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Rico en caza

Seco y húmedo a la vez. Así es cómo yo describiría este hermoso país. Hay pantanos humeantes cerca del río, enormes campos de juncos. Cheche dice que están llenos de cocodrilos, pero que ningún cocodrilo me causó las heridas que ella acaba de vendarme de nuevo. En el río hay hipopótamos, algunos son muy grandes, negros donde están mojados y grises donde el sol los ha secado. Los guerreros de nuestro rey desean cazarlos, y nuestro rey les ha prometido tal caza cuando nos detengamos esta noche. Los hipopótamos saldrán del agua para pastar cuando el sol esté bajo, y se les da caza mejor a esa hora. El rey tiene leones entrenados para la caza, pero están lejos y debemos conformarnos sin ellos.

Más allá de los pantanos hay muchos árboles. La mayoría no son muy grandes y hay exuberantes brotes de hierba entre ellos. Hay muchos antílopes de muchas clases, algunos tienen cuernos muy largos. (Hay cabras salvajes también, algunas con cuernos de gran longitud). Una de las clases más pequeñas parece estar cerca del agua. Mientras escribo las veo correr por la orilla del río y meterse en él. Sin duda, muchas deben morir entre los dientes de los cocodrilos, deben ser la principal comida de los cocodrilos. Si un hombre levanta su lanza salen disparadas con un silbido.

Mis esposas están en este barco conmigo, los hijos de Cheche van en el que nos sigue, los vigila mi esclavo. Hace no mucho me señaló con la barbilla hacia un perro salvaje del tipo del que mató al padre de sus hijos. Tenía manchas negras y parecía estar tullido, tenía las patas traseras demasiado cortas; sin embargo, trotaba con facilidad y rapidez, al mismo paso que nuestro barco hasta que olió algo y se giró. Yo pensé que era feo, pero parecía tener los hombros fuertes. Pocos perros, creo yo, podrían luchar tan bien.

Un perro salvaje como aquel mordió al primer marido de Cheche mientras dormía, dice ella. Lo dice tanto con las manos como con la boca, porque ni Myt-ser'eu ni yo entendemos mucho de la lengua en la que habla. Nosotros hablamos como lo hace la gente de Kemet, y ella lo hace como el rey. Algunas palabras son iguales, creo, pero no muchas. Con el tiempo, aprenderemos su lengua, y ella la nuestra. Yo ya sé algunas palabras.

Nos hemos detenido en un lugar que será bueno para los hipopótamos, hemos encendido los fuegos a una cierta distancia tierra adentro para no asustarlos. Mientras esperábamos a que salieran del agua hablé con mi esclavo. Se llama Uraeus. Dice que llevamos mucho tiempo juntos, pero que nos separamos cuando desembarqué para luchar y me llevé a Myt-ser'eu conmigo. Yo le dije que no me podía creer que yo me llevara a Myt-ser'eu si iba a luchar, pero él jura que lo hice. He pensado acerca de ello. Seguramente no confiara en que ella me fuera fiel, y aquí hay muchos hombres fuertes con los que podría traicionarme. El rey tiene eunucos para vigilar a la reina; nunca se alejan de ella. Mis hijos querían cazar con nosotros, y agitaron sus lanzas. Hicimos que se quedaran con su madre. Son Vinjari y Utundu, y pronto serán altos y fuertes.

Reptamos contra el viento con las lanzas en busca de un macho grande. Según me habían dicho este tipo de caza es peligrosa, y pronto lo comprobé por mí mismo. Uno debe mantener el viento en la cara, quedarse agachado y moverse sin hacer ruido. Creo que puede que hubiera dicho que yo podía cazar tan silenciosamente como cualquiera, pero no es verdad. Sé que nuestro rey y los guerreros que iban con él acechaban más silenciosamente que yo, aunque yo hacía todo lo que podía.

Habíamos acordado que el rey se pondría en pie primero y tiraría su lanza. Tan pronto como lo hubiera hecho, nosotros nos levantaríamos y también tiraríamos las nuestras al mismo animal. Estábamos muy cerca de un macho grande. Yo esperé a que el rey lanzara mientras me preguntaba qué era lo que iba mal. Cuando se puso en pie, vi que se había acercado mucho. El hipopótamo rugió, ¡un sonido espantoso! Nos levantamos como un solo hombre y nuestras lanzas cayeron sobre él como la lluvia.

Entonces todos se pusieron a gritar y se dispersaron. Un segundo hipopótamo, que estaba más hacia el interior de la tierra y al que no habíamos visto, venía directo hacia nosotros, en realidad iba de regreso al agua y nosotros estábamos en su camino. Nadie que vea a estas criaturas por primera vez podría creer lo rápidas que son. Creo que me habría pisoteado si no hubiera sido porque el rey tiró de mí para apartarme de su camino. El costado del animal me rozó y sentí como si me hubieran golpeado; un hipopótamo macho debe pesar más que tres o cuatro caballos.

