5
Sahuhet nos llama

Estamos en la posada una vez más, a pesar de que primero compartimos un ganso asado con Muslak, Neht-nefret yAzibaal. No tendré mucho tiempo para escribir antes de irnos, y tengo muchas cosas que escribir.

El sátrapa quería vernos. Es más joven de lo que yo me esperaba, no tiene canas en su rígida barba negra. Tiene ojos de halcón. Con él había otros dos hombres, hombres de más edad, de Parsa y Kemet. Los tres estaban sentados; nosotros estábamos de pie. Cuando el sirviente que nos había ido a buscar nos presentó al sátrapa, este dijo:

—Necesito un barco fuerte y robusto, no una trirreme con cientos de remeros a los que tener que alimentar, sino un barco pequeño y útil con un capitán atrevido. ¿Tú eres atrevido, Muslak?

—Soy lo suficientemente atrevido como para hacer tu voluntad, gran príncipe —dijo Muslak—, sea la que sea.

—Esperemos que digas la verdad. Vosotros, los hombres carmesí, sois marineros valientes, lo sé. ¿Has estado en las islas Tin?

—Más de una vez —declaró Muslak.

—No te voy a pedir que vayas tan lejos. —El sátrapa se dirigió a Azibaal—. ¿Tú eres uno de sus oficiales?

Azibaal asintió.

—Soy el primer oficial, gran príncipe.

—En tal caso bien jurarías que es atrevido, lo fuera o no. Y tú, ¿eres un marinero atrevido?

—Yo no soy tan valiente como él —admitió Azibaal.

Muslak negó con la cabeza.

—Azibaal es un hombre de mar fuerte y robusto como el que más, gran príncipe. Tanto como yo o más.

—Esperemos que sea así. Dos de vosotros tenéis mujer. Uno no. —El sátrapa señaló a Neht-nefret—. ¿De quién eres mujer tú?

Ella hizo una reverencia, incapaz de mirarlo a los ojos.

—Del capitán Muslak, gran príncipe.

—¿Y tú? —Señaló a Myt-ser'eu.

Ella se quedó muy recta entonces, y sus ojos mostraban gran orgullo.

—Yo soy de Latro, gran príncipe.

Por un breve momento, el sátrapa se sentó en silencio, y a mí me pareció que Myt-ser'eu no solo debió sentir su mirada, sino que también debió temer sus garras. Por fin apartó la vista.

—Latro no es el nombre que me dieron.

—Soy de Kemet —dijo la pobre Myt-ser'eu en un susurro casi inaudible—. Todos los de Kemet lo llamamos Latro. (Le pregunté acerca de esto cuando regresamos en burro. Le he leído mi pergamino a ella y estaba allí).

El hombre de Kemet, que estaba sentado a la izquierda del sátrapa, le susurró algo. Era muy alto pero estaba encorvado, tenía la cabeza afeitada, la nariz ganchuda y los ojos brillantes.

El sátrapa asintió muy despacio. Se dirigió hacia mí y dijo:

—Tienes un nombre entre los hombres carmesí y otro aquí.

Yo asentí, ya que me había enterado mientras estábamos sentados esperando, que Myt-ser'eu y Neht-nefret me llamaban Latro, pero Muslak y Azibaal, Lewqys.

—Debes hablar en voz bien alta al príncipe —dijo el otro hombre de Parsa.

Yo dije en tono bien alto:

—Sí, gran príncipe, es como usted dice.

—Una vez conocí a un hombre llamado Artayctes —dijo el sátrapa—. Murió a manos de vosotros, helenos.

Yo no dije nada.

—¿No reconoces el nombre?

—No, no lo reconozco, gran príncipe.

—Eres heleno y temes que se te castigue por su muerte. Lo comprendo. No serás castigado, Latro. Tienes mi palabra. Este Artayctes tenía una guardia de helenos. Llamó a tres e hizo que lucharan contra un hombre llamado Latro, que los mató a todos. Artayctes murió antes de poder contármelo, pero algunos otros no lo hicieron. Tú eres ese hombre.

