LOS ABSOLUTISTAS DE BAYONA
AL llegar a Bayona Aviraneta marchó a la fonda de Francia con la Sole, y desde allí comenzó sus gestiones para averiguar lo que ocurría. La Soledad quería saber cuál era la misión de Aviraneta, y don Eugenio se la explicó, y en vista de que ella quería colaborar en sus intrigas, Aviraneta le envió a varias tiendas donde se hablaba castellano a que se enterase de lo que se decía. Por la noche don Eugenio se encerró en su cuarto y escribió al ministro:
«Amigo S.:
Comienzo mis indagaciones en Bayona. Los absolutistas españoles instalados aquí trabajan mucho; pero como buenos españoles, se hallan divididos; los más ilustrados y transigentes siguen a Mozo de Rosales (Mataflorida), y los más clericales, los más puros, como se llaman ellos, van con don Francisco de Eguía.
La Junta Realista, dirigida por Mataflorida y subvencionada por Luis XVIII, hace ya mucho tiempo que funciona aquí.
Con Mataflorida están Eroles, Podio, Queralt, Martín Balmaseda y otros; con Eguía, el arzobispo de Tarragona, el obispo de Urgel, don Juan Bautista Erro, D. Antonio Calderón…
El partido de Mataflorida es más culto, razón para que no tenga simpatías. Se le acusa a Eroles de estar en relaciones con los constitucionales, como Toreno y Martínez de la Rosa. Mataflorida, que es el hombre intrigante y activo de siempre, no descansa; según parece, trabaja mucho.
Morejón, enviado de Fernando, quiso poner de acuerdo a Calderón y a Mataflorida, pero no lo consiguió y siguen las dos fracciones absolutistas divididas.
El partido de Eguía se dedica a murmurar y a rezar.
Se dice que Mataflorida asegura que ha estado a punto de ser envenenado por sus enemigos en Tolosa de Francia, y se dice también que a don Pedro Podio se le acusa, con datos, de haber querido asesinar a los individuos de la Regencia absolutista en el mismo Urgel, proyectando enterrar después sus restos en los fosos de las murallas.
Cualquiera averigua lo que hay de cierto en todo esto.
Una de las cosas que aquí se comenta más es la vida del general don Francisco Eguía, el célebre viejo maniático, caprichoso y absurdo, a quien conocemos por Coletilla.
El gran Coletilla vive en un cuartito de una pastelería de los Arcos, y la pastelera, que es una francesa lagartona, de historia, conocida mía, la Delfina, es la que aconseja al general.
La trastienda de la pastelería se ha convertido en la antecámara de Palacio. Allí Coletilla da audiencia a los absolutistas, asesorado por Delfina la pastelera, cosa que a los españoles que se las echan de aristócratas indigna.
Según dicen, la pastelera ha convencido al viejo general de que le quieren asesinar y de que ella será un Argos para impedirlo.
Por lo que oigo, el secretario de Eguía, Núñez Abréu, no es extraño a la maniobra.
Delfina la pastelera ha encontrado una mina en Coletilla; pero la ganga mayor la ha pescado Núñez Abréu, el ayudante de Coletilla, que, según parece, se beneficia de la pastelería, de la pastelera y del dinero del viejo general, que ha recibido, para impulsar la causa realista, la friolera de doce millones.
A pesar de esto, Núñez Abréu ha llegado a insultar al general y a tratarle de vieja momia.
Además de estos dos grupos de que le hablo, hay otros de jefes militares que forman rancho aparte. El más importante es el de Quesada, que aspira a anular a los anteriores. Quesada tiene en Madrid varios agentes: Cecilio Corpas, Freire y el capellán de las Comendadoras de Madrid, un tal Solera, a quienes tienen ustedes que echar el guante si pueden.
Me dicen que en Madrid, en la calle de la Luna, 12, se reúnen los principales agentes realistas. De paso debían ustedes encargar a la policía que hiciera un padrón de sospechosos.
Otros de los presuntos jefes del absolutismo es el conde de España, que en Verona, en donde está, ha inventado un proyecto de contrarrevolución, que, según dicen, ha sido aprobado por Francia y Rusia, y que consiste en que estos países presten su ayuda a Fernando para combatir la Constitución, a cambio de una parte de Perú. Don Antonio de Vargas Laguna ha enviado desde Luca otro plan por el estilo. También quisiera mandar en el cotarro el general Longa, aunque nadie le hace mucho caso, y, por último, Jorge Bessières, el de la tentativa republicana de Barcelona, ahora convertido al absolutismo, comienza a ser uno de los directores de este tinglado realista.
El Gobierno francés apoya los trabajos de todos e intenta impedir que se separen en grupos.
Constantemente, los absolutistas reciben emisarios de la familia real de Francia. Hará un mes que estuvo aquí el secretario de la Embajada, Eduardo Lagrange, y dio en la fonda San Esteban una audiencia a los partidarios de Quesada.
Con el mismo fin parece que se ha presentado no hace mucho un personaje enigmático, el vizconde de Boisset. Este vizconde se daba mucha importancia como aristócrata de gran tono, y venía, según unos, con una misión particular del conde de Artois; según otros, de parte del ministro Villele.
Por lo que se cuenta, consultó con Eguía y con su secretario, Núñez Abréu, y, según los partidarios de Quesada y de Mataflorida, quedó convencido de que el general de la pastelería, con sus setenta y dos años, es un viejo gagá, es decir, un viejo chocho e inútil.
A pesar de las divisiones, el partido absolutista tiene cada vez más importancia, y la gente cree que triunfará, pues, a la corta o a la larga, los franceses nos declararán la guerra.
El Gobierno francés da dinero a manos llenas. Según se dice, los oficiales y tropas del Ejército de la Fe, preparados para entrar en España, cobran sus sueldos religiosamente.
El cordón sanitario y los lazaretos, establecidos en los Pirineos Orientales con el pretexto de la fiebre amarilla, sirvieron de medios de comunicación entre los absolutistas españoles y el ejército francés.
Ahora últimamente se dice que se han enviado nuevas remesas de dinero, y que dentro de unos días Quesada y el Trapense entrarán en España.
Los rumores de guerra con Francia corren constantemente.
Ha habido día en que se han levantado los puentes levadizos y en que la guarnición de Bayona ha pasado la noche sobre las armas.
Se dice que se están enganchando los realistas y que los cónsules les dan pasaportes para entrar en España. Se asegura también que preparan un desembarco en la punta de Socoa, en San Juan de Luz.
La cuestión de los cónsules debía preocupar al Gobierno español; el de Bayona es, en política, un pastelero; el de Burdeos, un tal don Isidoro Montenegro, es uno de los agentes absolutistas más caracterizados.
Los encargados de defender al país son los que lo venden. ¡Qué vergüenza! ¡Qué prueba de incapacidad la nuestra!
A.»