IV. La ciencia normal como resolución de enigmas

LA CARACTERÍSTICA más sorprendente de los problemas de investigación normal que acabamos de ver es quizá la de cuán poco aspiran a producir novedades importantes, conceptuales o fenomenales. A veces, como en la medición de una longitud de onda, se conoce de antemano todo excepto los detalles más esotéricos y la latitud típica de expectativa es solamente un poco más amplia. Las mediciones de Coulomb no necesitaban, quizá, haberse ajustado a una ley inversa de los cuadrados. Los hombres que trabajaban en el calentamiento por compresión estaban preparados, frecuentemente, para obtener cualquiera de varios resultados. Sin embargo, incluso en casos como ésos, la gama de resultados esperados y, por ello, asimilables, es siempre pequeño en comparación con la gama que puede concebir la imaginación. Y el proyecto cuyo resultado no cae dentro de esa gama estrecha es, habitualmente, un fracaso de la investigación, fracaso que no se refleja sobre la naturaleza sino sobre el científico.

Por ejemplo, en el siglo XVIII se prestaba poca atención a los experimentos que medían la atracción eléctrica con instrumentos tales como la balanza de platillos. Debido a que no producían resultados consistentes ni simples, no podían usarse para articular el paradigma del cual se derivaban. Por consiguiente, continuaban siendo meros hechos, no conexos e imposibles de relacionar con el progreso continuado de la investigación eléctrica. Sólo de manera retrospectiva, en posesión de un paradigma subsiguiente, podemos apreciar las características de los fenómenos que muestran. Por supuesto, Coulomb y sus contemporáneos poseían también este último paradigma u otro que, al aplicarse al problema de la atracción, producía las mismas expectativas. Es por eso por lo que Coulomb fue capaz de diseñar aparatos que dieron un resultado asimilable por medio de la articulación del paradigma. Pero es también por eso por lo que el resultado no sorprendió a nadie y que varios de los contemporáneos de Coulomb habían podido predecirlo de antemano. Ni siquiera los proyectos cuya finalidad es la articulación de un paradigma tienden hacia Una novedad inesperada.

Pero si el objetivo de la ciencia normal no son las novedades sustantivas principales —si el fracaso para acercarse al resultado esperado constituye habitualmente un fracaso como científico— ¿por qué entonces se trabaja en esos problemas? Parte de la respuesta ya ha sido desarrollada. Para los científicos, al menos, los resultados obtenidos mediante la investigación normal son importantes, debido a que contribuyen a aumentar el alcance y la precisión con la que puede aplicarse un paradigma. Sin embargo, esta respuesta no puede explicar el entusiasmo y la devoción de que dan prueba los científicos con respecto a los problemas de la investigación normal. No hay nadie que dedique varios años, por ejemplo, al desarrollo de un espectrómetro perfeccionado o a la producción de una solución mejorada respecto al problema de las cuerdas vibratorias, sólo a causa de la importancia de la información que pueda obtenerse. Los datos que pueden obtenerse calculando efemérides o por medio de mediciones ulteriores con un instrumento que existe ya pueden tener a veces la misma importancia; pero esas actividades son menospreciadas regularmente por los científicos, debido a que en gran parte son repeticiones de procedimientos que se han llevado a cabo con anterioridad. Ese rechazo proporciona un indicio sobre la fascinación de los problemas de la investigación normal. Aunque pueda predecirse el resultado de manera tan detallada que lo que quede por conocer carezca de importancia, lo que se encuentra en duda es el modo en que puede lograrse ese resultado. El llegar a la conclusión de un problema de investigación normal es lograr lo esperado de una manera nueva y eso requiere la resolución de toda clase de complejos enigmas instrumentales, conceptuales y matemáticos. El hombre que lo logra prueba que es un experto en la resolución de enigmas y el desafío que representan estos últimos es una parte importante del acicate que hace trabajar al científico.

Los términos “enigma” y “solucionador de enigmas” realzan varios de los temas que han ido sobresaliendo cada vez más en las páginas precedentes. Los enigmas son, en el sentido absolutamente ordinario que empleamos aquí, aquella categoría especial de problemas que puede servir para poner a prueba el ingenio o la habilidad para resolverlos. Las ilustraciones del diccionario son “enigmas de cuadros en pedazos” y “enigmas de palabras cruzadas”, y ésas son las características que comparten con los problemas de la ciencia normal que necesitamos aislar ahora. Acabamos de mencionar una de ellas. No es un criterio de calidad de un enigma el que su resultado sea intrínsecamente interesante o importante. Por el contrario, los problemas verdaderamente apremiantes, como un remedio para el cáncer o el logro de una paz duradera, con frecuencia no son ningún enigma, en gran parte debido a que pueden no tener solución alguna.

