LOS EXTRANJEROS EN ESPAÑA
TODAS las revoluciones, por ser explosión de ideas generales, tienen cierta tendencia al internacionalismo.
Ya la guerra de la Independencia, considerada fuera de España como principio de la lucha de las nacionalidades contra el Imperio, además de hacer cruzar el suelo de la península a dos ejércitos tan numerosos para la época como el francés y el inglés, atrajo a España a una serie de extranjeros, entre los que se señalaban los O'Donnell, los Bassecourt, los Saint Marc, los Sarsfield y otros muchos.
En la lucha de la libertad por el absolutismo, al restaurarse la Constitución en 1820, aparecieron también en España más extranjeros que en período normal.
En las filas constitucionales se vieron figurar a españoles llamados O'Donnell, Van-Halen, Rotten, Miniussir, Merconchini…
Al lado de estos españoles figuran en esta época franceses como Cugnet de Montarlot, Vaudoncourt, Nantil, el oficial de artillería que estudiaba la defensa de Bilbao; Delon, Fabvier, que luego se distinguió en Grecia; Armando Carrel y Caron; ingleses como Roberto Wilson, e italianos como Pacchiaroti, Ansaldi, Olini y otros.
En los dos campos, en el absolutistas y en el liberal, los extranjeros fueron quizá los más exaltados.
Entre los absolutistas extranjeros, el más célebre de todos, el conde de España, se distinguió por sus extravagancias y por sus crueldades en Barcelona.
A pesar de la fama bárbara y fanática del español, no deja de ser extraño que el hombre más representativo del terrorismo clerical fuera un francés, el conde de España.
Ni Fernando VII, ni Calomarde, ni Chaperon llegaron en sus extremos a la barbarie del conde francés.
El conde de España era un terrorista de la raza de los Carrier y de los Fouquier-Thinville.
Parecido a éstos en sus instintos, se diferenciaba de ellos en que tenía una ideología tradicionalista y clerical. El conde de España era un francés que se llamaba Carlos Espagne, hijo de un marqués titulado d'Espagne, según unos, d'Espagnac, según otros, y d'Espignac, según algunos.
Fernando VII, en su decreto al hacerle conde, decía que España era descendiente de los señores de Cominges y de Foix.
Alguien en esta época quiso enterarse y averiguó que España era un bastardo, y que su verdadero nombre era Domingo Busaraca. Busaraca había escapado de Francia más que por odio a la Revolución francesa por ser hijo natural no reconocido.
España fue durante la Independencia un general valiente y experto, pero luego se manifestó como un perturbado. Sus crueldades de Barcelona hicieron época. La muerte suya, cosido a puñaladas y tirado a un río, fue terrible.
Otro extranjero, francés, que dejó un rastro de pasión y de inconsciencia en España, fue Jorge Bessières, que murió fusilado por su paisano el conde de España en Molina de Aragón.
La historia de Bessières era curiosa. En 1809, el guerrillero catalán don José Manso supo que las tropas francesas de Barcelona forrajeaban en las cercanías de Hospitalet con una escolta de 30 a 40 caballos e igual número de infantes. Manso, al frente de su partida, se colocó en sitio estratégico, cortó la retirada a los franceses, hizo 34 prisioneros y se apoderó de 36 caballos. Cogió además un furgón con sus mulas y dos caballos del general Duhesme. El furgón iba guiado por un cochero llamado Jorge Bessières.
Bessières, prisionero de los españoles, se ofreció a asesinar al gobernador francés de Barcelona, Mauricio Mattieu. Había sido ordenanza de un ayudante del gobernador y pensaba valerse de su condición para acercarse al general Mattieu. Bessières intentó el asesinato, pero no lo pudo realizar.
No se sabe si a consecuencia de estos atentados o si por alguna hazaña de guerrillero, Lacy lo hizo capitán. Después de la guerra de la Independencia, Bessières quedó retirado, se estableció en Barcelona, se casó con una mujer llamada Juana Portas ensayó varias industrias, entre ellas una tintorería.
Bessières intervino en las conspiraciones de Barcelona, estuvo relacionado con Lacy, y en 1820 ayudó a proclamar la Constitución. Luego, en 1821, tornó parte en un complot republicano en Barcelona, en compañía de un fraile. Condenado a muerte y preso en la ciudadela, fue indultado por el general Villacampa. Se decía que la influencia de los comuneros, entre los cuales, como se sabe, había muchos espías reaccionarios, le salvó.
Otros aseguraron que la conspiración de Bessières iba dirigida más contra el Gobierno francés que contra el español y que Villacampa conocía sus intenciones.
