Mañana bajaremos por el Gran Río. Anoche estuve hablando con el rey. Yo hablé como hacen los helenos y él como lo hace su gente. Yo entiendo su lengua mejor de lo que la hablo.
Me dijo que habían pasado muchas cosas cuando estuvimos juntos en Hellas. Incluso se borran de mi memoria según escribo. Debe ser bueno que así sea, porque hay muchas que no puedo creer o que puede que haya malinterpretado.
Le hablé de meter a Falcata en el río, y me dijo que ya se lo había dicho antes, hace mucho tiempo. Le dije que tenía que encontrarla y cogerla de nuevo, o morir en el intento. Le he hablado de Falcata a mi esposa principal. (Se llama Myt-ser'eu, y es la más bajita de las dos).
Me contó cómo la había perdido al luchar con los hombres de Nubia. Seguramente ahora estaría allí, en Nubia, eso le dije al rey, ya que ningún soldado dejaría de lado un arma así. Yo iba a ir allí a buscarla, le dije; y le pedí, por nuestra amistad que se ocupara de que mis esposas y mis hijos no necesitaran nada en mi ausencia. Me dijo que lo haría, pero pronto me dijo que él mismo iría conmigo. Llevaría guerreros y oro, puesto que podía ser que tuviéramos que comprarle Falcata a su nuevo dueño. También llevaría a la reina; y cuando yo hubiera recuperado a Falcata, nos dirigiríamos hacia el norte a las Tierras del Río y de ahí a la ciudad. Unguja gobernaría por el rey durante su ausencia. Hablamos con él, y nos juró que se ocuparía de que mis esposas e hijos fueran bien tratados y tuvieran buena comida.
Tan pronto como pude le conté a Myt-ser'eu lo que el rey y yo habíamos dicho. Ahora ya no lo recuerdo, solo recuerdo arrojar mi espada al río de Hellas, pero cuando hablamos sí lo hacía, y sin duda, parte está aquí escrito. Myt-ser'eu se enfadó y lloró, y se volvió a enfadar otra vez. Dice que yo le había jurado que la llevaría de vuelta a su ciudad natal. De mí ya no tendría ningún regalo, porque me he quedado pobre, ya no tiene joyas y ahora tengo la intención de romper mi juramento. Se quitaría la vida, eso lo repetía una y otra vez.
Después dijo que me quitaría la mía (pero yo no le tengo miedo).
Después de eso, que haría las dos cosas.
Sin dejar de llorar, habló de todo lo que habíamos pasado juntos, de su leal servicio y del amor que me había dado sin escatimar.
Le dije que había sentido todas aquellas cosas. A pesar de que no podía recordar los acontecimientos; y le dije algo que es muy cierto, que es la primera en mi corazón. Recuperar a Falcata podía ser muy peligroso, era bien cierto. Los hombres de los que ella me había hablado, los que me habían quitado a Falcata y nos habían convertido en esclavos, eran mis enemigos. Podía ser que tuviera que luchar contra ellos de nuevo, y esta vez podía ser que me mataran.
Myt-ser'eu me hizo leer la primera parte de este pergamino, me dijo que allí encontraría mi promesa. Lo leí. Si hice tal promesa, no lo anoté. Aún así su diosa se me apareció, le había prometido darle mi protección, y el regreso de las chicas cantoras ciertamente estaba implícito en lo que el sacerdote y el hombre que me acompañaba dijeron. Más aún, se sobreentendía que yo le haría un regalo adecuado a Myt-ser'eu cuando nos separásemos. Como ella había dicho, no tenía regalo que darle.
Hablamos de esto, y le leí lo que decía este pergamino, leía lo que ella había dicho. No dejaba de preguntarme si era cierto que había hablado con su diosa. Lo único que pude hacer fue repetir que no lo sabía, que solo estaba escrito lo que yo le había dicho.
—Sin embargo, sí que he visto a un dios —le dije—. Vi al dios del río e intenté darle mi espada. Él me la devolvió. —Le repetí aquellas palabras.