El hipopótamo herido por muchas lanzas llegó al agua, pero pronto murió y quedó flotando en la superficie. Para entonces habíamos conseguido antorchas del campamento. Mis hijos y yo salimos en una barca con un hombre de aquí y atamos cuerda al pie del animal. Ahora lo hemos festejado. La piel se le ha concedido a hombres que quieren hacerse un escudo con ella. Myt-ser'eu dice que yo tenía un escudo; a nuestro rey no le gustaba y lo abandoné cuando nos marchamos del pueblo de Cheche. Pedí un trozo de la piel con el que hacerme un nuevo escudo. Él no me lo quiso dar, me dijo que pronto tendría otro, elegido especialmente para mí por un dios. Desearía saber más de esto, pero no me dijo nada más.

Estamos en la ciudad del rey, Mji Mkubwa. Hay cientos de cabañas, todas en robustos postes. Le pregunté a Unguja acerca de esto. Dice que el río se desborda una vez al año, de manera que toda la tierra que está a este nivel queda sumergida. Yo le dije que tenía que ser poco conveniente. Él se río. Todo el mundo tiene una barca, el agua se lleva toda la suciedad, y las gentes de la ciudad pueden pescar desde la puerta de sus casas.

Myt-ser'eu estaba con nosotros mientras hablábamos. Ella dijo que esa inundación también ocurre en Kemet. Entonces es cuando se sacan grandes bloques de piedra de las canteras, se ponen sobre balsas de juncos y se llevan flotando a los lugares donde se estén construyendo tumbas, templos y fortalezas. El agua del desbordamiento también inunda los campos y deja un regalo de barro negro y rico. Hay un dios del río, un dios muy grande. Es azul, amable con los hombres. Cada año una diosa decreta la inundación. Le preguntamos a Unguja si se veneraba a estos dioses aquí, pero él no nos dijo nada, solo dijo que debíamos hablar de otras cosas.

La gente del rey no tiene templos. Van a antiquísimos lugares sagrados y allí les rinden culto. Aquello nos pareció muy extraño tanto a Myt-ser'eu como a mí, pero cuanto más lo pienso, más sabio me parece. Los templos son como las imágenes que contienen, cosas hechas por el hombre. Los dioses dan forma a árboles y cuevas, y nos sonríen desde las alturas cuando nos subimos a los alto de las colinas.

Myt-ser'eu dice que la gente de Alala rinde culto de la misma manera que lo hacen las gentes del rey. Le pregunté acerca de esta Alala y su gente, pero no me dio muchas explicaciones, porque según me dijo yo había escrito acerca de ellos y debía leer lo que había escrito. Después de eso, leí mucho de este pergamino, y lo encontré muy interesante, la verdad.

Cuando ya me dolían los ojos, regresé a Unguja para preguntarle si conocía alguna cura para un hombre como yo, que lo olvida todo muy rápido. Lo único que me dijo fue que yo había sido bendecido y que él añora olvidar todo lo que sabe y volver a ser un niño. Se lo han prometido, y espera que en pocos años ocurra; aún así, yo quiero ser como los demás hombres.

He estado hablando con Binti, tanto con las manos como con la boca. Ella es mi hija menor, y una chica muy valiente que no permite que sus hermanos se metan con ella. La aplaudí y le enseñé que es mejor luchar y perder que no hacerlo. Nadie se mete con alguien que lucha, y lo hace con fuerza, aunque lo derroten. Una persona así debe ser respetada, y ella lo es. Ella me dijo que las mujeres no luchan contra los hombres, que no tienen que hacerlo. Si un hombre se mete con una mujer, todas las mujeres se vuelven en su contra. Entonces todos los hombres se burlan de él porque duerme solo. Sin embargo, las mujeres sí que luchan contra otras mujeres. Dice que Cheche ha luchado contra otras mujeres con frecuencia, y ha ganado. Me pregunté entonces si lucharía contra Myt-ser'eu. Es más grande y más fuerte.

Binti dijo que Cheche no lo haría, porque Myt-ser'eu es mi esposa superior. Yo ya sabía eso porque lo había leído muchas veces en este pergamino; pero no sabía que Cheche lo respetaría. Dos esposas menores en importancia puede que lucharan por tener precedencia, dice Binti, pero normalmente son las esposas de diferentes hombres las que luchan. Los enfrentamientos entre esposas de menor importancia los resuelve la de mayor importancia.

