9
Nos quedamos aquí

Sahuset vino cuando llevábamos ya un tiempo aquí. Trajo copas y un pellejo de vino, que compartimos con él. A mi no me gusta el vino sin mezclar, pero me bebí una copa, despacio, para no ofenderlo. Myt-ser'eu temía que el vino estuviera envenenado (como me había contado después) y solo fingió beberlo hasta que él se hubo terminado su propia copa.

—Soy el marginado del barco —dijo Sahuset—. No hace falta que me deis la razón. Yo lo sé, y sé que ambos lo sabéis. Con eso me basta.

—Todos te respetan —le dije.

Él negó con la cabeza.

—Todos me tienen miedo menos tú, Latro. Cuando se respeta a un hombre, nadie le quiere clavar una daga por la espalda. Cuando se le teme, todos lo piensan, y me dan la razón.

Myt-ser'eu bajó su copa y habló con valentía.

—Yo te temo porque recuerdo todo lo que pasó cuando fuimos a tu casa. Latro ha olvidado esas cosas, si no, también te temería.

—En tal caso, me alegro de que lo haya olvidado. Quiero su amistad, no su temor. También quiero la tuya, Myt-ser'eu.

—Ve a los sacerdotes de Hathor. Te encontrarán otra. Yo estoy comprometida.

Sahuset se rió.

—Sí que lo estás, Myt-ser'eu. En otra ocasión, quizá. Latro, tu pequeño gatito es de lo más atractivo.

A pesar de que su risa había tenido un tono desconcertante, sonreí y le di la razón.

—Eso es lo que significa su nombre. ¿Lo sabías? Un gato que todavía no ha crecido.

Negué con la cabeza.

—Sé que lleva un gato en la cinta del pelo.

—No el gato que viste.

—No —dije yo—. Por supuesto que no.

—¿Qué harías si estos sacerdotes dicen a los Hombres de Parsa que deben matar a Myt-ser'eu para deshacerse del gato fantasma?

Myt-ser'eu se incorporó de golpe.

—¡Esto no me lo has dicho!

—No tiene nada que ver contigo —dije—, y no quería asustarte.

—¿Realmente quieren matarme?

—No importa. No lo permitiré. Abandonaríamos el barco.

Sahuset asintió.

—Bien. ¿Tus hombres obedecerían si les mandaras que no atacaran?

—Lo harían.

—Hay tres de Parsa y cinco de mi propia nación. Nuestros cinco puede que se pongan de tu parte. Me complacería, pero no me sorprendería. Los tres con toda seguridad obedecerían a Qanju.

—Me obedecerían a mí —insistí.

—Espero que no tengamos que comprobarlo. Los sacerdotes puede que no digan nada parecido, a pesar de que los sacerdotes a menudo son maliciosos y entrometidos. Los gatos son animales sagrados, al fin y al cabo. ¿Te he sorprendido, Mytser'eu?

Si se había asustado, que yo creo que mucho, se había recuperado.

—Son codiciosos también, Sahuset. Codiciosos y taimados. Te olvidaste de mencionar eso.

—Sí que lo he hecho, pero solo porque no parecía oportuno. Yo mismo fui sacerdote unos años, y por eso estoy en posición de saberlo.

—¿Le echaron? —Myt-ser'eu me apretó la mano.

—Yo mismo me eché. Yo quería conocimiento. Ellos querían oro, como tú dices, y poder. Más tierras. Más y más tierras. Aún así, todavía tengo amigos entre los sacerdotes de mi viejo templo. ¿Lo crees tú, Latro?

—Por supuesto —dije yo—, parece muy posible. Siento que yo también tengo amigos muy lejos, y aunque no los recuerdo, me gustaría encontrarlos.

—Quizá te pueda ayudar con eso. Tengo la intención de llevarte a mi viejo templo cuando lleguemos a él y probar la verdad de mi afirmación. Mientras tanto, quería avisarte, como he hecho, y recordarte que soy un amigo, de ella igual que tuyo.

Le dimos las gracias.

—Qanju no conocía el significado del nombre de Myt-ser'eu hasta que su escriba lo escribió en la cubierta para él durante nuestra reunión. Al menos eso parecía. Ahora sí lo conoce, y podemos estar seguros que le contará a los sacerdotes que hay una mujer con ese nombre a bordo del barco.

—Te llamaste a ti mismo marginado —dije yo—, a pesar de que dijiste que los sacerdotes de tu templo no te echaron.

—Lo soy. Soy de Kemet, pero sureño. Nací… no importa. Aquí en el norte, mi propia gente me considera un extranjero. Nosotros los de Kemet tenemos poca tolerancia con los extranjeros, los Nueve Arcos que no nos han traído más que guerra y rapiña, siglo tras siglo.

Yo dije que intentaría no atraer ninguna.

