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La noche ha pasado

He visto el barco de un dios traer el sol, una visión grandiosa y maravillosa que debo plasmar aquí para que nunca sea olvidada. Él gobernaba el barco que lo llevaba. Le acompañaban un babuino y una mujer preciosa que llevaba una pluma en el cabello. La cabeza de él era la de un halcón. Cuando el sol aclaró el horizonte, desaparecieron, y su barco con ellos. Quizá el dios-halcón se alejara volando. Quizá fuera que ellos y su barco no fueran visibles a la luz del sol. Me gustaría preguntarle a la mujer que durmió conmigo acerca de ellos, pero tengo la sensación de que no se lo debo preguntar a nadie. Algunas cosas son demasiado maravillosas como para hablar de ellas.

Estamos en un barco anclado. Recuerdo haber levantado el ancla con otro hombre. La tiramos por un lado, con cuidado de no quedar atrapados en el cable. La mujer había hecho un lugar en el que ella y yo pudiéramos dormir, en popa, demasiado cerca del capitán y de la otra mujer.

—Ven a mi cama —me dijo, y me hizo un gesto que encontré irresistible. Nos tumbamos sobre una vela plegada y nos tapamos apretados con el tejido de la vela, porque el viento se volvía muy frío cuando no había sol. Ella me susurró palabras de amor y nos besamos muchas veces. Yo la acaricié y ella me acarició a mí, yo no dejaba de preguntarme si los otros dormirían; por fin los oí roncar. Cuando ya estábamos exhaustos y listos para dormir, las estrellas que había sobre nosotros brillaron más que cualquier joya. Parecían estar lo suficientemente cerca como para tocarlas y dibujar en ellas hombres y extrañas bestias.

Me desperté temprano, dolorido de dormir en la vela plegada. Me estiré y me rasqué, y busqué algo mejor que el agua del río para beber, pero no encontré nada. Pronto, pensé, regresaría con la mujer que dormía y la abrazaría de nuevo. El Este se fue haciendo cada vez más brillante, vi la proa del barco que llevaba el sol y lo observé. Entonces vi al hombre de la cabeza de halcón con su remo, y los otros dioses saben que debo escribir acerca de él, como lo he hecho.

Myt-ser'eu y yo holgazaneamos en la sombra. Ahora no trabaj a nadie a excepción de los remeros, que deben mantener el barco en posición para que las velas cojan el viento. Nuestros marineros hablan, discuten, apuestan y luchan por deporte. Podría mojar mi pluma en sudor, pero me deja una marca negra en el pecho.

Me han afeitado la cabeza, y es por eso que escribo. Nehtnefret me vio rascarme y me la examinó. Tenía piojos, me enseñó muchos. Myt-ser'eu dice que los cogí en una posada, pero yo no recuerdo posada alguna. Ella me cortó el pelo todo lo corto que pudo y Neht-nefret me engrasó la cabeza y me la afeitó con una cuchilla. Las dos hicieron más de cien chistes ami costa y se rieron con alegría, pero estoy seguro de que se quedaron consternadas al ver la cicatriz que encontraron. Me llevaron los dedos hasta ella.

Neht-nefret y Myt-ser'eu se afeitan la cabeza la una a la otra, eso dijo Neht-nefret y también dijo que yo las había visto, pero que no me puedo acordar de nada. Eso no es cierto del todo, pero sí lo suficiente como para entristecerme. Llevan pelucas.

Entre beso y beso, Myt-ser'eu me está cosiendo un pañuelo para la cabeza como los que llevan los hombres de su pueblo. (Eso lo sé porque vi a uno en la orilla del río no hace mucho tiempo). Es una costura sencilla, un círculo lo suficientemente grande como para mi cabeza por un extremo y otro algo más grande por el otro.

Mi pañuelo está terminado. Me protege la cabeza afeitada y el cuello y las orejas del sol. Muslak se ríe y me dice que nadie se dará cuenta de que soy extranjero. Neht-nefret insiste en que no hablamos lo suficientemente bien como para pasar por hombres de Kemet y nos enseña a los dos. Nosotros intentamos hablar como ella lo hace mientras Myt-ser'eu se ríe. Azibaal y los otros marineros dicen que solo Muslak es lo suficientemente moreno, yo soy demasiado rojizo. Ambas mujeres dicen que el moreno está mejor y fingen rechazarme.