No dije nada porque yo no recordaba tal incidente.

—¿No lo niegas?

Yo dije:

—Nunca le llevaría la contraria, gran príncipe.

El sátrapa se giró hacia Muslak.

—¿Dónde lo encontraste, capitán?

—En Luhitu, gran príncipe. Es un viejo amigo. Quería ir a Kemet, y yo le ofrecí llevarlo sin cargo alguno.

—¿Si te mando al sur, él iría contigo?

—Solo si lo desea, gran príncipe.

—Así lo deseo. Llévalo contigo. Voy a mandar soldados con vosotros también. ¿Qué sabes de las tierras del sur, capitán?

Muslak dijo:

—He llegado hasta Wast, gran príncipe.

El sátrapa volvió sus ojos de halcón hacía Azibaal.

—¿No más lejos?

Azibaal respondió como un hombre.

—No, gran príncipe.

—Muy bien. Escuchadme, todos vosotros. Al sur de esta tierra hay otra llamada Nubia. No depende de mi hermano, pero tampoco está en guerra con nosotros. En su día perteneció a Kemet, por eso los sabios de Kemet —asintió y señaló con la cabeza hacia el hombre alto—, saben mucho de su historia. Algunos hasta hablan la lengua que allí se utiliza. Aquí nadie sabe tanto de ese Estado hoy en día. Nadie sabe nada de Nysa, la amplia tierra al sur de Nubia. Yo gobierno esta tierra para mi hermano, y como su sátrapa es mi deber saber mucho de las tierras vecinas. Deseo mandarte, con tu barco y tu tripulación, hacia el sur hasta donde llegue el Gran Río. Averiguarás estas cosas para mí, y regresarás para contármelas. ¿Está claro?

Muslak hizo una reverencia.

—Lo está, gran príncipe.

El sátrapa miró hacia el hombre más pequeño de Parsa, que se levantó y le entregó a Muslak una pesada bolsa de cuero. Es bajito, y, como muchos hombres, bajitos su postura tanto de pie como sentado es muy estirada. Su escasa barba es blanca.

—Hay cataratas —dijo el sátrapa—. Tendrás que rodearlas todas con tu barco, menos la primera. Será difícil, pero no puede ser imposible. Tendrás que llevar los víveres que compres con mi oro contigo alrededor de las cataratas también. Tenlo en mente cuando los elijas.

Muslak hizo una reverencia de nuevo.

—Lo haré, gran príncipe.

—Puede que sea posible contratar gente del lugar para que os ayude. Este hombre —señaló con la cabeza al hombrecillo que le había dado la bolsa a Muslak—, se ocupará de ello. Se llama Qanju. Irá con vosotros. Llevará un escriba y tres de nuestros soldados a su cargo. Tú también estarás a sus órdenes.

Muslak dijo:

—Lo saludamos, gran príncipe.

—El hombre que tengo ami izquierda es Sahuset, un sabio de Kemet. El también irá con vosotros. —El sátrapa se giró hacia Sahuset—. ¿Llevarás contigo algún sirviente, hombre sagrado?

Si hubiera cerrado los ojos mientras Sahuset hablaba, habría pensado que se trataba de una serpiente, su voz era igual de fría y maliciosa.

—No llevaré ningún sirviente al que haya que alimentar, gran príncipe.

—Eso está bien.

De nuevo, el sátrapa se dirigió a Muslak.

—También enviaré soldados de Kemet contigo. Tú mismo me dirás cuántos. Dependerán de Qanju igual que tú y todos los demás. Ten en cuenta que Qanju y tú tendréis que alimentarlos, para lo cual tendréis que comprar la comida en los lugares por los que paséis. Ten en cuenta también que necesitaréis muchos hombres para ayudar a que tu barco pase por las cataratas. ¿Cuántos debo darte?

Muslak se acarició la barbilla.

—Cinco, gran príncipe.

