El gato que acompaña a la mujer es aterrador. Ahora sería muy fácil fingir que no me daba miedo; pero ¿de qué sirve mentir aquí? Si no puedo confiar en lo que yo mismo escribo, ¿para qué voy a escribir? Además, el miedo es algo que acompaña a aquello que da miedo. Mirar a los ojos a la pantera es conocer el miedo, para cualquier hombre de cualquier tiempo.
Estamos en Wast, la Ciudad de las Mil Puertas. Le dije a Mytser'eu que no puede haber mil puertas en la muralla de la ciudad. Tal muralla no tendría más que puertas. Neht-nefret dijo que no había muralla, que el valor de sus soldados era toda la defensa que Kemet había necesitado jamás. Muslak dice que nadie puede resistirse al gran rey, y que una pared no habría salvado a Kemet de sus ej ércitos.
Más tarde le pregunté a un heleno que conocimos en el mercado porque oí que llamaba a esta ciudad «la de las Mil Puertas». Me dijo que las mil puertas son las puertas de sus templos, y las que hay en su interior. Puede que haya mil puertas o casi. Con toda seguridad hay muchos templos allí, y Muslak dice que todos los templos de Kemet tienen muchas estancias cerradas con puertas.
Ya era tarde cuando desembarcamos. Dispusimos dos habitaciones contiguas en la planta más alta de esta posada y tomamos una cena sobria. Muslak dijo que intentaría dormir, que tiene que dormir para cumplir con su función de capitán, pero que lo haría con la espada junto a él, listo para saltar al menor sonido. Neht-nefret dijo que ella no podía dormir; Myt-ser'eu dijo que haría determinadas cosas para mantenerme despierto y que dormiría entre una y otra. Ella hablaba menos en serio que nosotros y trató de alegrarnos con chistes y sonrisas.
—Estoy bajo los efectos de una maldición —dijo—. Tengo que beber cinco cuencos de cerveza y dormir hasta que el sol esté en lo alto o de lo contrario perderé mi belleza. —Quiere una peluca nueva, y quiere que se la compre aquí.
Hicimos el amor, y me incorporé a mi puesto. Mantuve la puerta abierta un dedo para poder oír. El pasillo estaba demasiado oscuro como para que pudiera ver. La suave respiración de Myt-ser'eu pronto me confirmó que dormía. El posadero vino con una lámpara para mostrarle a un nuevo huésped su habitación y ponerlo cómodo. Se marchó, y oí como la barra de madera caía sobre los apoyos de hierro. Después de lo que me pareció un rato muy largo, no puedo decir con seguridad cuánto tiempo fue, la luz de debajo de la puerta se apagó. Después de eso se produjo una pelea de borrachos en la habitación de abajo, entre tres o cuatro hombres, creo que no se conocían entre ellos, que compartían una habitación individual. Se terminó al poco tiempo; me di cuenta de que estaba algo más que medio dormido en mi taburete y tuve que despertarme y ponerme a andar por la habitación, sacar mi espada y practicar un par de cortes, y volver a envainarla hasta que dejé de bostezar.
Se oyó un gong en el pasillo, un gong pequeño, como el sonido que se produce al golpear una taza de metal. Sonó solo una vez, y no se repitió.
Me llenó de sobrecogimiento y miedo.
Me sentí como si estuviera en un sueño maligno, a pesar de que sabía que no estaba durmiendo. Me puse en pie, saqué de nuevo a Falcata, y cogí el taburete. No se oía nada en absoluto, nada de nada, aunque sabía que el pasillo no estaba vacío. Algo me esperaba fuera.
Abrí la puerta con el pie y salí. Puede que alguna vez hiciera algo más difícil, sé que me olvido, y mis amigos lo confirman. Sin embargo, no puedo creer que lo haya hecho. Si abrir aquella puerta hubiera sido un poco más difícil, no podría haberlo hecho.
El pasillo estaba tan oscuro como la tierra de Kemet. Al final, donde empezaban las escaleras, volvió a sonar el gong. Lo hizo de manera muy suave, pero lo oí. Fui a la escalera y bajé muy despacio con enorme cautela porque no veía nada. Una mujer, había dicho Neht-nefret, con una gargantilla y otras joyas. No vi ninguna mujer, y tampoco podía imaginar ninguna razón por la que tal mujer golpeara un pequeño gong. Tenía miedo. No me gusta escribir eso, pero es la verdad. ¿Qué clase de hombre, me preguntaba, tiene miedo de una mujer? Pero yo sabía, creo, que no se trataba de una mujer. Incluso entonces, debía saberlo. Había un olor fuerte, que medio se perdía en el hedor de la escalera. No sabía lo que era, pero no era un aroma dulce como los que deleitan a las mujeres.
La planta de abajo estaba tan silenciosa como la nuestra, y más oscura. Caminé por todo su pasillo y me abría camino con el taburete y mi espada.
