Prólogo

Hace algunos años me encomendé a mí mismo la fascinante tarea de traducir dos textos antiguos que eran propiedad de mi amigo D. A. Se trataba de unos rollos de pergamino descubiertos en el sótano del museo Británico. Cuando terminé mi (lo reconozco, solo tentativa de) traducción del segundo, di por concluido mi trabajo.

Hace un año, recibí una carta de otro amigo, el egiptólogo que llamaré N. D. Como es sabido, en general, las ruinas de la antigua nación de Nubia están casi por completo bajo las aguas del lago creado por las presas deAsuán. Antes de la construcción de las presas, se realizaron extenuantes esfuerzos para salvar los tesoros arqueológicos de Nubia, en particular el famoso templo de Isis en la isla de Philae. En aquel tiempo, la ciencia de la arqueología subacuática vivía sus primeros pasos. Hoy en día no es así. Los arqueólogos subacuáticos, N. D. entre ellos, exploran las profundidades del lago y sacan a la luz multitud de objetos interesantes.

Entre dichos objetos se encontraba una vasija sellada de tiempos postfaraónicos. Al abrirse de nuevo tras dos milenios y medio, se encontró que contenía un rollo de pergamino escrito en estilo egipcio con pincel de junco, pero no estaba escrito, como se suponía en un principio, en caracteres hieráticos sino en latín arcaico. Cuando se tradujeron las primeras hojas, N. D. amablemente me mandó una copia del rollo completo.

Al traducirlo entero, di por supuesto que el narrador era el mismo de los rollos anteriores. Las abundantes evidencias de tal suposición les quedarían muy claras a todos los lectores. Más aún, el estilo es el mismo, si es que se le puede llamar así. El narrador (quien se refiere a sí mismo como «L») abrevia casi todas las palabras, de manera que da pie a que haya multitud de oportunidades de equivocación. No puntúa ni divide su texto en párrafos, y mucho menos en capítulos. Tales divisiones son todas mías. Como ya hice antes, he utilizado las primeras palabras de cada capítulo a modo de título, y he tratado de reproducir las conversaciones que él resume.

El lector moderno queda avisado de que debe dejar de lado toda idea preconcebida que pudiera tener acerca de Egipto y Nubia. Se tiende a pensar que los egipcios eran morbosos, por ejemplo, después de ver amplias colecciones de artículos funerarios. Eso es todo lo contrario a la verdad. Amaban la vida, y se ocupaban de sus muertos con cuidadoso esmero a la espera de una resurrección general.

Tal y como se le dijo al propio narrador (según escribe, fue un dios quien lo hizo), el Egipto del periodo clásico estaba plagado de divinidades. Estas no se pueden organizar según un único sistema racional. Sus poderes e importancia varían según el momento y el lugar, mientras que los sacerdotes glorificaban al dios al que servían a expensas de todos los demás. Debo advertir de que los libros que pretenden tener la lista de todos los dioses del antiguo Egipto, no lo hacen. También debo advertir de que no existe ningún «Libro de los Muertos», ni nada que se le parezca. Los libros de los muertos serían lo que hoy se conoce como una categoría de publicación. Determinados elementos son comunes a todos ellos; muchos más dependen del que se consulte. También hay que tener en cuenta que Egipto (donde no hay más lobos que en cualquier otro país africano) tenía un dios-lobo, presumiblemente importado en tiempos antiguos del Oriente Próximo.

Los lectores de este tercer rollo deben tener presente que los egipcios eran famosos a lo largo y ancho del mundo Mediterráneo por beber mucho. Parecían haber sido la primera nación que fabricó cerveza y los inventores de las cervecerías. La cerveza, la bebida de la clase trabajadora egipcia, se bebía en cuencos o tazones a través de pajitas de arcilla cocida. Cada bebedor recibía su pajita con el primer cuenco o tazón. Cuando se marchaba, rompía la pajita de manera que no se la pudieran dar a otra persona. Los arqueólogos han encontrado millones, literalmente, de estas pajitas rotas.

Los bailes en las tabernas y las fiestas privadas se dividían por sexos. En las fiestas de la clase media y alta que solían prolongarse a lo largo de toda la noche se bebía vino sin rebajar. Egipto producía grandes cantidades de muy buen vino e importaba más de Grecia. Si no fuera por los rollos de papiro que intercambiaban por aquel vino griego, nunca se hubiera sabido apenas nada de Homero, Píndaro, Sófocles y otros autores antiguos. Y tampoco se habrían encontrado los dos primeros rollos, escritos con desesperada claridad por el mercenario con el cerebro afectado que se hacía llamar Latro.

El matrimonio en el antiguo Egipto era algo totalmente ocasional. La poligamia era algo común tanto en las clases medias como en las altas. La esposa principal de un hombre, su hamet, era por lo general, aunque no siempre, la primera. Una reina de Egipto, Nefertiti, es un ejemplo muy conocido, era la esposa principal del faraón. Nuestros puritanos egiptólogos a menudo caracterizan a las esposas menos importantes como concubinas, pero eso es incorrecto; también eran esposas (hebswt). Un hombre adinerado hablaba de sus esposas, no de su esposa y sus concubinas.