Pasan tres barcos de guerra. Tienen velas, pero también van a remo, y por eso avanzan a gran velocidad. Llevan hombres barbudos de Parsa, y hombres de Kemet también, soldados de piernas largas que llevan lanzas y escudos. Creo que habríamos muerto muy deprisa si nos hubieran atacado. Las mujeres dicen que a ellas las habrían violado, no las habrían matado y que a Muslak y a mí nos habrían encadenado a bancos y nos habrían obligado a remar. A mi no me encadenarían. Preferiría luchar y morir antes que remar hasta la muerte bajo el látigo.

Esos barcos ya están casi fuera del alcance de la vista, pero todavía podemos oír sus tambores al ritmo del remo. No hay canciones. Los remeros libres cantan cuando reman, o eso creo yo. El látigo les roba la canción.

Muslak dice que los barcos eran propiedad del sátrapa, el hermano del gran rey. Este sátrapa quiere nuestro barco también, a pesar de que tiene muchos otros. Muslak no sabe por qué.

Antes de dejar de escribir, debo señalar que navegamos por el Gran Río de Kemet; es por este río que Kemet también es llamado Tierra del Río, creo. ¿Se trata de una gran nación como Neht-nefret y Myt-ser'eu insisten? Yo no veo cómo es que puede ser eso si no es más que este valle verde. Me subí al mástil para verlo, y es tan estrecho que a mi derecha pude ver el desierto. La tierra del valle es negra allí donde no es verde, el contraste con el ocre desierto que hay más allá no escapa a ningún ojo. Pasamos por una ciudad a lo lejos, se llama On, según dice Neht-nefret. Myt-ser'eu deseaba poder echar un vistazo a las tiendas antes de que cerrara el mercado, pero Muslak se negó ya que dijo que debíamos llegar a Mennufer antes de que anocheciera.

Muchos canales riegan la tierra, pero el río no se reduce por ellos. Eso parece raro.

Una de las orillas está cerca de nosotros, a la derecha. La otra está ahora tan lejos que casi ni la podemos ver. Aquí vamos a vela porque la corriente es muy débil, y porque Mennufer está en este lado. Los barcos que bajan por el río van por el centro del canal; los que van río arriba, como nosotros, por los lados. Hay muchas palmeras, árboles altos y llenos de gracia cuyas hojas solo crecen en la parte alta. Se balancean y balancean al viento y seguro que habían sido mujeres muy hermosas hace no mucho tiempo. Alguna diosa celosa las transformó en árboles.

Nuestro barco está atado a un embarcadero en Mennufer, pero Myt-ser'eu y yo compartimos esta habitación y dormiremos aquí. Cuando atracamos, Muslak nos dijo que él correría a la Pared Blanca a avisar al sátrapa de nuestra llegada. Myt-ser'eu y yo le dijimos que iríamos a ver la ciudad. Me dio dinero a tal efecto. Le compré a Myt-ser'eu una gargantilla y unas sandalias nuevas, pero, aún así, tuvimos más que suficiente para comer en una posada. Después de comer regresamos al barco; pero Muslak no estaba allí, y Neht-nefret dijo que no había regresado. Estaba enfadada porque no la había llevado a la Pared Blanca, nunca había estado dentro, mientras que Myt-ser'eu ni siquiera había estado en Mennufer. Myt-ser'eu y yo regresamos a la posada y alquilamos esta habitación fresca y cómoda, en la cuarta planta y justo debajo del tejado. Unos sirvientes nos trajeron agua para que nos laváramos, y nos lavarían las ropas y nos las traerían por la mañana. Nuestra cama son unas esteras sobre un armazón de madera. A mí me parece muy pobre, pero Myt-ser'eu me dice que es mejor que la que teníamos en la posada anterior. Tengo una lámpara de aceite que me proporciona una llama alta y fina con la que escribir.

La ciudad es ruidosa y está llena de gente, es excitante pero cansa, en especial cuando uno va de tienda en tienda por el barrio de los joyeros. Las calles son estrechas, y los edificios se amontonan como los hombres. La planta de la calle siempre es una tienda. Encima hay otras cosas, y Myt-ser'eu dice que a veces son tiendas de mejor calidad para los ricos. Esta posada tiene una casa de comidas en la calle, allí es donde comimos, y habitaciones de alquiler arriba. Las más altas son las mejores y son más caras. Las paredes de la calle son muy gruesas, como debe ser para poder soportar todas las plantas que tiene por encima. Eso mantiene las plantas más bajas frescas, mientras que el viento y el grueso tejado enfrían las plantas superiores.

