El escriba está aquí. Su señor lo ha enviado a evaluar el estado de nuestro barco, a valorar si ya está listo. Su señor es Qanju. Eso no me lo dijo a mí, pero se lo oí decir. Él mismo es de Kemet, y es sacerdote. Hablamos acerca de la escritura. Me enseñó sus jeroglíficos y me explicó cómo se leían. Se puede escribir en cualquiera de las dos direcciones, pero el hombre debe mirar hacia el final. Los pájaros también miran hacia el final. También se puede escribir hacia abajo, pero no hacia arriba. Escribió el nombre del sátrapa y lo metió en un escudo.
Dijo que debíamos llevar un nubio con nosotros porque uno de ellos conocería el país. Yo no había pensado en eso. Él dice que hay muchos nubios en el ejército de Kemet.
—Son muy buenos arqueros —me dijo—. Nosotros tenemos arqueros igual de buenos, pero no tantos.
Neht-nefret susurró:
—Son maravillosos amantes, Latro. Una vez tuve uno.
—Sí —dijo Myt-ser'eu—, los extranjeros son siempre los mejores amantes. —Me apretó la mano al hablar.
—Son buenos luchadores —declaró Thotmaktef.
Le pregunté acerca de sus tácticas.
Él se rió y dijo:
—Has omitido decirme que los sacerdotes y los escribas no saben nada acerca de la guerra. Eres más educado que los de mi tierra.
Yo dije:
—¿Qué puedo saber yo de lo que tú sepas acerca de la guerra?
—Sé muy poco, solo lo que he podido ir aprendiendo de Qanju y de los otros hombres de Parsa. Pero ellos saben mucho.
—No más que nosotros —insistió Neht-nefret.
—No acerca de esas tácticas en concreto —dijo Myt-ser'eu y todos rieron.
Me gusta este joven escriba. Está deseoso por enseñar y a la vez preparado para aprender. No hay muchos hombres que sean así. No puedo decir si es valiente o no, ya que Myt-ser'eu dice que no lo conocemos desde hace mucho tiempo y no hemos entrado en combate alguno. A pesar de todo, sus ojos dicen que sí lo es, y lo que es mejor aún, él no lo sabe todavía. Preferiría tenerlo de mi parte a él antes que a muchos otros hombres. ¡Seguro que su dios está de su parte! ¿Qué dios no estaría del lado de un sacerdote como él?
Le dirá a su señor que estamos listos. Muslak dice que no habrá necesidad alguna de esperar a viento o marea.
Suelto amarras y salto a bordo. Los hombres que están en el astillero desatan la vela. El viento es más fuerte en el centro del río, pero nos mantenemos cerca de la orilla donde la corriente es menos fuerte, a pesar de que a mí me parece que no hay ninguna corriente. El río es muy ancho, de manera que poco se pierde la poca corriente que pueda haber.
Con nosotros hay tres arqueros de Parsa y cinco lanceros de Kemet. Todos me obedecen, y a ninguno le gusta. Dos pelearon. Los abatí a los dos. Sacaron dagas y se las quité. Cuando se volvieron a levantar se las devolví y les dije que si no las enfundaban los mataría a los dos. Las guardaron ambos. Le herí el brazo con la lanza a Uro, aunque no tenía esa intención.
Los inspeccioné y los puse a limpiar sus utensilios y a afilar sus armas. Ahora acabo de inspeccionarlos otra vez y los reprendí por sus escasos resultados, tanto individualmente como en grupo. Acabo de ponerlos a limpiar y afilar un poco más. El capitán sugiere que los pongamos a barrer el barco y a limpiar la cubierta cada día, dice que se ensuciará todo muy deprisa con tantos hombres a bordo. Le digo que también harán eso.
Todos los soldados quieren ser mis amigos, pero yo no entablo amistad con ninguno. Myt-ser'eu dice que eso es sabio, y yo sé que tiene razón. Ella es mi esposa en el río, igual que Nehtnefret lo es de Muslak. Neht-nefret es una mujer muy hermosa, más alta que Myt-ser'eu y más grácil. Pero Myt-ser'eu es muy bella y cariñosa. No la cambiaría.
Ambas son más inteligentes, creo yo, de lo que Muslak y yo desearíamos; son muy buenas amigas, susurran y cotillean.