Binti quería saber con cual me acostaría aquella noche. Yo le dije que me acostaría con la esposa que quisiera que me acostara con ella. Ella predijo que ambas querrían que lo hiciera. Yo le dij e que nunca me acostaría con ella, pero que la protegería lo mejor que pudiera. Después de eso, se sentó cerca de mí y me sonrió con una sonrisa que derretiría el corazón más duro. ¿Puede ser feliz un hombre que no tenga una hija? A mí me parece que debe ser muy difícil.

El rey tiene muchas hijas y también muchos hijos. Su palacio es diez veces más grande que el resto de las casas, toda una serie de casas en la que una se va abriendo a la siguiente. Sus hijos juegan por todas partes, se ríen y gritan.

Otro día. Ahora el sol se está poniendo y el viento se enfría. No sé cuántos días han pasado desde la última vez que escribí, solo sé que mi tinta estaba seca y dura.

Myt-ser'eu y yo hemos estado hablando con la reina. Nos dijo cuánto desea regresar a su ciudad natal, aunque fuera solo durante medio año. Nos hizo prometerle que la ayudaríamos en eso. Myt-ser'eu sonaba igual que ella. Es de un lugar llamado Sais y me suplicó que la llevara de vuelta allí. Ella tenía joyas y dinero, dice, y ganó más en el viaje al sur; pero lo perdió todo cuando nos hicieron esclavos. No entiende cómo pude quedarme con el escarabajo de oro. Se puso a llorar y abrazó a la reina y juró que preferiría estar sin dinero en Sais que ser reina aquí. Tuve que traducirle todo aquello a la reina, cosa que no hice muy bien.

Antes había estado en el tribunal del rey. Yo no hablo bien su lengua, y con frecuencia me costaba entender lo que allí se decía. Muchos de los casos estaban relacionados con la brujería. Uno acusa a otro de ser un brujo y de echarle una maldición. El acusado lo niega. El rey preguntaba una y otra vez cómo sabía el que acusaba que la persona a la que había llevado ante el tribunal era el brujo, pero rara vez obtenía una respuesta satisfactoria.

Vino una joven. Afirmó que un demonio la oprimía, no acusaba a nadie de haberle echado ninguna maldición, solo le pedía al rey que le dijera al demonio que renunciara a ella. Lo hizo, y el demonio se rió de él y le hizo burla.

Aquello me enfureció. Me adelanté y le pedí permiso al rey para atacarle. Solo hablo un poco la lengua de estas gentes, pero me las ingenié para hacerme entender con claridad y el rey dio su consentimiento.

Golpeé al demonio, pero esquivó el golpe y se acercó a mí, y se aferró a mí de la misma manera que antes se había aferrado a la chica. Mucha gente gritó y salió corriendo. Era suave y grasiento, pero le metí el pulgar en la llama amarilla que era su único ojo y lo doblé hasta mi rodilla. Había demasiado ruido como para que yo pudiera oír cómo se le partía la columna, pero lo sentí. Al instante desapareció.

El rey abandonó su trono. Se le veía el miedo en el rostro, pero ya tenía la lanza lista. La mayoría de los demás ya habían huido, y se habían llevado por delante a niños y ancianos en su camino. El rey y yo hablamos como amigos una vez hubo ayudado a los ancianos a levantarse y reconfortado a los niños. Aquí hay un rey más grande al que su pueblo nunca ve, un anciano amable al que le gusta la música. Lo toqué una vez, dijo el rey, y entonces todos lo pudieron ver. Con el demonio había pasado lo mismo. Todos pudieron verlo cuando se pegó a mí. Esto es muy raro. Desearía que Myt-ser'eu hubiera estado conmigo. Ella podría explicarlo más y mejor.

La chica a la que había cogido el demonio no quería dejarme. Cuando le dije que debía irse a su casa con su madre insistió en que no tenía ninguna de las dos. Tiene miedo de que su demonio regrese a ella, pero se le pasará. Myt-ser'eu lo llama xu, a pesar de que Myt-ser'eu no lo había visto.

Mi esposa más importante dice que debo escribir a diario en este pergamino, y también debo leerlo. Si no, se me olvida. La luz está desapareciendo y sé que no es bueno escribir a la luz del fuego. Escribiré primero, contaré todo lo que sé y leeré mucho después, mientras quede algo de luz.

Hay cinco barcos. En el primero van el rey y veintiséis guerreros, la reina y otros. En el segundo va Unguja con catorce guerreros, algunas muj eres y muchos niños. El tercero es el mío, con veinte guerreros, mi mujer más importante, mi segunda mujer, las mujeres de mis guerreros y yo. En el cuarto van mis hijos con diez o doce guerreros, mi sirviente, la sierva de mi esposa más importante, y más mujeres y más niños. El quinto es el barco de los sirvientes del rey, con dieciséis guerreros y sus esposas, los sirvientes y nuestros suministros. Es más grande que el barco del rey, pero es el más lento.