Veinte o treinta pasos me llevaron hasta el final. Me di la vuelta y vi unos ojos amarillos que me separaban de la escalera. Una voz que gruñía me avisó de qi más.
No obedecí, me parecía como si anduviera a través del agua, como si la noche debiera acabar antes de que yo llegara a aquellos ojos brillantes.
El arrastre de sandalias sonaba amortiguado y se alejaba cuando alguien subió con rapidez la escalera. Los ojos no se movieron.
Cuando casi había llegado hasta ellos gruñó. Le vi los dientes, colmillos como cuchillos que brillaban en la débil luz y parecían deslumbrar. Era una bestia, pero había hablado como un hombre, me había ordenado que no me acercara. Me detuve y dije:
—Las bestias no pueden hablar.
No pretendía pronunciar aquellas palabras, pero aquellos ojos y dientes brillantes me las sacaron.
—Los hombres no pueden entender —dijo la pantera.
Yo había dejado de caminar. Ahora lo sé, pero entonces no era consciente de ello.
—¿Quién eres?
—Vendrás a nuestro templo en el sur —dijo la pantera—, entonces me conocerás.
Se hizo la luz en el pasillo. Quizá alguien en alguna de las habitaciones que había detrás de mí había encendido una lámpara o había alimentado una hoguera de manera que saliera la luz por debajo de su puerta. O quizá tan solo fuera que hubiera salido la luna. No lo sé. De cualquier manera, se hizo la luz, y pude ver a la bestia al completo, un enorme gato negro, tan grande como el hombre más grande.
—¿Te opondrás a mí, mortal? —Había una crueldad y una muerte monstruosas en su pregunta.
—No quiero hacerlo —dije, y nunca he pronunciado palabras más ciertas—. Pero debo regresar a la planta de arriba, y estás en mi camino. Si tengo que matarte para llegar allí, lo haré.
—Lo intentarás y morirás.
No dije nada.
Sonrió como sonríen los gatos.
—¿No tienes curiosidad acerca de mí? Las bestias no hablan, como has dicho. Yo hablo. En realidad, puedo mantener que soy la única bestia que lo hace. Te lo explicaré, soy el alma de la verdad.
Alguien, me había olvidado de quién había sido, debía haberme dicho hacía mucho tiempo que los dioses algunas veces adoptan forma de bestia. Ahora me di cuenta de que lo sabía.
—¿Lucharías contra un dios?
Yo contesté:
—Si debo hacerlo, sí.
—Eres un hombre de prestigio. Te mataré si es necesario, pero preferiría tener tu amistad. Has de saber que soy amigo de muchos hombres y siempre seré un amigo del Hombre.
Supongo que asentí.
—A veces, incluso de hombres como tú. Escucha. Mi amo le dio una mascota a un adorador. Tú lo conoces. Hombres malos alejaron a esa mascota. Regresó a mi amo, maullando incontables quejas. Tú mismo tienes un gatito. Tenlo en cuenta.
Yo solo podía pensar en que estaba hablando con un dios al que estaba a punto de matar. Di un paso, y otro y me sacudí como si despertara de un sueño en el que se cae al vacío. Volvió a oírse el arrastrar de sandalias, esta vez venía de arriba.
—Vine a investigar —dijo la pantera—, y para ayudar al adorador si necesita ayuda. Muchos dioses han intentado matarme, y han fracasado.
Los pies con sandalias estaban detrás de él.
—Mi amo le da un ayudante para él. —La cola de la pantera se balanceó hacia delante y hacia atrás, como la de un gato que busca una presa—. Adiós.
En aquel momento me acordé del taburete que había llevado para utilizar a modo de escudo. Se lo lancé a la pantera, pero ya no estaba allí.
El taburete golpeó contra los escalones vacíos. Los pies con sandalias ya estaban abajo. Sus rápidos pasos se fueron haciendo más débiles… y desaparecieron.
Cuando regresé a esta habitación, Myt-ser'eu seguía dormida, en un charco de sangre. Corté tiras del pañuelo de mi cabeza para hacer una venda. Neht-nefret oyó sus sollozos y ayudó yendo a despertar a un sirviente de la posada, y trajo trapos limpios y encendió esta lámpara.
—Soñé que tenía el brazalete más hermoso del mundo —nos dijo Myt-ser'eu—. Era de rubíes, y me rodeaba la muñeca como una llama, —era el brazalete que llevaría una reina.
Neht-nefret le preguntó:
—¿Viste a quien te cortó?
No creo que Myt-ser'eu la oyera. Sus enormes ojos oscuros estaban llenos de ensoñaciones.
—Mi hermana Sabra me pidió que se lo diera —dijo ella—, y lo hice. Se lo di encantada.
Neht-nefret se inclinó sobre ella.
—¿Es que tienes una hermana? Nunca hablas de ella.
—Sí —Myt-ser'eu asintió mientras las ensoñaciones la abandonaban—. Es mayor que yo. Se llama Maftet, y la odio. —Después de eso, lloró como antes. Está pálida y muy débil.
