21
Beteshu

La pantera parlante interrumpió a Myt-ser'eu, como ya he dicho. A mí mismo me interrumpió el escriba de mi comandante cuando estaba escribiendo acerca de ella. Teníamos que esperar al sagán. Fui, pero llevé conmigo la bolsa de cuero en la que llevo este rollo de pergamino y mis útiles de escritura. Ahora estamos sentados en el patio delantero de su casa: Qanju, Thotmaktef, Sahuset, mi amigo el capitán y yo. Tengo la oportunidad de escribir. Puede que esperemos todo el día, dice el capitán, y se inquieta por ello. Yo no me inquieto porque tengo cosas importantes que escribir. Cuando lo haya hecho leeré esto.

—El gran Seth habla —nos dijo Beteshu. Su voz, que por otro lado es profunda y suave, escocía como un látigo al decirlo—. Lucius el Romano tiene su favor. Sahuset de Miam tiene su favor. Ambos deben venir a su templo y permanecer allí hasta el amanecer. Escuchad las palabras del dios rojo.

Sahuset hizo una reverencia en la cubierta.

—Las oímos y obedecemos.

Más osada de lo que yo habría imaginado, Myt-ser'eu susurró:

—Latro me ama, ¿qué hay de mí?

—El dios rojo no ha dicho nada que te concierna —le dijo Beteshu, la pantera. Sus palabras eran como el terciopelo negro, como su abrigo—. Él te salvó. ¿Te has olvidado tan pronto?

Sabra dijo:

—Él no tendrá que protegerla de mí otra vez, Beteshu. Tienes mi palabra. —Así fue cómo supe el nombre de la pantera parlante.

Beteshu dijo:

—La cera se moldea rápida y fácilmente. ¿Deseas que me quede contigo sagrado Sahuset?

—Lo único que pido es que vengas si te llamo —le dijo Sahuset.

—Entonces, llámame cuando lo desees —le dijo Beteshu. Las aguas que corren no fluyen más rápido que él. Saltó de nuestra proa hacia el embarcadero, un enorme gato negro. Pero en lo más alto de su salto lo único que se vio fue la vacía luz de la luna.

Es maligno. Eso dice Uraeus. Yo estoy menos seguro, y sé que Myt-ser'eu cree que Uraeus es maligno y Beteshu adorable.

—Acariciarlo debe ser como acariciarte a ti —me dijo, y después me besó.

¿Debo describirlo? No tengo duda alguna de que puede modificar su apariencia tal y como Sahuset me dijo. No es tan grande como un león, pero sí mucho más que un gato. Es del negro más oscuro. Sus ojos son de un dorado ardiente.

Aquí expongo todo lo que Sahuset dijo:

—Yo tenía un pariente, Latro, que tomaba la forma de un gato. Qanju se alineó con sacerdotes de esta tierra para alejarlo. Yo le imploré al dios rojo que mandara otro. Hizo lo que le pedí y envió a Beteshu con él. Beteshu había sido sirviente de Apep. El dios rojo lo ganó y me lo dio. Apep es el jefe de los xu malignos, un terrible enemigo y un peligroso amigo. Beteshu es muy sabio, pero es muy lento a la hora de compartir su sabiduría. A veces parece ser un hombre, negro y más alto que yo. Sus ojos no cambian, eso es así en todos los que adoptan diversas formas, eso dice nuestra sagrada sabiduría. Hombre o felino, es rápido a la hora de asesinar.

Yo dije:

—Entonces, ¿por qué no le ordenas que mate a este Qanju para ti?

—Porque no deseo que muera —dijo Sahuset y me dejó.

Myt-ser'eu y yo hemos desembarcado en Abu. Comimos en esta posada con Muslak, Neht-nefret y Thotmaktef. Myt-ser'eu dice que la cerveza es mejor aquí que en la posada en la que cenamos la noche anterior y Neht-nefret dice que la comida es mejor. Bailamos, cantamos y nos divertimos enormemente. Myt-ser'eu y yo hicimos el amor y dormimos un rato. Ella todavía duerme. Yo dormí mucho mientras esperábamos al sagán, eso dijo Muslak durante la cena. Ahora no tengo sueño, pero sí sed e inquietud. Me duele la cabeza. Mezclaría vino y agua y bebería mucha cantidad de la mezcla, pero aquí no hay vino, solo un agua maloliente del pozo. Escribo con la primera luz del sol en el jardín.

