15
El escarabajo

La gargantilla, el anillo de marfil, y el anillo de plata son todos muy atractivos. Myt-ser'eu intentará convencerme para que se los dé, lo sé. Ahora se está probando la gargantilla y se contempla en el espejo que se compró. Puede que se los cambie o se los venda baratos, pero no venderé ni cambiaré este escarabajo. Es un escarabajo de oro y laca azul, un escarabajo con alas brillantes. Anoche cuando le eché el aliento por casualidad pareció moverse. Eso no puede ser, las alas son de plata, creo. Aún así, a mí me pareció verlas moverse. Es como el anj, el símbolo de Khepri. Es el dios más viejo, dice ella. Los demás son sus hijos, los hombres y las mujeres son sus nietos muy lejanos. El anj es suyo porque da la vida, el escarabajo porque el sol de la mañana es uno de sus símbolos. Un escarabajo brillante no me sugeriría la salida del sol a mí, pero yo no soy de Kemet. Myt-ser'eu dice que hay letras grabadas en estos escarabajos para atestiguar la verdad que contienen, lo que hay en la tripa es escritura jeroglífica, y un pequeño anj; los escarabajos se ponen sobre el corazón de los muertos antes de envolver sus cuerpos. Así una mujer muerta se asegura de que los vivos le desean vida y se ocuparán de cualquier profecía que pueda mandar.

Uraeus dice que los escarabajos son sagrados y no deben matarse, y que no debería jugar con el mío. En aquel preciso instante no estaba jugando con él, solo lo sujetaba a la luz. Es muy hermoso, el trabajo de un gran, gran artesano.

Uraeus se reunió con nosotros en la posada. Compré un cordero negro, que él y Myt-ser'eu me dijeron que debía comprar, y mis hombres y yo lo llevamos al templo del dios con cabeza de lobo. El sacerdote con la piel de leopardo nos sonrió. Espero que el dios sonriera también.

El viento ha regresado, un viento fuerte del norte que hace que todas las palmeras se doblen, y remueve y levanta el polvo en la tierra roja. Muslak jura que llegaremos a Wast a la caída de la noche, pero Azibaal duda que podamos navegar hasta tan lejos en un solo día.

Qanju me mandó llamar. Thotmaktef y él habían estado trabaj ando bajo la sombra de la tela de una vela que levantó el hombre carmesí. Lo que dijeron era importante si es que de verdad soy un héroe, tal y como insisten ellos. Voy a escribir todas y cada una de las palabras que recuerdo.

—Te he desatendido, Lucius —me dijo Qanju—. No hemos tenido necesidad alguna de tus ocho, y tengo la impresión de que te estás ocupando de ellos tan bien como el mejor. Entiendes, estoy seguro. Uno se ocupa de las cosas que necesitan ser atendidas, y al hacerlo, uno puede desatender cosas en las que todo marcha bien. —Sonreía al decir todo aquello. Sonríe mucho, tiene la sonrisa de un hombre sabio que media en las peleas de niños.

Yo dije que no había sido consciente de su desatención, y que lo habría llamado a él o a Thotmaktef si hubiera necesitado su ayuda.

—Exactamente. Ahora nosotros necesitamos la tuya y por eso te llamamos. ¿Nos la darás?

Por supuesto que dije que lo haría. Myt-ser'eu me había dicho que el gobernante de Kemet había puesto a Qanju al mando de todos los que estaban en el barco.

Thotmaktef dijo:

—Eso esta bien. Tú olvidas, lo sé, pero puede ser que no hayas olvidado esto. ¿Tiene razones el dios local, Ap-uat para favorecerte?

—Desde luego —dije yo—. Esta mañana compré un cordero negro y se lo ofrecí en mi nombre y en el de mis hombres, le expliqué que yo estaba a cargo de ellos y pedí que se me concediera el don de la memoria que otros tienen y que ganáramos todas las batallas.

Qanju asintió.

—¿Ninguna otra razón además de esa?

Negué con la cabeza.

Totmaktef dijo:

—Yo nunca he estado en tu ciudad, pero he oído que allí se honra al lobo.