Para el matrimonio no se requería ceremonia alguna, ni religiosa ni civil. Los contratos de matrimonio se negociaban únicamente cuando había propiedades de por medio. El matrimonio por lo general requería el consentimiento de los padres de la novia o de sus tutores, así como el de la propia novia. Muchas niñas se casaban a los doce años.

Las «chicas cantoras» que aparecen tantas veces a lo largo de este pergamino han sido ninguneadas o disfrazadas por parte de nuestros escritores acerca del antiguo Egipto. Una famosa pintura encontrada en una de las tumbas de Tebas[1] muestra a media docena de mujeres muy bien vestidas que cantan, aplauden y tocan instrumentos musicales mientras que dos chicas desnudas, más pequeñas en la pintura porque son menos importantes, bailan. Los libros que las reproducen, casi nunca lo explican. Las señoras que van bien vestidas son invitadas a una fiesta. Las bailarinas desnudas son chicas cantoras, entretenimiento contratado.

Otra pintura, no tan reproducida como la anterior, muestra a una chica cantora desnuda con su instrumento. De piernas largas, grandes pechos y delgadas, aquellas señoritas egipcias habrían encajado perfectamente en cualquier espectáculo de Las Vegas. El purificador paso de miles de años ha reformado a las chicas cantoras; ahora se las llama bailarinas exóticas, go-gós, o estríperes, y se las ha despojado de su protección sacerdotal. La moral ha quedado satisfecha.

La esclavitud en el antiguo Egipto era legal pero poco frecuente, quizá, sobre todo, por la cantidad de protección que la ley otorgaba a los esclavos; para anticiparse a esto, la novia solía ser liberada antes del matrimonio.

Muchos escritores de egiptología popular hacen demasiado hincapié en el supuesto aislamiento y carácter pacífico de Egipto. Tales suposiciones son erróneas hasta el absurdo. El delta se abría al Mediterráneo y a la invasión por mar. El todavía sin identificar «Pueblo del Mar» atacó por mar y tierra (desde el este) en los tiempos de Ramsés III. La fecha aproximada debió ser el año 1176 a. C. Al oeste, los nómadas libios eran muy numerosos y muy aficionados a la guerra. Al este, la inmensa frontera egipcia atraía a cualquier ejército con el suficiente sentido común como para seguir la costa; los persas lo hicieron, en dos ocasiones.

Al sur estaba la nación valiente y medio salvaje que llamamos Nubia. Los nubios conquistaron todo Egipto en un momento de la historia, y le dieron toda una dinastía de faraones negros que duraron desde el año 780 hasta el 656 a. C. Los misteriosos hyksos (aunque con frecuencia se traduce como «reyes pastores», es muy probable que este nombre quisiera decir «gobernante extranjero») habían invadido Egipto mil años antes, alrededor de 1800 a. C.; su mandato duró ciento cincuenta años.

Egipto no solo estaba expuesto a invasiones por parte de extranjeros, sino que estaba sujeto también a luchas intestinas de todo tipo. Cuando la monarquía era débil, los gobernadores locales se comportaban como lo hacen los gobernadores locales de todas partes.

Una discusión racional de la historia y la organización militar de Egipto requiere una buena comprensión de la geografía egipcia. Por encima del delta, el Alto Egipto era poco más que un valle de río que se extendía hacia el sur a lo largo del Nilo a lo largo de unos setecientos cincuenta kilómetros. Las fronteras siempre son peligrosas, y el Alto Egipto era todo una frontera. Estadistas prudentes pusieron las fronteras de las naciones a lo largo de sus costas, o cuando aquello no era posible, a lo largo del cauce de los ríos. El río de Egipto era la columna vertebral de la nación, no su frontera.

Entonces, resulta muy poco sorprendente saber que Egipto tuvo el primer ejército de la historia que por muchos siglos no fue solo el mejor, sino el único del mundo. (Los nudos tan característicos de los soldados de infantería se anotaron por primera vez en escritura hierática). Aquel ejército era una larga fuerza organizada en líneas sorprendentemente modernas, con unidades disciplinadas similarmente equipadas. Consistía en dos cuerpos, uno de infantería y otro de carros de combate. Podía formarse un tercer cuerpo de mercenarios, con frecuencia procedentes de Nubia, y con menor frecuencia de Grecia o Libia. En casos prácticamente increíbles había un cuarto cuerpo formado por estudiantes del equivalente egipcio a West Point. Los barcos de la marina egipcia estaban capitaneados por soldados y eran considerados parte del ejército.

Sería muy fácil llenar todo un libro con detalles de las armas egipcias y sus prácticas militares. Se utilizaban dos tipos de espada muy diferentes, por ejemplo. Una, aparentemente de diseño egipcio, era una cimitarra curva muy afilada. La otra era larga, recta y tenía doble filo; parece ser que había sido importada, probablemente de Nubia.