Myt-ser'eu quiere comprar cosméticos mañana. Dice que puede que solo los mire y no compre nada, pero yo no soy tan joven como para creérmelo. También dice que su propia ciudad, llamada Sais, era la capital de Kemet no hace mucho tiempo. Ahora el sátrapa gobierna desde aquí, y ella está contenta. No le gustaría que él y sus soldados extranjeros estuvieran en su ciudad. Yo mismo soy un soldado extranjero, o eso he leído. Aún así, Myt-ser'eu abandonó Sais conmigo. Nadie puede conocer el corazón de una mujer.

Myt-ser'eu no tiene cosméticos nuevos, pero no está de mal humor por ello. Le digo que visitaremos el barrio de los perfumistas cuando el sátrapa haya hablado con nosotros. Esta mañana paseamos por el barrio de los talabarteros primero. Myt-ser'eu insistía en que me comprara una bolsa en la que llevar este pergamino y la tinta, una bolsa que los protegiera. Encontramos tal bolso y lo compramos después de mucho discutir. Estábamos a punto de entrar en el barrio de los perfumistas cuando apareció Neht-nefret a toda velocidad. Teníamos que encontrarnos con Muslak en la puerta de la Pared Blanca inmediatamente. Él había mandado a una docena de marineros a buscarnos, dijo ella, pero ella había sido la única lo suficientemente lista como para adivinar a dónde me habría llevado Myt-ser'eu.

Alquilamos unos burros y fuimos hasta la puerta de la Pared Blanca, en tierra roja, a cierta distancia de la ciudad. Los chicos de los burros nos esperarán allí. Muslak y Azibaal pronto se reunieron con nosotros y los guardas nos dejaron pasar. Muslak tiene un firman.

Antes de describir esta fortaleza debo decir que solo el centro de la ciudad que acabamos de dejar es ruidoso y está lleno de gente. Más allá hay muchas casas de dos y tres plantas, buenas y grandes, con jardines, con muros y más jardines en los tejados. Lejos de las tiendas, las calles son anchas, y las atraviesan carros y carretas. Debe ser muy agradable, creo yo, vivir en una de esas casas. No hay muralla en la ciudad. Ninguna.

Muslak quería que nos quedáramos donde los soldados nos habían dicho que aguardáramos. Yo estaba deseoso de ver la fortaleza y me alejé de todas maneras; prometí regresar pronto. Subí a la pared más externa y caminé por ella una cierta distancia, hablé con los soldados que me encontré allí. El mejor barrio de la ciudad quedaba a mi izquierda y la fortaleza a mi derecha. No puede haber muchas vistas como aquella en el mundo.

A mi regreso fui más despacio de lo que hubiera deseado porque me perdí, pero los demás me seguían esperando cuando por fin regresé. Myt-ser'eu tenía la bolsa que habíamos comprado para el pergamino, así que cuando pasó un joven escriba le pedí algo de agua para mojar mi pluma. (Había encontrado dos pozos, ambos muy grandes, pero no tenía nada en lo que poner el agua y no quería desobedecer a Muslak otra vez).

Era un sacerdote y su nombre es Thotmaktef. Era simpático y charló con nosotros. Le enseñé mi rollo de pergamino y le expliqué que yo no podía escribir como lo hacía la gente de allí, sino solo en la lengua en la que pensaba. Me llevó un pequeño recipiente con agua, y me hizo escribir mi nombre y otras cosas en un trozo de papiro. La gente de Kemet escribe de tres maneras[2], me las enseñó todas, escribió su nombre en todas ellas antes de irse. Hay más cosas que contar acerca de él, pero quisiera pensar más sobre ello antes de escribirlo.

Quizá no deba escribirlo después de todo.

No se le permite a nadie construir una casa a tiro de arco de la Pared Blanca. La Pared Blanca me sorprendió en sí misma cuando la vi. Es alta, pero esperaba que fuera aún más alta. Me volvió a sorprender cuando entramos, ya que es mucho más gruesa que alta. Los templos de la ciudad tienen las paredes gruesas y columnas de tamaños monstruosos, pero no son nada comparadas con aquella gran fortaleza. Hay anillos de defensa, torres cuadradas para guardar las puertas y esquinas de las paredes, y un foso seco. Los arqueros de las torres están al mando de la pared en el caso de que un ataque enemigo quite a los defensores de ellas.

Los soldados con los que hablé eran de Kemet. Dijeron que los hombres de Parsa que había allí eran jinetes. Estos soldados de Kemet eran altos y oscuros. Muchos llevaban pañuelos en la cabeza como el mío. Tenían lanzas y grandes escudos con rendijas para mirar por ellas. Uno tenía un hacha ligera también. Le colgaba de la parte de atrás del escudo; estaba sujeta por dos anillos de cuerda y se sujetaba a ellos con un gancho al final del mango.