10

El mar adoptaba otro aspecto de noche, potenciaba las sensaciones fuertes. El viento y las olas rompientes parecían cargados de malos augurios en medio de la oscuridad. Sin embargo, aquella noche el agua estaba en calma y negra. La luna y las estrellas se reflejaban en la superficie del mar e iluminaban el cielo.

—Sí, aquí hay una oscilación. —El hombre señaló la pantalla izquierda, que correspondía a la ecosonda y dejaba una marca que permitía volver a encontrar el lugar.

La débil luz amarilla de una de las pantallas de cristal líquido mostraba el fondo marino debajo del casco. Una línea negra e irregular se dibujaba sobre ella a medida que el barco avanzaba. Señales de peces pequeños y grandes y luego una oscilación algo mayor. La otra pantalla estaba conectada a un sonar de escaneo, una especie de ecosonda lateral. Ambos instrumentos requerían un ojo experimentado para determinar lo que se veía.

—Aquí también hay algo —dijo Otto. El aparato hizo una anotación más.

Otto Johansson, presidente de la asociación de la casa-museo, era quien había puesto a Markus en contacto con el resto del grupo. El compromiso de la asociación confería peso y legitimidad a la búsqueda. Otto le había hablado a Markus de los barcos naufragados en aquella zona. El cúter Whiteflower, hundido en 1946 al sur de Marstrand, frente a Salo; en 1947 habían rescatado su carga de hilo de cobre. Otto apreciaba el interés genuino del alemán. El vapor Ardemia y el cúter noruego Shamrock, que transportaban pasta de papel, ambos hundidos en el estrecho de Sillesund en 1959. Había ciertos rasgos en el joven que le resultaban familiares, como si lo conociera de antes. Pero no sabría decir de dónde.

El grupo era reducido y estaba muy unido, y solían bucear de noche para evitar que un montón de buscavidas se lanzaran a la caza del tesoro. Ya habría tiempo para aclarar lo que andaban buscando.

—Pues sí, aquí hay algo. —El ambiente a bordo era tenso y las expectativas eran altas en aquella fría noche.

—¿Bajamos a echar un vistazo? Lets go down and check it out.

—Se habían acostumbrado a hablar en inglés por Markus. Era un valioso recurso para contar con un submarinista experimentado.

Otto asintió con la cabeza en dirección al hombre del traje de buceo, que se dejó caer de espaldas en las negras aguas y desapareció.

Otto ya no buceaba y miró con envidia cómo aquellos afortunados se ponían el equipo y se preparaban para una hora bajo el agua, dependiendo de lo que encontraran. Otto había buceado mucho en su día, y entre sus momentos culminantes estaba un viaje a Nord-kråkan, donde había encontrado los restos de una goleta finlandesa de Viborg. Investigando en los viejos registros, había conseguido información que establecía que el barco había transportado hulla a Hull, en Inglaterra, antes de hundirse frente a Marstrand en 1899.

Para Markus no era tan importante lo que estaban buscando como poder estar en compañía de su padre. Este estaba de pie a su lado, con un cigarrillo en la comisura de los labios, ignorando que el que se estaba preparando para sumergirse era su hijo biológico.

Markus había conseguido cuatro colillas para la prueba de ADN, el último paso en su búsqueda. Había examinado minuciosamente las fotos encontradas en el archivo de la casa-museo. Habían sido tomadas cerca del canal de Albrektsund en los años sesenta. El fotógrafo encargado de sacar una foto de cada uno de los invitados en casa del doctor Lindner había captado el velero como fondo pintoresco en ocho de las veinticuatro fotos tomadas. En tres de ellas se veía a las cuatro personas a bordo con toda nitidez, en el resto siempre aparecía al menos una de ellas mirando hacia otro lado. El presidente de la asociación de la casa-museo, Otto Johansson, reconoció de inmediato a aquellas personas cuando Markus le ofreció la lupa. Otto se rascó la cabeza y pareció meditativo, casi preocupado, cuando le contó quiénes eran. Cuando Markus preguntó si los cuatro habían sido buenos amigos, Otto movió lentamente la cabeza, negándolo.

—Eso es lo que más me desconcierta. Ni siquiera sabía que se conocían.

Puesto que Markus se había ganado la confianza de Otto, pronto surgieron las viejas anécdotas que él intentó encajar en su puzle.

—Supongo que, a estas alturas, ya no tiene ninguna importancia, al fin y al cabo, de todo esto hace mucho tiempo —le había dicho Otto en una ocasión, cuando Markus lo ayudó a escanear viejas fotografías. Otto había sacado una foto del montón y había señalado al hombre que aparecía en la imagen. Estaba hablando con dos policías uniformados—. Hubo muchas habladurías en su día; bueno, supongo que es lo que siempre pasa en lugares pequeños como este, pero, en todo caso, la cosa fue así…

Markus había escuchado atentamente y luego había cambiado de sitio algunas fichas del puzle.

Habían llegado al segundo y penúltimo barco naufragado de la noche. Sintió que sus pensamientos flotaban libremente, como el agua del mar, cuando se sumergió en ella, liberado e ingrávido. Dio unas brazadas ayudándose con las aletas y volvió a la superficie. Levantó el pulgar y se retiró las gafas de bucear.

