Que debo escribir todo lo que acaece en este rollo de pergamino, tan concisamente como me sea posible. Lo intentaré. Debo leer esto también cada mañana. Muslak me contará. Tengo que hacer que Myt-ser'eu también lo haga. Déjenme empezar con lo primero que recuerdo.
Abandonamos el barco y buscamos una posada, comimos y bebimos allí, y dormimos en la misma habitación. Estaba llena de gente y algunos de nosotros regresamos al barco para dormir allí, aunque yo no lo hice.
Me desperté cuando lo hicieron los demás, me despertaron, creo, sus pisadas. Comimos de nuevo, y Muslak me dijo su nombre y que era el capitán de nuestro barco.
—Estamos en Kemet, Lewqys, con un cargamento de pieles. Aquí es a donde querías venir.
Yo dije:
—He estado intentando recordar mi nombre. Gracias.
—¿No podías recordarlo?
Negué con la cabeza.
—Eso está mal. Tu memoria viene y va. Ahora parece que se ha ido. ¿Sabes por qué estamos aquí?
Yo dije:
—Para vender las pieles, supongo.
—Pero ¿qué hay de ti? ¿Por qué estás aquí?
Yo creía que era uno de los miembros de su tripulación. Estaba claro que no lo era, así que volví a negar con la cabeza.
—Eso termina de convencerme. Te voy a llevar a un curandero. Aquí tienen a los mejores curanderos del mundo, y tú vas a ir a ver a uno de ellos. —Se levantó y me hizo un gesto, yo lo seguí.
Hablamos acerca de los curanderos con el posadero y nos dirigimos hacia la Casa de la Vida, cerca de la cual se los puede encontrar. Aquí debo mencionar que esta bulliciosa ciudad se llama Sais.
Es muy interesante. En primer lugar porque parece muy extraña. En segundo lugar porque tengo la sensación de haber visto el lugar mucho tiempo atrás. En otras palabras, me resulta familiar a la vez que ajena.
Las casas de los pobres son chozas con los techos de paja, tan pequeñas que la mayoría de las cosas que la gente suele hacer en el interior de sus casas deben hacerse fuera. No tiene ventanas. Solo algunas están pintadas.
Las casas de los más ricos son muy diferentes y están pintadas de colores alegres, con frecuencia verde, azul o ambos. Algunas están hechas de ladrillos de barro, aunque la pintura me engañó hasta que nos acercamos lo suficiente. Algunas son de madera. Algunas son de ladrillos de barro en la parte de abajo y de madera en la de arriba. Todas estaban rodeadas por muros que evitaban que pudiera ver lo que pasaba en sus patios. Con frecuencia esas paredes son amarillas u ocres, aunque algunas son naranjas o rojas. Al principio pensé que solo había ventanas en la segunda planta. Entonces me acordé de la habitación en la que habíamos dormido, en lo alta que era. Creo que aquellas habitaciones son como esa. Las puertas de las casas son pequeñas y bajas, las ventanas pequeñas y están cerca del techo. Debe ser porque el sol da mucho calor allí.
Antes de que escriba acerca de los curanderos, debo decir que todas aquellas casas tienen los tejados planos, y que algunas de las casas sí que son de dos alturas, ambas de techos altos. Hay jardines en los tejados planos. He visto muchas flores allí, e incluso algunas palmeras. Estas deben estar plantadas en tinas. También hay velas triangulares, o puede que sean tiendas, siempre dos y siempre espalda con espalda. El paño de las velas es tan brillante como las casas. Quería preguntarle a Muslak qué eran, pero temí que no lo supiera y no quise avergonzarlo.
El primer curandero con el que hablamos era un hombre alto y delgado, como muchos de los de aquel lugar.
—Este tipo —dijo Muslak a la vez que me señalaba—, es un oficial mercenario que le ha servido al gran rey. Es un buen hombre y un muy buen guerrero, pero no puede recordar su nombre. Cada mañana tenemos que decirle quién es y dónde se encuentra, y por qué está aquí.
El curandero se frotó la barbilla.
—¿Por qué lo está?
(Debo escribir que esto no se dijo en mi propia lengua, en la que lo escribo, sino en la lengua de Kemet, que Muslak conoce mucho mejor que yo).
—Me salvó de la esclavitud —le explicó Muslak—. Lo que pidió a cambio fue regresar a su hogar en Luhitu.
—¿Hiciste lo que él deseaba?
—Lo hice, y la siguiente vez que atracamos allí fui a visitarlo para ver qué tal le iba. Esperaba que hubiera recuperado la memoria y se acordara de mí. Estaba peor que nunca, pero había escrito «Tierra del Río» sobre su puerta. Hablé con su esposa, y me dijo que lo había hecho para decirse a sí mismo que debía regresar allí para descubrir qué era lo que le había ocurrido. Le pregunté a otras personas qué era lo que quería decir, y resultó ser cómo llaman allí a tu país.
—La nuestra es la Tierra Negra —dijo el primer curandero. (Kemet es «negro» en su lengua).