He estado pensando en las cosas que debo saber cuando vuelva a leer esto. Estamos en el barco de Muslak. Se llama Gades. Somos dos mujeres y veintisiete hombres. Hombres: Qanju ordena, Muslak es el capitán, Sahuset es un hombre sabio de Kemet, Thotmaktef es un escriba, yo ordeno a ocho soldados, y los demás son marineros. Mujeres: Neht-nefret y Myt-ser'eu. La primera es de Muslak y la segunda, mía. Es cuatro dedos más baja y creo que un año o así más joven. Estoy completamente seguro de que es más joven que yo. Creo que tiene miedo de todos los demás hombres, salvo quizá de Qanju y Thotmaktef, tiene mucho miedo de Sahuset. Se acerca tanto a mí cuando él está cerca que estoy tentado de decirle que se aleje, pero eso sería cruel. Tampoco sería muy inteligente: ella se acuerda de mucho de lo que yo olvido.
Hay cocodrilos en el agua. Ahora mismo acabo de ver uno y debe ser muy peligroso. Muslak dice que pronto veremos hipopótamos. Myt-ser'eu ha visto muchos dibujos de ellos, pero nunca los ha visto. Neht-nefret dice que los reyes los cazaban cuando esta tierra se gobernaba a sí misma. No pueden ser más grandes que este barco, pero ella dice que sí.
Hablamos de cerdos. Eso es porque Neht-nefret dice que parecen cerdos en la tierra, aunque son mucho más grandes y comen hierba como los caballos. Muslak dice que los cerdos son buena comida, cosa que es verdad. Yo lo sé. Las mujeres se asquean. Dicen que nadie en Kemet se comería un cerdo. Sahuset sonríe, así que sé que no es así.
Muslak dice que los hipopótamos también son buenos para comer, pero que es muy peligroso cazarlos tanto en tierra como en agua. Yo digo que los animales gordos no pueden ser peligrosos, por muy grandes que sean. Lo digo porque quiero oír más.
—Nunca los he cazado —dice Muslak—, pero sé que rompen barcos grandes y pisan a los hombres hasta matarlos. Tienen las mandíbulas enormes y matan los cocodrilos a mordiscos. Tienen las patas gruesas y duras y la grasa evita que las lanzas lleguen a sus órganos vitales.
—No la mía —declaró uno de mis soldados.
Entre risas Neht-nefret le dijo:
—Tepu te matará, Amamu.
Tepu es el hipopótamo.
Le leo lo que he escrito acerca de este barco a Myt-ser'eu. Un marinero se une a nosotros par escuchar. Cuando dejo de leer dice:
—Hay otra mujer.
El marinero se encogió de hombros.
—Dormí en cubierta anoche. Había una mujer con nosotros. Le ofrecimos dinero, pero ella no lo aceptó; luego bajó y no la pudimos encontrar.
Myt-ser'eu le preguntó:
—¿Quién era su protector?
El marinero se puso en pie y se alejó. Myt-ser'eu dice que es Azibaal. Le pregunté a Myt-ser'eu cómo era que sabía que la mujer tenía un protector.
—Porque la habrían violado, por supuesto. Cuando estamos en casa, en Sais, los sacerdotes nos protegen. Por eso tenéis que ir al templo a por nosotras. No recuerdas el dinero que hiciste que Muslak le diera al sacerdote, ¿verdad?
Admití que no lo recordaba.
—Sabía que no lo recordabas. Era mucho, y nosotras no cogemos nada de él. Lo que nos deis después es todo lo que conseguimos, si me regalas dinero cuando nos separemos, o me compras joyas mientras estamos juntos.
—Yo no tengo mucho dinero —dije yo.
—Lo tendrás —me dijo Myt-ser'eu.
Eso fue todo lo que dijimos entonces, pero he estado pensando en lo que dijo Azibaal. No puede haber una tercera mujer en el barco esta tarde. Por lo tanto, se trataba de una mujer del lugar en el que nos detuvimos la noche anterior. Era un lugar muy grande, por lo que debía haber más mujeres de las que se pudieran contar. Sí subió al barco pero no quería aceptar ningún dinero, debía haber subido a robar. Si es ese el caso, y parece que lo es, su protector era otro ladrón. Quizá le había dicho a ella que mantuviera entretenidos a los marineros mientras él robaba. Yo he bajado y he mirado todo, pero si es que falta algo, no sé lo que es.