—Sin duda que sí —le dije—. El lobo es un animal que debe ser honrado. Este Ap-uat es un hombre con cabeza de lobo. Nos enseñaron representaciones suyas esta mañana en el templo.

Thotmaktef asintió.

—Eso ya lo sabía, pero también los vi. La grande en la que se muestra con Anubis mientras envuelve la momia de un general es muy buena.

Aquello me sorprendió y lo dije, además, añadí que no lo había visto allí.

—Me olvido, sí —dije—, pero no tan rápido.

—Yo tampoco te vi. ¿Debo decirle algo más, noble Qanju?

Qanju dijo que lo hiciera, con la misma sonrisa de antes.

—El sumo sacerdote de aquel templo nos envió a un sacerdote menos importante que le pidió al noble Qanju que lo acompañara. El sacerdote no sabía qué era lo quería el sumo sacerdote. O quizá sí que lo sabía, pero si lo sabía, no lo revelaría. En cualquier caso el noble Qanju me pidió que regresara al templo con él para enterarme. Yo mismo soy sacerdote del templo de Thoth en Mennufer. Quizá recuerdes eso, ¿Latro?

Negué con la cabeza.

—Es así. Me llevaron ante el sumo sacerdote y le expliqué, añadí que el noble Qanju por supuesto que no podía acudir en aquel momento, ya que el viento se estaba levantando y estaba deseoso de zarpar. Entonces el sumo sacerdote me dio esto. —Thotmaktef sacó un rollo de pergamino y tosió como disculpándose—. Se cayó de un estante de la Casa de la Vida esta mañana. Allí hay escribas, como en todas las Casas de la Vida. Quizá lo sepas. Ninguno de ellos jamás lo había examinado.

Me encogí de hombros.

—Sin duda, allí habrá muchos rollos de pergamino.

—No tantos como tenemos en Mennufer. Él te describió y te llamó Latro. Le expliqué que estabas al cargo de nuestros soldados, y que eres un hombre bueno y valiente.

Qanju asintió y sonrió.

—Entonces el sumo sacerdote le hizo a Thotmaktef la misma pregunta que yo te he hecho hace un momento. En respuesta Thotmaktef le contó lo que el capitán Muslak le había contado acerca de tu ciudad.

—Acerca del estandarte con un lobo que llevan a la batalla vuestros ejércitos —dijo Thotmaktef—. Incluso que así como Hathor fue el ama de cría de Osiris, una loba lo fue de los hermanos que fundaron tu ciudad. Cuando le conté eso al sumo sacerdote, estuvo satisfecho y me dio este rollo de pergamino. También me hubiera contado lo que había en él, pero yo estaba ansioso por regresar al barco y le prometí que el noble Qanju y yo lo leeríamos en cuanto llegara aquí.

Qanju dijo:

—Tal y como hemos hecho ahora ya. Contiene una profecía. Anubis es el dios de la muerte aquí. Deben haberte dicho eso cuando te enseñaron las pinturas que Thotmaktef ha descrito.

—Myt-ser'eu y Aahmes me lo dijeron —dije yo.

—Un héroe de Anubis que ha olvidado a Anubis visitará el templo. Según dice la profecía. Ofrecerá un cordero negro.

Qanju esperó a que yo hablara, así que dije:

—Si soy un héroe de la muerte, no lo sé, pero como ya te dije, sí que ofrecí un cordero negro.

—Este héroe tendrá el escudo de Hemuset —prosiguió Qanju—. Los sacerdotes del templo de Asyut, donde aparentemente se hizo la profecía, deben informarlo de esto y decirle cómo encontrarlo. Si sientes que esto no te pertenece, no te molestaré con más.

Detrás de mí Uraeus susurró:

—Mi señor desea oír más.

Hasta entonces no me había dado cuenta de que me había seguido.

—¿Es así, Lucius?

Asentí.

—Si no te importa contármelo, noble Qanju.

—Eso está bien. Esto es lo que debes hacer. Debes encontrar el templo que hay más allá del último templo. Allí encontrarás el escudo. Si hablara más, repetiría cosas que yo mismo he sabido por Thotmaktef hace unos momentos.

