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Somos libres

Hoy el rey pintado del sur vino a nuestro templo con veinte guerreros también pintados. Pidió verme, y el sacerdote envió a Myt-ser'eu a que me despertara. Cuando el rey me vio, quiso comprarme. No quería comprar a Myt-ser'eu, pero le juré que nunca le obedecería si no lo hacía. Nos dijimos todo aquello por señas. Mandó a un chico y esperamos a que el chico regresara.

Cuando lo hizo lo acompañaban eunucos y una mujer marrón ricamente vestida. El rey pintado habló con ella en una lengua que yo no entendía.

Ella me miró con mucha atención e hizo que me pusiera en un lugar con mejor luz. A distancia asintió y le habló al rey, e instó a que se llevara a cabo algún tipo de acción, o eso me pareció a mí.

Él negó con la cabeza y se dio la vuelta.

Ella volvió a girarse hacia mí.

—Tú me conoces y yo te conozco. Soy la reina Bittusilma. ¡Confiesa que me conoces!

Me arrodillé.

—No te conozco, gran reina. No recuerdo como lo hacen otros. La culpa es mía. —Esto no fue en la lengua en la que hablo con los sacerdotes y con Myt-ser'eu. Tampoco era en la lengua en la que escribo.

El rey nos compró a los dos, aunque no se dijo así. Hizo regalos de marfil y oro al templo, y los sacerdotes nos entregaron a ellos. Entonces Myt-ser'eu se tuvo que quitar la bata y yo la túnica. La reina fue la que nos dijo que debíamos hacerlo. La desnudez es el símbolo de la esclavitud entre la gente del rey. (Ella es de otra nación, como me había dicho). Nos llevaron, junto con una veintena de personas más, en barcos en los que remaban guerreros y fuimos hacia el sur, hasta que nos detuvimos aquí a poner el campamento. El país que atravesábamos era muy interesante y lo era más con cada golpe de los remos. Aquí son más numerosas las casas de paja de los pobres, y más grandes y más limpias también. La propia tierra me parece más rica, aunque también más salvaje, sus bosques y selvas son más altos y sus praderas tienen más árboles. Es una tierra fuera del tiempo creada para la caza, pero también tiene pantanos con muchos cocodrilos. Myt-ser'eu dice que las moscas eran las peores que habíamos visto. Nos extendemos grasa por el cuerpo para mantenerlas alejadas, aunque la grasa que usamos es la que utilizan los eunucos y las mujeres, incolora y no como la grasa bermellón y blanca que utilizan el rey y sus guerreros.

Cuando la tienda del rey estuvo lista nos mandó llamar y mandó marcharse a todos salvo a la reina y a un hombre de avanzada edad que es su consejero.

—Siete Leones es mi esposo —nos dijo la reina—. Tú no lo recuerdas, pero él te recuerda muy bien. Yo también. Él y tú erais grandes amigos hace mucho tiempo.

Yo dije:

—Me reconforta, pero no lo recuerdo. Tal y como dices.

—Yo soy babilona. Siete Leones me devolvió a mi hogar en Babilonia, tal y como yo deseaba. Él permaneció allí conmigo durante más de un año. Entonces quiso regresar a su propio hogar y me convenció para que lo acompañara. Él no va a hablar como tú y yo lo hacemos ahora, pero entiende todo lo que decimos.

Sentí y le expliqué a Myt-ser'eu todo lo que se había dicho.

—Vinimos al reino del sur que ahora es nuestro —prosiguió la reina—. Nos encontramos con que el trono estaba vacante, y él lo tomó para nosotros. Él es nuestro rey y nuestro mejor guerrero.

Su tamaño, su fuerza evidente y sus ojos, sus ojos más que nada, me confirmaban que ella decía la verdad.

—No quiero luchar contra él —le dije.

Ella se rió, pero de repente se puso seria.

—Nadie quiere hacerlo. Yo quiero que regrese a Babilonia conmigo, Latro. Me prometió que lo haría. Entonces un dios le habló en un sueño y le dijo que tú estabas en ese templo de Mere. Yo pensé que era una tontería, pero fuimos, y allí estabas tú. El dios le había dicho que te llevara a unas determinadas ruinas, en las que yo no he estado nunca. Están muy lejos hacia el sur. Tenemos que hacerlo, y tú tienes que venir con nosotros.

