Quiero ver el rojo del amanecer
un nuevo día brillará
se llevará la soledad.
LUZ CASAL,
Un nuevo día brillará
Día de la boda de Teresa y Eusebio
—Vamos a llegar tarde, Ce, cariño —le dijo Sebastián a Cecilia mientras se afeitaba.
—Es culpa tuya por haberme distraído —contestó ella desde la ducha.
—Es culpa tuya por estar tan guapa y por besarme de esa manera —se defendió él después de echarse agua a la cara para quitarse la espuma que le quedaba—. Y por ponerte ese corsé, ya sabes que me vuelve loco.
—Ah, claro, lo dices como si tú no me hubieses cogido en brazos y no me hubieses llevado a la cama en plan hombre de las cavernas —contraatacó ella apartando la cortina—. Y no me mires así o llegaremos tarde de verdad —le advirtió al ver que él le recorría el cuerpo desnudo con la mirada.
—Tengo que compensarte por el tiempo perdido —dijo Sebastián—. Además, a ti te encanta.
—Es verdad —concedió ella poniéndose de puntillas para darle un beso—. No sé por qué diablos Teresa ha accedido a organizar una boda por todo lo alto. La nuestra fue preciosa y solo éramos veinte personas.
Cecilia y Sebastián se habían casado dos meses atrás en una ceremonia muy íntima a la que habían asistido los dos hermanos de él, la hermana de ella y, para sorpresa de todos, Patricia, quien al parecer iba a cumplir con su promesa de seguir allí hasta que sus dos hijas fuesen felices. En el enlace también estuvieron presentes Pedro Cano, Domingo y su esposa Marcela con los niños, Márquez y un par de compañeros más de capitanía que con el paso del tiempo se habían convertido en amigos.
—Creo que a su futuro esposo le van estas cosas —apuntó Sebastián mientras se ponía la corbata. Estaba increíble con traje oscuro y recién afeitado—. No sé cómo puede preferir a ese pez hervido en vez de a Pedro.
—Ya sabía yo que os haríais amigos —dijo Cecilia—, gracias por ponerte de su lado, amor.
—No lo digo solo porque esté del lado de Pedro, que lo estoy, sino porque es verdad. Teresa también me gusta —señaló Sebastián. En los últimos meses, Sebastián había intentado relacionarse con todos los amigos de Cecilia, así como descubrir todo lo que se había perdido de su vida. Todavía le dolía pensar que había desaprovechado tantos años, pero no tanto como antes, y estaba más que dispuesto a recuperar el tiempo perdido, y no solo en la cama, aunque, por supuesto, allí era increíblemente feliz—. Es una mujer muy lista y apasionada, y no entiendo qué está haciendo con el señor abogado.
—Ni yo, amor —convino ella—. ¿Te gusto? —le preguntó dándose media vuelta con el vestido puesto.
Sebastián tragó saliva.
—Quítate eso.
—¿Por qué?
—Porque si vas con ese vestido no voy a tener más remedio que hacerte el amor otra vez.
Cecilia sonrió orgullosa y se dejó el vestido.
—Gracias, Bastian.
—No me las des, vas a hacerme pasar un infierno. —Se acercó a ella y le recorrió la espalda con un dedo—. Y cuando volvamos a casa vas a tener que compensarme —añadió mordiéndole la clavícula.
—Bastian… —susurró ella.
—Al menos ahora los dos estamos sufriendo —dijo él al apartarse después de darle un beso.
Sebastián y Cecilia recogieron a Alexia de camino a la iglesia de Cádiz en la que Teresa y el abogado, al que nadie llamaba por su nombre, iban a casarse. En cuanto llegaron vieron que la madre de Teresa, Carmina, les estaba esperando y supieron que algo iba mal.
—¡Cecilia, Teresa no está! —le dijo nada más verla—. ¿Sabes algo de ella?
—No, la última vez que la vimos fue ayer por la noche —respondió Cecilia.
—¿Usted ha hablado con ella esta mañana? —le preguntó Sebastián a Carmina.
—Sí, y estaba bien. Seria, pero bien.
—Quizá solo llega tarde —apuntó Alexia.
—No, no llega tarde —dijo Carmina nerviosa—. Se ha ido.
—¿Cómo está tan segura? —inquirió Sebastián.
—Yo he salido un momento de casa y cuando he vuelto Teresa ya no estaba y el vestido de novia estaba tirado encima de la cama. —La mujer se puso a llorar y Alexia fue la primera en reaccionar para consolarla.
—Disculpadme un segundo —dijo Sebastián apartándose del grupo. Se alejó un poco y sacó el móvil. Colgó pasados unos largos segundos y le hizo señas a Cecilia para que se acercase a él—. Pedro no contesta.
—¿Crees que Teresa está con él? —le preguntó Cecilia a su esposo en voz baja.
—No lo sé, pero sé que si tú estuvieses a punto de casarte con otro haría cualquier cosa para impedirlo.
Cecilia todavía no se había acostumbrado a aquellas inesperadas y fervientes declaraciones de amor, así que se puso de puntillas y besó a Sebastián.
—Te amo, Sebastián.
—Y yo, Ce —respondió él afirmándolo con los ojos—. Será mejor que vayas a consolar a la madre de Teresa.
—¿Y tú qué harás?
—Iré a buscar a Cano.
—No te vayas muy lejos sin mí.
—Jamás. Llámame si sucede algo, ¿de acuerdo? —le pidió Sebastián buscando las llaves del coche por los bolsillos de la americana.
—De acuerdo. Dame un beso antes de irte.
—Todos los que quieras.
Sebastián besó a Cecilia y se fue en busca del que se había convertido en uno de sus mejores amigos. Al entrar en el coche miró hacia atrás y al ver a Cecilia mirándole le dio un vuelco el corazón. Sí, ellos dos eran para siempre.