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Las campanas de la iglesia de Marstrand Llamaron a misa vespertina a las seis y media, aunque no se oyeron en la pequeña isla a la que el faro restaurado de Pater Noster acababa de ser trasladado. El trabajo para encajarlo con los dieciséis cimientos había tomado su tiempo, pero ahora volvía a erguirse bien anclado en Hamneskär. El armazón rojo relucía recién pintado.

La hija del farero, Elin Stiernkvist, nacida Strömmer, había cortado la cinta azurgualda y había sido la primera en subir al torreón. Se había quedado allí un buen rato, contemplando el mar. Aquella noche, una muchedumbre expectante se repartió por las rocas frente a la vivienda del faro de Pater Noster.

Además del coro de la iglesia de Marstrand, acudieron a la cita la junta directiva de la asociación Amigos de Pater Noster y representantes de la empresa encargada de la restauración. Karin siempre recordaría a Elin, Marta, Erling, Putte y Anita, Robban y su mujer, Jerker, Folke y su esposa Vivan, Sara y Tomas, Lycke y Martin junto con su hermano Johan. Todos estaban allí, más de ochenta personas. Probablemente, no había habido tanta gente en Hamneskär desde la inauguración del faro, en 1868.

El viento había amainado. Los últimos rayos de sol formaban un sendero dorado y Karin se colmó del regocijo que tan sólo un sereno mar de oro líquido podía proporcionarle. Miró a Elin, también ella con los ojos fijos en el sendero de sol. Sencilla y sin artificios. Con el pelo rubio recogido. Perlas en las orejas. Su hijo Axel a su derecha, Marta y Erling a su izquierda.

Todas las miradas estaban centradas en la linterna del faro, esperando que se iluminara. Se oyó el familiar y a su manera extraordinario parpar de los eideres y las gaviotas moderaron sus graznidos por un rato. Entonces, los primeros destellos blancos barrieron el horizonte y se lanzó un cuádruple viva por Pater Noster antes de que el invitado de honor, Sven-Bertil Taube, entonara la canción de su padre, Invitación al condado de Bohus.

Ven a las playas bellas y desiertas,

con sus endrinos y espinos blancos, doblados por la tormenta,

con sus barcos hundidos, verdes de descomposición,

que a pesar de sus cascos quebrados tienen la forma de las olas.

Allá, entre el mar y la tierra, sobre la arena que se desliza,

sobre las algas trémulas, puedes andar solo,

y vivir en tiempos pretéritos,

y también en el futuro de tu estirpe.

Olía a sal y algas.

Se acercaban las vacaciones y pronto Karin emprendería un viaje en el barco. No sabía muy bien adonde ni por cuánto tiempo. Sólo sabía que tenía que estar de vuelta en Marstrand el 10 de septiembre, porque ese día le tocaba organizar la cena de chicas. A bordo del Andante.

Miró en derredor, a las caras que en poco tiempo se habían tornado extrañamente familiares para ella. A Sara con el brazo de Tomas alrededor de sus hombros y expresión ligeramente ausente.

Lycke le dio un leve codazo en el costado.

—¿Estás bien? —susurró.

Karin asintió con la cabeza.