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Estoy solo

Nada puede ser menos útil que continuar con este pergamino, aunque lo he estado leyendo desde que el babuino le desató las cuerdas. Salté a cogerlo, y lo logré justo antes de que el babuino lo dejara caer. Las cuerdas se volvieron a atar, y tuve la sensación de que el babuino había sido un sueño. Las desaté, empecé a leer y me di cuenta de que lo había visto antes, y me enteré de muchas más cosas.

El hombre que tenía mi espada era el marido de Sabra. Tuve la certeza tras leer lo que acababa de leer.

No encontramos a Falcata en Naqa. Myt-ser'eu y yo comimos pescado frito en una casa de comidas (muy bueno) y probamos la cerveza del lugar. A mí me pareció demasiado dulce. Myt-ser'eu me dijo que era como la que habíamos tomado en el sur. Cuando se hubo bebido todo lo que podía beber, regresamos a la habitación que habíamos alquilado antes, yo encendí un fuego mientras ella echaba un sueñecito e hicimos el amor. Yo seguí despierto tumbado junto a ella mucho después de que ella se durmiera, no dejaba de pensar en lo mal que me sentiría si me quedaba allí buscando mi espada mientras ella se iba al norte con los demás. No sé cómo era que sabía que ella me dejaría y se iría con ellos, pero lo sabía y lo encontraba muy amargo. Quizá me lo hubiera dicho algún dios. Decidí reclamar a Falcata antes de llegar a la primera catarata. No iba a aceptar ninguna excusa. Falcata estaba allí, su nuevo dueño no tenía ninguna razón para esconderla, y yo la iba a encontrar. Por fin me dormí.

El tañido de su hoja me despertó. Me levanté y quité la barra de la puerta. Un hombre alto, mayor que yo, estaba fuera y tenía a Falcata. Lo miré boquiabierto. El volvió a hacer sonar su hoja, la golpeó con algo que tenía en la mano, quizá una moneda. Intenté explicarle que se la quería comprar, hablé como lo hacía Myt-ser'eu. Desapareció, pero pude verle la cabeza y los hombros por encima de los caballos parados.

Tenía que haberlo seguido desnudo hasta la calle, pero no lo hice. Regresé para coger la bolsa que me habían dado en el barco y me puse la túnica que me había comprado antes y también cogí la bolsa que contiene este pergamino cuando el babuino me hizo un gesto de que debía cogerla. Podía haber matado al babuino con mi garrote, pero era más fácil y más rápido hacer lo que él quería.

Fuera busqué por las oscuras calles. Una vez, cuando estaba a punto de darme por vencido, lo vi. Corrí tras él dando gritos y desapareció. No lo he vuelto a ver.

Salió el sol. Me dirigí hacia donde Myt-ser'eu y yo habíamos dormido, pero me perdí. Le pregunté a varias personas dónde estaba. Quizá me indicaron mal o yo no los entendí bien. La verdad era que las calles eran muy irregulares y yo no sabía dónde estaban muchos de los lugares de los que hablaban.

Cuando por fin encontré el edificio en el que habíamos dormido, Myt-ser'eu ya se había marchado. Le pregunté al anciano que alquilaba las habitaciones y me dijo que se había ido hacía un tiempo, que otro hombre había ido a buscarla. No reconocí al hombre por su descripción, un joven extranjero más bajo que yo.

El anciano tenía mi escudo y mi lanza y me los entregó. Los tenía Myt-ser'eu, me dijo, y él hizo que se los diera porque creyó que los estaba robando. Ella le dijo que yo ya estaba en el barco, pero él le dijo que tenía que ir yo en persona a reclamarlos si es que de verdad los quería. Me contó todo esto en la lengua que se habla aquí. Me contó lo enfadada que estaba ella, y las muchas ganas que tenía de marcharse el hombre que vino por ella.

Fui a los muelles. No había ningún barco y Myt-ser'eu no estaba allí. Le pregunté a un hombre que estaba pescando en un embarcadero y me dijo que el barco extranjero grande había zarpado poco después de salir el sol. Era el Gades, me dijo. No recuerdo el nombre de nuestro barco, pero creo que el barco que me describió debía ser el nuestro.

Se detendrá a pasar la noche en alguna ciudad o en algún pueblo, creo, como hizo en Naqa. Con un poco de suerte se retrasará, además he visto que los barcos que van río abajo van despacio, la corriente los lleva, pero tienen el viento en contra. Puede que vayan a remo, pero la tripulación se cansa de remar; solo reman lo suficiente para darle fuerza al remo de dirección. Si nuestro barco atraca en algún lugar del otro lado del río puedo pagarle a alguien para que me lleve al otro lado en barca.

Hoy he caminado, hasta he corrido, pero eso fue una tontería. Mañana me compraré una barca pequeña. Dejaré que lleve mi lanza y mi escudo y mi garrote. Remaré con fuerza y no me cansaré.