El escriba se aclaró la garganta. Es joven y tiene ojos sinceros. Tiene la cabeza afeitada. Dijo:

—Hemuset es la diosa del destino. Es una diosa menor. —Tosió—. Con lo que solo quiero decir que no hay un gran culto hacia ella. Cuando nace un niño ella asiste al nacimiento, sin que la vean, y decreta el destino del niño. Lleva un escudo con una flecha en él, dibujada, quiero decir. Es la manera en que la muestran los artistas. A veces el escudo es pequeño, y lo lleva en la cabeza. Simboliza la protección que recibe un hombre en su destino. No puede morir hasta que así lo indique su destino, en otras palabras.

Qanju murmuró:

—Continúa.

—La flecha simboliza su muerte. Con el destino de morir, perece.

Uraeus susurró:

—Nadie ve su escudo o su flecha, señor.

—Lo entiendo —dije.

—Si un hombre la ve —continuó Thotmaktef—, y le mira el escudo, ve toda su vida reflejada en él. O eso es al menos lo que se dice. —Tosió de nuevo—. Nada de esto acerca de Hemuset está en el pergamino, es solo información. El pergamino dice que Ra te guiará, guiará al héroe al templo que hay más allá del último templo. Sea lo que sea lo que eso signifique.

Qanju suspiró:

—Lo que quiere decir, en realidad, es que ese escarabajo te guiará allí. El escarabajo es un insecto muy común en esta región. Es uno de los símbolos del dios del sol.

Ahora me pregunto si esa es la labor de mi escarabajo. No sé cómo va a poder llevarme a ningún sitio. Pero quizá lo haga. Los dioses deben saber que no lo veo todo.

—He dicho que requerimos de tu ayuda —continuó Qanju—, y lo hacemos. Sin embargo, primero he de hacerte la pregunta más obvia. ¿Te reconoces en el héroe mencionado en esta profecía?

—Dudo mucho que lo sea —dije yo—. No me veo como un héroe en ningún sentido.

Detrás de mí, Uraeus susurró:

—Ha estado muerto, señor. Seguramente sea eso lo que quiera decir.

—Si he estado muerto —le dije a Qanju—, lo he olvidado.

—Lo estuviste —me dijo Thotmaktef.

Qanju sonrió.

—Si no estuviste muerto, estuviste lo suficientemente cerca de la muerte como para engañarme. Sahuset te resucitó, quizá solo te devolvió el conocimiento. ¿Sientes gratitud hacia él?

—Por supuesto —dije yo—, si me salvó de la muerte.

Thotmaktef dijo:

—No deberías habérselo contado, noble Qanju.

—No estoy de acuerdo. Supón que se lo hubiéramos ocultado, ¿no tendría entonces razones para desconfiar de nosotros después de eso?

—Lo olvidaría.

—Lo escribiría en su pergamino, escribe mucho. Si no lo hiciera, su esclavo se lo contaría. Lo que se gana con una mentira no es más que una pérdida disfrazada, Thotmaktef.

—Ruego me disculpes —dijo Thotmaktef.

—Disculpado quedas. Lucius, llevas una mujer contigo. ¿Lo sabes?

—¿Myt-ser'eu? Por supuesto. Vino al templo del dios-lobo con nosotros.

—Eso está bien. Hay tres mujeres en este barco. ¿Podrías darme sus nombres, por favor?

Negué con la cabeza.

—He visto a una mujer más alta que Myt-ser'eu pero no tan hermosa. Lleva muchas joyas, pero menos que Myt-ser'eu. Le sangra la mano derecha. No sé su nombre.

—No puede ser tuya —dijo Qanju.

—No la quiero. Tengo a Myt-ser'eu. Compartimos cama en una posada anoche. Puedes tenerla si lo deseas.

—Eso está bien. —Qanju sonrió—. Todos los asuntos que implican a las mujeres son bastante espinosos y se tratan con dificultad, y cuando las mujeres son jóvenes y atractivas, con mayor dificultad aún. Thotmaktef, te pido un favor. ¿Traerías aquí a Neht-nefret?