otro conjunto que pueda reemplazarlas.
La transición consiguiente a un nuevo paradigma es la revolución científica, tema al cual estamos finalmente listos para acercarnos directamente. Sin embargo, nótese primeramente un aspecto final y aparentemente esquivo, para el que ha preparado el camino el material de las últimas tres secciones. Hasta la Sección VI, donde presentamos por primera vez el concepto de anomalía, los términos de “revolución” y de “ciencia extraordinaria” pudieron parecer equivalentes. Lo que es más importante, ninguno de esos términos parecía significar otra cosa que “ciencia no normal”, circularidad que habrá resultado molesta para algunos lectores al menos. En la práctica, no era preciso que fuera así. Estamos a punto de descubrir que una circularidad semejante es característica de las teorías científicas. Sin embargo, molesta o no, esta circularidad no deja ya de estar calificada. En esta sección y en las dos anteriores del ensayo hemos enunciado numerosos criterios de una quiebra de la actividad científica normal, criterios que no dependen en absoluto de si a esa quiebra sigue o no una revolución. Al enfrentarse a anomalías o a crisis, los científicos adoptan una actitud diferente hacia los paradigmas existentes y en consecuencia, la naturaleza de su investigación cambia. La proliferación de articulaciones en competencia, la disposición para ensayarlo todo, la expresión del descontento explícito, el recurso a la filosofía y el debate sobre los fundamentos, son síntomas de una transición de la investigación normal a la no-ordinaria. La noción de la ciencia normal depende más de su existencia que de la de las revoluciones.