Por otra parte, Azibaal y los otros marineros que se quedaron a bordo estaban allí para protegerlo contra los ladrones y habrían visto al hombre y a esta mujer cuando se marcharan. ¿Muchos hombres no se lo habrían llevado todo? ¿No le habrían atacado a un hombre o a dos Azibaal y los marineros, y los habrían ahuyentado? Aquí hay algo que no entiendo. Yo mismo me quedaré en el barco esta noche.
La brillante luna que vimos se había escondido tras las montañas del oeste y había dejado el cielo cuajado de incontables estrellas; Qanju las estudia incluso ahora, pero yo me siento donde él se sentaba, y escribo a la luz de sus lámparas dobles. Esta noche han ocurrido muchas cosas que debo recordar.
El pueblo en el que nos hemos detenido no tiene posada, solo una cervecería. Qanju y Sahuset tienen tiendas; hice que Aahmes y los soldados las levantaron tan pronto como tomamos tierra.
Después de que todos hubiéramos comido y bebido, regresé al barco. Myt-ser'eu quería volver conmigo. Yo quería que se quedara, pero se puso a llorar. Habíamos bebido cerveza, y se durmió tan pronto como nos sentamos. Yo había persuadido a Muslak para que permitiera que mis soldados guardaran su barco, ya que algunos de sus hombres lo habían vigilado la noche anterior; y yo les había asignado la tarea a los tres hombres de Parsa. Entonces los interrogué. No habían visto a nadie y tampoco habían oído nada, así que les dije que podían ir al pueblo y divertirse. Cuando se hubieron marchado, tumbé a Myt-ser'eu en un lugar más cómodo (me gané un beso entre murmullos somnolientos) y la tapé para protegerla de los insectos. Yo me senté, y los intentaba espantar a manotazos a la vez que me untaba con grasa de vez en cuando para mantenerlos alejados. A decir verdad, no esperaba ver ni oír a nadie; pero estaba razonablemente seguro de que el marinero no le había dicho nada a Muslak, y no podía decírselo yo mismo sin traicionar al marinero. Vigilar el barco parecía ser lo único que se podía hacer.
Casi me había quedado dormido cuando la oí caminar. Salió de la bodega, sus brazaletes de oro y sus gemas brillaban a la clara luz del cuarto de luna del cielo, y caminaba con pasos llenos de gracia y nada apresurados hacia la proa.
Me levanté y le ordené que se detuviera. Giró mucho la cabeza hacia atrás para mirarme, pero no lo hizo. Fue entonces cuando tuve la completa seguridad de que no era Nehtnefret.
Llegué hasta ella con facilidad y la cogí por el hombro.
—¿Qué estás haciendo en este barco?
—Soy un pasajero —dijo ella.
—No te he visto en la cubierta. ¿Has estado abajo todo el día?
—Sí.
Esperé que ella dijera algo más. Por fin yo dije:
—Debes haber pasado mucho calor y haber estado muy incómoda ahí abajo.
—No. —Su voz era baja pero se entendía bien.
—¿Ahora quieres desembarcar?
—Sí. —Me sonrió—. No tengo nada contra ti, Latro. Hazte a un lado.
Para entonces yo ya había visto que no llevaba nada y que no iba armada. También que era alta, joven y muy hermosa.
—No puedo dejar el barco sin vigilancia para acompañarte al pueblo —le dije—, y si vas sola, puede que te ataquen.
—No me da miedo.
—Eso es muy valiente por tu parte, pero no puedo dejar que te expongas a tal peligro. Tendrás que quedarte aquí conmigo hasta que venga alguien.
—Ya hay alguien aquí —me dijo.
Mientras hablaba, oí un gruñido de gato detrás de mí. Me di la vuelta a la vez que desenfundaba mi Falcata.
Los ojos del gato brillaban muchísimo más que la luna, eran braseros humeantes de un fuego verde cruel. Cuando di un paso hacia él, volvió a gruñir y vi cómo le brillaban los dientes. Temí, al principio, que pudiera atacarle a Myt-ser'eu, o que ya lo hubiera hecho y le hubiera cortado el cuello suave y silenciosamente. Me acerqué a la vez que deseaba con todas mis fuerzas tener una antorcha. El gato se movió hacia la izquierda. Entonces yo me moví para quedarme frente a él, a su derecha. Era tan grande como muchos perros.