—¿Estás seguro de que no fue él el que me entregó a ti entonces?
Negué con la cabeza.
—Tu propia diosa fue la que te entregó a mí. Eso es lo que dice esto.
—No me puedes proteger si no estás aquí.
—Puedo dejarte en buenas manos —le dije—, en lugar de ponerte en peligro.
—¿Las de ese viejo feo? Escucha, conozco a las mujeres, que es más de lo que se puede decir de ti. Cheche y él me habrán convertido en una esclava antes de que desaparezcas de la vista.
—¿Le he pegado alguna vez?
Ella negó con la cabeza.
—No quiero hablar de eso.
—¿Lo he hecho?
—¡Sí!
—Bien. Me alegra saberlo. Puedo pegarte cuando sea necesario. Eso lo dijo el sacerdote. No lo suficiente como para poner tu vida en peligro, pero una buena paliza. Si no haces lo que te diga, te pegaré.
—¿Es esa la seguridad que me quieres proporcionar? ¿Una paliza? Prefiero mil veces ponerme en peligro si tengo la oportunidad de regresar a mi hogar.
Lo dejamos así, porque no llegábamos a un acuerdo. Yo me iría, y lo haría sin ella. Ella podría enfadarse, pero yo ya estaría muy lejos. Quizá dejara allí al rey y a la reina, y regresara a por ella una vez recuperara a Falcata, aunque para entonces hará ya tiempo que la habré olvidado, lo sé.
Ha venido un barco, con muchos a bordo que dicen ser nuestros amigos. Sin duda algunos lo son. La sierva de Myt-ser'eu vino a decírselo, y esta salió corriendo hacia la orilla dando gritos. Yo corrí tras ella, y los hombres del barco, al vernos, echaron el ancla y bajaron hasta la orilla en una barca. Myt-ser'eu no ha dejado de hablar desde entonces. Lo he escuchado todo con mucho interés, pero no puedo escribir todo eso aquí.
En el barco hay una mujer que nos tira besos, Myt-ser'eu dice que es su amiga más querida. De los hombres que vinieron en la barca, ahora conozco a los siguientes: el hombre bajito, el mayor de todos, con barba, calvo y vestido con ropas caras pero sencillas es el noble Qanju. El joven que le ayuda es de Kemet, como mi esposa, es el sagrado Thotmaktef. El hombre mayor, no gordo pero sí bien musculado, es el capitán Muslak. Por lo que me hizo leer mi esposa, sabía que había sido él quien me había acompañado al templo. Hablamos de eso. Dice que somos viejos amigos, pero no creo que lo conozca desde hace tanto tiempo como al rey.
El joven alto, el amigo de Thotmaktef, es Kames. Me debe mucho, dice él, y me lo pagará cuando regrese a su ciudad.
El erudito es Sahuset, es el más alto de todos, es enjuto y mayor que yo. El más joven es el príncipe. Se cree, dice Qanju, que los sacerdotes lo elegirán rey de Nubia si muere el actual; por eso el rey de Nubia lo escondió.
Qanju le ha hecho regalos al rey Siete Leones, y este a Qanju. Habrá una fiesta.
Cuando supe que él, Thotmaktef y Sahuset eran todos hombres doctos, les pregunté acerca del otro rollo de pergamino. Todos querían verlo, y Sahuset declaró que hacía mucho tiempo yo le había prometido dárselo.
Le pregunté si le había prometido más que eso, y él negó con la cabeza. Yo le dije que en ese caso, se lo entregaría encantado.
—Debes enseñármelo primero, Lucius —dijo Qanju. También me dijo que Lucius es mi auténtico nombre. El hombre más joven le dio la razón. Sahuset aceptó que Qanju viera el pergamino, aunque no de buen grado.
Lo saqué y les expliqué que no era capaz de encontrar el nudo para desatar las cuerdas.
Thotmaktef tenía un pequeño cuchillo, pero cada vez que lo cogía se le volvía a caer.
