23
El camino del agua

El canal alrededor de la catarata es largo y tedioso. Eso dice Kha, el hombre que ha mandado el gobernador al rey de Nubia. Qanju no cree que en realidad sea tan largo, solo que allí será largo.

Kha subió a bordo hoy, poco después que el escriba y su esposa. Alala es más alta que Kha, delgada, joven y silenciosa. Su piel es como la de una oliva madura. Mi esposa dice que no la habíamos visto antes. Alala trae consigo un babuino, muy grande pero muy silencioso y bien educado. Thotmaktef, el escriba, es joven y mide dos palmos menos que su esposa. Su cabeza afeitada muestra que es un sacerdote. (Su esposa dice que es un sacerdote de Thoth, pero yo no conozco a ese dios). Ahora el escriba sonríe mucho y también habla mucho; pero puede que sea porque tiene una esposa nueva. Me gustan él y ella, pero me pregunto si puedo confiar en ellos. Con frecuencia no debemos confiar en los que más nos gustan.

Kha es un hombre de mediana edad, con la cintura muy gruesa. Como Qanju, tiene dignidad. A pesar de ser un hombre de Kemet, es un sagán. Eso me lo ha dicho Muslak, y también me ha explicado que son hombres que con sus consejos y probidad se han ganado la confianza del gobernador.

Cuando llegó, Qanju estaba hablando con Thotmaktef y Alala. Invitó a Kha a que se uniera a él, pero no mandó marcharse a Thotmaktef y Alala. Los cuatro deseaban conversar sin ser oídos, pero, a pesar de que este barco es más grande que la mayoría, está lleno de gente. Me di cuenta de que Neht-nefret y Myt-ser'eu estaban cerca, y no les costó mucho acercarse lo suficiente como para escucharlos mejor. Muslak hizo lo mismo.

Qanju se presentó y le explicó que él es nuestro líder y sagán del sátrapa. Kha se inclinó ante él y dijo su nombre. Qanju le presentó a su escriba Thotmaktef, a la esposa de Thotmaktef y después se sentaron los cuatro. Kha preguntó si podían confiar en Alala para asuntos confidenciales. Thotmaktef dijo que se podía confiar absolutamente en ella. Kha le hizo la misma pregunta a Alala.

—Tu primer deber es para con el gobernador —dijo Alala. (Hablaba más suavemente que los hombres, y Kha se tuvo que poner la mano detrás de la oreja para oírla)—. El primer deber de una esposa es para con su marido. Nada de lo que me digas estará a salvo del mío.

—¿Y qué hay de tus amigos? —le preguntó Kha—. Aquellos con los que estás acostumbrada a compartir tus secretos.

—No tengo tales amigos.

—Tus hermanas, entonces.

—Mis hermanas no comparten secreto alguno conmigo —dijo Alala—, y yo no comparto ninguno con ellas.

Qanju murmuró:

—Y tampoco están en nuestro barco.

Kha preguntó:

—¿Navegaremos hoy?

—Navegaremos ahora —dijo Qanju—, a no ser que haya alguna razón para que nos demoremos.

Muslak fingió no haber oído aquello, pero vi la mirada que le lanzó a Azibaal.

—Mi bolsa está a bordo —dijo Kha.

Alala murmuró:

—La mía también.

Hablaron de lugares para dormir y comer, pero no voy a escribir todo eso.

—Voy a pedirle al rey Siaspiqa que os enseñe las minas de oro —dijo Kha—. Quizá se niegue, aunque creo que no lo hará. Tened por seguro que cualquier mina que os muestre estará agotada.

—Lo entiendo —dijo Qanju.

—¿Puedo preguntaros por qué deseáis verlas?

—Llevo conmigo a un heleno que está familiarizado con los métodos utilizados en la minería de plata en su ciudad. Tenemos la esperanza de que estas minas le muestren los métodos empleados en Kemet en la antigüedad.

—No debes decirlo en presencia del rey Siaspiqa. Estas minas están en su territorio. Ahora son suyas.

Qanju asintió.

—Tu consejo es muy sabio. Tampoco le hablaré de métodos de minería al rey Siaspiqa.