Consideremos un rompecabezas cuyas piezas se seleccionan al azar de dos cajas diferentes de rompecabezas. Puesto que ese problema tiene probabilidades de desafiar (aunque pudiera no hacerlo) incluso a los hombres más ingeniosos, no puede servir como prueba de habilidad para resolverlo. En el sentido normal de la palabra, no es ningún enigma. Aunque el valor intrínseco no constituye un criterio para un enigma, sí lo es la existencia asegurada de una solución.

Sin embargo, hemos visto ya que una de las cosas que adquiere una comunidad científica con un paradigma, es un criterio para seleccionar problemas que, mientras se dé por sentado el paradigma, puede suponerse que tienen soluciones. Hasta un punto muy elevado, ésos son los únicos problemas que la comunidad admitirá como científicos o que animará a sus miembros a tratar de resolver. Otros problemas, incluyendo muchos que han sido corrientes con anterioridad, se rechazan como metafísicos, como correspondientes a la competencia de otra disciplina o, a veces, como demasiado problemáticos para justificar el tiempo empleado en ellos. Así pues, un paradigma puede incluso aislar a la comunidad de problemas importantes desde el punto de vista social, pero que no pueden reducirse a la forma de enigma, debido a que no pueden enunciarse de acuerdo con las herramientas conceptuales e instrumentales que proporciona el paradigma. Tales problemas pueden constituir una distracción, lección ilustrada brillantemente por varias facetas del baconismo del siglo XVIII y por algunas de las ciencias sociales contemporáneas. Una de las razones por las cuales la ciencia normal parece progresar tan rápidamente es que quienes la practican se concentran en problemas que sólo su propia falta de ingenio podría impedirles resolver.

Sin embargo, si los problemas de la ciencia normal son enigmas en ese sentido, no necesitamos continuar preguntándonos por qué los científicos se dedican a ellos con tanta pasión y devoción. Un hombre puede ser atraído hacia la ciencia por toda clase de razones. Entre ellas se encuentra el deseo de ser útil, la emoción de explorar un territorio nuevo, la esperanza de encontrar orden y el impulso de poner a prueba los conocimientos establecidos. Esos motivos y otros muchos ayudan también a determinar a qué problemas particulares dedicará más tarde su tiempo el científico. Además, aunque el resultado es, a veces, una frustración, existe una buena razón para que motivos como ésos primero lo atraigan y luego lo guíen.[4-1] La empresa científica como un todo resulta útil de vez en cuando, abre nuevos territorios, despliega orden y pone a prueba creencias aceptadas desde hace mucho tiempo. Sin embargo, el individuo dedicado a la resolución de un problema de investigación normal casi nunca hace alguna de esas cosas. Una vez comprometido, su aliciente es de tipo bastante diferente. Lo que lo incita a continuar entonces es la convicción de que, a condición de que tenga la habilidad suficiente para ello, logrará resolver un enigma que nadie ha logrado resolver hasta entonces o, por lo menos, no tan bien. Muchas de las mentalidades científicas más brillantes han dedicado toda su atención profesional a enigmas exigentes de ese tipo. La mayoría de las veces, cualquier campo particular de especialización no ofrece otra cosa que hacer, hecho que no lo hace menos atrayente para los adictos del tipo apropiado.

Veamos ahora otro aspecto, más complejo y revelador, del paralelismo entre los enigmas y los problemas de la ciencia normal. Para que pueda clasificarse como enigma, un problema debe caracterizarse por tener más de una solución asegurada. Asimismo, debe haber reglas que limiten tanto la naturaleza de las soluciones aceptables como los pasos que es preciso dar para obtenerlas. Por ejemplo, el resolver un rompecabezas de piezas recortadas no es simplemente “montar un cuadro”. Cualquier niño o artista contemporáneo podría hacerlo dispersando piezas seleccionadas, como formas abstractas, sobre algún fondo neutro. El cuadro así producido podría ser mucho mejor y, desde luego, más original, que aquel del que se hizo el rompecabezas. Sin embargo, ese cuadro no sería una solución. Para lograr que se utilicen todas las piezas, sus lados planos deben estar hacia abajo y deberán unirse, sin forzarlas, de tal manera que no queden huecos entre ellas. Ésas son algunas de las reglas que rigen la solución de los rompecabezas de piezas. Pueden descubrirse fácilmente restricciones similares de las soluciones admisibles de crucigramas, adivinanzas o acertijos, problemas de ajedrez, etc.