—Ya lo sé. Pero otros pueblos tienen otros nombres para él. De todas maneras, le dije que iríamos allí para comerciar, y que era bienvenido si quería viajar con nosotros si así lo deseaba. Su esposa quería venir también. Le dije que era imposible, un barco tiene que hacer preparativos especiales para las mujeres, y nosotros no los teníamos. Ella dijo que vendría de todas inaneras. Yo le dije que correría un gran peligro. Lo entiendes.
El primer curandero asintió.
—Alguien le levantaría la falda y después la mataría para que no se lo pudiera contar a Lewqys. Porque Lewqys lo mataría con toda seguridad. Causa terror con su espada curvada. Cuando me iban a vender, tenían dos hombres custodiándonos, y los mató antes de que pudieran terminar de respirar.
—¿Su esposa no está con vosotros?
Muslak negó con la cabeza.
—Él vino a mi barco en el puerto cuando ya casi habíamos terminado de cargar, pero vino solo. Creo que debe haberle impuesto su voluntad a su esposa en cuanto me marché. Pero ¿qué le pasa? Eso es lo importante. ¿Por qué no puede recordar?
—No era meramente curiosidad —explicó el primer curandero—. Una esposa a menudo sabe cosas que los amigos de un hombre no conocen. Tenía la esperanza de poder preguntarle. —Juntó las manos con una palmada—. Quiero consultar con un colega mío.
—Te crees que somos ricos —dijo Muslak—. Déjame que te diga que no es así y hasta que pueda vender mi cargamento tendré muy poco dinero.
Vino un niño, y el primer curandero le dijo que trajera a Ra'hotep.
Mientras esperábamos, el primer curandero habló conmigo y me preguntó cómo me llamaba. Se lo dije y me preguntó cómo lo sabía. Yo le expliqué que me lo había dicho Muslak.
—¿Tu esposa te llamaría así?
—No lo sé —dije yo—. No recordaba que tuviera una esposa hasta ahora.
—Cuando nacemos, no sabemos cómo hablar. Tú recuerdas cómo hablar, está muy claro.
Asentí.
—Y también cómo utilizar tu espada, por lo que dice tu amigo.
Le dije que yo no sabía si lo sabía o no, pero que me parecía que estaba muy claro cómo había que utilizar una espada.
—Pues sí. ¿Puedo verla?
Desenfundé mi espada y se la ofrecí por la empuñadura.
—Aquí hay una palabra escrita —dijo—, pero no está en la auténtica escritura inspirada de Thoth. No la puedo leer. ¿Tú puedes?
—Falcata —dije yo—. Es el nombre de mi espada.
—¿Cómo sabes eso?
Le dije que lo había leído en la hoja aquella mañana, cosa que era mentira.
—Si hubiera estado bajo el hechizo de un xu no me habría dado su espada —le dijo el primer curandero a Muslak—. (Creo que esa palabra quería decir «demonio» en su lengua). También habla con sensatez durante mucho rato. ¿Gana algo por fingir?
—Nada —declaró Muslak—, y no podría haberme engañado más de un día. Por otra parte, a veces hace como si recordara. No lo haría si estuviera fingiendo.
El primer curandero sonrió.
—Así que, Lewqys, nos mientes, ¿no es así?
Yo dije:
—Supongo que lo hago. Todos los hombres mienten en algún momento, eso me parece a mí.
—¡Oh! ¿De verdad? Nunca lo habría dicho. ¿Quién te ha mentido recientemente?
—No lo sé.
Mientras hablábamos entró el segundo curandero. Saludó al primero educadamente y cogió un taburete.
—Este extranjero se olvida de todo —le explicó el primer curandero—. Su amigo, el capitán de barco, me lo ha traído. El trastorno dura ya mucho tiempo.
Ra'hotep asintió sin mirar al primer curandero y sin apartar la vista atenta de mí. Era más bajito que Muslak, y quizá veinte años mayor.
Muslak dijo:
—Lewqys es un mercenario. Posee una granja en su país. Sus parientes la trabajan para él cuando él está fuera.
Ra'hotep volvió a asentir como lo hace el que acaba de tomar una decisión.
—¿Cómo era cuando lo conociste por primera vez?
Muslak negó con la cabeza.
—Cuéntame cómo fue la primera vez que os visteis.
—Estábamos río arriba. Habíamos vendido nuestro cargamento y estábamos buscando algo más, papiro a buen precio, tejido de algodón o lo que fuera. Él se había enterado de que el sátrapa había mandado tropas al gran rey, no las suyas propias de Parsa, sino nubios y gentes de los tuyos. Él tenía cien hombres y trató de que el sátrapa también los contratara. No lo hizo, ya le había mandado al gran rey lo que le había pedido. Yo le dije a Lewqys que en Biblos no tendría problemas, esa es mi propia ciudad. Allí se animarían y tendrían buen dinero. Él dijo que iría, pero que no tenía dinero suficiente como para pagar mi barco. Tendría que ir por tierra.
—¿Y lo hiciste, Latro?