Igual que una pompa desaparece en el río, se esfumó.
Miré a todas partes en su busca, seguro de que no podía haber saltado del barco sin que yo lo hubiera visto. Por fin, la única idea que me pareció posible era que hubiera saltado por la trampilla y se hubiera metido en la bodega. Habrá hombres que habrían seguido al gato al oscuro agujero de la bodega, pero yo no soy de esos. (De eso me enteré hace muy poco tiempo). Cerré la tapa de la trampilla y la até con la cuerda que había enrollada junto a ella.
Entonces miré a mi alrededor para buscar a la mujer que había salido de la bodega. Ella ya iba por la mitad del camino que llevaba al pueblo. La llamé, pero no se paró, ni siquiera volvió la cabeza. Quizá debí correr tras ella, aunque Qanju dice que hice bien en quedarme en el barco. De repente, la mujer había desaparecido en la noche.
Él llegó, y su escriba con él, no mucho después.
—He venido a estudiar las estrellas —dijo—. ¿No están hermosas? Se ven mucho mejor cuando baja la luna.
Se tumbó boca arriba en la cubierta para verlas sin doblar el cuello.
—La luna no se ha puesto —dije, deseoso por contarle lo que había sucedido, pero sin saber cómo comenzar.
—Bajará pronto —me dijo—, y yo estaré preparado. Incluso ahora, uno puede aprender mucho.
Thotmaktef se había sentado a su lado y había desplegado un pergamino como este sobre su rodilla, preparado para escribir lo que su señor le dictara.
—Una mujer ha ido al pueblo —les dije.
—¿Una mujer del pueblo? —preguntó Qanju.
Recordé el brillo de sus joyas a la luz de la luna y contesté:
—No.
—No habrá sido tu mujer, ella no te dejaría.
—¿Myt-ser'eu? —Sabía que era mía, pero necesitaba tiempo para pensar—. Está dormida en popa.
—Tampoco ha sido la mujer del capitán. La dejamos atrás, ¿verdad Thotmaktef?
Thotmaktef asintió.
—Lo hicimos, sí, noble Qanju.
—¿Otra mujer?
—Sí —dije yo.
—Has olvidado su nombre.
No era una pregunta, pero dije:
—Sin duda lo he hecho.
—Sin duda. —Qanju se incorporó, cosa que me sorprendió—. Cuéntamelo todo, Lucius.
Lo hice, hablé peor de lo que escribo, utilicé demasiadas palabras.
—Este es un asunto importante —dijo Qanju cuando hube terminado—. ¿Recordarás todo por la mañana?
—Puede que lo haga. —Aunque sé que olvido, no puedo estar seguro de cuándo lo olvidaré ni de cuánto.
—No es mi intención herirte. Pareces lo suficientemente sobrio como para escribir, ¿no es así?
—Por supuesto —dije yo.
—Bien. Hablas mal nuestra lengua, lo que hace difícil valorarlo. ¿Thotmaktef?
—Sí —dijo Thotmaktef.
—Debes venir conmigo, Lucius. Hay dos buenas lámparas en mi tienda. Escribe este incidente en tu papiro antes de que lo olvides. Incluye todos los detalles. Cuando hayas terminado, puedes regresar aquí, si lo deseas.
Protesté y le dije que Muslak se enfadaría cuando se enterara de que su barco se había quedado sin vigilancia. Eso yo sabía que era verdad.
—No estará sin vigilancia —me explicó Qanju—. Thotmaktef ocupará tu puesto hasta tu regreso. Es joven, fuerte y sincero. Yo le confiaría mi propia vida.
Le ofrecí prestarle mi espada, pero él declinó la oferta agradecido.
Eso es todo, y ahora regresaré al barco y a Myt-ser'eu.
No, una cosa más. Cuando Qanju y yo habíamos pasado una distancia desde el río, miré hacia atrás para ver si Thotmaktef había destapado a Myt-ser'eu. No lo había hecho, pero estaba desatando la cuerda que yo había atado sobre la tapa de la trampilla.