III

LAS CARTAS DE TERESITA

ESTABA Aviraneta en Madrid desde hacía tiempo, presenciando con pena y con desprecio la tarea de masones y de comuneros de desacreditar la libertad y echar abajo la Constitución.

Aviraneta, que nunca había tenido entusiasmo por los masones, porque su comedia místicoarquitectónica no era de su gusto, y no quería nada con los comuneros, porque le constaba que muchos eran agentes del absolutismo, se inclinó hacia la naciente sociedad de carbonarios.

El ver la influencia que en París tenía el carbonarismo, había inclinado a Aviraneta a esta sociedad.

Siempre que podía acudía a la Fontana de Oro, a una reunión de carbonarios establecida allí; pero el carbonarismo había venido tarde a España, cuando el entusiasmo liberal estaba decayendo y no tomaba impulso.

Solamente algunos extranjeros, italianos o franceses, se presentaban en el grupo carbonario con sus tarjetas cortadas.

Aviraneta iba ya muy poco a Aranda. Había abandonado su cargo de regidor y esperaba que viniesen mejores días para volver a continuar su vida normal.

Aviraneta, a fin de olvidar las amarguras de Madrid, escribía a su madre y a Teresita.

Teresita, la hermana de Rosalía, había pasado una grave enfermedad; al saber que estaba ya mejorada y en la convalecencia, don Eugenio le envió una caja de dulces por la diligencia.

Teresita le contestó a los pocos días esta carta:

«Mi buen amigo don Eugenio:

Recibí la suya, tan afectuosa, y el cajoncito de dulces, que ahora me los iré comiendo con más gusto porque empiezo a tener apetito, gracias a Dios. La tarta estaba monísima y muy exquisita; el tarrito de la jalea y las naranjas en dulce, deliciosas. Todavía no tengo fuerzas para salir de casa; así que he pasado el día de Santa Teresa en un sillón, y ayer no me encontré con ánimos para escribir a usted. Hoy, que estoy algo mejor, lo hago para darle las gracias por su recuerdo y su felicitación. Ruego a la Virgen para que me devuelva la salud y para que le lleve Dios a usted por el buen camino y tranquilice su cabeza, que me parece sigue como una olla de grillos. ¿Por qué no ha de ser usted una buena persona? ¿Por qué andar así, de la Ceca a la Meca, pudiendo vivir tranquilo?

Su madre me indica que le diga a usted que está buena; pero que le parece muy larga la ausencia de usted del pueblo.

Aquí, en Aranda, dicen ahora que es usted carbonario o carbonero: una cosa muy negra, lo peor de lo peor… Yo no lo creo.

Muchos recuerdos de su amiga,

Teresa.»

Aviraneta celebró la carta de su amiga y la contestó otra larga y seria, hablándola de la situación política de España y de las esperanzas que guardaba de que todo se iba a arreglar. Teresita le contestó a los pocos días:

«Mi buen don Eugenio:

¡Con que todo se va a arreglar! Ya, ya. Aquí, al menos, las noticias son cada vez peores. Dicen que los realistas vienen de Aragón y que van a entrar en Madrid. En Aranda hay mucha miseria, y todo el mundo asegura que la culpa la tienen ustedes, los liberales. En los pueblos no pueden vivir. Los hombres de la familia de nuestra criada han venido de cerca de Roa, a ver si encuentran trabajo, y se quedan a dormir en la cocina y en el pajar. ¡Siete hombres grandes y fuertes como castillos y sin poder ganar una peseta! Van a concluir marchándose al campo con los realistas. Y de todo esto tienen ustedes la culpa, los liberales. ¡Qué disparates no hacen ustedes! El otro día subió al púlpito, en Santa María, un sabio capuchino, y dijo que son ustedes un hato de ignorantes, atrevidos, vanidosos y burros, que merecen un ronzal; que no saben ustedes nada de latín ni de historia, y yo creo que tiene razón. ¡Porque cuidado que hacen ustedes tonterías! Y no los otros, sino ustedes, don Eugenio. Como aquí, cuando estaba usted en la milicia de caballería, que tenía usted que pagar el caballo, el uniforme, el asistente y muchas veces los caballos, los uniformes y los asistentes de los demás. Usted está algo trastornado, don Eugenio. Ha andado usted peleando y exponiendo su vida, y quiere seguir en la lucha, y no es usted militar, porque no tiene grado, ni sueldo, ni nada, ni nadie se acuerda de usted. Parece mentira que un hombre listo sea tan tonto.

Su madre me dice que está fastidiada con los milicianos, que van todos los días a su casa a decirle que por qué no viene usted, que entre los liberales hay divisiones.

Su madre no sabe qué contestarles. Por un lado se alegra de que usted no esté en Aranda. Si ha de seguir usted así, lo mejor será que se la lleve usted a Madrid, porque si no, aquí le van a dar un disgusto.

Su amiga,

Teresa.»

Aviraneta se había acostumbrado a esta correspondencia, y todas las semanas escribía a Teresita una larga carta y le enviaba algún regalo. Por las Navidades, y siguiendo el consejo de Teresita, acompañó a su madre a Madrid.