Bessières, indultado, fue encerrado en el castillo de Figueras; de aquí huyó a Francia, y apareció poco después transformado en realista; los liberales dijeron que Bessières se había hecho rico asesinando a su antiguo amo, que le trataba como a hijo más que como a criado; luego, cuando la reacción de 1823, se afirmó que Fernando VII estaba en relaciones con él ya desde la época de la conspiración republicana de Barcelona, y que le ascendió a general, a causa de documentos comprometedores que guardaba el ex tintorero.
Bessières, al que algunos confundían con el general francés duque de Istria, con quien no tenía parentesco alguno, era más que nada un atolondrado ambicioso, enloquecido por el éxito.
Nunca había sido creyente, y entre sus amigos decía que era republicano, a pesar de estar en las filas realistas. Desvalijaba las iglesias sin miedo, y en sus correrías por Castilla el año 23 bebía tranquilamente durante las comidas en el cáliz de la iglesia de Auñón, lo cual no deja de ser extraordinario, teniendo en cuenta que iba acompañado del fraile Bartolomé Talarn.
El final de Bessières fue trágico; la Sociedad El Ángel Exterminador, después del triunfo del absolutismo, puso a Bessières en relación con el padre Cirilo y Calomarde. Estos y Fernando VII aconsejaron al revoltoso francés que se sublevara contra el predominio de los masones en el Gobierno.
La sublevación no tuvo éxito. Fernando VII, al saber su fracaso, envió como a un perro de presa al conde de España contra Bessières.
Un francés contra otro francés.
La patrulla de don Saturnino Abuin, el Manco, fue la que capturó a Bessières en Zafrilla.
Si Bessières era hombre que cambiaba de casaca con facilidad, Abuin no lo era menos. Abuin había sido empecinado y antiempecinado, absolutista y liberal.
Abuin prendió a Bessières y lo condujo, con sus oficiales, a presencia del conde de España a Molina de Aragón.
Bessières, preso, se creía seguro; tenía una carta de Fernando VII en la cual le ordenaba el alzamiento.
El conde de España trató a Bessières como a un compañero y a un paisano; le convidó a cenar con él y estuvieron los dos hablando en catalán y en francés largo tiempo. A los postres, el conde preguntó a su comensal con gran amabilidad por qué se había sublevado, y Bessières mostró la carta del rey.
El conde de España, tranquilamente, cogió la carta y la quemó en la llama de una bujía.
—¿Qué feu, general? —gritó Bessières en catalán, abalanzándose al conde de España—. Qu'en perdeu.
—Oui peut-étre, mais je sauve le roy —dijo el conde de España en francés, con una contestación a modo de Duguesclín.
España llamó a sus ayudantes e hizo que se llevaran a Bessières.
Bessières, al verse sin la carta del rey, comprendió que era hombre muerto.
Al día siguiente un Consejo de guerra sumarísimo condenaba a ser pasado por las armas al mariscal de campo don Jorge Bessières y a sus compañeros. Pocas horas después de la ejecución, todos los papeles de Bessières eran entregados a las llamas.
Al saber el desenlace de la aventura, el padre Cirilo, temeroso de que Fernando y Calomarde quisieran deshacerse de él, desapareció.
El conde de España fue premiado. Estas canalladas han constituido durante mucho tiempo la política.
La familia de Bessières quedó en mala situación: su mujer acabó perturbada y alcohólica en Granada; un hijo suyo fue después a la facción carlista, y por su matrimonio tomó el título de conde de Cuba…
Un extranjero, liberal exaltado, intransigente, fue don Antonio Rotten, el suizo, amigo de Mina.
El general Rotten era anticlerical furibundo, y si hubiera podido, hubiese limpiado de curas y de frailes toda España.
Su idea era que había que hacer la guerra sin cuartel. Rotten mandó saquear e incendiar San Lorenzo de Piteus, y se mostró con los absolutistas, sobre todo con la gente de iglesia, implacable.
Otro suizo, éste absolutista, que tuvo alguna importancia en la época fue Carlos Ulman, amigo del conde de España. Los liberales decían que Ulman había sido mozo de un pastelero y que vino huyendo a España.
Ulman hizo la correría absolutista del año 23 por Castilla. Luego llegó a mariscal de campo y a gobernador de la plaza de Ceuta, donde se distinguió por su crueldad con los liberales. Cuando suponía que algún preso guardaba dinero, solía sacar el sable y pasar la punta arañando la espalda y el abdomen del preso, por si llevaba interiormente algún cinturón con dinero.
También extranjera y también absolutista fue Josefina Comerford, la amiga del Trapense.
Esta Josefina se distinguió, en la lucha constitucional, por sus ideas clericales; quizá fue la única mujer que llegó a destacarse en el campo absolutista.
No deja de ser extraño que en un país tan retrógrado como España, en donde se habían distinguido muchas mujeres en la guerra de la Independencia, no llegara a señalarse ninguna por su entusiasmo absolutista en el período constitucional. La única que se destacó fue esta Josefina, inglesa fanática y arrebatada.