El sagán era un hombre de Parsa con el rostro lleno de cicatrices. Qanju le dio la carta de un príncipe. Él le dará a Qanju una carta del gobernador para el rey nubio y mandará a un hombre con nosotros. El hombre no ha venido, ni la carta está tampoco preparada; por eso tenemos que esperar en esta ciudad.

Antes escribí que la pantera me llamó Lucius el Romano. Esto es de gran importancia si es cierto. Debo preguntarle a Sahuset y a Muslak. Le pregunté a Myt-ser'eu cuando regresamos al barco. Dice que el río por el que navegamos desemboca en el Gran Mar, y que Muslak navegó por sus aguas para llevarme hasta su tierra. Tal tierra es Kemet. Le pregunté si todos los países del mundo tenían nombre de color, como el de ella. Mytser'eu dice que hay solo dos, y una isla bautizada en nombre de la rosa. Una vez conoció a un hombre de esa tierra. Le pregunté qué otra tierra tenía nombre de su color. Es el desierto, la Tierra Roja. Ella dice que el dios rojo es el dios de esas tierras. Ella le tiene miedo, y con razón. En el desierto no hay agua, y allí no crece nada. Es una tierra de polvo y piedras, de sol y viento. No sé cuándo estuve allí, pero, sin embargo, tengo la sensación de haberlo hecho y haber sufrido allí también.

Esto no es tan raro como Beteshu, la pantera, pero de todas maneras es raro, y debo escribirlo. El posadero nos iluminó el camino hasta la cámara que habíamos alquilado para aquella noche, nos dejó la lámpara y nos deseó buenas noches. (Esa es la costumbre). Myt-ser'eu apagó la lámpara antes de quitarse la túnica. Más tarde, cuando me desperté, me pareció que nuestra lámpara era de plata y tenía forma de paloma. Pensé que era muy raro que un posadero dejara una lámpara tan valiosa con sus huéspedes. Me levanté y la examiné con los dedos, y finalmente la llevé hasta la ventana para verla a la luz de la luna. Era una lámpara corriente de arcilla. Cualquiera puede comprar una veintena de lámparas como esta en cualquier mercado por algo de cobre. ¿Quién nos había visitado y había llevado una lámpara de plata?

Durante la cena Thotmaktef habló de esta ciudad.

—Abu es la puerta al sur sin ley —dijo—, la última ciudad civilizada al sur de la primera catarata.

Muslak dijo:

—He oído que hay un canal.

—Lo hay —le dijo Thotmaktef—, creo que tendremos que pagar para utilizarlo.

Muslak asintió.

—Una cuota para la ciudad y bueyes para tirar del barco. Qanju se ocupará de todo eso.

Myt-ser'eu dijo:

—Hoy he visto una mujer tan negra como mi peluca.

Todos habíamos visto hombres negros, aunque no lo dije.

—Todas las gentes de Kush son tan negras como tu peluca —le dijo Thotmaktef—, y son los que mandan aquí.

Yo dije:

—Son muy buenos arqueros, tan buenos como los hombres de Parsa.

Thotmaktef asintió.

—Cuando mi país estaba en su momento más glorioso, alistamos a miles de mercenarios de Kush y Nysa por eso mismo. Nuestros propios hombres son tan valientes como los de cualquier país, y somos el país más antiguo y el mejor, pero…

Neht-nefret dijo:

—¿Qué es eso de Nysa? Creía que nos dirigíamos a Yam.

—Vamos tan lejos como nos lleve el río —dijo Thotmaktef—. Y con toda seguridad nos adentrará en Nysa, mi señor nos lo dijo a todos hace ya algún tiempo, y deberías haberlo escuchado. Por supuesto que puede llevarnos un año llegar hasta allí.

(Myt-ser'eu me había estado cogiendo la mano por debajo de la mesa; sentí como me la apretó).

—Vas a ahuyentar a mi esposa —se quejó Muslak.

—Si me va a interrumpir constantemente, la echaré muy pronto.

—Está enfadado porque tú tienes una esposa para el viaje por el río y él no —le dijo Neht-nefret a Muslak—. Ya he visto este tipo de cosas antes.

—Entonces también estará enfadado con Latro y conmigo —dijo Myt-ser'eu—. ¿Lo estás Thotmaktef? ¿Qué daño te hemos hecho?

—Ninguno. —Thotmaktef sonrió de nuevo—. Sin duda Neht-nefret tiene razón. Pero os daré un buen consejo a las dos. Debéis aprender a ser amables y respetuosas con los que tiene dinero. Suponed que Latro se deshiciera de ti porque lo interrumpes demasiado a menudo. ¿Lo interrumpes?

Myt-ser'eu negó con la cabeza.

—Solo cuando jugamos.