—Las cuerdas no deben cortarse —dijo Qanju. Me cogió el pergamino, este no, y, cuando lo tocó, las cuerdas cayeron a los lados. No eran cuerdas, sino serpientes, negras, pequeñas y delgadas que reptaban y se alejaban todo lo rápidamente que podían, tanto como un cuervo casi, y no pude ver hacia donde huían. Qanju abrió el pergamino, negó con la cabeza y se lo tendió a Sahuset.
Thotmaktef dijo:
—¿Está escrito en los caracteres de la antigua nación? Lo leeré si así lo quieres, noble Qanju.
—Tú no estás destinado a leerlo —le dijo Qanju.
Sahuset cogió unas cuerdas negras del suelo en el que estábamos sentados y rodeó con ellas el pergamino.
—Tampoco yo debo leerlo aquí en este momento —dijo—, pero este pergamino es mío. ¿Estamos de acuerdo en ello?
Qanju asintió. Thotmaktef también lo hizo, aunque vi que no lo hizo de buena gana.
Sahuset dijo:
—¿Latro? —Así es como me llama mi esposa.
—Dices que había prometido dártelo —le dije—. Te lo entrego ahora y he cumplido mi promesa.
—De acuerdo. —Sahuset se metió el pergamino en la túnica.
Mi esposa dice que esta gente la llevará a su hogar.
He vuelto a hablar con Qanju. El sátrapa envió a nuestra compañía al sur y nos ordenó explorar el río lo más lejos posible. En Nubia, Qanju supo que Kames estaba retenido por el rey. Otros y yo lo liberamos, pero a Myt-ser'eu y a mí nos capturaron, y Qanju y los otros pensaban que estábamos muertos.
Hay un lugar en el que el río se divide en dos arroyos llamados Azul y Blanco. Nuestro barco navegó por el Azul hasta donde pudo, y Qanju y una determinada mujer le preguntaron a los hombres de aquellas tierras por su origen.
Después de eso, nuestro barco se dio la vuelta, fue a remo hasta donde se separaba el río, y subió por este río a vela hasta que no hubo más viento, así vieron muchas vistas extrañas y hablaron con mucha gente también extraña. Ahora regresan al sátrapa.
El barco del que he escrito está amarrado en la orilla. Hemos tenido una fiesta estupenda, con mucho baile y muchas cosas buenas para comer y beber. Todos duermen. Estoy sentado junto al fuego para pensar, sé que he comido demasiado y si hubiera bebido tanta cerveza de levadura de pombe como Mytser'eu no pensaría nada en absoluto.
Está muy contenta. Qanju le hará un regalo en mi nombre cuando nos separemos. El rey también le hará un regalo cuando él y yo abandonemos este barco. El barco la llevará de regreso a su hogar, a pesar de que el viaje es muy largo. Yo debería estar igual de contento que ella, pero no lo estoy. ¿Cómo puede estar contento un hombre que sabe que se va a separar de sus esposas e hijos?
Tampoco podré estar contento hasta que recupere a Falcata. Ella estaba conmigo antes de que Myt-ser'eu lo hiciera, lo sé. No puedo recordar a Myt-ser'eu junto al río. Si hubiéramos estado juntos entonces, estoy seguro de que habría pensado en ella.
Yo creía que era la única persona que estaba despierta. Hay otra, una mujer con un gato muy grande. No se acercan a mí, sino que buscan entre los que duermen, cuando creo que ella se ha marchado, vuelven a aparecer.
La reina vino a hablar conmigo, caminaba con dificultad. Quería contarme lo contenta que estaba, hablaba mucho de ello, y se levantó la falda para mostrarme lo que podía tener si quería. Yo no quería, y la llevé de vuelta al palacio e hice que se acostara junto al rey. Nada bueno puede salir de tales cosas.
