I'm holding out for a hero 'til the morning light
He's gotta be sure
And it's gotta be soon
And he's gotta be larger than life
BONNIE TYLER,
I need a hero
CECILIA
(Porque todos queremos saber qué paso con la madre de Sebastián).
Estoy tumbada en la cama de nuestra casa y no puedo dejar de sonreír. Hubo una época en mi vida en que apenas sabía hacerlo, unos años durante los cuales podría contar las veces que sonreí de verdad, en cambio ahora, es la expresión más habitual en mi rostro.
La noche que Sebastián vino a verme para preguntarme si algún día sería capaz de perdonarle comprendí que la llave para liberarme y para ser feliz siempre había estado en mi poder. Sí, el modo en que Sebastián me abandonó sin decirme nada me hizo mucho daño pero fui yo la que eligió encerrarse en sí misma y construir un muro prácticamente impenetrable a mi alrededor.
Un muro cuya manifestación más física eran mis corsés. Ahora solo me los pongo muy de vez en cuando, y sé que muy pronto solo me los pondré cuando a Sebastián o a mí nos apetezca. A Sebastián le encanta verme en corsé, y que me lo quite delante de él. La primera vez que lo hice fue una de las noches más sensuales y preciosas de toda mi vida.
Nuestra noche de bodas.
Sebastián y yo nos casamos rodeados de nuestros amigos y nuestra familia y después él y yo nos quedamos unos días encerrados en casa recuperando el tiempo perdido. No fuimos de viaje porque él tenía mucho trabajo en capitanía (es el mejor capitán que ha existido y existirá jamás) y porque yo no quería alejarme demasiado de mi madre; ella está muy bien, pero digamos que todavía me cuesta desafiar al destino.
Era nuestra noche de bodas y estábamos en nuestra cama. Yo había atado a Sebastián y le había atormentado tanto como ambos pudimos resistir. Él estaba desnudo, todavía no había tenido ningún orgasmo y tenía todos los músculos del cuerpo tensos y apretados por el férreo control que estaba ejerciendo sobre sí mismo. (Me encanta verlo así). Le solté y le pedí que se sentase en la cama y me mirase. Él, con la respiración entrecortada, se colocó en los pies de la cama y esperó. Yo tardé unos segundos en calmarme, a pesar de todo lo que habíamos hecho y de que confiaba en él por encima de todas las cosas, me temblaban las manos y tenía el corazón acelerado.
Me coloqué delante de él y poco a poco fui abriéndome todos los corchetes del corsé. Sebastián siguió los movimientos de mis dedos con los ojos y cuando solté el último me cogió en brazos justo antes de que la prenda cayese al suelo. Me besó con todas sus fuerzas y me apoyó contra la pared de nuestro dormitorio y me hizo el amor allí de pie. Al terminar me confesó sonrojado que lo había hecho así porque estaba tan excitado que no se había visto capaz de llegar a la cama.
Sebastián tuvo que volver al trabajo un día antes que yo. Yo le dije que necesitaba más días porque Alexia me había pedido que la ayudase con el traslado (mi hermana por fin iba a mudarse a su propio piso), pero era mentira. No lo del traslado, eso era verdad, pero Alexia y yo ya lo habíamos terminado. Quería tener ese día sola porque tenía que ir a ver a una persona y sabía que si Sebastián se enteraba, intentaría impedírmelo.
Antonia Nualart, su madre.
Como Antonia ya no vivía en Cádiz tuve que pedirle a José, el hermano de Sebastián, su número de teléfono para ponerme en contacto con ella. José es un hombre increíble y espero que algún día sea tan feliz como lo somos su hermano y yo. Llamé a Antonia y en cuanto le dije quién era, la mujer me recordó al instante. Ella siempre se había sentido muy orgullosa de que su fallecido esposo hubiese sido el chófer de mi padre. Sin embargo, cuando le pregunté por Gabriela y por José fue muy evasiva y a Sebastián ni lo nombró. Para llevar la conversación hacia mi objetivo, me inventé una excusa acerca de que mi madre había encontrado unos documentos a nombre de su esposo entre las cosas de mi padre, y Antonia aceptó gustosa, e impacientemente, quedar conmigo.