Me encuentro débil y enfermo, a veces tengo mucho calor y a veces estoy congelado, así que me arrimo bien a esta hoguera, que no me calienta. Él hace que escriba esto.

Casi es mediodía. Estoy más fuerte, pero sigo débil. Anoche estuve muy enfermo, cuando no hervía por la fiebre, tenía convulsiones. Quizá solo soñara a la mujer que se quemó, aunque espero que no. ¿Sirve de algo escribir estas cosas? El babuino me diría que sí, lo sé. Me lo haría entender por señas.

Eso es lo que hago con mi hoja de junco deshilachado.

Tengo la sensación de que me voy a morir. Si lo hago, entonces vendrá la lluvia, mi pergamino se deshará en pedazos, y nadie nunca leerá mi archivo de tantos días, días de mi vida, días que en cualquier caso no le interesan a nadie más que a mí. Si no me muero, encontraré alguna manera de protegerlo de las inclemencias del tiempo y ponerlo en un lugar seguro. Solo queda una hoja. Después el palo. Los helenos tienen un nombre para esa última hoja, lo sé. Desearía poder recordarlo.

El fuego de mi hoguera se está apagando entre cenizas grasientas, pero ya no lo necesito. El sol ya está en lo alto y la tierra está caliente. Me levantaré y caminaré hasta que encuentre un lugar en el que me den de comer. Después puede que escriba más.

Esta gente me encontró en el camino. Tenían muchas preguntas de las que solo pude responder algunas. Dicen que son de los medjay, el Pueblo del León. Hablamos de caballos, yo pensaba que podía comprar un caballo por un precio no muy elevado. Me preguntaron si sabía montar. Tenía la sensación de que decía la verdad y contesté que sí, cosa que les sorprendió. Creen que soy de Kemet y dicen que pocos de nosotros saben montar. Me invitaron a su campamento, que es donde estoy ahora, para que viera más caballos. Acepté y caminé junto a ellos mientras ellos cabalgaban. Ninguno de ellos había estado en Kemet, pero hablaban de ir allí, donde podía ser que el sátrapa los contratara, como a muchos otros de su país.

Me advirtieron contra los nehasyu, los hombres de Kush, con historias de mentiras y crueldad. Kush es la nación que yo llamo Nubia, parece ser.

Aquí miramos los caballos y compartieron su comida conmigo. Tenían ternera fresca y queso. Creo que hacía mucho tiempo que no comía ninguna de las dos cosas. Miden su riqueza en ganado y caballos.

Ha venido su jefe. Es mayor que mis nuevos amigos, y ha estado en Kemet y en muchos otros lugares. Dice que ha luchado para el gran rey. Cuando no pude responder a sus preguntas, le expliqué que olvido las cosas y le enseñé esto. Me dijo que había sido tocado por un dios, y que soy un hombre sagrado.

Yo le dije:

—Si un dios me ha tocado, ha sido solo para maldecirme.

Él asintió.

—Todos aquellos a los que toca un dios son sagrados.

—Preferiría recordar, como lo hacen otros hombres.

—Hay muchas cosas que es mejor olvidar. —Se rió—. ¡Mujeres!

—1lay una mujer de la que debo escribir antes de que la olvide —le dije.

—Cuéntame —me dijo—, si se te olvida, yo te lo recordaré.

Yo estuve de acuerdo.

—Anoche acampé solo. No tengo capa en la que dormir, pero hice una pequeña hoguera y me tumbé.

Él asintió.

—Yo he hecho lo mismo muy a menudo.

—Una mujer vino a mi hoguera, una mujer muy hermosa con pulseras, una buena gargantilla y muchos anillos. Me dijo que era mi esposa, que me quería y que siempre cuidaría de mí y me serviría. Yo tenía frío y le pedí que me calentara, pero me dijo que no podía hacer eso.

—Era un fantasma —declaró el jefe medjay—. Me he encontrado con muchos, y no hay ningún calor en ellos.

Yo me encogí de hombros.

—Me suplicó que la aceptara, que la amase y respetase. Yo le dije que lo haría y nos besamos. Cuando nos separamos había un hombre detrás de ella, era alto y estaba enfadado.

El jefe se rió a carcajadas.

—Su marido. A mí también me han pillado así.

—Estoy de acuerdo, pero él no dijo quien era. No dijo nada en absoluto. Solo avanzó hacia ella con el ceño fruncido. Ella discutió con él mientras retrocedía paso a paso y por fin sacó un cuchillo curvo. Para entonces estaba muy cerca del fuego y pude ver que se le estaba derritiendo la espalda como lo hace el hielo, caía al fuego que saltaba triunfante como el agua.

—Es una buena historia. ¡Continúa!