Entonces recordé lo que le había dicho al rey cuando compró a Myt-ser'eu y dije:

—Soy el esclavo del rey. Iré donde él me diga que vaya.

Al oír aquello el rey habló con vehemencia, primero con la reina, después a su anciano consejero y después otra vez con la reina.

Ella dijo:

—Te liberará esta noche, y a tu esposa también. Por eso es por lo que te ha mandado llamar. Iba a decírtelo.

Le di las gracias con una reverencia.

—Entenderás que yo quiero ir a Babilonia y no a estas ruinas.

El rey habló, esta vez sólo con ella.

—Dice que irá a Babilonia después de que hayamos cumplido la voluntad del dios. Debería señalar que de igual manera podríamos ir a Babilonia y cumplir la voluntad del dios después.

El escarabajo que yo llevaba se levantó y revoloteó con sus alas de plata mientras ella terminaba de hablar.

La primera vez que habló el anciano consejero, lo hizo a la vez que señalaba río arriba, la misma dirección hacia la que había salido volando el escarabajo. El rey asintió.

—Ese escarabajo que llevas está vivo —dijo la reina—. Creía que era un adorno.

—Lo es —le dije. Me lo quité y se lo tendí. Ella lo examinó, me miró y me lo devolvió, sujetándolo por la cuerda, después volvió a mirar al suelo.

El anciano consejero habló de nuevo. Lo hizo en la lengua que yo utilizo al hablar con Myt-ser'eu.

—Me llamo Unguja —dijo—. Nuestro rey es tan amable que me escucha, a pesar de que no soy más que un abuelo loco. No podemos complacer al dios a no ser que cumplamos su voluntad, y tampoco podemos hacer su voluntad a no ser que lo complazcamos.

Myt-ser'eu dijo:

—Yo estoy bajo la protección de una diosa, una muy sabia, y deseo regresar a mi hogar en el norte. El barco que me llevará de regreso allí está en el sur. Puede ser que la diosa me favorezca al llevarnos hacia el barco.

Él se encogió de hombros, pero no dijo nada.

Después de eso nos dieron ropas nuevas. Muy despacio, con muchas invocaciones y enorme cuidado, el anciano me pintó como al rey Siete Leones y sus guerreros, blanco como la lepra por un lado y bermellón por el otro. Cuando hubo terminado, Myt-ser'eu y yo nos vestimos y le dimos las gracias al rey por nuestra libertad. Él me abrazó y yo sentí que lo conocía tan bien como él me conocía a mí. Es un hombre bueno y valiente. Su gente lo llama Mfalme y agachan la cabeza cuando pronuncian su nombre.

Aquí debería detenerme y acostarme con Myt-ser'eu como ella quiere. Solo diré una cosa más, algo sabio que aprendí del anciano llamado Unguja. Nadie puede ser bueno a no ser que sea valiente; y cualquier hombre que sea valiente es bueno por eso, si no lo es de otra manera. Si es lo suficientemente valiente, siempre debe haber algo bueno en él.

Myt-ser'eu baila de la excitación. Quería que leyera este pergamino mientras estábamos en el barco. Yo no quería porque sabía que el agua del río lo destruiría con rapidez. Entonces, en su lugar me contó muchas cosas acerca del barco que ella busca, y de los hombres y mujeres que van a bordo. Hay una mujer maravillosa de cera que a veces cobra vida (eso dice Myt-ser'eu), cosa que yo no me creo. Myt-ser'eu también dice que un dios la salvó de esta mujer, cosa que me creo aún menos, si es que la primera es posible. Con esta mujer de cera hay un mago que le da la vida, un sacerdote, un sabio que una vez le leyó el futuro en las estrellas y muchos otros. Le pregunté por su futuro; pero ella no me lo quiso desvelar, me dijo que tales profecías no hacían más que empeorar si se revelaban. Parecía estar preocupada. Le pregunté si aquel sabio también me había leído el futuro a mí. Ella no lo sabía.

Todo esto causó que nos detuviéramos en un pueblo la noche anterior, el pueblo más al norte de las tierras gobernadas por el rey, según dice Unguja. Cuando estábamos a punto de marcharnos de allí, Myt-ser'eu se enteró de que el barco que busca había pasado por allí el día anterior.