Claramente me hablaba a mí. Le pregunté si aquel era también mi nombre.
—Era el nombre que me dieron tus camaradas cuando te vi con el ejército del gran rey. Me ha llevado un tiempo recor darlo, pero estoy seguro de que lo era. ¿Fuiste por tierra? Es difícil.
—No lo sé.
—Está claro que de alguna manera llegaste al país de este hombre. Cuando te traté, se decía que eras uno de los soldados de Sidón. —Ra'hotep se giró hacia el primer curandero:
—De alguna manera ha mejorado algo, pero no mucho. ¿Tienes alguna sugerencia?
Hablaron de hierbas y pociones durante un rato. No podría escribirlo todo aquí aunque quisiera. Ra'hotep dijo que había intentado sacar un xu a pesar de que no había ninguno. El primer curandero lo intentó, pero no obtuvo ningún resultado. Me dieron una medicina para que la tomara todos los días.
Esto es importante. Set es el señor de los xu malos. Es el dios del sur. Hay un templo muy al sur en el que se le podría hacer un llamamiento con éxito. Muslak dice que no lo conoce.
Muslak paga al primer curandero. Ra'hotep me dio este rollo de pergamino, algunas plumas de junco y una pastilla de tinta; pero no quiere que le demos nada, dice que no ha sido de ninguna ayuda. Le ofrecí mi espada y le dije que de verdad no tenía otra cosa. Él dijo que yo era el soldado, y él no. No la aceptaba. Debo hablar más con él cuando tenga la oportunidad, y hacerle un regalo cuando pueda.
Muslak y yo regresamos a nuestro barco caminando. Dijo que iríamos al templo de Hathor aquella noche, y así lo hicimos.
—Es una diosa útil —me dijo—, y puede que sea capaz de ayudarte. Estamos aquí mismo, ¿qué podemos perder por intentarlo?
Yo dije:
—De nada, por supuesto.
—Bien. Además, quiero contratar una chica cantora, y allí es donde se consiguen.
Le pregunté si tenía intención de dar una cena para alguien.
Él se rió.
—Quiero una esposa para el viaje río arriba. Ahora me dirás que no quise llevar a tu mujer cuando quiso acompañarte.
Le dije que recordaba que se lo había dicho al médico.
—Era la verdad. Una cosa es llevar río arriba a una chica cantora, y otra es llevar a una mujer decente al otro lado del Gran Mar. Si alguien de mi tripulación accede ami chica cantora, no tendrá demasiada importancia. Lo castigaré y se acabó. Además, no dormiremos en el barco. La tendré en la orilla en una habitación para mí solo.
Los mercaderes estaban esperando para ver las pieles que llevábamos en la bodega del navío, eran hombres corpulentos y serios que llevaban muchos anillos y tenían la piel aceitada. Cuando Muslak lo ordenó, los marineros subieron tres o cuatro pieles de cada tipo. Eran de muy buena calidad. Los mercaderes bajaron a nuestra bodega, escogieron otras, y las sacaron a la luz del sol, que entonces era tan fuerte que resultaba casi cegadora. Yo ayudé, aquellas pieles también eran muy buenas. Muchos hicieron ofertas que apenas si llamaron la atención de Muslak.
Les explicó que podía conseguir un precio mucho mejor en las grandes ciudades del sur. Los mercaderes, allí en Sais, le ofrecían solo los precios más bajos, pensaban que quería vender rápido y hacerse con otro cargamento.
Un poco después de que comiéramos, llegó un soldado de Parsa con una carta para Muslak. Estudié a aquel soldado, ya que parece que yo había sido un soldado del gran rey igual que él. Era de mediana estatura, llevaba barba y aparentaba ser fuerte. Llevaba una funda de arco, un hacha ligera de hoja larga y una daga. Llevaba más ropa de la que la gente lleva aquí.
Muslak puso mala cara al principio cuando leyó la carta, después sonrió. Cuando terminó, la volvió a leer antes de enrollarla y ponérsela en el pecho.
Los tres encontramos un escriba, y por lo que Muslak dijo me enteré de que la carta era del sátrapa de Kemet. Muslak le dijo que su barco era grande y estaba en perfectas condiciones y que su tripulación era fuerte, también declaró que obedecería de buena gana. El soldado se marchó con la carta de Muslak, a pesar de que me hubiera gustado hablar más con él.
—Verás miles como ese, Lewqys. Vamos a la Pared Blanca, la mayor fortaleza de todo el país.
—¿A ver al sátrapa?
Muslak asintió.
—A ver al mismísimo príncipe Achaemenes. Tiene un trabajo para nosotros.
Le pregunté si aquelAchaemenes nos pagaría, ya que deseaba ganar dinero.
—Dice que nos recompensará magníficamente. —Muslak se señaló la barba—. Debe ser uno de los hombres más ricos del mundo.
Hubo más mercaderes, pero el calor me dio sueño. Encontré un lugar a la sombra debajo de un árbol, en el patio de nuestra posada y me dormí.