El señor Turkle me arrastra fuera de la niebla por un brazo y sonríe mientras me sacude. Dice:
—Ha tenido un mal sueño, señor Bromden.
Es el ayudante que hace la larga guardia solitaria de las 11 a las 7, un viejo negro con una sonrisa como dormida, sobre un largo cuello vacilante.
—Vamos, ahora a dormir, señor Bromden.
Algunas noches, cuando la sábana que me sujeta está tan apretada que me obliga a retorcerme, me la afloja un poco. No lo haría si pensara que los del equipo de día podían descubrir que había sido él, pues probablemente le despedirían; pero supone que pensarán que la he aflojado yo mismo. Creo que en realidad se propone ser amable, ayudarme; pero antes se asegura de que no corre riesgo alguno.
Esta vez no afloja la sábana sino que se aleja para prestar ayuda a dos enfermeros, que veo por primera vez, y a un joven médico; están colocando al viejo Blastic en una camilla y se lo llevan, cubierto con una sábana. Nunca en su vida le habían tratado con tanto cuidado.