Si podemos aceptar un uso muy extendido del término “regla” —un sentido que equivalga ocasionalmente a “punto de vista establecido” o a “preconcepción”—, entonces los problemas accesibles dentro de una tradición dada de investigación presentarán algo muy similar a este conjunto de características de los enigmas. El hombre que construye un instrumento para determinar las longitudes de onda ópticas no deberá estar satisfecho con un equipo que se limite a atribuir números determinados a líneas espectrales particulares. No es sólo un explorador o un medidor, sino que por el contrario, mediante el análisis de su aparato, deberá mostrar en términos del cuerpo establecido de teoría óptica, que los números que muestra su instrumento son los que corresponden en la teoría como los de las longitudes de onda. Si algún punto vago que quede en la teoría o algún componente no analizado de su aparato le impiden completar su demostración, sus colegas pueden llegar a la conclusión de que no ha medido nada en absoluto. Por ejemplo, los máximos de dispersión de electrones que fueron considerados más tarde como índices de longitud de onda de los electrones no tenían ningún significado aparente cuando fueron observados y registrados por primera vez. Antes de que se convirtieran en medidas de algo, tuvieron que ser relacionados con una teoría que predecía el comportamiento ondulatorio de la materia en movimiento. E incluso después de que se señalara esa relación, el aparato tuvo que volver a ser diseñado para que los resultados experimentales pudieran relacionarse con la teoría de manera inequívoca.[4-2] No se resolvió ningún problema hasta que fueron satisfechas esas condiciones.

Otros tipos similares de restricciones ligan las soluciones admisibles a los problemas teóricos. Durante todo el siglo XVIII, los científicos que trataron de derivar el movimiento observado de la Luna, de las leyes de Newton sobre el movimiento y la gravitación, fracasaron repetidamente. Como resultado, algunos de ellos sugirieron reemplazar la ley del Universo de los cuadrados por una ley que se desviara de ella a pequeñas distancias. Sin embargo, el hacerlo así hubiera sido tanto como cambiar el paradigma, definir un nuevo enigma y no resolver el antiguo. En esas condiciones, los científicos preservaron las reglas hasta que, en 1750, uno de ellos descubrió cómo pueden aplicarse con buenos resultados.[4-3] Sólo un cambio de las reglas del juego podía haber proporcionado una alternativa.

El estudio de las tradiciones científicas normales hace descubrir muchas otras reglas complementarias, que proporcionan mucha información sobre los compromisos que deducen los científicos de sus paradigmas. ¿Cuáles podemos decir qué son las categorías principales a que corresponden esas reglas?[4-4] La más evidente y, probablemente, la más inflexible, es ilustrada por los tipos de generalizaciones que acabamos de mencionar. Son enunciados explícitos de leyes científicas y sobre conceptos y teorías científicos. Mientras continúan siendo reconocidos, esos enunciados ayudan a fijar enigmas y a limitar las soluciones aceptables. Por ejemplo, las Leyes de Newton desempeñaron esas funciones durante los siglos XVIII y XIX. En tanto lo hicieron, la cantidad de materia fue categoría ontológica fundamental para los científicos físicos y las fuerzas que actúan entre trozos de materia fueron un tópico predominante para las investigaciones.[4-5] En química, el plantear él problema de los pesos atómicos, las leyes de proporciones fijas y definidas tuvieron, durante mucho tiempo, una fuerza idéntica, fijar los resultados admisibles de los análisis químicos e informar a los químicos de lo que eran los átomos, las moléculas, los compuestos y las mezclas.[4-6] Las ecuaciones de Maxwell y las leyes de la termodinámica estática tienen hoy en día la misma vigencia y desempeñan esas mismas funciones.