—¡Oh! Los individuos en particular pueden tener buenas intenciones, e incluso ser útiles. Pero una clase… —Sahuset subió los hombros y los dejó caer—. Ahora estamos ocupados por un poder extranjero. El sátrapa nos gobierna con caridad y justicia, nos gobierna mucho mejor de lo que lo hicieron la mayoría de nuestros faraones, a mi juicio, pero se resiente de la misma manera, y los de su país lo mismo.

—Y yo con ellos. Eso es lo que estás diciendo.

—Entre otras cosas, sí. En cuanto a mí, el sátrapa me encuentra útil y recompensa mis servicios. Soy el hombre sabio de Kemet. —Sahuset se rió de nuevo—. No somos los únicos que encontramos útiles a los extranjeros de vez en cuando, ya ves. En cuanto a mí, yo cojo su oro. Por eso me odian hombres que se postrarían y humillarían por él, si se lo ofrecieran.

Entonces Myt-ser'eu me sorprendió al decir:

—Yo soy tan marginada como tú. No, tanto como Latro y tú juntos.

—«Cásate con una doncella de tu propio pueblo». —Sahuset sonrió—. ¿No es así como va el poema? «No tengas nada que ver con la mujer extraña». Eso también está en él, en alguna parte.

—Estoy segura de que sí. —Myt-ser'eu se giró hacia mí—. Puede que también deba decírtelo, no creo que nunca lo haya hecho. Una vez que una mujer abandona su barrio en Sais, está marcada. No importa si después regresa y vuelve a vivir allí. Ella sigue marcada. Yo fui expulsada. —Se le llenaron los ojos de lágrimas—. Mi madre, mi hermana y mis hermanos, todos me echaron. Eso tampoco importa. Sigo marcada. Hay hombres que se casarían con una mujer extraña, pero no muchos.

La abracé, y Sahuset volvió a llenarle la copa.

—Lo que ella dice es cierto en los pueblos y todas las ciudades de esta tierra —me dijo—. Lo que yo he dicho también es verdad. En nuestro barco yo soy el más marginado. Estoy seguro de que eso lo habéis visto.

Yo dije:

—Me di cuenta de que no hablaste en ningún momento durante la reunión. Todos los demás lo hicimos, hasta Azibaal habló mucho. Pero tú no lo hiciste.

—Correcto. Les habría dicho la verdad si me lo hubieran pedido. Aunque sé perfectamente cómo iban a recibir la verdad, y pensé que sería mejor no darle voz a no ser que me lo pidieran.

—Entonces, cuéntame a mí esa verdad —le dije—, te lo pido ahora.

—Muy bien. Pero primero, nuestro barco está en mi país, pero ni su capitán ni su tripulación son de mi país. Está dirigido por un hombre de Parsa. Un buen hombre, un hombre sabio por sus luces, pero extranjero. El único compatriota mío que tiene algo de autoridad se ha puesto del lado de la gente de Parsa con mucha más firmeza que yo. Me gobierna para ellos, o lo intenta. En cuanto al resto, soldados de casi dos metros y dos mujeres. La mitad de los hombres de a bordo tomarían a Myt-ser'eu o a la otra mujer por la fuerza, y las tirarían a los cocodrilos después. Ellos lo saben, y si tú no lo sabes, deberías.

—Lo sé —dije—. ¿Qué hay de la verdad que fuiste demasiado sabio para mencionar en la reunión?

—Como desees. En primer lugar, la mujer a la que no pueden encontrar es al menos tan extraña como el gato al que temen. En segundo lugar, el gato no es de ella, ya que no la acompañó al pueblo. En tercer lugar, ninguno de los dos ha causado daño alguno, pero si intentan deshacerse del gato en el barco, sí que es muy posible que cause mucho daño.

Yo le dije que se me había ocurrido exactamente la misma idea.

—Cuéntaselo entonces. Estoy seguro de que la aceptarán mucho mejor de tí que si viniera de mí. Yo me gano la vida modestamente, Latro, principalmente leyendo el futuro y echando al xu que ha ocupado una determinada casa o, con menos frecuencia, una determinada persona. Cuando alguien viene a mí porque quiere que eche a un xu, le pregunto qué daño ha hecho el xu. La respuesta más frecuente es ninguno; cuando es así, le digo a mi cliente con toda sinceridad que lo más prudente sería dejarlo estar. Cuando un xu ocupa un lugar, o una persona, da lo mismo, es muy raro que otro intente ocuparlo también. Nadie trata de mudarse a una casa que ya está habitada.

—Lo entiendo —dije yo—. ¿Siguen tu consejo?

Sahuset levantó los hombros y los dejó caer de la misma manera que antes.

—¿Le parece que estoy bien alimentado?

—No —dije yo.

Sahuset se rió.

—Recuérdame que nunca discuta contigo. Pero te equivocas. No estoy muerto de hambre, y lo estaría si lo hicieran. Echo a los espíritus inofensivos por una tarifa económica, y cobro mucho más por los peores, que encuentran las casas de los primeros vacías.

—¿Puedes echar al gato?

—Puede. —Sahuset se dio la vuelta para mirar por encima del río.

—¿Lo harías? ¿Si Qanju lo ordenara?

