Capítulo 22

Brentwood, estado de California

EL abogado Brian Collum dormía a pierna suelta en su gran casa de estilo Tudor cuando sonó su teléfono. Abrió los ojos bruscamente. El dormitorio principal era fresco y estaba sumido en sombras. Miró las cifras digitales iluminadas en el despertador (las dos de la madrugada) y cogió el teléfono de un tirón.

Su esposa giró sobre sí misma para mirarlo con inquietud. Habían dejado atrás hacía mucho tiempo la época en que podía llamarles a cualquier hora un cliente aterrorizado, de modo que debía de haber pasado algo a uno de sus hijos. Tenían tres; todos ellos estaban estudiando en diversas universidades.

—¿Sí? —dijo al teléfono.

—Hola, Brian —dijo una voz que le resultaba familiar—. Perdona que te moleste. Soy Steve Gandy. Me encuentro en una situación poco habitual. Está relacionada con una de tus clientes, Eva Blake. Necesito un favor.

Steve Gandy era desde hacía mucho tiempo el forense del condado de Los Ángeles, hombre franco y honrado con el que se podía echar un partido intenso de raquetbol. Brian procuraba cultivar el trato de los políticos y funcionarios públicos, y en vista de que aquello concernía a Eva, estaba más dispuesto todavía a prestar atención.

—Espera.

Se volvió hacia su mujer.

—No son los chicos. Sigue durmiendo. Hablaré desde mi despacho.

Mientras ella asentía con la cabeza, él salió del dormitorio llevándose el teléfono.

—¿Eva está bien?

—Supongo que sí, pero no tengo ningún modo de ponerme en contacto con ella. La han dejado salir de la prisión. Parece que nadie sabe dónde ha ido. ¿Sigues teniendo poderes suyos?

—Los tengo.

Estaba atónito. ¿Cómo que Eva había salido de la cárcel?

—Cuéntame qué ha pasado.

Se sentó ante su escritorio, bajo un haz pálido de luz de luna. No solo había representado a Eva en el juicio, sino que ahora llevaba sus asuntos legales.

Steve habló con voz tensa.

—Necesito una autorización firmada para exhumar el cuerpo de su marido.

—¿Por qué? —dijo Brian, sintiendo una opresión en el pecho—. ¿Quién quiere exhumarlo?

Al otro lado de la línea sonó un suspiro.

—La CIA. En la conversación se habló varias veces de «seguridad nacional». No nos dicen nada; solo que es fundamental que nos cercioremos sin ningún género de dudas de la identificación de la persona que está enterrada en la tumba de Sherback, y de cómo murió; y debemos reducir al mínimo el número de personas que se enteren de la exhumación. Pero en estos tiempos, cuando a alguien lo atrapan en un escándalo de la CIA, las consecuencias son terribles. Puede que esto que se está haciendo sea legítimo, pero no tengo una bola de cristal para saberlo. Y no quiero de ninguna manera que mi departamento cargue con unas repercusiones. El problema es que quieren que exhumemos el cuerpo sin una orden escrita. Por eso recurro a ti.

—Dios santo.

—Eso digo yo.

—Esto es una locura. Tú sabes que Charles Sherback está en esa tumba. Los de tu departamento comprobaron los registros dentales.

—No les basta con eso. Quieren que se haga otra autopsia, y que comprobemos el ADN.

Maldijo para sus adentros.

—¿Tienes un nombre en la CIA?

—Nos ha llamado Gloria Feit. Es del Servicio Clandestino.

—¿Sus acreditaciones están en regla?

—Sí. No quiero tener un enfrentamiento con la CIA; pero, al mismo tiempo, quiero proteger a mi gente y protegerme a mí mismo —dijo Steve—. Quiero que firmes la orden, Brian. Salgo para tu casa en coche ahora mismo. Así podremos empezar a cavar en cuanto sea de día, y podré quitarme de encima a la CIA dándoles algunas respuestas.

Brian pensó rápidamente.

—Se me ocurre otra idea. Tengo una llave del guardamuebles de Eva. Estoy seguro de que debe conservar allí todavía algunas cosas de Charles. Me pasaré por allí a primera hora de la mañana y veré qué puedo encontrar para daros alguna pista sobre el ADN. Después, iré en coche a tu oficina y firmaré la orden.

Steve pareció aliviado.

—No es perfecto, pero tienes razón —dijo—. Una muestra de ADN acelerará el proceso. Pásate por aquí a las ocho de la mañana. Y gracias.