An old fishingboat —dijo Markus. Un viejo pesquero.

—¿Hay algo en la bodega?

—Es difícil determinarlo, está bastante deteriorado. Corremos el riesgo de quedarnos atrapados en el interior del barco.

—Bajad los dos —dijo el hombre que estaba junto a los mandos—. Be careful.

Markus asintió con la cabeza. Se oyó otro plof cuando el hombre que se llamaba Mollstedt lo siguió. La fuerte luz del proyector barrió el barco hundido. Puede estar aquí, pensó Markus. De hecho, podría estar allí. Aparecieron cangrejos y peces, pero no era eso lo que buscaban. Markus se adentró en el barco con mucha cautela,

procurando que el tubo del oxígeno no se enganchase. Quitó dos tablones de madera que cerraban el paso a la bodega e introdujo el proyector a través del agujero. Unos antiguos utensilios de pesca cubrían un costado de la bodega, el resto estaba vacío. El techo estaba mal y parecía a punto de derrumbarse. Mollstedt le lanzó una mirada antes de meterse en la bodega y luego empezó a retirar los utensilios de pesca. A pesar de que el agua hacía que todos los movimientos fuesen sosegados y suaves, el hombre daba la sensación de ser bastante negligente. Corría demasiados riesgos. A Markus no le caía bien, pero como recién llegado al grupo todavía no estaba en posición de criticar a Mollstedt. Los submarinistas volvieron a la superficie. Ambos negaron con la cabeza.

Sorry, boss —dijo Markus.

Mollstedt lo miró airadamente, pero sin decir nada.

—De acuerdo, subid. Vamos a echarle un vistazo a la siguiente marca. Luego amanecerá y tendremos que dejarlo por hoy —dijo el hombre que gobernaba la embarcación.

Alzó la vista hacia el este y reflexionó. Todo había empezado con la historia de un barco naufragado que tenían que encontrar. Una historia en cierto modo inverosímil, pero que provenía de fuentes extraordinariamente fiables. Lo más probable era que se hallara cerca de Pater Noster, aunque también podría estar más adentro, en el fiordo de Marstrand. No lo creía. Se rascó la cabeza y miró el reloj. Casi las cuatro. Lo único que esperaba era encontrarlo antes que nadie.

Marstrand, octubre de 1962

El barco avanzaba rumbo al oeste con el zumbido sordo de un fiable motor de ignición. Atracaron en Arholmen. Con mano diestra, Elin hizo un nudo bolina alrededor de una anilla fijada en la piedra. Arvid la miró con admiración. Entonces ella saltó a tierra de un brinco grácil, pese a que llevaba una cesta en la mano. Se volvió hacia él.

—¿Vienes?

—Sí, claro —contestó Arvid, y al levantarse tuvo que aferrarse a la borda.

—¿Qué pasa? ¿No te encuentras bien? Estás pálido.

—No, no, estoy bien, sólo que me he incorporado demasiado rápido.

Rebuscó en el bolsillo antes de saltar a tierra. Elin se movía con paso seguro por las irregulares rocas y luego por la playa. Caminar por una de las playas pedregosas de Bohus era todo un arte. Los líquenes negros, inofensivos cuando estaban secos, eran traicioneramente resbaladizos si estaban mojados. Elin era capaz de determinar de un simple vistazo cuáles pisar y saltaba con facilidad entre las piedras. Parecía formar parte de la naturaleza, era como si las rocas estuvieran hechas para que pudiera encontrar apoyo en ellas sin obstáculo alguno.

Elin extendió la manta para disponer el contenido de la cesta de picnic.

—Amada Elin… —empezó Arvid, al tiempo que se arrodillaba. Había pensado cantarle Pierina, pero de pronto se puso muy nervioso y le entró mucha prisa para la pregunta. Así que cogió la mano izquierda de Elin entre las suyas y se lanzó—: ¿Quieres casarte conmigo? —Los ojos castaños de Arvid se clavaron en los suyos, esperando una respuesta.

Ella sonrió con la boca, los ojos y el resto de la cara.

—Sí, quiero.

Arvid sacó las alianzas de oro del bolsillo y le colocó una en el dedo anular. Le encantaban sus manos, estrechas y ágiles pero fuertes. Llevaba las uñas sin pintar y no especialmente largas. El anillo le entraba a la perfección. Por su parte, Elin cogió el otro anillo y se lo puso a él. Luego lo besó dulcemente y sonrió.

—Con mucho gusto. —Se preguntó si su madre, recientemente fallecida, estaría sentada en una nube, contemplándolos. Ojalá.

Arvid la acercó a su pecho y la abrazó tiernamente. Intentó atrapar el instante, el aroma de su pelo, y pensó que era entonces, precisamente entonces, cuando estaba ocurriendo, y que siempre lo recordaría. Eran ella y él y no había nada más que realmente tuviera importancia.

***

Karin estaba subiendo a bordo cuando vio que había alguien sentado sobre la cabina. Era Göran con su anorak verde.

—Hola.