Alala murmuró:

—¿Está aquí el heleno? ¿No debería unirse a nosotros?

—Si estuviera en el barco lo habría mandado llamar —le dijo Qanju—. Se encontrará con nosotros por encima de la catarata.

Kha sonrió; su sonrisa es muy pequeña.

—Este heleno es sabio al evitarse un viaje tan largo y tedioso.

—Si prefieres…

Kha negó con la cabeza.

—Tampoco estoy hecho para caminar ni para ir en burro.

Alala le susurró a Thotmaktef:

—Podrían transportarlo en una camilla o podrían llevarlo en un carro. Desea conocer a todos los que están en el navío antes de que lleguemos a Napata.

Kha había oído su susurro, incluso yo lo había oído. Volvió a sonreír y asintió:

—Has elegido bien, Thotmaktef.

Thotmaktef le hizo una reverencia desde su asiento:

—Sí que lo he hecho, lo sé.

—Sin embargo, tengo razones para tener la esperanza de que encontraremos al rey Siaspiqa al sur de la capital. Si así lo desean los dioses, puede que estemos en su presencia al norte de la segunda catarata.

Hubo más conversación, pero no la escribiré aquí. Qanju me mandó llamar y me presentó a Kha; después le dijo a Kha:

—El sagrado Sahuset es un erudito de Kemet. ¿Quizá lo conozcas?

Kha negó con la cabeza.

—El sátrapa lo envió para que me ayudara. Habla la lengua. —Qanju se volvió de nuevo hacia mí—. ¿Podrías encontrarlo, Lucius?

Aahmes, que lo conocía, dijo que había desembarcado. Lo llevé conmigo para buscarlo, y también llevamos con nosotros sus cuatro soldados de Kemet. Encontramos muy pronto a Sahuset.

Cuando regresamos al barco, Myt-ser'eu y Neht-nefret estaban hablando conAlala. Qanju me mandó llamar, así que me uní a ellas.

—Mi padre es un sacerdote del templo de Thoth —dijo Alala—. Con frecuencia me decía que debía casarme con un sacerdote, pero ninguno de los de aquí era adecuado. Mi nuevo marido es sacerdote del templo de Thoth en Mennufer. Es joven y amable, y es muy adecuado para mí.

—Es amigo nuestro —le dijo Myt-ser'eu—. Como mi propio marido, que tiene la confianza de Qanju, y por eso es una persona importante. ¿Te han presentado a mi marido?

Alala dijo que no, así que Myt-ser'eu me la presentó. —Latro es extranjero— le explicó, —pero habla nuestra lengua casi tan bien como tú.

La sonrisa de Alala hizo que me gustara al instante.

—Crees que yo también soy extranjera. Nací aquí, a pesar de que mis padres vengan del sur.

Le pregunté si era nubia, de Yam, fue lo que dije en la lengua de Kemet.

—No hablamos como vosotros. Hay dos pueblos. El mío, los medjay, son el Pueblo del León. Los ancianos hablan del rey Siaspiqa. Él es el rey de los nehasyu, el Pueblo del Cocodrilo.

Neht-nefret dijo:

En Kemet, llamamos medjay a los que custodian las tumbas reales y llevan al juzgado a los que incumplen la ley.

—Esos somos nosotros —le dijo Alala—. Vosotros pagáis a nuestros guerreros para que custodien vuestros lugares de enterramiento y para que se lleven a los que roban y matan.

—¿Hablas la lengua del rey Siaspiqa? —le pregunté.

—Mejor de lo que hablo esta —dijo, e hizo una demostración y habló en una lengua que yo no conocía.

—¿Qué has hecho con tu mascota?

—No tengo ninguna mascota. —Por un momento pareció desconcertada—. Mi madre tiene un gato. ¿La conoces?

No dije nada más. Antes de dejar mi pincel, debo mencionar algo que he pasado por alto. Cuando vi a Sahuset en el mercado, yo se lo señalé a Aahmes y nos abrimos paso a través de la multitud a empujones. Cuando estuvimos solos, Aahmes me preguntó cómo había reconocido tan rápido a Sahuset cuando el mercado estaba abarrotado. Le expliqué que Myt-ser'eu me lo había señalado aquella mañana antes de que se bajara del barco y que había visto su mascota.