Colgaron; pero Brian se quedó en su sillón, contemplando las sombras de su despacho. El cuarto estaba lleno de libros. Los títulos no se veían entre la oscuridad, pero no dejaban de animarlo su presencia y sus consejos perdurables, transmitidos a lo largo de los siglos. Dirigiéndose a sí mismo una sonrisa irónica, recordó un consejo prosaico de Trajano, el emperador guerrero de Roma de tiempos remotos: «No te pongas nunca entre un perro y el lugar donde este apunta al mear».

Por fortuna, él no tenía que correr el riesgo de entrometerse en la investigación de Steve. El hombre que estaba enterrado en la tumba de Charles era un vendedor de Dakota del Sur, un solitario al que Preston había elegido en un bar de Los Ángeles y al que había eliminado más tarde rompiéndole el cuello, lo que concordaba con una posible lesión sufrida en un accidente de coche. Después, Preston había organizado una visita nocturna clandestina a la consulta del dentista de Charles Sherback para sustituir los registros dentales de Charles por los del muerto. Brian guardaba los guantes del muerto y algunos artículos más en la caja fuerte de su oficina.

Aunque la concordancia del ADN con el del interior de los guantes, y el resultado limpio de la autopsia, acallarían la curiosidad de la CIA, a Brian le quedaba una pregunta mucho mayor y que podía ser más peligrosa: ¿quién, o cómo se había despertado el interés de la agencia de inteligencia?

Tomó el teléfono y llamó al director de la Biblioteca de Oro.

—Marty, soy Brian Collum. Ha surgido algo.

Le contó la llamada del forense.

—La orden de exhumación procede de una tal Gloria Feit, del Servicio Clandestino.

Martin Chapman estalló en un torrente de maldiciones.

—¿Cómo has dejado las cosas con el forense?

—Voy a darle los guantes del cadáver, para que haga una comparación de ADN. Con eso se resolverán las cosas. ¿Se te ocurre algún motivo por el que podrían querer comprobar de nuevo la identidad?

—Ninguno, salvo que Charles Sherback ahora está muerto de verdad.

Brian sintió un momento de conmoción.

—Es un golpe para la biblioteca. Hacía muy bien su trabajo. ¿Qué ha pasado?

Brian había empezado a cultivar el trato de Charles doce años atrás, pues admiraba sus conocimientos acerca de la Biblioteca de Oro y apreciaba su obsesión por descubrirla. Cuando necesitaron un bibliotecario jefe nuevo, él había recomendado a Charles, y el club de bibliófilos le había autorizado a ofrecerle en secreto el cargo. Ahora, el club tendría que encontrar un sustituto.

—Murió en Londres —dijo el director—. Lo mataron de un tiro.

—¿Consiguió Preston recuperar el Libro de los Espías?

—Sí. Va camino de casa.

—Es un alivio.

Recordó lo que había dicho Steve.

—El forense me dijo que Eva ha salido de la cárcel. ¿Tiene algo que ver ella con todo esto?

—Ella no es más que el principio del problema.

Brian, asombrado al principio, después cada vez más preocupado, escuchó la relación que le hizo Martin Chapman de cómo Eva había reconocido a Charles en el museo, de cómo este había intentado matarla, del chip que había en el Libro de los Espías y de cómo Preston había buscado a Eva, para acabar encontrándose con el cadáver de Charles.

—Preston cree que un hombre con preparación está ayudando a Eva —dijo el director—. Es evidente que alguien quería seguir los movimientos del Libro de los Espías, quizá hasta encontrar la biblioteca. Me interesaría saber quién tuvo la capacidad de poner el chip. Ahora que interviene la CIA, me pregunto si son ellos.

—Mierda.

—Además de todo esto, Charles tenía en la cabeza un tatuaje. LAW 031308. ¿Te dice algo a ti?

—Nada, maldita sea.

—Podría ser un mensaje —dijo el director—. Pero ¿a quién? Y, ¿por qué?

—Acuérdate del predecesor de Charles. Ninguno nos figuramos que tuviera huevos, no solo para querer marcharse, sino para sacar el Libro de los Espías. Uno de los motivos por los que elegimos a Charles fue que la biblioteca era lo más importante en su vida. Pero sus puntos flacos eran la ambición y la arrogancia. Dios sabe lo que querrá decir el mensaje. Sea lo que sea, podría ser peligroso para nosotros.

—Si Eva ha visto el tatuaje, y no tenemos motivos para suponer que no lo haya visto, podría entenderlo.

—Tienes razón.

—Preston tiene un medio para localizarla por su teléfono móvil. Tú, ocúpate del forense.

Hubo una pausa reflexiva. Cuando el director volvió a hablar, su voz tenía su tono habitual, vivo y directo.

—Yo tengo un medio para ocuparme de la CIA.