¿Es a ella a quien buscan la mujer y el gato? Se acercaron mientras hablábamos. Su gato es negro, no a manchas, aunque yo creía que los gatos así eran a manchas. Se lo tengo que preguntar a alguien.
En este barco me desperté temprano. Solo estaban despiertos mi centinela y una mujer. El centinela me saludó y le dije que se podía ir a dormir si lo conseguía; yo me ocuparía de lo que quedaba de su turno.
La mujer es la esposa de Sahuset. Es un sabio de la Tierra del Río. Le expliqué que había estado intentando recordar cómo había llegado hasta allí. Ella me dijo que yo olvidaba más rápidamente que la mayoría de los hombres, aunque todos olvidan con el tiempo, y con el tiempo, todo se olvida. Me mostró una funda de cuero que contenía este pergamino, y me dijo que contenía mi memoria. Ahora, he leído lo suficiente como para saber que dice la verdad.
Le conté todo lo que recordaba, mi madre y mi padre, nuestra casa y nuestras tierras, y lanzar a Falcata al río, cuyo dios me la devolvió.
Me dijo quién era ella, y se ofreció a señalarme a todas las personas importantes que dormían en el barco. La mayoría, me dijo, eran guerreros del rey (hombres a los que ella no conoce), marineros sin importancia, y mis soldados, quienes me dijo que eran aún menos importantes. Yo protesté y le dije que como eran míos, sabía que lo eran, eran importantes para mí; pero ella no sabe cómo se llaman.
Me mostró a la reina, que dormía en una pequeña tienda en cubierta con el rey. Ella necesitaba la sangre de la reina para vivir, me dijo. La reina se movió al oírnos y nos alejamos. También me mostró a su esposo y a mi mujer.
—Yo seré tu esposa cuando ella se haya marchado —me dijo—, y seré mejor esposa que ella.
Le pregunté si mi muj er me iba a dejar, y dijo que lo haría muy pronto.
—Ya casi va a salir el sol —me dijo—, y debo irme a la cama. ¿Me harías un favor, Latro? ¿Un pequeño favor para quien luchó contigo contra los nubios?
Yo le dije que lo haría si podía.
—Puedes, y con mucha facilidad. ¿Has visto el amuleto que lleva tu esposa? ¿La cabeza de toro? Quiero que cortes la cuerda y tires el amuleto al agua. Mucho bien te llegará si lo haces.
Le dije que nunca haría tal cosa sin el permiso de mi mujer.
—Entonces, obtenlo y hazlo.
Asentí, pero no le prometí nada. Ella bajó, su cama está en la bodega.
Mis armas estaban donde yo dormía. Tengo una lanza, un garrote y un pequeño escudo que necesita una limpieza. Tengo que decirle a uno de mis soldados que me lo limpie, cuando se levanten.
El sol está por encima de los árboles. Algunos se empiezan a mover, pero la mayoría duerme. Los árboles que hay cerca del río son altos y gruesos, son el hogar de muchos pájaros de colores brillantes que se llaman unos a otros de una copa a otra. Hay preciosas aves zancudas por todas partes, y hay pequeños pájaros que saltan dentro y fuera de las fauces de los cocodrilos. Esta tierra es muy hermosa y terrible a la vez, pero no es mi tierra.
La reina vino a sentarse junto a mí mientras yo escribía. Dice que somos viejos amigos. Es una mujer muy atractiva, aunque algo más gruesa de lo que a ambos nos gustaría. Se llama Bittusilma. Le pregunté cómo se había herido el brazo. Me dijo que se cayó el día de la fiesta y se hizo un corte. No recuerdo tal fiesta, pero estuve allí, y bailé, mal según ella, y bebí y festejé con los demás. Me contó mucho acerca de la fiesta.
Después, mientras los demás se despertaban y levantaban, me habló de su ciudad natal. Está amurallada, y sus murallas son las más altas de todo el mundo. Me habló mucho de ella y de cómo la conquistó el gran rey, demasiado para escribir. Pronto iremos allí, lo que hace que Bittusilma esté muy contenta.