Ella nos habría tenido en marcha toda la noche con tal de alcanzarlo. Ahora tiene la esperanza de que lo encontremos mañana. Le pregunté si iba a remos o a vela. Ella me dijo que iba a vela, y rara vez a remos. Si era así, sus esperanzas están bien fundadas; ha hecho poco viento.

En este pueblo el río se divide. Sus bifurcaciones se llaman Azul y Blanco. Seguiremos el Blanco, el río en el que están las ruinas que busca el rey. La reina dice que el rey nació allí, aunque la capital está mucho más al sur. De aquí se marchó para unirse al ejército del gran rey que gobierna su ciudad natal, y también la de Myt-ser'eu. Le hablé de ello, y me escuchó con atención. La reina tradujo sus respuestas, no sé con cuanta sinceridad. Cuando me conoció, yo dirigía cien soldados de mi ciudad; el dirigía a hombres de su ciudad y de otras. Habrían luchado, pero él lo evitó. Sus ojos me decían que habían pasado muchas cosas más, pero él no hablaba de ellas. Quizá no quiera que la reina sepa determinadas cosas. Myt-ser'eu me ha dicho que él nos liberó de la esclavitud. Nos dimos la mano y yo le dije que como me había liberado lucharía por él cuando lo necesitara.

La verdad es que tengo muy poco con lo que luchar. Sus guerreros tienen grandes espadas, escudos, lanzas y arcos. Yo tengo un garrote que lleva dos palabras inscritas, y una daga más adecuada para el asesinato que para la guerra. Mi garrote es pesado y tiene buena forma, pero solo es un garrote.

Tengo culpa de sangre, y debo decírselo al rey por la mañana. Myt-ser'eu dice que nos detenemos con frecuencia en pueblos como este. Espero que los demás sean más afortunados para mí. El rey y la reina ocuparon la mejor tienda, como debe ser. A Myt-ser'eu y a mí nos dieron otra, pero la muj er y los niños que duermen en ella ahora habrían dormido al raso. Vi cómo de asustada estaba la mujer y le dije que yo dormiría fuera si permitían que Myt-ser'eu durmiera en la tienda, si el hombre dormía fuera conmigo. Eso fue lo que acordamos.

Ahora estoy sentado junto al fuego y escribo. Él está muerto. Tengo una culpa de sangre de la que debo hablar aquí y con el rey, pero primero debo decir que hay una barrera de espinos alrededor del pueblo. Estamos dentro de ella, y por eso yo creí que no había nada que temer. Cuando se pone el sol, la barrera se cierra poniendo un montón de espinos en al abertura. Pregunté cómo íbamos a marcharnos por la mañana, y el hombre que está muerto ahora me enseñó unos postes que se utilizan para empujarlos.

Mientras estaba sentado leyendo junto al fuego, pasó un barco, a una cierta distancia, hacia el centro del canal. Aquí la corriente es muy lenta, a pesar de que este pergamino dice que en algunos lugares del norte es rápida.

Tuve la sensación de que aquel barco era del que hablaba Mytser'eu. Como no habíamos visto ningún barco así en todo el día, no podía haber muchos por allí. Corrí a la valla, pero en la oscuridad no pude encontrar los postes. Decidido a parar el barco si podía, aparté la valla con mi garrote, la moví muy poco y me desgarré la piel de ambos brazos.

Para cuando hube atravesado la valla, el barco estaba fuera del alcance de la vista. Lo seguí, corrí todo lo rápido que pude. No muy lejos del pueblo había cocodrilos en las orillas; por eso no podía correr por allí. Seguí por tierra, pero pronto árboles y espinos me detuvieron. Me aparté, pero lo único que encontré fue un pantano con muchos cocodrilos, así que regresé al pueblo.

Un animal como un perro grande, pero no un perro de ninguna raza que yo conozca, estaba sobre el hombre que dormía junto al fuego. Pensé que tan solo se trataba de un perro del pueblo y le di una patada. Me mordió el pie y lo golpeé con mi garrote, dos veces, a pesar de que la segunda tenía su mandíbula en mi garganta. Salió huyendo, encontré las cuerdas y cerré la valla.

Ahora me he lavado la pierna y el pie, a pesar de que no los puedo limpiar bien y siguen sangrando y empapan las tiras que me arranqué de la túnica. El hombre que dormía junto a mí está muerto, le han arrancado la cara. Desnuda, su calavera me sonríe mientras escribo esto.