Negó con la cabeza.

—¿Por qué no?

—Eres un soldado. ¿Aceptarías una orden de alguien que supiera mucho menos que tú de las artes militares?

Ahora era mi turno para mirar los veleros y los laboriosos pájaros del río.

—Dependería de lo que se tratara —dije por fin.

—Pues eso. —Sahuset cogió su pellejo de vino—. ¿Más? ¿Y tú, Myt-ser'eu?

Ella aceptó una segunda copa, cuando él se la hubo llenado, se sirvió otra para sí mismo.

—Os he ofrecido mi vino y mi amistad. Los dos tenéis miedo de que os pida algún servicio a cambio. No lo haré, pero estaré encantado de haceros uno si me lo pedís. ¿Queréis? ¿Alguno de vosotros?

Myt-ser'eu dijo:

—¿Querrías dinero si te pidiera que me leyeras el futuro?

Sahuset negó con la cabeza.

—Entonces, por favor, ¿lo harías?

—Por supuesto. —De la bolsa que llevaba en el cinturón sacó cuatro palos de oro, ninguno de los cuales estaba muy recto.

—Debería tener mi varita para esto —dijo Sahuset—, y allí estaba, un palo tallado de marfil, aunque yo no me había dado cuenta antes. Dejó los palos de oro sobre la hierba, cada uno formaba la esquina de un cuadrado irregular, entonces dibujó un círculo a su alrededor con su varita. Cerró los ojos y miró hacia el cielo. Durante un rato tan largo que me entró sueño estuvo moviendo los labios sin que pudiera oír lo que decía.

Por fin recogió los palos, los agitó en sus manos, y los tiró hacia Myt-ser'eu. Aterrizaron en el círculo, por lo que puedo decir, y él se inclinó sobre ellos.

—Mucha pena pronto —dijo—, pero alegría no mucho después.

—Eso está bien —dijo ella.

Sahuset asintió ausente.

—Viajarás a tierras extrañas, y allí correrás peligro. Regresarás a tu tierra natal, y la dejarás de nuevo. Hathor está de tu parte. Eso es todo lo que puedo leer aquí.

—Eso es lo que siempre he querido —dijo Myt-ser'eu—, alejarme de mi familia y ver lugares extraños y conocer gente nueva como Latro. Hathor debe ser muy amable.

—Lo es. ¿Latro?

Negué con la cabeza.

—¡Por favor! —Myt-ser'eu intentó apretarme el muslo—. ¡Por mí! ¡Solo una vez!

Negué con la cabeza de nuevo.

—Soy un soldado, como él bien ha dicho. Moriré en un campo de batalla, y al saber eso ya sé tanto como él puede saber.

—Pero puede que no lo hagas, y estamos juntos, así que si sabemos más sobre ti, sabremos más sobre mí.

Me encogí de hombros.

Sahuset lo tomó por consentimiento y cogió sus palos de oro y los lanzó hacia mí. Por un instante fue como si me hubieran golpeado en la cara, cosa que no habían hecho, y cayeron en el círculo como antes. Uno sobre otro allí.

Sahuset se inclinó sobre ellos. Pude oír como cogía aire, pero no habló. Se incorporó, se puso en pie y caminó hacia la pared del templo, después regresó junto a nosotros y volvió a estudiar sus palos de oro desde otro ángulo.

—¿De qué se trata? —preguntó Myt-ser'eu.

—Tienes miedo —dijo Sahuset—. Yo también. —Recogió sus palos muy despacio, uno a uno, los tiró directamente al aire y los volvió a estudiar como antes.

—¡Dinos!

—¿Latro? Me temo que son malas noticias. Si me lo pides, te lo diré. Te recomiendo que no lo hagas.

—Preferiría oír las malas noticias —dije yo—, antes que reconocerme cobarde.

—Muy bien. La muerte está muy cerca de ti. Muy cerca. Mytser'eu y yo puede que podamos salvarte, pero puede que no. Lo intentaremos, por supuesto. Yo desde luego lo haré. ¿Lo harás tú, Myt-ser'eu?

Ella asintió, sentí como le temblaba la mano.

Yo dije:

—¿Cómo de cerca está?

Sahuset se mordió el labio.

—Antes de que salga el sol mañana. Puedes estar seguro de eso. Si ves que el sol sale, estarás fuera de peligro. Más allá de la proximidad de tu peligro, no hay ninguna certidumbre. Ten cuidado esta tarde. Ten cuidado esta noche, y recuerda siempre que la muerte puede ser más amable que Hathor. Esto es todo lo que te puedo decir.

Se marchó. Abrí la bolsa de piel que lleva este pergamino y Myt-ser'eu me buscó agua del canal. Me dijo que los futuros que se leen a veces se equivocan, cosa que sé que es verdad. Le dije que era difícil pensar en un lugar donde el peligro amenazara menos que allí, cosa que también es verdad. Hicimos un par de bromas y nos besamos, y pronto se le secaron las lágrimas.