Sin embargo, las reglas de ese tipo no son las únicas ni siquiera las más interesantes que pueden encontrarse mediante el estudio histórico. A un nivel inferior o más concreto que el de las leyes y las teorías, hay, por ejemplo, una multitud de compromisos sobre tipos preferidos de instrumentación y los modos en que pueden utilizarse legítimamente los instrumentos aceptados. El cambio de actitudes hacia el papel desempeñado por el fuego en el análisis químico constituyó en el siglo XVII un progreso vital en el desarrollo de la química.[4-7] Helmholtz, en el siglo XIX, encontró una fuerte resistencia por parte de los fisiólogos para aceptar la noción de que la experimentación física podía iluminar su campo.[4-8] Y en este siglo, la curiosa historia de la cromatografía química ilustra una vez más la resistencia de los compromisos instrumentales que, tanto como las leyes y las teorías, proporcionan a los científicos reglas del juego.[4-9] Cuando analizamos el descubrimiento de los rayos X, encontramos, generalmente, razones para compromisos de ese tipo.

Menos locales y temporales, aunque todavía no características invariables de la ciencia, son los compromisos de nivel más elevado, casi metafísico, que muestran tan regularmente los estudios históricos. Desde aproximadamente 1630, por ejemplo, y sobre todo después de la aparición de los escritos científicos de Descartes que tuvieron una influencia inmensa, la mayoría de los científicos físicos suponían que el Universo estaba compuesto de partículas microscópicas y que todos los fenómenos naturales podían explicarse en términos de forma, tamaño, movimiento e interacción corpusculares. Este conjunto de compromisos resultó ser tanto metafísico como metodológico. En tanto que metafísico, indicaba a los científicos qué tipos de entidades contenía y no contenía el Universo: era sólo materia formada en movimiento. En tanto que metodológico, les indicaba cómo debían ser las leyes finales y las explicaciones fundamentales: las leyes deben especificar el movimiento y la interacción corpusculares y la explicación debe reducir cualquier fenómeno natural dado a la acción corpuscular conforme a esas leyes. Lo que es todavía más importante, la concepción corpuscular del Universo indicó a los científicos cuántos de sus problemas de investigación tenían razón de ser. Por ejemplo, un químico que, como Boyle, adoptara la nueva filosofía, prestaba atención especial a las reacciones que podían considerarse como trasmutaciones. De manera más clara que cualesquiera otras, éstas exhibían el proceso de reacomodo corpuscular que debe encontrarse en la base de todo cambio químico.[4-10] Pueden observarse efectos similares del corpuscularismo, en el estudio de la mecánica, de la óptica y del calor.

Finalmente, a un nivel aún más elevado, existe todavía otro conjunto de compromisos sin los cuales ningún hombre es un científico. Por ejemplo, el científico debe interesarse por comprender el mundo y por extender la precisión y el alcance con que ha sido ordenado. A su vez, ese compromiso debe llevarlo a analizar, ya sea por sí mismo o a través de sus colegas, algún aspecto de la naturaleza, con toda clase de detalles empíricos. Y si ese análisis pone de manifiesto bolsones de aparente desorden, entonces éstos deberán incitarlo a llevar a cabo un refinamiento nuevo de sus técnicas de observación o a una articulación ulterior de sus teorías. Indudablemente hay todavía otras reglas como estas, que los científicos de todas las épocas han mantenido.

La existencia de esta sólida red de compromisos —conceptuales, teóricos, instrumentales y metodológicos— es una fuente principal de la metáfora que relaciona a la ciencia normal con la resolución de enigmas. Debido a que proporciona reglas que dicen, a quien practica una especialidad madura, cómo son el mundo y su ciencia, el científico puede concentrarse con seguridad en los problemas esotéricos que le definen esas reglas y los conocimientos existentes. Entonces, lo que constituye un reto para él es cómo llegar a resolver el enigma residual. En ese y otros aspectos, una discusión de los enigmas y de las reglas, esclarece la naturaleza de la práctica científica normal. Sin embargo, en otro aspecto, ese esclarecimiento puede ser bastante engañoso. Aunque es evidente que hay reglas a las que se adhieren, en un momento dado, todos los profesionales que practican una especialidad científica, esas reglas pueden no especificar por sí mismas todo lo que tiene en común la práctica de esos especialistas. La ciencia normal es una actividad altamente determinada, pero no necesita estar determinada enteramente por reglas. Ésta es la razón por la cual, al comienzo de este ensayo, presenté paradigmas compartidos, más que reglas, suposiciones y puntos de vista compartidos, como fuente de coherencia para las tradiciones de la investigación normal. Las reglas, según sugiero, se derivan de los paradigmas; pero éstos pueden dirigir la investigación, incluso sin reglas.