CUGNET DE MONTARLOT
AVIRANETA necesitaba un escribiente para su gran correspondencia, y pidió uno en la Venta Carbonaria. Le enviaron un viejo italiano, José Pantanelli, que sabía el español, el francés y el inglés. Pantanelli era un viejecillo pequeño, de ojos azules y pelo blanco. Era de Cremona. Estaba afiliado al carbonarismo, pero no parecía un hombre muy terrible.
La Sole y él se conocieron y se entendieron muy bien. El viejo era muy ceremonioso, y llamaba a la muchacha Excelencia. Se contaron mutuamente su vida, y Pantanelli llevó a su nieta al hotel de Embajadores para que le viera la Soledad.
La Sole tendía hacia el aristocratismo rápidamente, se vestía cada vez mejor, arreglaba su cuarto con mucho gusto con las chucherías y estampas que le compraba don Eugenio, y se iba haciendo una damisela elegante.
Aviraneta no se fijaba en nada. Estaba en su elemento, en la acción. Marchaba como un búfalo a través de las selvas embriagado por sus aventuras.
Unos días después de presentarse en la Venta Carbonaria, Aviraneta escribió al ministro:
«Amigo S.:
Me he enterado de que se encuentra aquí un oficial del imperio, Cugnet de Montarlot, y me he propuesto verle. Cugnet, como quizás no ignore usted, ha sido fundador de sociedades secretas en Francia y ha dado que hablar últimamente con una supuesta conspiración tramada por él en Zaragoza hace unos meses. Cugnet, ahora, ha ingresado en el carbonarismo, y por sus colegas he sabido que la manera de comunicarse con él es dejarle un recado en casa de un administrador de coches de París a Saint Denis, que vive en la calle de Saint Denis, 374.
Se ha avisado a Cugnet, y por la noche ha venido a verme a casa.
Me ha dicho lo que ocurrió en Zaragoza el año pasado. Cugnet estaba al servicio de algunas sociedades francesas liberales que luego han entrado en el carbonarismo, y había ideado el plan de formar una columna republicana de tres mil hombres con españoles, franceses y napolitanos y entrar con ella en Francia por el Rosellón, ocupando plazas fuertes y defendiéndose en éstas.
Cugnet había pensado en nombrar comandantes a los militares extranjeros republicanos refugiados en España, a Nantil, oficial de artillería de talento, que se encontraba en Bilbao; al barón Guillermo de Vaudoncourt, que estaba en Valencia; a Delon y a Fabvier, que se hallaban en Madrid, y a Pachiarotti, que acababa de llegar a Barcelona. Luego de organizar la columna y en marcha pensaba ofrecer el alto mando al general Riego.
Los militares franceses consultados escribieron a Cugnet pidiéndole detalles de la empresa, y éste contestó que todo iba preparándose y que se anunciaría el día de la reunión.
Vaudoncourt, que no tenía mucha confianza, escribió a Riego para advertirle la precipitación de Cugnet de Montarlot y rogarle que evitase un movimiento prematuro y parcial.
Le decía que la frontera del Rosellón era muy estrecha, obstruida de fortalezas y que no sería fácil batir con pocos hombres las guarniciones de Perpiñán, Bellegarde, Prats de Molla, Mont Lonis, Collioure, etc.
Riego, enlazado con un compromiso con el Gobierno, contestó al requerimiento que le hicieron, diciendo que no sería el primero; pero que si se hacía el movimiento invasor hacia Francia se uniría a él.
Cugnet siguió con sus preparativos; pero vio claramente que no tenía fuerza ni medios para organizar una columna de tres mil hombres, y entonces, abandonando este proyecto y en unión de los comuneros, ideó el plan de tomar Zaragoza con cuatrocientos hombres de infantería y cien de a caballo y proclamar la República. Cugnet fue a Madrid, volvió a Zaragoza, habló a todo el mundo de sus proyectos, y en esto el jefe político Moreda le mandó prender.
Al ir a echarle mano un patriota le suministró un pasaporte, y Cugnet se dirigió a Francia, y en el camino de Oloron, entre Jaca y Canfranc, le prendieron con cuatro o cinco compañeros y le encontraron unas proclamas absurdas, en las que se llama generalísimo y presidente del Gran Imperio. Cugnet estuvo unos meses en la cárcel, volvió a salir y fue al Languedoc.
Después de contarme sus aventuras, Cugnet me aseguraba que los oficiales franceses le habían denunciado al embajador de Francia en Madrid, Mr. de la Garde, y que éste había comprado al gobernador de Zaragoza, Moreda.
Yo le pregunté:
—¿Con qué individuos de la sociedad de los Comuneros se ha entendido usted?
—Con Morales, Romero Alpuente, Moreno Guerra y, sobre todo, con Regato, hombres sin tacha.
—Pues ahí tiene usted a los traidores. Esos le han tendido el lazo.
—¿De verdad?
—De verdad.
—¿Lo juraría usted?
—Por lo más sagrado.
Y le conté lo que sé de Regato y de algunos otros comuneros.
Cugnet ha dicho que si encuentra a Regato lo matará.
Cugnet marcha a España un día de estos. Piensa hacer lo posible para luchar contra la expedición francesa. Si entran los franceses en España formará una partida. Desde ahora cambiará de nombre, y en vez de Cugnet de Montarlot se llamará Carlos de Malssot. Convendría que se le protegiera y que la policía no le pusiera ninguna dificultad a su paso.
Un saludo de:
A.»