Las mujeres vieron al hombre muerto. Gritaron, como era de esperar. Fui a ver al rey tan pronto como conseguí tener una audiencia con él y le expliqué todo lo que había ocurrido. Solo le dije la verdad. Me dijo que la familia del hombre, en este caso todo el pueblo, ya que están emparentados, elegirían. Si lo deseaban, podían buscar venganza y elegir a uno de ellos para que luche conmigo. Si no, quedaría a juicio del rey. Yo dije que por supuesto aceptaría cualquier castigo que él eligiera imponerme.

Ahora mi esposa, quien me dijo que se llamaba Myt-ser'eu, y yo, estamos fuera del pueblo. Ella me ha lavado la pierna y me la curará con medicinas que un anciano amigo del rey le ha dado. Cuando esté curada, me pondrá una venda con telas limpias que le ha dado la reina. Le he hablado del perro y cómo le pegué para que soltara su presa. Ella está segura de que fue el escarabajo sagrado que llevo lo que me salvó. Ella tuvo una vez un amuleto que la protegía siempre de los cocodrilos, pero se perdió. Lamenta no tenerlo.

Me preguntó si había sido una buena esposa para mí. Cuando me lo preguntó estaba llorando, así que le juré que lo había sido y la reconforté. La verdad es que no lo recuerdo. Pero aún así, sé que la quiero. Cualquier esposa que sea amada ha sido lo suficientemente buena.

Pronto debo luchar con un hombre del pueblo, un pariente del hombre que murió. Yo tendré mi garrote, él, cualquier arma que lleve. Pregunté si se le permitiría dispararme con un arco. Me dijeron que podía llevar un arco, pero que no se le permitiría sacar una flecha hasta que se le diera la señal.

Llevaría una lanza y un escudo. Me lo dijo Unguja.

Mi pie sigue hinchado, delicado y rojo.

Permanecimos aquí varios días, dice Myt-ser'eu, para que yo luchara por una muerte. Ahora ya ha terminado la lucha. La mujer y los niños del hombre muerto ahora son míos. También lo son su tienda y su barco. Tengo dos esposas, cosa que dice el rey es muy frecuente entre su gente. Él mismo tiene más de veinte, la reina es su primera esposa. Mi antigua esposa, la esbelta mujer marrón es Myt-ser'eu. La nueva, una mujer negra muy alta se llama Cheche. Hay tres niños, dos niños y una niña. No sé cómo se llaman.

Tampoco sé cómo se llama el hombre con el que luché. No sentía ninguna enemistad hacia él, pero me habría matado si hubiera podido. Luchamos fuera del pueblo, en unos pastos en los que los habitantes del pueblo tienen algo de ganado de aspecto salvaje. El rey nos llamó ante él e hizo que nos pusiéramos el uno frente al otro. Estábamos a cinco pasos de distancia, más o menos. Teníamos que luchar, dijo él, cuando él diera una palmada. Sus guerreros se ocuparían de que no intervinieran otros familiares del hombre muerto.

Cuando dio una palmada lancé mi garrote contra la cara de mi oponente. Él apartó la cabeza y creo que levantó su enorme escudo. No puedo estar seguro de ello, solo de que me lancé contra sus piernas y lo hice caer. Era un hombre fuerte, pero no era buen luchador. Lo apuñalé con el cuchillo que él llevaba y la lucha terminó muy rápidamente.

También tenía mi pequeña daga, pero no la utilicé.

Había un hombre pequeño entre la muchedumbre que me resultaba familiar, era mayor que yo. Tiene la cara marrón, como Myt-ser'eu. Dice que es mi esclavo, y ella lo confirma. Yo me ofrecí a darle la libertad, ¿acaso no soy yo mismo un hombre libre habiendo sido antes esclavo del rey? Él no quería su libertad, me dijo que lo único que quería era liberarme a mí. Él iba en un barco, dice, pero bajó al oír mi voz. Nadó a la orilla del río equivocada y por eso tardó más en encontrar este pueblo. Debo preguntarle más a Myt-ser'eu acerca de este hombre, y debe enseñarle a Cheche a recordar las cosas para mí como hace ella.

He dicho que soy libre; pero con toda seguridad ningún hombre qué no sabe cómo llegó a ser libre puede serlo.