Así se decidió. Un sirviente nos acompañó de regreso al patio en el que yo había escrito y nos dijo que esperáramos. Pronto regresó Thotmaktef. Qanju quería hablar con nosotros, y después de eso podríamos irnos. Nos guió hasta un nuevo lugar, hasta una habitación muy bien iluminada por la luz del sol en la que había muchos rollos de papiro como el mío en estantes de madera. Qanju estaba allí, escribía detrás de una mesa, pero se levantó y dejó a un lado su pluma cuando se acercó a nosotros; no es más alto que Myt-ser'eu. Nos dio la bienvenida, nos invitó a sentarnos y él mismo volvió a tomar asiento.

—Voy a ser vuestro jefe en un viaje que por seguro será largo y laborioso —dijo—. Dado que tal es el caso, me parece buena idea conoceros algo mejor antes de nuestra partida. Supongo que ninguno de vosotros se opone a mi liderazgo, ¿me equivo co? El sátrapa, el príncipe Achaemenes me ha nombrado, soy un estudioso, y nunca me nombraría a mí mismo para un puesto como este. Si alguien tiene alguna objeción, este es momento de que lo diga.

Muslak se aclaró la garganta.

—Yo no me opongo, noble Qanju. Pero con todo mis respetos te pido que cualquier orden que vaya a mi tripulación sea a través de mí.

—Por supuesto. —Qanju asintió con una sonrisa—. Yo no soy hombre de mar en absoluto, capitán. Te consultaré para todo tema que esté relacionado con tu navío, y solo tomaré tu lugar si me veo obligado a ello. ¿Es eso todo?

Muslak asintió.

—¿Alguien más?

Nadie dijo nada. Por fin yo me puse en pie.

—Noble Qanju, yo he venido a Kemet a seguir los pasos que yo mismo dejé hace años. Sé que vine a esta ciudad y conocí aquí a Muslak.

Qanju me hizo un gesto para que continuara.

—Si encuentro tales pasos, los seguiré —concluí.

—¡Ah! Pero ¿qué pasa si no lo haces, Lucius?

—Me quedaré con mi amigo Muslak hasta que lo haga, si él me lo permite.

Muslak dijo:

—Lo haré.

—¿Nos informarás si tienes intención de marcharte? ¿Te despedirás de nosotros?

Asentí.

—Sí. Desde luego que lo haré.

—Eso está bien.

Sabes dónde estás, Lucius, por cierto, ese es tu nombre, y por qué estás aquí, porque has leído tu papiro mientras esperabas para hablar con el sátrapa. Mañana lo habrás olvidado a no ser que vuelvas a leer tu rollo de papiro.

Myt-ser'eu se sorprendió, pero yo asentí.

—Esta chica, y tu amigo, te han recordado estos y otros aspectos importantes de vez en cuando, y te hacen de la memoria que a ti te falta. Me uno a ellos, y lo hago encantado. ¿Sí, hija?

Era Myt-ser'eu.

—No creo que el nombre que has utilizado antes esté en el pergamino de Latro, noble Qanju.

Con una sonrisa, Qanju asintió.

—Lo aprendí con artes ocultas, hija. ¿Lo crees?

Myt-ser'eu asintió con aspecto asustado.

—No lo hago. Simplemente quería saber si lo creerías. El sátrapa me ha dado un nombre para tu señor. Me confió el nombre. Al oírlo, no fue difícil entrever el acento de un hombre carmesí. Es todo bastante sencillo, hijita, como la mayoría de los trucos.

Se produjo un momento de silencio antes de que Neht-nefret preguntara:

—¿Entonces no eres un profeta en realidad?

—¡Oh! Claro que lo soy, hijita. —Los oscuros ojos de Qanju brillaron—. Mi tribu es la magi, y somos bastante famosos por ello. A diferencia de los que pretenden poseer nuestras artes, no mentimos acerca de ello. ¿Quieres que te lea la buena fortuna?

Muy despacio, Neht-nefret asintió.