Nuestros barcos están tallados en troncos, cosa que me resulta muy rara. El árbol con el que se hizo el del rey debía haber sido enorme. Se hacen fuegos en el tronco y se atienden con mucho cuidado. Cuando se apagan, la madera quemada que queda debajo de ellos se desconcha. Hacer un buen barco requiere gran habilidad y muchos días de minucioso y laborioso trabajo. Los barcos se hacen también con juncos. Esos se pueden hacer más rápidamente y con más facilidad, pero se pudren enseguida.

La sierva de mi esposa principal me ha traído una vasija de agua de buena calidad. Es una chica mayor que mi hija. Algunas bestias la han atacado y le han dejado marcas como las mías en los brazos y en la espalda. Le están cicatrizando, creo. Le pregunté que bestia había sido. No sabe cómo se llama, pero dice que la maté. Ella se llama Mtoto.

Escribí que no escribiría a la luz del fuego. ¡Qué listo soy! Hay un loco que no deja de reírse a las afueras de nuestro campamento. Le pregunté a Mvita si no deberíamos salir y alejarlo. Me dijo que aquí hay muchos animales peligrosos y muchos demonios. Que intentarán todo tipo de trucos para alejarnos de las hogueras y que no debemos ir.

Las mujeres están levantando el campamento y no me dejan ayudarlas. Escribiré acerca de lo que vi anoche. Una pantera tan grande como un león estuvo merodeando por nuestro campamento. Me desperté y la vi. A veces se acercaba mucho a las hogueras. Era más negra que la noche y muy bonita, parecía fluir de un lado a otro, pero también parecía más peligrosa que un carro con espadas. Cogí mi lanza, que había clavado en el suelo a mi lado mientras dormía. Nuestros centinelas no la miraron en ningún momento. Si estaba delante de un centinela, este miraba hacia un lado, o hacia abajo, o arriba a la luna, o cerraba los ojos. Eso lo vi más de una vez. Me parece muy raro y quiero aclararlo. Quizá fuera un sueño.

Nos hemos detenido en un pueblo en el que hay un hombre que dicen que sabe dónde está el templo que buscamos. Está de caza y esperamos a que regrese. Se llama Mzee.

Binti ha estado llorando. Yo traté de reconfortarla. Cuando le pregunté qué le pasaba me dijo que cuando encontráramos el lugar sagrado yo me acordaría de otras personas y me marcharía. Yo le dije que no lo haría, pero ella no dejaba de insistir. Quizá tenga razón. No lo sé. Le habría prometido que me quedaría, pero ¿de qué sirve la promesa de un hombre que no puede recordar? Le dije que si me iba, ella tendría que venir conmigo. Eso puso fin a sus lágrimas, o casi.

Mzee ha regresado por fin. Es mayor de lo que yo esperaba, es el más viejo del pueblo, a pesar de que todavía caza, y lo hace bien, ya que traía un antílope muy bueno. Nos advirtió acerca del lugar sagrado, nos dijo que había muchas serpientes. Uraeus dice que no debemos temerles mientras él esté con nosotros. Mis hijos presumen de que las matarán. Yo les he advertido que las dejen en paz. Las serpientes y los niños son una mala combinación en el mejor de los casos, y la serpientes de un lugar sagrado, con toda seguridad son sagradas.

Myt-ser'eu habla de su hogar en Sais, de la amabilidad de los sacerdotes y de las canciones, la música y los bailes de las fiestas en las que bebía buen vino hasta que casi no se tenía en pie. Yo me disculpé por haberla llevado tan lejos. Ella no me culpaba, ni a mí ni a nadie, decía que era el deseo de los dioses, y que si se hubiera quedado allí algo peor le habría pasado. Imploraría a la misericordia de su diosa, y su diosa la ayudaría, si pudiera encontrar un templo. Llama Hathor a su diosa. Yo le dije que el lugar sagardo del que habla el rey podría ser sagrado para Hathor, y rezaríamos allí. Mientras hablaba, el escarabajo que llevaba en el pecho se removió como si estuviera vivo.

Mzee le ha dado su antílope al rey y este ha contribuido a la fiesta que el pueblo de Mzee nos prepara para mañana. Mañana por la mañana iré a cazar con Vinjari y Utundu, y contribuiremos con las piezas que cacemos que valgan la pena. Si les puedo enseñar algo acerca de la caza (que es lo que ellos dicen) puede que ellos me enseñen algo a mí.