—No tiene ninguna mascota —dijo Aahmes. Eso a pesar del hecho de que el mono iba en el hombro de Sahuset cuando lo llevamos con Qanju. Le pregunté a Myt-ser'eu si es que yo veía animales que los otros no ven. Me dijo que ella no podía decirme qué era lo que yo veía. Parecía asustada al decirme aquello.

Uraes dice que mi memoria está entre los dioses, y no dice nada más.

Estamos en el canal. Es largo y serpenteante y tiene algo de corriente, aunque el agua no corre como lo hace por la catarata. Diez yuntas de bueyes tiran de nuestro barco por un camino junto al canal. A mí me parece que avanzamos muy despacio, pero Myt-ser'eu dice que en el río con frecuencia no avanzábamos más rápido. Yo podía caminar mucho más rápido. Mytser'eu dice que me olvido, y Uraeus me lo confirma. Mañana abandonaré este barco, caminaré por delante y veré lo que haya que ver. Les he dicho que me lo recuerden.

Esta mañana Myt-ser'eu me ha dicho que yo quería caminar por delante del barco antes de que apretara el calor. Me hizo prometer que llevaría a Uraeus conmigo. Qanju nos oyó. Dijo que podía ir, pero que debía llevar dos soldados. Así nos marchamos: Aahmes, Baginu de Parsa, Uraeus y yo.

Aquí la tierra está elevada, de ahí la catarata. Baginu dice que mientras se levanta, se deja atrás la tierra de Kemet. Él es jinete, y a menudo desearía que montáramos. Dice que habría sido mejor que el sátrapa nos hubiera enviado a caballo. Quizá lo habría sido, pero habríamos tenido que cargar en caballos o burros todo lo que llevábamos. Aquí hay pocos caballos, creo, y los burros nos habrían retrasado mucho. Los barcos necesitan brea, velas y a veces maderas nuevas; pero a los barcos no hay que alimentarlos y darles de beber cada noche, y rara vez enferman y mueren.

Dejé de escribir para hablar con una mujer. Hablaba de un marido, y Myt-ser'eu dice que se trata del escriba de Qanju.

Me dijo muchas cosas:

—Las gentes de Kemet creen que son muy sabias —dijo ella—, pero saben muy poco del sur. Sus antepasados sabían más, pero lo han olvidado. —Habló de ciervos con manchas más altos que los árboles, y me enseñó uno tallado en oro para cerrar una capa. No pueden ser tan altos como ella dice.

—Hablan de la Tierra de Yam, pero no hay tal tierra de Yam, es solo un recuerdo. Hablan de Kush como si Kush fueran todas las tierras del sur. Hay un reino en el río que tiene ese nombre donde hay muy buenos caballos. Sus gentes son muy crueles. —Señaló hacia el sur y hacia el este.

Yo le dije que no podían ser crueles con sus caballos, o no podrían ser tan buenos. Ella me dio la razón.

Su pueblo tiene caballos y también cría ganado, siguen la hierba. No sé qué quiso decir con eso, pero tampoco se lo pregunté. Es por sus caballos y perros que el sátrapa les paga para que vigilen las zonas fronterizas de Kemet, y porque son buenos rastreadores.

Yo no sabía todo aquello mientras seguíamos el camino por el que van los bueyes. Vimos ciervos muy pequeños, hermosos y llenos de gracia, con cuernos afilados. Baginu quería dispararle a uno, pero yo le dije que esperara al atardecer cuando descansáramos y comiéramos. Uraeus me llevó a un lado y me dijo que Myt-ser'eu podría acostarse con otro mientras yo no estuviera. Le pregunté por qué pensaba así y me dijo que porque me había hecho llevarlo a él. Yo vi la sabiduría que había en aquello y nos detuvimos en cuanto el sol empezó a calentar. El barco nos alcanzó alrededor de la media tarde. Qanju me preguntó acerca del pueblo que habíamos visto al otro lado del canal.