Desde que McMurphy dejó de levantar la voz para defendernos, algunos Agudos empiezan a hacer comentarios y dicen que todavía le lleva ventaja a la Gran Enfermera, dicen que se enteró de que pensaba enviarle con los Perturbados y decidió aflojar un poco, para dejarla sin motivos que justificasen tal medida. Otros creen que tal vez le esté dando un respiro, para luego hacerle una nueva treta, algo mucho más terrible y perverso. Los oigo hablar en pequeños corros, desconcertados.

Pero yo la razón. Le oí hablar con el socorrista. Ha decidido obrar con un poco de cautela, eso es todo. Como acabó haciendo Papá cuando comprendió que jamás conseguiría derrotar al grupo de la ciudad que quería que el gobierno construyese la presa a causa del dinero y el trabajo que hacerlo supondría, y porque era una manera de librarse del poblado: ¡Que esa tribu de indios se largue a otra parte con sus hediondos trastos y los doscientos dólares que les dará el gobierno! Papá obró sabiamente al firmar los papeles; de nada hubiera servido negarse. El gobierno se hubiera salido con la suya de todos modos, antes o después; así la tribu sacó algo. Era la actitud más prudente. McMurphy también estaba adoptando la actitud más prudente. Lo veía perfectamente. Estaba cediendo porque era lo más inteligente que podía hacer, no por ninguno de los motivos que imaginaban los Agudos. No dijo nada, pero yo lo comprendí y pensé que era lo más prudente. Lo pensé una y otra vez: es lo más seguro. Como esconderse. Es una actitud inteligente, nadie podría negarlo. Comprendo por qué lo hace.

De pronto, una mañana, todos los Agudos lo descubrieron también, descubrieron el verdadero motivo por el que se había echado atrás y que las razones que habían estado imaginando eran simples mentiras para engañarse a sí mismos. Nunca ha comentado su conversación con el socorrista, pero todos la saben. Supongo que la enfermera radió la noticia por la noche a través de todos los canales que surcan el suelo del dormitorio, porque todos lo han descubierto al unísono. Lo comprendo por las miradas que le lanzan a McMurphy esa mañana cuando entra en la sala de estar. No como si estuviesen enfadados con él, ni tan sólo decepcionados, pues comprenden tan bien como yo que la única manera de conseguir que la Gran Enfermera le dé de alta es hacer lo que ella quiere; pero sí con una mirada que indica que quisieran que las cosas fueran de otro modo.

Hasta Cheswick lo comprendió y no le guardó ningún rencor a McMurphy por no haberle apoyado y haber armado un gran alboroto con lo de los cigarrillos. Volvió de la sala de Perturbados el mismo día que la enfermera radió la información a todas las camas y le dijo personalmente a McMurphy que comprendía que actuara como lo hizo y que, sin duda, era lo más inteligente que podía hacer; si se le hubiese ocurrido pensar que Mac estaba internado no le hubiera dejado en la estacada como hizo el otro día. Le dijo todo esto a McMurphy mientras nos llevaban a la piscina. Pero cuando llegábamos al agua dijo que, a pesar de todo, hubiera deseado que fuese posible hacer algo, y se zambulló. Y no sé cómo, se le engancharon los dedos en la rejilla que cubre el desagüe, en el fondo de la piscina, y ni el corpulento socorrista, ni McMurphy, ni los dos negros, lograron librarlo de allí. Cuando por fin consiguieron un destornillador, retiraron la rejilla y sacaron a Cheswick del agua, con la rejilla aún adherida a sus gordezuelos dedos azul y rosa, se había ahogado.