—Entonces tienes poco que temer. Además, por supuesto que no puede acumular tanto desprecio como Muslak. Pero supón que sí lo hiciera. Necesitarías otro protector, y ni sus soldados ni los marineros de Muslak servirían. No tienen dinero. Mi señor es muy viejo, creo. Eso deja a Sahuset, el heleno y a mí, ¿no es así? ¿Puedes pensar en algún otro?

Neht-nefret empezó:

—Si tú…

Thotmaktef la interrumpió.

—Podrías intentar unirte a las mujeres de la ciudad, por supuesto. Eso sería si estuviéramos en una ciudad cuando tu actual protector te hubiera dado una paliza enorme y te hubiera ordenado marcharte. Te apedrearían, ¿no es así? Hay ya demasiadas mujeres así en la mayoría de las ciudades, y son demasiado escasos los hombres que las quieren.

Myt-ser'eu habló en voz muy baja:

—Yo iría al templo de Hathor. Neht-nefret haría lo mismo.

Thotmaktef asintió.

—Puede ser que aquí haya uno. Está claro que podéis mirar. Dudo mucho que quede ninguno al sur de la catarata.

Un hombre fornido de mediana edad cuyo cabello rizado comenzaba a poblarse de canas había entrado. Neht-nefret lo saludó con la mano.

—¡Únete a nosotros, noble Agatocles! Hay sitio de sobra para ti.

Él acercó un taburete y se sentó entre Neht-nefret y yo.

—No te he visto por aquí —me dijo en otra lengua—. ¿No te importa?

Yo le respondí en la lengua de Kemet:

—Eres muy bien recibido aquí, pero será mejor que hables en esta lengua o los demás pensarán que estamos urdiendo algún plan.

—Aquí tienes carne de hipopótamo —le dijo Neht-nefret—. ¿Puedes imaginarlo? Lo que nuestro rey solía comer en sus tiempos. Nunca hemos tenido de esto en el delta.

—Nunca lo he comido —dijo Agatocles.

—Nosotros tampoco, pero todos lo hemos pedido. Se supone que es deliciosa.

Thotmaktef dijo:

—Espero que sea hipopótamo de verdad y no cerdo. —Miró directamente a Neht-nefret y añadió—, Sahuset come cerdo. Él me lo dijo.

Myt-ser'eu dijo:

—En ese sitio al sur del río donde estaba el dios lobo comen carne de oveja.

—Es Ap-uat —le dijo Thotmaktef—, y su ciudades Asyut. Es cierto que lo hacen. Ellos sí, pero yo no. ¿Qué hay de ti, Nehtnefret?

—¡Por supuesto que no!

—Pero cerdo, por supuesto. ¿Comes cerdo?

Ella negó fuertemente con la cabeza.

Agatocles dijo:

—Bueno, yo sí que lo como. O lo comía, en casa.

—¡Ah! —Thotmaktef sonrió de nuevo—. Sahuset y aquí nuestro nuevo amigo quedan eliminados, creo yo. Eso me deja solo a mí, Neht-nefret.

Muslak asintió.

—Será mejor que seas amable con él y que no lo interrumpas. No seas demasiado amable con él. Ya sabes lo que quiero decir.

—Parece que me he metido en medio de algo —dijo Agatocles entre dientes.

—Ya se ha terminado —le dijo Muslak.

Después de eso todos se quedaron en silencio hasta que una camarera se acercó con más cerveza y Agatocles pidió. Entonces Myt-ser'eu dijo:

—Sahuset tiene una esposa, de verdad. Latro y yo la conocimos anoche. Supongo que él ya se habrá olvidado.

Así era, pero había leído aquí acerca de ella. Asentí.

—Se llama Sabra.

Muslak dijo:

—No hay ninguna mujer así en mi barco.

—Supongo que se habrá unido a nosotros aquí. —Mytser'eu me miró en busca de apoyo.

Yo dije:

—Ella debía saber que vendríamos a esta ciudad, sin duda Sahuset se lo debía haber dicho antes de salir. ¿No podría haber alquilado un barco?

Muslak se encogió de hombros.

—Bueno, es bienvenida a viajar con nosotros, si su marido se lo permite y el noble Qanju no pone ninguna objeción.

Thotmaktef dijo:

—¿Qué hay de mí, capitán? Tú traes una esposa, y tu amigo Latro también. ¿Puedo yo tener una también?

Muslak se rió.

—¿Esperas que yo te encuentre una chica?

—Por supuesto que no. Yo me la encontraré.

—Entonces no me importa, si a Qanju no le importa.