—Hola. ¿Cómo estás? —respondió Karin.

—Me preguntaba si puedo invitarte a comer. —Hizo un gesto en dirección a la cesta que había a su lado.

Karin estaba cansada y hubiera preferido decirle que no, gracias, pero su mala conciencia se lo impidió.

—Sí, claro. Espera, ahora mismo abro.

—Puedo hacerlo yo. —Göran sacó una llave con una boya atada al otro extremo.

¡Mierda!, pensó Karin. Me había olvidado. Todavía tiene la llave. O intento que me la devuelva o, mejor incluso, cambio la cerradura. Al fin y al cabo, puede haber hecho una copia.

—Mamá te manda recuerdos. Bueno, papá también, pero sobre todo mamá. Te echan de menos.

«Bingo: ahí precisamente es donde me duele», pensó Karin, y alejó la imagen de su suegra sonriente que había irrumpido en su cabeza.

—Gracias —dijo—. Salúdalos de mi parte.

Göran abrió con su llave y se metió en el barco. Con soltura y familiaridad encendió la estufa, y luego empezó a sacar la comida y una botella de vino tinto.

—¿No hay pizza? —preguntó Karin, arrepintiéndose al instante del comentario. Estaba claro que Göran se había esforzado y que realmente lo estaba intentando. Se necesita más que una pizza para recuperar a tu novia.

Miró el bufé italiano que había llevado. No era nada propio de Göran, sino algo tan insólito que Karin empezó a sospechar que alguien le había echado una mano.

—Hice la compra en el mercado. El de Nordhemsgatan, ya sabes, donde vivíamos antes —dijo él al ver su semblante receloso.

El antiguo parque de bomberos de Linnéstaden estaba en Nordhemsgatan y ahora lo habían convertido en un pequeño y acogedor mercado. A Karin le encantaba pasear por allí, disfrutando los aromas de todos los productos, desde las flores hasta el pan recién hecho.

Göran abrió un armario y sacó platos.

—¿Dónde guardas las copas de vino?

—Como eran tuyas, las dejé en el piso.

—Bueno. —Göran se volvió y descorchó la botella.

¡Vaya!, nada de cerveza, sino vino, pensó Karin, aunque esta vez supo guardarse el comentario para sí.

—Tendremos que usar los vasos de agua —dijo.

Göran extendió un mantel de cuadritos que se había traído de casa y luego encendió dos velas de té sacadas del compartimento de debajo de la mesa de navegación.

—Aquí tienes. —Göran le tendió un vaso.

Zinfandel. Su vino favorito. ¿Por qué no había sido así antes, cuando estaban juntos?

Karin miraba mientras él sacaba la comida.

—¡Oh, qué bueno! —Se sorprendió gratamente cuando probó el plato principal, un estofado—. ¿Qué lleva?

Göran se aclaró la garganta y miró su plato.

—Pollo y champiñones.

—Ya —dijo Karin—, pero ¿qué especias? —Volvió a probarlo—. ¿Qué sabor es este?

—Ah, eso. Es mi ingrediente secreto.

—En serio. Dime qué es.

Göran le rellenó el vaso y ella misma se dio cuenta de que estaba sonriendo. No recordaba cuándo había sido la última vez que se había sentido tan a gusto en su compañía.

—¡Salud! —dijo Göran.

Karin asintió con la cabeza y alzó el vaso.

—¿Qué especia es? ¿Qué condimento? Mejorana y ¿estragón?

Él le guiñó un ojo.

—No puedo revelarlo, lo siento.

—¿No quieres o no puedes? —respondió Karin, y dejó el vaso sobre la mesa.

—¿Qué más da? ¿Cuál es la diferencia? —El cambio en su tono no hizo más que reforzar las sospechas de ella.

—Si no lo sabes es porque la comida la ha hecho otra persona.

—¿Y qué importa quién la haya hecho? —Ahora Göran parecía enfadado.

—Desde luego que importa, no te quepa la menor duda —contestó Karin, decepcionada. Había sido demasiado bueno para ser cierto.

—¡Joder! No entiendo por qué no puedes alegrarte sin tener que buscarle tres pies al gato, sin complicarlo todo.

—¿Yo? Pero si eres tú quien…

—Ya estamos otra vez. ¿No te das cuenta de lo egoísta que eres? ¿Cómo puedes quejarte de mí cuando vengo aquí y te invito a cenar?

—Dame la llave —pidió Karin.

—¿Qué?

—La llave del barco. Al verte aquí he pensado que habría una manera de dar marcha atrás, de volver a empezar.

—Pero es que la hay. Karin, amor mío. Dime cómo quieres que sea y yo seré así. Te lo prometo.

Sin duda fue ese último comentario lo que puso definitivamente el punto final a su relación.

—No puede ser, Göran. No puedo decirte cómo tienes que ser. Eres como eres.

—Pero yo puedo ser como tú quieras que sea.

Karin negó con la cabeza, se acercó y lo abrazó. No podía ser. Había creído que él era el hombre de su vida, pero en el camino, en algún momento de ese camino, su amor se había terminado. Permanecieron un buen rato abrazados.