Al escribir acerca del sudanés, más de dos mil años después, Kipling dijo:

No tiene papeles propios,

no tiene medallas ni premios.

Así que somos nosotros los que hemos

de certificar las destrezas que ha demostrado

al utilizar sus largas espadas de doble filo…

Después de describir estas armas, que son mucho más antiguas que la cristiandad, los comentaristas modernos a veces teorizan acerca de que fueron copiadas de espadas que llevaron a Egipto los cruzados. Lanzas, mazas, garrotes de guerra en ángulo como el que emplea el narrador, dagas, hachuelas, hachas de batalla de hoja ancha y otras eran armas que también se utilizaban de manera muy frecuente. Las armaduras eran muy ligeras, y las llevaban casi exclusivamente soldados y oficiales encargados de los carros. Los soldados los de infantería egipcios rara vez llevaban protección suplementaria a su gran escudo.

Había dos áreas en las que la capacidad militar egipcia era notablemente deficiente. A pesar de que la clase alta (que llenaba el ejército de comandantes de carros) contaba con muy buenos arqueros, la clase media y la clase trabajadora apenas si conocían el empleo del arco. Además, los egipcios son aurigas, y no jinetes, tal y como se entiende tal término. Su ejército necesitaba caballería y más arqueros; estas dos deficiencias se contrarrestaban contratando mercenarios de Nubia, siempre y cuando Egipto y Nubia no estuvieran en guerra.

Para hacerse una idea de Egipto y, particularmente, de Nubia, en la época en la que se escribió este pergamino, el lector debe entender que el norte de África se ha estado secando durante miles de años. Hace veinte mil años, el Sahara era una llanura húmeda salpicada de lagos poco profundos, hogar de manadas de enormes hipopótamos. Los grabados en las rocas del implacable desierto del oeste del Mar Rojo muestran hombres y perros que cazaban jirafas.

El término «Nubia», que con tanta frecuencia emplea el narrador, es interesante por sí mismo. En sus tiempos tan solo se estaba comenzando a emplear, y hasta bien puede que fuera él quien lo introdujera. De ser así, presumiblemente él lo habría tomado de sus amigos fenicios y lo habría latinizado. Es muy probable que el original fenicio significara «tierra de los nehasyu». Aquella era la tribu ribereña a la que el narrador llama con frecuencia «Pueblo Cocodrilo».

Los antiguos griegos llamaban a Nubia Aethiopia, «tierra de las caras quemadas». Se debe tener en cuenta que algunos términos geográficos antiguos tales como Nubia, Etiopía, Kush, Nysa y Punt eran muy vagos y tenían un significado distinto según quién fuera el que lo dijera. Nysa puede que a veces se refiriera a la zona que rodeaba el lago Nyasa en África central.

La gente habla descuidadamente de la oscuridad egipcia y del Misterio de la Esfinge. Los hechos dicen que el Misterio de la Esfinge es griego, y no egipcio, y que sabemos mucho del antiguo Egipto. Entendemos su lengua y poseemos miles de inscripciones y documentos, hasta canciones y cartas de amor. (Algunas son encantadoras. En una de ellas un joven asegura tajantemente que atravesaría un arroyo infestado de cocodrilos para estar con su amada. En una canción de amor, una joven ansía «que mi amado hable con mi madre». Puede que él hubiera preferido el arroyo).

Sin embargo, Nubia, es un auténtico enigma. En la época en la que se escribió este pergamino, su pueblo no hablaba nubio, sino una lengua altamente desconocida que llamamos merótico. Como lo escribían con jeroglíficos egipcios además de con lo que llamamos escritura merótica, sabemos cómo sonaban los nombres de algunos reyes y unas cuantas palabras más. Pero nada más que eso. No ha habido ninguna Piedra de Roseta nubia.

Tanto los nehasyu como los medjay, las dos principales tribus nubias, eran expertos arqueros y jinetes. Los reyes nubios pagaban altísimos precios por buenos caballos de Arabia Felix. («Arabia Afortunada», Arabia también estaba mucho mejor regada en aquellos tiempos). Los caballos favoritos eran enterrados con gran ceremonia en elaboradas tumbas.

Los medjay, para el narrador el «Pueblo León», eran nómadas que conducían su ganado y sus caballos allí donde la hierba era alta. Empleados originalmente para desviar a los grupos de atacantes de Libia, sus tareas pronto aumentaron. Hacia el fin de los tiempos faraónicos eran la policía egipcia. Muchos mercenarios nubios se casaron con egipcias y se establecieron en Egipto.

Permítanme destacar ya para terminar que los antiguos egipcios, que inventaron y descubrieron tantísimas cosas, nunca tuvieron una moneda propia. Las piezas de oro con las que el capitán fenicio paga al sacerdote de Hathor, y sin duda la mayoría de las otras monedas mencionadas en este pergamino, son las del ocupante Imperio persa.