Capítulo 15

JUDD Ryder estaba confuso. Caminó hacia el oeste, bajando por el ancho bulevar por delante del hotel Le Méridien, y atravesó Piccadilly Place y después Swallow Street, observando el tráfico. Según su aparato electrónico de seguimiento, el Libro de los Espías estaba en el centro del bulevar y seguía desplazándose, pero más deprisa que los vehículos. ¿Cómo era posible? Comprobó la altitud… y profirió una maldición.

El chip estaba bajo el nivel del suelo. Por debajo del bulevar transcurrían alcantarillas. Quien tuviera el Libro de los Espías había echado al desagüe el chip que le había montado Tucker.

Dio media vuelta. Era posible que el libro siguiera en el hotel. Mientras volvía aprisa sobre sus pasos, sacó su ordenador manual SME-PED («dispositivo electrónico portátil para entorno móvil seguro»). Con él, podía enviar correos electrónicos clasificados, acceder a redes reservadas y hacer llamadas telefónicas de alto secreto. Este aparato, creado bajo las directrices de la Agencia Nacional de Seguridad, tenía el aspecto corriente de una BlackBerry; y, tanto si estaba funcionando en modo seguro como en modo no seguro, podía manejarse como cualquier teléfono inteligente con acceso a internet.

Con el aparato en modo seguro, pulsó el botón de acceso a la línea directa de Tucker Andersen, en la sede central de Catapult.

—Esperaba noticias tuyas, Judd —dijo Tucker—. ¿Qué has descubierto?

Cruzó Piccadilly Street para llegar a un lugar desde donde pudiera vigilar la entrada del hotel. Se apostó entre las sombras.

—Tengo que darte una noticia bomba. Charles Sherback no murió en aquel accidente. Sigue vivo y coleando.

Le contó lo que había pasado en el museo, cómo había seguido a Eva Blake desde la comisaría y cómo había visto el intento de Sherback de atropellarla.

—En resumidas cuentas, lo de plantar el Libro de los Espías como cebo ha dado resultado. Han picado. Pero todavía no tengo ni la menor idea de qué significa lo de que Sherback siga vivo. Hay otro tropiezo grande… Han robado el Libro de los Espías, y los ladrones han tirado el chip.

Tucker alzó la voz.

—¿No sabes dónde está el libro?

—Puede estar en el hotel Le Méridien. El chip estaba allí hasta hace pocos minutos. En el museo, Sherback estuvo haciendo fotos o un vídeo del libro, y tal como van las cosas me parece probable que ahora el libro esté con él o que él sepa dónde está. Según Eva Blake, se ha hecho cirugía estética. En cuanto cuelgue te enviaré por correo electrónico el vídeo que hice en la exposición de Rosenwald. Lo he señalado a él en el vídeo. Mira a ver si su cara nueva aparece en alguno de nuestros bancos de datos. Y entérate de quién está enterrado en su tumba, en Los Ángeles. Eso podría conducirnos hasta quien lo haya ayudado a desaparecer.

—Haré las dos cosas con carácter prioritario.

—También debes saber que tuve que decir a Blake que trabajo a tus órdenes, y tuve que explicarle la relación con mi padre y con la Biblioteca de Oro.

Hubo una pausa.

—Lo comprendo. ¿Qué opinas de ella?

—Parece que funciona tan bien como tú o como yo. Es inteligente, y es dura.

—Y también es guapa y es atlética. Y vulnerable. Es tu tipo en todos los sentidos. Que no te guste demasiado, Judd.

Ryder no dijo nada. Tucker se había documentado sobre él más de lo que se había figurado.

Ryder siguió hablando con voz brusca.

—Blake va a pasar la noche en un hotel. Si sigo haciendo algo más con ella o no, dependerá de lo que descubra ahora.

—Con suerte, podrás enviarla a su casa —concluyó Tucker—. Ha hecho un buen trabajo, pero no me gusta emplear a aficionados.

Ryder quería volver a verla, pero Tucker tenía razón. Sería mejor para ella que no la volviera a ver. Se le daba muy mal mantener con vida a las personas que apreciaba. Mientras pensaba en ello, consultó con el aparato de seguimiento la posición del segundo chip que vigilaba. También este se movía, pero no hacia Chelsea. Se dirigía al norte… ¿hacia él?