—Entonces lo haré —dijo Qanju—, pero no ahora. Tendremos muchas horas muertas en el barco del capitán. Tendremos multitud de oportunidades.

Se aclaró la garganta.

—Ahora que nos conocemos mejor, os diré aquello para lo que os hice venir, para que yo pueda continuar con mi trabajo y vosotros con vuestras vidas. En primer lugar, yo estaré a cargo de nuestra expedición. No habrá hombre en el barco que no responda ante mí, ni tampoco mujer.

»Segundo, delegaré mi autoridad en determinados asuntos. El capitán Muslak estará encargado del navío y de su tripula ción. Y de ti, Neht-nefret. Lucius se ocupará de nuestros soldados, de los dos de Parsa y de los de Kemet. Y también de Myt-ser'eu, por supuesto.

Yo dije:

—Yo olvido, noble Qanju, como bien dijiste antes. Me parece que no soy la persona más adecuada para encargarse de hombres armados.

Qanju asintió sin dejar de sonreír.

—Cuando la dirección de esta expedición caiga sobre ti, que lo hará, podrás dejar el cargo, Lucius. Hasta que así sea, se hará lo que yo diga.

Azibaal dijo:

—Creo que ha elegido sabiamente, noble Qanju.

Qanju sonrió y le dio las gracias.

—La tercera cosa que quería deciros es que Thotmaktef que está aquí, quien ya se os ha presentado, es el escriba que nuestro sátrapa mencionó. Estará a cargo de Sahuset, el puesto más difícil de todos. Os pido a vosotros y en especial a Myt-ser'eu y Neht-nefret en particular, que le ayudéis de todas las maneras que os sea posible. ¿Lo haréis?

Todos asintieron.

—Eso está bien. No necesito explicaros, espero, que el gran rey no desea más que amistad y paz entre las gentes de Parsa y las gentes de las Tierras del Río. Sin embargo, no todos tienen sus mismas buenas intenciones.

—Yo sí —dijo Muslak.

Qanju asintió.

—Igual que yo. Si nosotros siete nos peleamos entre nosotros, ¿cómo no vamos a pelear con los nubios? Si luchamos entre nosotros, el fracaso está asegurado.

Neht-nefret no dejaba de mirarnos a Muslak y a mí. Cuando ninguno de nosotros dijo nada, ella manifestó:

—Habrá tres soldados de Parsa y cinco de mi país. Si luchan…

—Estaremos arruinados. —La suave mirada de Qanju recayó sobre mí—. Será tarea tuya, Lucius, asegurarte de que no lo hagan. Tú no eres de Parsa, ni de Kemet tampoco. Así les molestarás a todos por igual. Tu tarea no será sencilla, pero no supera tus habilidades. Capitán, ¿tienes alguna pregunta respecto a los suministros que comprarás?

Muslak se encogió de hombros.

—Las tiendas de los barcos, y un par de cosas más para que estemos cómodos cuando no haya posadas en las que quedarnos. ¿Hay posadas en Nubia, noble Qanju?

—Unas cuantas, pero iremos más allá de Nubia.

—Lo sé —dijo Muslak—. A Nysa, dondequiera que eso esté.

—Hasta donde llega el río —susurró Qanju.

Nos despidió a todos menos a Thotmaktef. La voz de Qanju nos detuvo antes de que llegáramos a la puerta.

—Tened cuidado con Sahuset. No os deseará ningún mal, pero sed educados con él sin entablar amistad, si sois listos.

Ahora ha venido a buscarnos una mujer que sirve a este Sahuset, y Myt-ser'eu y yo iremos con ella cuando baje la luna.

Antes escribiré que cuando Thotmaktef vino a buscarnos, en el patio había un babuino a su lado. Era muy grande, y nos miró con toda la seriedad de un hombre. No creo que los demás vieran al babuino, pero yo sí. El propio Thotmaktef no lo veía, o eso me parecía a mí. Miré hacia otro lado, y después ya no lo vi más.