Es una herida limpia, larga y más profunda de lo que me gustaría que fuera. Pronto le diré a Myt-ser'eu que hay que cambiarle el vendaje. Quiero verle la herida otra vez ala luz del sol.
Ya he escrito suficiente. Debo dormir lo que pueda. Muslak ha dormido todo el tiempo.
Hemos regresado al barco. Yo quería llevar a Myt-ser'eu al sanador, pero todavía estaba en tierra. En su lugar la llevé a Qanju, y Thotmaktef y él le lavaron la herida y le aplicaron un ungüento para que cicatrizara.
—Esto mantendrá los bordes unidos —le dijo Qanju—, siempre que no te metas el dedo en ella y no intentes levantar nada pesado. Has perdido una gran cantidad de sangre.
Ella prometió que no lo haría, y él nos ordenó que nos marcháramos y nos acostáramos a la sombra.
—Debes conseguirle la mejor agua que puedas encontrar para ella —me dijo—, y mezclarla con vino. Cinco medidas de agua por cada una de vino.
Yo le dije que no tenía vino.
—Tienes dinero, Lucius, y el dinero siempre compra vino. Ve al mercado en cuanto abra. Debes conseguir buen vino, ¿lo entiendes? Cómpraselo a un mercader con buena reputación.
—Yo iré contigo —dijo Thotmaktef—, si el noble Qanju no tiene ninguna objeción.
—El agua también debe ser buena —nos dijo Qanju—, la más pura que se pueda obtener.
Entonces comenzó a hacerme preguntas acerca de los acontecimientos de la noche anterior. Le leí este pergamino, y le hablé de la campanilla que había oído y del gato.
—Ese era el dios oscuro —dijo Qanju; no parecía tener miedo—. Lo llamamos Angra Manyu. Solo tiene ese nombre entre nosotros, pero tiene otros muchos entre otros pueblos. Es lo que se come las estrellas.
Yo no creo que las estrellas se puedan comer, pero no contradije a Qanju.
—Nosotros lo llamamos Apep —dijo Thotmaktef—, yAaapef. Set, Sut, Sutekh, Setchech, y otros muchos nombres.
Le pregunté si no era posible apaciguar a ese dios.
—No desearías hacerlo —dijo Qanju.
El sanador regresó con un mono en el hombro. Aquel mono nos hizo muecas a Myt-ser'eu y a mí, cotorreaba, le susurraba cosas al oído al sanador, intentó mirar por debajo de la fina túnica de algodón de Myt-ser'eu, e hizo otras muchas cosas que me divirtieron.
Le conté al sanador cómo habían herido a Myt-ser'eu, pero no quiso examinarle la herida.
—Si el noble Qanju la ha tratado, habrá hecho todo lo que yo podría haber hecho —dijo el sanador. Le haré un amuleto para evitar que le vuelva a suceder.
Cogió la pequeña bolsa que Myt-ser'eu lleva alrededor del cuello; vi que ella se resistió a separarse del colgante aunque lo hizo cuando yo se lo ordené. Se la había dado el sacerdote de Hathor.
—¿Qué hay del dios oscuro? —dije yo—. ¿El dios al que el noble Qanju llama Angra Manyu?
—Tú te sientas al sol todo el día para estar cómodo —me dijo el sanador—. ¿No es así?
Le dije que no lo recordaba, pero que no me parecía muy probable. Myt-ser'eu dijo que nos sentábamos a la sombra. El sol aquí es brillante y fuerte, e incluso los marineros descansan a la sombra cuando no tienen trabajo que hacer. Mis soldados, los cinco de Kemet, se hacen sombra con sus grandes escudos.
—En ese caso —nos dijo el sanador—, no debéis escuchar cuando un hombre hable mal del dios oscuro.
Le pregunté si aquel dios se aparecía alguna vez con la forma de un gato negro de gran tamaño.
—¡Ah! Has visto a su sirviente. Adopta a menudo esa forma. Yo lo veo con esa forma aquí en el barco por la noche.
Le expliqué que había evitado que yo regresara junto a Mytser'eu cuando la cortaron; el sanador dijo que no volvería a ocurrir, que el amuleto que le iba a dar lo evitaría.
Myt-ser'eu dijo:
—¿Cómo es posible que alguien me cortara sin despertarme? Solo había bebido un tazón. Lo juro.
—Su cuchillo es muy afilado —dijo el sanador—, y ella conoce hechizos que traen el sueño profundo.
Queríamos saber quién era aquella mujer. Estaba claro que él la conocía. No nos lo diría, dijo que no era el momento y que tendríamos mala suerte si revelaba su nombre.
—Si la pantera es un dios —dije yo—, ¿cómo es que sirve a esta mujer?
—No lo es y no lo hace —nos dijo el sanador—. Ella sirve al dios oscuro, y Sabra me sirve a mí.