—Hablaron más, y él la empujo al fuego. Por un momento no pasó nada. Intenté ponerme de pie, me apoyé en mi lanza. Me costó mucho porque estaba muy enfermo. Mientras me ponía en pie, mi pequeña hoguera se convirtió en una bola de fuego que me cegó y me quemó el pelo. Cuando pude ver otra vez ambos habían desaparecido.

El jefe medjay asintió.

—Veo que se te ha quemado la cara por un lado. Tu pelo también está quemado como dices.

—Pensé que había sido un sueño —le dije—. ¿No lo fue?

Él suspiró.

—Te ha tocado un dios.

—Miré entre las cenizas —le dije—, y encontré esto. —Le enseñé dos de las pulseras—. ¿Te gustan? Te doy las dos a cambio de un buen caballo. No un simple caballo cualquiera, un buen caballo.

Me las devolvió.

—Mañana te enseñaré un caballo maravilloso —me prometió—, un caballo que podrás llevarte a modo de regalo, si puedes montarlo.

Todavía no he podido coger al semental que el jefe medjay me enseñó al salir el sol; pero ya reconozco las marcas de sus cascos y lo seguiré de nuevo por la mañana. Es más grande que la mayoría de los caballos y tan marrón como una castaña. Hay una luz en sus ojos. Creo que si un dios transformara a un guerrero medj ay lo haría en un semental como este.

Me mira con miedo y yo lo miro con deseo. Si quisiera dominarme, yo lo miraría como él me mira a mí y él me miraría como yo lo miro a él. O eso creo yo. ¿Qué es la vida de un caballo sino esclavitud? Yo lo trataría bien, si pudiera. Tal y como estoy, ni siquiera puedo tratarme a mí mismo bien.

Hay oro en la bolsa que llevo en el cinturón, pero aquí no sirve para comprar comida. Él pasta la fresca hierba verde. ¿Quién de nosotros se cansará primero?

Cuando desenrollé esto para leer lo que había escrito anoche había un alfiler curvado de oro brillante dentro. Cuando lo cogí con la mano se derritió y desapareció. Entonces pensé que el sol me había hecho soñar despierto. Tuve la sensación de que la gran leona caminaba a mi lado, y después que lo hacía una mujer tan alta como un árbol. Cuando me giré para mirar, allí no había nadie.

Ahora escribo, a pesar de que queda muy poco espacio. Ella me llevó a su templo. Allí había un antílope muerto en su altar, uno grande y muy bueno.

Bebí de su fuente, corté carne del costado del antílope y lo cociné sobre un fuego de hierba marrón y excrementos secos. Ella es Mehit; se sentó conmigo y compartió mi comida. Ella se rió de mí y su risa sonaba a oro olvidado en una copa.

—¿Puedes cogerme a mí y no puedes coger a un semental? —Me dijo que yo nunca lo cogería, pero que él sí me cogería a mí.

Hoy cabalgué, hacia el norte porque no sabía hacia dónde ir y me pareció lo mejor. Un niño muy alegre que llevaba ganado me dijo que en la ciudad los hombres me llenarían las manos de oro por mi caballo. Yo le hablé acerca de los leones, y cómo mi caballo Ater había venido a protegerme.

—¿Ese nombre significa algo? —me preguntó.

—Oscuridad, penumbra, mala suerte.

—¡No lo es! ¡Es muy hermoso!

—Sí que lo es —le dije—, y yo soy su mala suerte.

La ciudad, según me dijo el niño, está en una isla del río. Si mi propia suerte es tan mala como la de Atei; el barco ya habrá pasado por allí. Sin embargo, donde hay una ciudad hay muchos hombres, y alguno de ellos puede ser que tenga la espada que me devolvió el dios del río.

Me pregunto dónde habré conseguido la brida que le he cogido a Ater. ¿He escrito acerca de ello aquí? Lo até por las riendas, pero hace un momento lo he soltado. Las bestias merodean por la noche, leones y otras peores. Prefiero que se escape a que lo mate una bestia de esas.

Hay caballos que son demasiado malos como para montarlos. Puede que también haya caballos que sean demasiado buenos para montarlos.

Durante un tiempo lo oí no muy lejos. Me senté delante de mi pequeña hoguera, mi propia protección contra las bestias era algo que ambos tememos, con el babuino como única compañía. Me empuja a que escriba una vez y otra más, y a que escriba cada vez más pequeño. Hay poco combustible para el fuego, y una hoguera tan pequeña no puede servir de muy buena protección. Los leones rugen. Los oí dos veces. Un loco se ríe no muy lejos de mi hoguera.

El babuino se marchó mientras yo leía. ¿Quién era esa Mehit que se sentó a comer conmigo? Seguramente sería una amiga, y desearía que estuviera aquí conmigo. Estoy solo con la noche y me estremezco con un viento que pronto será más frío.