Llegué a la cafetería con tiempo y comprobé que ella ya estaba allí. Seguía siendo una mujer muy guapa, pero cuando me miró vi que tenía los ojos fríos y se me puso la piel de gallina. Y entonces comprendí que Sebastián creyese sin lugar a dudas que su madre fuese capaz de entregarlo a la policía. Al recordar el dolor que esa mujer le había infligido a mi esposo y los años que él y yo habíamos pasado separados por culpa de sus actos, no pude contenerme. Me acerqué a ella y sin dar ningún rodeo le dije que me había casado con Sebastián y que si algún día se atrevía a volver a acercarse a él tendría que vérselas conmigo. Le dije que era patética, que había sacrificado a un gran hombre por algo completamente absurdo y que al hacerlo había perdido a todos sus hijos. Antonia no me dijo nada, me miró ofendida y cogió el bolso para irse, furiosa. Pero antes de que pudiese hacerlo volví a detenerla con mis palabras y le dije que si por casualidad se le pasaba por la cabeza hacernos algo, un bufete de abogados muy prestigioso tenía en sus manos las pruebas necesarias para ir tras ella. Todavía no sé cómo se me ocurrió decirle eso, supongo que tras tantos años de amistad con Teresa se me terminó pegando algo, pero Antonia me creyó porque salió de allí hecha una furia y asustada.
Esa noche, cuando Sebastián llegó a casa, yo estaba intentado enseñarle a Magnum a decir mi nombre, el muy cretino todavía se resiste, y no tuve tiempo ni de decir «hola» que Bastian me cogió en brazos y me tumbó en la cama con él encima. Me besó y me sujetó las manos por encima de la cabeza.
—Gracias por defenderme —fue lo único que me dijo antes de quitarme la ropa, solo la necesaria, y hacerme el amor.
Cuando terminamos nos quedamos abrazados y él me contó que Antonia le había llamado y le había pedido perdón.
—¿Y qué le has dicho? —le pregunté acariciándole el torso.
—Que no vuelva a llamarme nunca más. Y le he colgado.
Lo besé y los dos nos olvidamos de Antonia Nualart para siempre.
Oigo la puerta de casa.
—¿Bastian?, ¿has encontrado a Teresa?
—Sí —me contesta él al entrar en nuestro dormitorio—, está en la playa con Cano.
—Ah, me lo imaginaba.
—¿Te lo imaginabas? —me pregunta enarcando una ceja—. Mejor di que ya lo sabías.
—No podía decírtelo —confieso sonrojada acercándome a él para quitarle la americana. Nunca he podido resistirme cuando va tan guapo. O cuando sale de la ducha. O cuando va en tejanos. Nunca he podido resistirme. Punto—. Pedro me dijo que no quería que lo supieras por si no salía bien.
—Bueno, no sé si le saldrá bien o no —me dice Sebastián rodeándome la cintura con ambas manos—, pero al menos están hablando.
—Oh, ¿qué estás insinuando?, ¿que yo no quería hablar contigo?
—Eh, no tengo ninguna queja de nuestro método para hacer las paces y reconciliarnos, pero tienes que reconocer que no hablamos demasiado.
—Vaya —me pongo de puntillas y le doy un beso—, ¿quieres que hablemos ahora un rato? —Le doy un beso y empiezo a desabrocharle los botones de la camisa—, ¿o quieres que te enseñe el nuevo corsé que me he comprado?
Sebastián me besa hasta dejarme sin aliento.
—Hablar está sobrevalorado.
Vuelvo a besarlo y cuando siento que a él empiezan a vibrarle los músculos de la espalda y a acelerársele el pulso me aparto.
—Enseguida vuelvo.
Me pongo el corsé a toda prisa y vuelvo a su lado.
—¿Te gusta? —le pregunto a pesar de que me basta con mirarlo a los ojos para saber la respuesta.
—Mucho. Acércate, Ce.
Me acerco. Oírle hablar así me derrite el interior.
—Quítatelo —me pide apretando la mandíbula.
—Quítamelo tú.
Sebastián tiene que tragar saliva varias veces antes de poder hablar. Yo ni siquiera lo intento.
—Te amo, Cecilia.
—Y yo a ti, Sebastián. Y ahora túmbate y no se te ocurra moverte.
—No.
—¿No? —enarco una ceja.
—No —repite él con esa voz autoritaria de antes que me parece tan sexy—. Te diré lo que vamos a hacer.
—¿Ah, sí?
—Sí. Tú vas a terminar de desnudarme y luego yo te quitaré lentamente este corsé. Tardaré un rato porque es nuevo y no tengo demasiada práctica, así que probablemente tendré que besarte todo el cuerpo y tú no tendrás más remedio que soportarlo.
—¿Ah, sí?
Me he convertido en un disco rayado y estoy tan excitada que creo que Sebastián solo tendrá tiempo de darme un beso.
—Sí, y cuando los dos estemos desnudos haremos el amor y, ¿sabes una cosa, Ce? Será solo el principio.